HORACIO GONZÁLEZ. Hoy, un sentido homenaje en el que participará el presidente Alberto Fernández
Todavía no he podido escribir sobre Horacio González ni cuanto me afectó su muerte. Recibí un montón de notas de variados autores sobre el tema, que reservé pero que en su mayoría todavía no leí y me propongo ir publicando las que me parezcan más interesantes. Solo puedo adelantar que a pesar de que nos ha dejado una vasta obra, no puedo imaginar como podría reemplazarse su calidad de socrático profesor en nuestras ágoras.
Di mi opinión sobre Horacio ya a comienzos de los años ’90, cuando se publicó mi primer libro (en coautoría con Julio Villalonga), Gorriarán, La Tablada y las «guerras de inteligencia» en América Latina. Si les interesa más abajo transcribo un capítulo del mismo, titulado La bengala perdida.
Pero vamos ahora a lo más importante: Hoy tendrá lugar un sentido homenaje en el que participará nuestro Presidente:
LA BENGALA PERDIDA
Cayendo en cruz hacia el cenit.
Luis Alberto Spinetta
Con muchos —demasiados— trabajos por medio, escribir este libro demandó mucho tiempo. Fueron cuatro años de pulir datos, de intentar confirmarlos. En cambio, al sociólogo Horacio González le bastó con apenas un mes apenas para demostrar, en un meduloso artículo, que desde un principio habían sobrado elementos para hacer un correcto análisis de lo ocurrido el 23-E.1
González es un observador tan sensible, que casi siempre orilla la poesía. Tituló su artículo «La bengala perdida» y lo comenzó con una estrofa del tema homónimo de Spinetta.
Decía allí:
«Las partes debían encajar en una totalidad de sentido. ¿Qué país es éste? ¿Acaso los golpistas no acechan? ¡Pero se hacen esperar! ¿Y el pueblo? Lo sabemos corajudo, paciente, sapiente, disponible. ¡Pero aún se encuentra allá, en sus cavilaciones y carencias, demorando sus pífanos, su salida gloriosa a la calle!
«¿Y del lado de acá? ¡Qué, los revolucionarios, ellos, envueltos en gelatinas lingüísticas, en acomodaciones parlamentarias y por qué no, en ‘análisis del discurso’! La figura del ‘político corrupto’ crecía como una hidra amenazando las mil cabezas de los perentorios militantes. Era necesaria una salida. No, mejor una escena. Un espacio coreográfico.
«En La Tablada se pensó teatralmente, estaba presente el teatro. En La Tablada: sobre las tablas. Había que condensar allí todo lo que estaba escatimando una realidad remisa, morosa, tacaña. Eso por el lado de los atacantes. Para el Ejército, era la oportunidad prontamente usufructuada para devolver, con esos hombres corriendo y gritando desordenadamente, disparando en todas direcciones hacia sombras misteriosas, la cuota de horas que la televisión y la producción de imágenes públicas, había destinado al Juicio a los Comandantes. La Tablada es la obra que invierte el escenario aquel donde testigos del horror habían trazado una de las imágenes-límite a partir de la cual se podía revertir una época y dar comienzo a otra. Ahora, un recodo de la historia les había ofrecido nuevamente la cifra añorada, la dama nocturnal que la política argentina les procuraba en vano, esa ‘hipótesis de conflicto’ que por fin adquiría el rostro y los movimientos que el refinado cliente deseaba, formas que ahora podían ser declaradas ominosas y transhumanas.
«En cuanto a los asaltantes del cuartel, que no desdeñaron sembrar el desconcierto al grito de ¡Vira Rico!, se trataba de agrupar todos los elementos que flotaban potencialmente en la atmósfera política del país, en una unidad de tiempo y lugar. Lo latente había que convertirlo en manifiesto. Un dibujo incompleto, como en los juegos infantiles, había que llenarlo a la fuerza siguiendo una cadena de números en secuencia obligatoria. ¿Acaso el golpe de estado no flotaba en el aire, celestial, como un secreto a voces? ¿No se extendía lánguidamente en medio de los forcejeos entre el presidente y la parte ilegal del ejército? Irritaba tanta potencialidad sin acto, tanta promesa sin consumación. Para los pensamientos forjados en cadenas deterministas, era insoportable no contar con lugar y fecha. A la historia le conviene la larga duración, no el teatro. Para éste, si hay historia es porque hay fechas y si hay fechas es porque hay lugares: La Tablada, 23 de enero. Un día antes de ‘la hora señalada’ por las versiones y perversiones susurradas de ese golpe que Burgos2 denominó ‘un secreto a voces’.
«Para la entrada de los héroes positivos era necesario que asomaran señales de los héroes negativos. El relato de los acontecimientos en el documento-proclama contiene así un primer escalón, la premisa, el disparador de sentido: la acción de los usurpadores de soberanías populares. Quedaban abiertos los portales de la historia para la intervención de los que repararían el daño. Traían el salmo contra la blasfemia. Ambos papeles serían jugados por un único actor, porque lo que en la historia aparece dispuesto de modo parcial, laberíntico y quebrado, en el teatro es posible verlo sin baches, sin malas suturas y con la precisión de una cita marcada. Con puntuación griega o con venerable atmósfera de western. Acción reversible, desdoblada. Ejército Nacional en Operaciones y movimiento del pueblo en armas. Los nombres del otro eran invocados con la clásica argucia de quien precisa el rostro completo del enemigo odiado para justificar la cita reparadora. Para realizar estos movimientos ‘teatrales’ la política tenía que acudir a las maniobras de inteligencia, a los artilugios que crean climas y relieves apócrifos en una textura social.
«Pero nadie sabrá describir jamás con definida precisión, lo que siente el militante que asume por un momento el papel del contrincante para darle cuerpo a su propia identidad y destino. ¿Agudiza las contradicciones en su conciencia, quitándole inocencia política, cuando no viabilidad?
«La Tablada estaba contenida en aquello que Gorriarán no sabía de sí, en aquello que no estaba en condiciones de explicar (…)
«La Tablada, en el pensamiento de sus autores, omitió su propia ficción, aquello que se es, aquello con lo que no siempre se sabe qué hacer (…) Al abandonarlas como la parte abominada de su conciencia, no pudieron impedir el acto fáustico de romper la delgada membrana, más delgada que una tabla, que separa la realidad de la imaginación (…) Aquella membrana, al mismo tiempo, es más resistente que una tabla (…) Por eso, el abandono de la gran novelería de las revoluciones sociales, y su reemplazo por pobres maniobras de encubrimiento. Y al mismo tiempo, el conocimiento político hecho del curso inesperado de las cosas, fue reemplazado por una tabla drástica de informaciones, datos sigilosos utilizados a la manera de los servicios, por ingenuidad o por astucia.
«Después de esto, sólo había un paso para aceptar inadvertidamente la idea de ‘informaciones’ que han popularizado quienes benevolentemente se llaman a sí mismos ‘de servicios’. Aquí, la información es una pequeña metáfora pervertida, un relato preparado en un laboratorio que ya contiene una inmovilización del pasado, una cosificación del presente y una hipótesis de clausura para el futuro. Estar ‘informado’, en este caso, es pertenecer a una trama de coerción y amputación de la conciencia, a una cárcel conceptual que produce sujetos alimentados con su propia segregación ventrílocua.
«‘Puesto que algo existe —piensa el Servicio— entonces está empotrado en algún punto de los hilos misteriosos que vinculan el Cosmos al Caos’. El Servicio es un instrumento del Cosmos Informativo que produce una especial mercancía: la información. ¿Para qué informa? Para producir desorden. Producido el desorden, produce su propia necesidad restauradora. Por eso, todo Servicio, como metáfora de un Estado represivo, sólo produce las condiciones de su propia reproducción. Su esencia profunda es la gestación del desorden, de cuya garganta profunda saldrá el llamado a los restauradores. Su acción se considera cumplida cuando el militante social es reconvertido, trasegado a otro Yo, a una identidad de recambio que estaba a la espera en el archivo de agentes de la Institución.
«Nada de esto quiere decir que La Tablada ‘ya estaba escrita’ en los gabinetes de las tinieblas o en algún laboratorio de la politicología monástica nacional. Al contrario: significa que en esa serie compleja de acontecimientos, sus autores no supieron sustituir por política pública la información-mercancía. Por eso, ellos mismos jugaron con el encubrimiento cerrando el círculo infernal de los servicios, adentrándose miméticamente en el coto insurgente y de los insurgentes, revistiéndose con los velos de sus odiadas antípodas. La política está para romper ese círculo, no para reproducirlo.
«La Tablada, de este modo, no contaba con legítimos recursos arguméntales para decir lo que efectivamente era: una decisión límite de un grupo al que la historia argentina explica totalmente, mucho más de lo que ella es explicada por él. Le sobró desdén por las condiciones muchas veces inaprehensibles por las cuales los hombres se lanzan a la acción política más radical. Eran grandes desesperados, porque un gran desesperado es aquel que vive de su propio afiebramiento, pero aplanando esa desesperación al confundirla con la desesperación de todos, incluso la de aquellos vecinos suburbanos que días después leerían a revista Gente tomando mate y cabeceando adustos: ‘mira vos, y tenían el tupé de hablar de derechos humanos’.
«La Tablada es la imprudencia dionisíaca (…) que revela las condiciones oscuras en que se hizo y se hace política en Argentina. Poco importaría que no nos favorezca, si sabemos desentrañarla en sus componentes profundos. Y si también sabemos mirarnos en ese espejo entonces podremos iniciar los trabajosos compromisos para trazar un nuevo límite que no expulse a La Tablada como locura de los otros, sino que la incorpore como la crítica que aún debíamos aprender a hacer.»
NOTA
1 Extracto del artículo del mismo nombre del sociólogo Horacio González; incluido en el trabajo colectivo La izquierda y La Tablada, publicado por Ediciones Cuadernos de Ideas (Buenos Aires, marzo de 1989)