Queridos Cococos:
Esta noche nos juntamos a celebrar el Día del Agricultor, que fue ayer. Pienso en tantos que cultivan sus propias plantitas, y no en los De Angeli, que alquilan sus hectáreas y se van al boliche, a escanciar scotchs mientras ven crecer el yuyo verde regado de glifosato.
A pesar de algunas metidas de pata a la hora de rematar a los cornetos, todo parece marchar viento en popa. Pero no hay que confiarse. Así que espero departiremos hoy diversas iniciativas para fomentar el bien común, la confusión de nuestros enemigos, preparar las exequias cívicas de Mauricio y exorcisar a la Carrió, que acaso intoxicada de caroteno, echa babas y espumarajos por la boca.
Les dejo ahora un excelente texto sobre un agricultor yanqui, perteneciente a Trampa-22, la inmarcesible obra de Joseph Heller. Como verán, en todas partes se siembran, cultivan y cuecen habas -y no sólo entre nosotros- a calderadas.
Nos vemos a partir de las 21 en nuestro galaico refugio de San Telmo.
Juan, jotajotasalinas@gmail.com
El padre de Mayor Mayor era un agricultor sobrio, temeroso de Dios, amante de la libertad; un individualista a machamartillo, respetuoso de la ley, que sostenía que la ayuda federal a cualquiera que no fuese agricultor era simple y asqueroso socialismo. Abogaba por el ahorro y el trabajo riguroso y abominaba de las mujeres livianas que no le hacían caso. Su especialidad era la alfalfa y hacía un buen negocio no cultivándola. El gobierno le pagaba muy bien todas las toneladas de alfalfa que no cultivaba. Mientras más alfalfa no cultivaba, más dinero le daba el gobierno, y todos los centavos que por este concepto cobraba los invertía en comprar más tierras para incrementar la cantidad de alfalfa que no cultivaba. El padre de Mayor Mayor se entregaba sin descanso a la tarea de no cultivar alfalfa. Las largas tardes invernales permanecía fuera, a la intemperie, indiferente a las inclemencias del tiempo, y todos los días, pasadas las doce de la mañana, solía saltar de la cama y comprobar por sí mismo que no se habían hecho, ni se harían, las faenas del campo. Invertía juiciosamente su dinero en tierras que no producían alfalfa y no tardó en ser, entre todos los agricultores que no cultivaban alfalfa, el que mayor cantidad de alfalfa no cultivaba. Los vecinos acudían a él en busca de consejo sobre todos los asuntos, porque había amasado mucho dinero y, por consiguiente, era un hombre altamente juicioso y sensato. “Lo que siembras, recogerás”, aconsejaba siempre. Y todos le decían: “¡Amén!”.
El padre de Mayor Mayor era un decidido campeón del ahorro gubernamental, siempre que este ahorro no le impidiera al gobierno cumplir el sagrado deber de pagar a los agricultores todo lo que éstos pidiesen por la alfalfa que producían y que nadie quería, o por no producirla. Era un hombre orgulloso e independiente, adversario frenético del seguro de desempleo, que jamás vacilaba en gemir y lamentarse y recurrir a todas las marrullerías y extorsiones para obtener ventaja de todo y de todos. Era un hombre devoto cuyo púlpito estaba en todas partes.
–El Señor nos dio a los buenos agricultores dos robustas manos para tomar todo cuanto podamos arrebatar con ellas –predicaba con sin igual ardor en los escalones del juzgado o enfrente del restaurante “A y P”, esperando que la joven cajera, siempre irritada y siempre mascando chicle, saliera a la calle y le lanzara una mirada venenosa–. Si el Señor no hubiera querido darnos todo lo que ansiamos, no nos habría dado dos buenas manos para tomarlo”.
Y los que lo oían murmuraban a coro: “¡Amén!”