Huracán, San Lorenzo y el muy posible asesinato de cuatro pibes.
Que haya clásicos de barrio que se hacen sin público vilsitante es, sin más, una confesión en regla de que fracasamos como sociedad.
Ayer se jugó un Huracán-San Lorenzo sin la hinchada del Ciclón, del que me desentendí porque estaba absolutamente claro desde el vamos que sería futbolíticamente un pésimo partido, ya que muchos de los jugadores de San Lorenzo -una mitad del equipo no continuó y fue reemplazada, dicen que por Tinelli- se habían conocido horas antes. De los que se han ido sentiré la falta del uruguayo Bueno (que volvió para salvarnos, lo que le agradezco mucho) de su rival Cigliotti (un buen jugador: con él me equivoqué porque me pareció que le chupaba un poco las medias a Carozo Lobardo… en cualquier caso, esa actitud sorbetriz, de haber existido, no obtuvo resultados) pero por sobre todas las cosas sentiré la falta de Néstor Ortigoza, un buen centrojás que también puede jugar de ocho antiguo, que tiene varias (pero no todas) de las condiciones de Román, el último purasangre que dio el fùtbol argentino a excepción de Messi, que es un auténtico milagro rosarino, gracias a dios, y que me recuerda un poco al ídolo de mi preadolescencia, mi primer amor futbolìstico: Oscar «Coco» Rossi, un ocho que, ya viejo, salía a la cancha en el viejo Gasómetro un minuto antes que el resto de sus compañeros de equipo y hacia un pequeño show de malabarismo con la pelota. Después, en la cancha, la hacía sencilla, o toque a los costados o pase en profundidas a un volante o atacante en condiciones potenciales de chutar a puerta, como le dicen los españoles al simple arte de patear al arco.
Mi siguiente ídolo fue, naturalmente, el Bambino Veira. Y es que el primer partido que vi en el viejo y único Gasómetro (que se llamó así porque estaba pegado a un globo de almacenamiento de Gas del Estado) fue, en 1963, su debut,. Entró en el segundo tiempo de un partido con el Vélez del cordobés Wellington, otro fenómeno. Recuerdo primero, acaso lo menos importante, que San Lorenzo lo ganó 3 a 1; segundo, lo mucho que me gustó el juego de Coco Rossi, y tercero, la belleza de Veira desplazándose sobre el pasto como si fuera sobre un colchón de aire, casi levitando, y su estilo, mezcla de Antonio Gades y Nureyev.
Una rara cualidad que vi después en otros grandes jugadores (los guiricatalans Cruyff y Schuster entre ellos). digo, esa de levitar.
A Coco Rossi lo sucedió Alberto Rendo, Toscanito. Rendo era más capo que el Indio Solari, el primer Indio Solari (el que lideró un equipo de Ríver y fue después entrenador) al que el de los Redondos le afanó, merecidamente, la progenitura.
Rendo era mejor incluso que Pando, el ocho de Ríver, y que Mura, el ya veterano ocho de Independiente. Claro que había un crack absoluto pero muy irregular (aunque no más que Riquelme) que salía a la cancha con el ocho pero a veces pasaba a comportarse como un nueve goleador, Ángel Clemente Rojas, Rojotas para diferenciarlo de Alfredo, El Tanque, un centrodelantero de cabezazo letal.
Por entonces, Beto Menéndez pasó de Ríver a Boca, un escándaloso salto de orilla que le abrió camino a la naturalización de otros resonantes pases de norte como los de Gatti y Batistuta. Hubo también alguno que hizo el recorrido inverso (El Conejo Tarantini) pero con muchas escalas en el medio.
Tras el retiro de Rendo, quedó en actividad un ocho excepcional, Osvado Ardiles, que integró el Huracán campeón de «Mefisto» Menotti en 1973 y el equipo mundialista que obtuvo la copa intercontinental en 1978, con aquellos goles de Kempes, para siempre sospechados de doping.
Pues bien, Tanto Coco Rossi como Rendo habían sido previamente jugadores de Huracán, Ardiles fue sólo de Huracán (y de Inglaterra dónde jugó la mayor parte de sus partidos) y Veira, nacido en un hogar quemero, que pasó de San Lorenzo a Huracán. No obstante, y a pesar de sus lapiceras, le hizo cuatro a Boca y le anularon el quinto, lo que hace que los que somos más santos que cuervos, más cristianos que clericales, le hayamos erigido un excepcional altar pagano. Hasta Leandro Romagnoli, el último de los ídolos azulgranas, es hijo de un quemero y fue hincha de Huracán en su infancia. En fin, que si San Lorenzo tiene una razón de ser, esa es escupirle el asado a Boca, no asesinar a nuestros íntimos parientes berretas del barrio, los del globo pinchado.
Con ellos solo cabe la solidaridad de los apaleados. Al fin de cuentas, Boedo, Patricios, Pompeya, son barrios sureros, castigados por las elites dominantes, y el impavido, impertérrito pavo de Macri.
El asunto (de la falta de hinchada visitante en los clásicos) tiene sus bemoles. La última vez que San Lorenzo visitó a Huracán en su lindo estadio allende los confines de la avenida Jujuy, el Tomás Ducó (un teniente coronel peronista que presidia Huracán cuando aconteció el 17 de Octubre) su hinchada (no sólo la barra brava) entre la que hay no pocas mujeres jóvenes, acosó, como puede verse acá, a la hinchada de Huracán.
Lo hizo con una melodía ultrapegadiza de Calamaro que me encanta. La letra dice así:
«¿Que te pasa, quemero? / todavía seguís esperando./ ¿Qué te pasa quemero? / En La Quema están todos llorando / Van pasando los años, jugadores y también dirigentes / pero no se dan cuenta que problema lo tiene la gente / que no alientan cuando / El Globo va perdiendo / Que no estaban cuando / te fuiste al descenso / que no aguantan cuando / ven a San Lorenzo… / Yo sé que duele, yo sé que es feo / pero a tu hinchada le faltaron huevos.
Es una canción hermosa, la de mi tribu. Aun así, no estoy de acuerdo en enaltecerla en vista de los antecedentes que enumero. Porque, en el estadio de infralimentación cerebral en que nos hallamos, la estrofa final, ese lapidario «faltaron huevos», es como una invitacion a la guerra.
Y lo cierto es que ya hubo muertos.
Escribo estas letras con el mismo cuidado con que suele hacerlo Horacio González. No me animo a abordar sin mas la muerte de chicos que apareció en la tapa de los diarios hoy. La tenebrosa del cadaver decapitado del bebé de un mafioso asesinado, pero sobre todo el de los tres nenes ahogados en la pileta de los ex jugadores de Vélez.
No creo que tres nenitos de cuatro y seis años puedan morir accidentalmente. Me da la impresión que que alguién los tiró al agua (no sabían nadar) e impidió con un palo que salieran de la pileta.
Si algo de eso sucedió, ya tenemos nuestra Aurora, Denver, Colorado.
Por eso, respecto a la letra… si la vamos a tomar al pie de la ídem…
Repito: no hay hermanos más próximos que los de Parque Patricios.
Ojalá lo de los pibes no sea como me parece que puede haber sido: La reacción asesina de quien se ha criado escuchando todo los dìas «Malditos negros de mierda, otra vez se colaron»; «Hay que matarlos a todos desde pendejos, así no joden», etc.
Un horror. Por suerte, vi que del caso se ocupa en Página 12 Pedro Lipcovich. Y del otro pibe, De Palma, Carlos Rodríguez. Dos excelentes profesionales.