La plataforma crítica
Por Teodoro Boot / Pájaro Rojo
H.L. E. ¡Más intelectual será tu madre!
Hernán López Echagüe tiene razón cuando dice que “intelectual” es –o más bien debería ser– un adjetivo, aunque erra al afirmar que como sustantivo no admite adjetivos que lo descalifiquen. Será que no lo admite el intelectual, porque sobre el pobre sustantivo se podrían llenar varias páginas de adjetivos descalificadores que le hacen juego. Y aunque López Echagüe se equivoque en más de una exageración, hay que admitir o coincidir con él en que –sea sustantivo o adjetivo– el término es muy impreciso y por extensión le puede calzar a cualquier marmota que se pase todo el santo día sin levantar el culo de la silla, en tanto y en cuanto se ocupe de asuntos abstractos. Un perito mercantil, llegado el caso.
En tal sentido, cuando un arquitecto está sentado ante el tablero, es un intelectual y cuando va a la obra, deja de ser intelectual y arquitecto para trasmutar en un cualunque maestro mayor de obra. En la primera de las personalidades puede revistar en Carta Abierta o Plataforma 2012. En la segunda, no, y será mejor que se deje de hacer el intelectual y se vaya a firmar solicitadas con los manuales.
Los manuales de los que hablamos no son los del colegio sino los tipos y tipas que no son intelectuales, pero tampoco vagos, chorros o malentretenidos.
De adjetivo a sustantivo
Volviendo a López Echagüe, al publicar su nota en la que afirma que intelectual, lo que se dice intelectual es su amigo el Rengo, quien espero que lo disculpe, alguien –probablemente el otro yo del editor del blog– (Boot se refiere a mi. N. del E) me temo que deslizó al final un comentario crítico, quedándose con la última palabra y con la primera. La nota no lo merece ni López Echagüe tampoco, por más que sea periodista, al fin y al cabo un oficio y no sólo un defecto.
¿Un periodista es un intelectual? ¿Y un escritor de ficción? A mí se me hace que son tan intelectuales como un contador público, a no ser que el novelista o el periodista, además de escribir, piensen. Pero así y todo, no alcanzaría.
Verán, López Echagüe en realidad la pifia de movida al asegurar que intelectual es un adjetivo. Eso sí: alguna vez lo fue, como el término “descamisado”, hasta que usado como insulto, el agraviado lo adoptó como sustantivo y definición de sí mismo.
El pérfido Zolá
Este mecanismo de tergiversación (“resignificación” dirían los de Carta Abierta y los de Plataforma 2012) no es privativo del populacho: lo usó Emile Zola cuando los patrioteros franceses lo insultaron: “Intelectual”, le gritó un Aldo Rico parlevú. Así, “intelectual” sin más, con lo que queda de paso demostrada la afirmación primigenia de Hernán López Echagüe: era un adjetivo. Pero Hernán no contó con la perfidia de los intelectuales, porque ahí nomás lo agarró Zola y lo transformó en sustantivo y definición.
Como el sustantivo les cabía a los que escriben libros y enciclopedias, quedó en poco tiempo convertido en un término que no admitiría adjetivos que lo descalifiquen, pero que en la realidad los admite. Y López Echagüe lo sabe muy bien, aunque se equivoca una vez más al suponer que “ahora los intelectuales de profesión empezaron a reunirse en proclamas políticas, en una especie de voz unívoca”.
En primer lugar, nadie para la olla haciéndose el intelectual: aparte de eso, tiene que hacer algo útil o, para decirlo de otro modo, por lo que a uno le paguen. Pero lo de reunirse en proclamas políticas no es de ahora: lo hicieron Zola, Mirabeau y Anatole France cuando saltaron en defensa del capitán Alfred Dreyfus y los patrioteros los tildaron de “intelectuales”.
De ahí en más, y con la ayuda de diccionarios y enciclopedias, intelectual pasó a ser todo el tipo que, dedicado a las ciencias y las letras, realiza una reflexión crítica sobre la realidad y hace públicas sus reflexiones por los medios de los que los intelectuales disponen, que son bastante más de los que dispone el Rengo.
Crítico por definición
Aclaremos un detalle que, habida cuenta de los burros con los que aramos, no deja de ser necesario: “una reflexión crítica sobre la realidad” no supone necesariamente un juicio crítico hacia un gobierno: por más que le cueste entenderlo a Blanck, Ventura, Pagni, Caparrós, Majul e imitadores, la realidade un país, una región, un planeta, excede bastante a uno, dos, diez o todos los gobiernos del mundo.
Tanto en el insulto primigenio como en la tergiversación de Zola, el intelectual –y en mayor medida cuando está amuchado–, es crítico. Y sino, no.
En sus inicios, Carta Abierta cuadró perfectamente en esta definición: se amucharon para hacer oír o más bien leer una voz unívoca, claramente crítica hacia el principal mito fundante de la cultura oficial argentina. De alguna manera lo mismo que hicieron Zola y France en un momento decisivo de la vida francesa y europea al cuestionar los fundamentos del chovinismo propio de las potencias de la época. Si eso no es ejercer la crítica en serio…
Que Carta Abierta se haya formado y manifestado en defensa de un gobierno determinado en un momento determinado, tampoco tiene nada de cuestionable. Al contrario: supuso por parte de los firmantes –sean o no “intelectuales” propiamente dichos– un inusual gesto de valentía, puesto que se manifestaban en defensa de un gobierno en apariencia agonizante y en oposición al stablishment cultural, intelectual, académico, mediático y económico.
Un vacio conceptual
De ahí en más surgieron una serie de equívocos, tanto por parte de Carta Abierta como de sus detractores. Por ejemplo, yo no sé muy bien para qué diablos sirve hoy Carta Abierta, fuera del admirable intento de practicar la literatura epistolar en forma colectiva. No parece que su función en la vida vaya a ser “alertar” al gobierno sobre tal o cuál error o desvío (¿con qué autoridad política podría hacer algo semejante sin caer en el ridículo?) o criticar a Guillermo Moreno, que ya bastante agrandado anda como para que encima se junten un centenar de intelectuales y se dediquen a sacarle el cuero.
A la vez, es un disparate suponer que la ausencia de críticas al gobierno por parte de Carta Abierta o de intelectuales o políticos cercanos al oficialismo sea algo parecido a una “monocorde hegemonía kirchnerista” (al que dice eso, más le valdría no mirar tanto 678 o leer Tiempo y Miradas al Sur, donde sí reina una monocorde –aunque no obligatoria– hegemonía kirchnerista).
Por otra parte, convengamos en que, aunque necesaria, la autocrítica no tiene por qué ser pública ni, mucho menos, a gusto de los detractores, de manera que no es sensato exigir a Carta Abierta, y por extensión al kirchnerismo en general, juicios críticos que ocupen el vacío conceptual que dejan los sectores supuestamente críticos, que son quienes deberían llenarlo.
Pido gancho
Es también una pretensión ridícula la de algunos “intelectuales” y periodistas de no ser criticados por el oficialismo cada vez que formulan un juicio o emiten una opinión crítica al gobierno. ¿Desde cuándo las personas adultas piden gancho, el que me toca es un chancho?
Pero de tanto equivocarse, López Echagüe termina teniendo razón, aunque no deja de darme escalofríos su ansia de ver en bolas a Horacio González y Beatriz Sarlo. ¿¡Y haciendo qué!?
Más allá de sus perversiones, López Echagüe tiene razón al decir que el pensamiento no es privativo del intelectual ni que el intelectual necesariamente piensa y, en todo caso, que no es cuestión de pensar mucho sino de pensar bien, cosa para la que el intelectual, de por sí, no tiene por qué estar necesariamente capacitado cuando a política nos referimos, pues de eso se trata: la disputa de que hablamos no es acerca de literatura medieval alemana, ni sobre si Saccomano se enoja con Sarlo por su interpretación del principio de incertidumbre (aunque, vistas ciertas perplejidades manifestadas, tanto Saccomano como Gargarella deberían leer un cacho a Heisenberg).
Una opinión no se le niega a nadie
Está más capacitado el Rengo (ese que antes era amigo de López Echagüe) ya que el pensamiento se nutre de la realidad, y un pensamiento transformador (que es al parecer lo que a todos los aludidos interesa) se nutre de la transformación de la realidad, y a ella vuelve en forma de acción. Cualquier otra cosa no es en realidad pensamiento, sino opinión. Y eso no es malo, porque los intelectuales también tienen derecho a opinar, tanto como Mirta Legrand, Jorge Lanata o Florencia Peña.
Esto es lo que entiendo de todo el embrollo que se me armó con lo de Hernán, Caíto, Gargarella, Sarlo y Saccomano. Pero lo que no entiendo, definitivamente, es por qué los intelectuales se tienen que juntar para recuperar el pensamiento crítico. ¿Por qué, directamente, no lo ejercen? Primero hacen las críticas y después, si están de acuerdo, se juntan, que es lo que haría cualquier persona normal, porque criticar, no sólo critica cualquiera sino que se puede criticar a cualquiera desde cualquier lado, desde posiciones y conclusiones opuestas. Un pensamiento crítico no es necesariamente un pensamiento unívoco. Federico Pinedo es tan crítico del gobierno como Claudio Lozano, pero no por eso necesariamente van a juntarse.
En fin, yo sé que los que quieren ser críticos son personas normales. ¿Entonces, qué les pasa? ¿No se animan a pensar solos? ¿Será que más cabezas piensan mejor que una? ¿O quieren salir en los diarios y para eso creen necesario hacer lo de las vedettes? Y lo de la plataforma… ¿para qué necesitan una plataforma? ¿Se piensa más y mejor de a muchos y en una plataforma? ¿Por qué diablos no la dejan subir a Beatriz Sarlo? ¿Qué tiene Beatriz Sarlo?
Deben ser cosas de intelectuales. Llamen un mecánico, a ver si los puede arreglar.