Irán, Israel y el atentado a la AMIA. Acusaciones que son una rémora del menemismo
No es amarga la verdad, lo que no tiene es remedio. Joan Manuel Serrat
Irán no tuvo nada que ver con el atentado. En su momento, y en la que fue su única contribución al esclarecimiento de la verdad, Horacio Verbitsky reveló que a horas después del ataque llegó un representante del gobierno de Israel que se reunió con el presidente Menem para acordar una versión falsa sobre lo sucedido. Obviamente, esa versión se centraba en acusar a Irán y tapar tras una densa cortina de humo a los autores materiales del asesinato en masa. Luego de haber estado más de tres años contratado como investigador por la propia AMIA y de haber seguiido el tema hasta hoy, mi certeza es que no se quiere identificar a los mercenarios locales que perpetraron el atentado porque, si se lo hiciera, saldría a la luz que las bombas (la de la Embajada y las dos que derrumbaron a la mutual hebrea) se pusieron como represalia a «mexicaneadas» en el tráfico de armas y drogas, tal como expliqué en mi libro Narcos, banqueros y criminales. Drogas, armas y política a partir del Irangate y en muchos artículos que están en la red.
Ignorando lo revelado por Verbitsky, Raúl Kollmann, que es en Página/12 el principal encargado de operaciones inconfesables pero redituables, nada y guarda la ropa. Así, aunque admitir distraidamente que la investigación «según la justicia, fue desviada de forma intencional durante el gobierno de Carlos Menem», antes le había reprochado enfáticamente a Irán que «nunca se presentó ante un juez argentino ni expuso en forma seria sus argumentos», invirtiendo la carga de la prueba, aún cuando tiene a bien reconocer poco después que hay un antecedente en que las supuestas pruebas reunidas por el inefable fiscal (diz que israelí en comisión) Alberto Nisman «fueron evaluadas por un tribunal independiente. Ocurrió en Londres, cuando la justicia británica detuvo, por pedido argentino, al ex embajador de Irán en Buenos Aires, Hadi Soleimanpour. El entonces Juan José Galeano envió las pruebas a Londres y el tribunal de esa ciudad no sólo las consideró insuficientes sino que liberó a Soleimanpour y le pagó una indemnización».
¿Por qué, entonces, habría de extrañar que Irán, ya estufado, le pida respetuosamente a nuestro Gobierno «que desista de reiterar las improcedentes hipótesis y lugares comunes inventados por una administración corrupta en la década de 1990 para encubrir a los autores reales y que, en lugar de ello tomen medidas efectivas y lleven a cabo investigaciones rigurosas para descubrir la verdad».
Todo es tan evidente… que el Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel, a través de su encargada para América Latina, Dorit Shavit, apenas atinó a balbucear que «Todos nosotros, tanto la Argentina como Israel, sabemos que Irtán planificó los atentados…». Bull shit. Hasta un nene de teta puede preguntarse por qué, si Irán hubiese sido el instigador de los ataques, Israel se esmeró en conseguir que Menem desviara las investigaciones.
Por lo demás, a Tuni Kollman y a sus editores les importa tan poco este viejísimo bluff que entre los funcionarios cuya detencion reclama formalmente argentina sin pruebas y pour la galerie, ponen en fotos al asesinado (presumiblemente por el Mossad) Imad Moughnieh, y Kollman escribe que Abolhassan Bani Sadr fue «presidente en tiempos del sha» cuando en realidad fue el primer presidente de la revolución islámica dirigida por el ayatolá Jomeini que derrocó al sha en 1979. Es igual: sólo se trata de demonizar.
Eso si, Tuni siempre satisface a su jefe tras bastidores, Jaimito, el espía de amianto. Para eso, repite como un mantra el sonsonete de que «hasta hoy no se sabe dónde se armó la camioneta bomba, quien proveyó los explosivos, cuando y dónde s emontó el artefacto en el vehículo…», etc. Y es que si se dejara de lado el invento magistral de los asesinos, es decir, la supuesta existencia de camionetas-bomba, se podría averiguar con facilidad quienes pusieron las bombas aprovechando que ambos edificios se encontraban en refacciones.