ISIDORO BLAISTEN. Recuerdo de un gran escritor que propuso «La Salvación» y cumplió
Fue en el 2004 cuando tuve una neumonia y me internaron en la Mater Dei. ingresé cuando acababa de morir allí Isidoro Blaisten, un escritor por el que siento el mayor de los aprecios desde que en épocas muy difíciles compré y leí de un tirón «La Salvación» que, sí, me salvó como ningún telepredicador hubiera podido hacerlo. Todavía hoy, recuerdo el enorme impacto que me produjeron cuentos como «Victorcito, el oblicuo» y «Los Tarmas». Tengo para mi que él (como Fontanarrosa, como Boot) es un grosso, y nunca entendí porque, teniendo una librería en Boedo y siendo tan avanzado en sus ideas, casi subversivo, siempre publicó en La Nación. Será que tenía una faceta conservadora, o amihos en el largamente centenario matutino fundado por Don Bartolo. Que publica esta reseña que merece mucho la pena leer. Como bonus track, luego, una breve entrevista que le hicieron los compañeros de Sudestada. JS
Isidoro Blaisten reeditado: una literatura contra la solemnidad
La reedición de Anticonferencias rescata una serie de textos en los que Isidoro Blaisten propone, con humor e irreverencia, una teoría literaria que se opone a los lugares comunes, y es ejemplo de una voluntad de volcar lo coloquial en la escritura «seria»
POR GRACIELA MELGAREJO / LA NACIÓN
“La fiera ruge y el ángel canta”. Así se llama la tercera parte de Anticonferencias, un largo reportaje hecho sobre la base de otros reportajes, con la que finaliza este libro de Isidoro Blaisten (1933-2004) que Tusquets reedita ahora, en la colección Rara Avis al cuidado de Juan Forn.
Es el propio autor el que se encarga de explicar allí por qué eligió esta frase y qué significa para él. Dice Isidoro: «¿No es hermoso? La fiera ruge y el ángel canta. ¿No es eso la literatura? Para mí la literatura es eso: un lugar desolado donde si la fiera no ruge el ángel no canta». Es a partir de esta definición -curiosamente o no, está al final del libro- que Isidoro construye toda su literatura, la que incluye, en un lugar único e irreemplazable, el humor. También al humor le dedica una definición que es y será inolvidable: «La penúltima etapa de la desesperación».
Para quien ha sido un testigo privilegiado de la escritura de gran parte de la obra de Blaisten, como es mi caso, es interesante analizar esta serie de reediciones de sus obras, que comenzó incluso en los meses posteriores a su muerte, el 28 de agosto de 2004, con la publicación de los Cuentos completos, en Emecé. De manera aparentemente casual, en el mismo año se publicaron su último libro (y su única novela), Voces en la noche, y esos cuentos, por los que se había hecho conocido y respetado.
Para lectores memoriosos de su obra y para los más jóvenes que habían oído hablar de ella, fue auspicioso que el editor Gito Minore reeditara, en 2014, y para la colección Rescate Poético de la editorial Punto de Encuentro, su único libro de poesías, Sucedió en la lluvia, género al que IB había renunciado voluntariamente porque, como aclara también en Anticonferencias, «a mí me da mucho miedo la poesía, porque tomada en serio, como manera de vivir, es un estado peligroso y latente que conduce a la locura».
El año pasado, la editorial Mil Botellas reeditó Carroza y Reina, treinta años después de su primera edición, en 1986, en Emecé. Algunos de sus cuentos, como el que da el título al libro, siguen teniendo una cruel actualidad.
Ahora se reedita Anticonferencias. Un texto que hizo decir a Juan Sasturain en su reseña crítica para el diario Clarín, en enero de 1984, que era «diverso y cambiante», en el que «contra los lugares comunes -que cada vez son más, porque todo es paulatinamente ocupado por todos- se pronuncia una vez más Isidoro Blaisten. Sus Anticonferencias pretenden la irreverencia: no son conferencias sino lo contrario o, al menos, una forma especial de ellas marcada por la informalidad, el humor, la sorpresa».
Isidoro siempre rescató la magia en todo, en la vida y en la literatura. Y algo de magia habrá para que sea, otra vez, Juan Forn el encargado de reeditar las conferencias que no son conferencias. En 1983, Isidoro tenía en su haber como escritor dos best sellers: Dublín al sur (1980) y Cerrado por melancolía (1981), y Emecé había decidido publicar «autores que no fuesen de la casa» (escribe Juan Forn en el prólogo).
Sobre la base de una conferencia, «Aburrimiento y literatura», repetida durante diez años con variaciones que la iban enriqueciendo, se construyó un libro nuevo, con otros textos aparecidos en suplementos culturales de algunos diarios y revistas, y una anticonferencia nueva, inédita, «Ensayo sobre lo obvio», que es, también, toda una teoría literaria, aunque no explicitada como tal, sobre cómo volcar lo coloquial a la escritura «seria», y el contraste entre lo realmente literario y la solemnidad con apariencia de profundidad. Nada extraño, si recordamos que el discurso que Isidoro dio en la Academia Argentina de Letras -el día que se lo recibió como académico de número, el 12 de septiembre de 2002- tenía como título «La solemnidad destruida»: «Mi humilde teoría consiste en afirmar que, entre otras cosas, la literatura es solemnidad destruida».
Por eso, entre los muchos autores conocidos y los que no tanto que aparecen nombrados en Anticonferencias, está María Moliner en un lugar de preferencia. En 1983, cuando María (los que amamos a María Moliner y su obra monumental simplemente la llamamos María) y su Diccionario de uso del español eran familiares sólo para los lingüistas y los lexicógrafos, Isidoro adhirió inmediatamente a esa concepción del estudio y ordenamiento de la lengua a partir del habla. Una idea que lo preocupaba y ocupaba, y que lo llevó a escribir, en 2000, un artículo que se publicó en el Suplemento Literario de la nacion, «Apuntes sobre el lenguaje de los argentinos», y que terminaba así: «Nuestro lenguaje coloquial implica una ejercitación poética constante que, de alguna manera, nos rescata de la angustia cotidiana. Busca la salvación por el humor y como toda creación conjura el fracaso».
A Anticonferencias le siguió, unos años más tarde, una continuación, Cuando éramos felices (Emecé, 1992), escrito con ese mismo espíritu libre, iconoclasta, burlón pero tierno y piadoso a la vez. Había proyectado un último libro que cerrara la trilogía de ensayos -Gente de antes como título posible-, con nuevas «anticonferencias» y el ya mencionado discurso en la Academia, y que quizás alguna vez se publique.
Por el momento, y con Anticonferencias recién aparecido, vale la pena preguntarse qué vínculo establecerá hoy con sus nuevos lectores. ¿Será el mismo que hizo que, en el momento de su primera aparición, tuviera tres ediciones seguidas y figurara varios meses en las listas de best sellers?
Ojalá sea el que Isidoro Blaisten avizoraba en el final de su discurso académico y que tan bien se aplica hoy a la Argentina en particular: «Quizás, algún día, en este país, se alcance la buenaventura. Será el día en que los gobiernos se den cuenta de que pasarán los funcionarios, las crisis y las furias, y lo único que perdurará en la memoria unánime de la gente será lo que dijeron los poetas y lo que escribieron los escritores».
Entre líneas
Isidoro Blaisten: «El humor no se compra en la farmacia»
Para Isidoro Blaisten (1933-2004), su último libro Voces en la noche, fue mucho más que una primera novela. Fue el desafío de un cuentista de raza por profundizar en sus propias fronteras: el vicio por la precisión, la brevedad, el efecto, lo inesperado.
N° 33 – Octubre 2004
A Blaisten le sorprendía las dimensiones que había tomado su trabajo: «Alcancé las 300 páginas, a veces me parece que es mucho», decía. Esa visión del espacio, era lo único que le permitía asegurar que Voces en la noche -publicado después de nueve años de silencio editorial- pertenecía al género novelístico. «Es la novela de un cuentista» advertía, como si quisiera dejar en claro el origen de ese largo juego: «Terminé la historia casi sin darme cuenta. Todo empezó con un cuentito. Como yo no manejo la computadora, tengo que esperar a que mi mujer pase mis relatos a la máquina. Cuando terminé le pedí a ella que hiciera el trabajo; por distintas razones se demoró en transcribirlo, y yo seguí escribiendo ese cuentito que se transformó en mi primera novela».
Si la casualidad hizo que la historia de un corredor de camisones y otras prendas femeninas preocupado por los destinos de la literatura, creciera día a día; el oficio hizo el resto. Voces en la noche -armado a través de 249 textos- es una suerte de mamuschka rusa, conteniendo infinidad de gestos y formas (la estructura cíclica del cuento, la justeza de micro cuento, la hondura de poesía, el absurdo cotidiano, la reflexión, etc) que Blaisten frecuentó desde su primer libro de poemas Sucedió en la lluvia poemas (1965) hasta el último de relatos: El Acecho (1995).
Como en sus innumerables oficios (corredor de libros, librero, fotógrafo ambulante de plazas porteñas) por la novela de Blaisten pasan sus obsesiones siempre ancladas en el baldío de la mishiadura y poniendo en evidencia una marginalidad que incluye antihéroes, buscavidas, desocupados, seres tragados por la rutina o el destino cambiado, metidos hasta el cuello en un sueño módico o en una empresa disparatada. El viaje emprendido por Blaisten en libros ya clásicos como La Felicidad, El mago, La Salvación, Dublin al sur, o el extraordinario Cerrado por melancolía, siempre se desarrolló entre el humor que «desgarra el velo de la estupidez» y la poesía que «descorre el velo de la belleza».
Novela para agradar y una conversación
«Parece que un escritor no es tal si no escribió novelas. Durante años me preguntaban ‘Isidoro ¿para cuándo la novela?’ Tanto insistieron que dije ‘acá está'», decía Blaisten en 2001 cuando su novela, en pleno proceso de corrección, llevaba como título tentativo Novela para agradar. En aquel tiempo, sólo corregía: «Lo que la gente ignora es que yo he escrito varias novelas, sólo que después quedaron reducidas a cuentos, ya que fui seleccionado cuidadosamente el material escrito. Generalmente se procede al revés».
Mucho antes, cuando Blaisten oía desde lejos las voces de la muerte que le recitaba haikus como hace la señora Tokoyama en su novela, el narrador se distendía y, como un maestro zen, se dedicaba a conversar sobre literatura. Vaya aquí la trascripción de aquel diálogo, no como homenaje, sí como enseñanza.
¿Por qué la escasa presencia del humor en la narrativa actual?
Ocurre que el humor no se compra en la farmacia, el humorismo es la penúltima etapa de la desesperación, tratar de imponer el humor, es -como dicen los chicos- ‘ser gracioso sin gracia’. Yo nunca pretendí hacer humorismo, incluso a veces me pongo serio y trato de presentar trabajos con cierta seriedad, pero me río de mí mismo, es mi lado personal., totalmente autoreferencial. El ejercicio del humor es una salida desesperada a la realidad del país, porque de otra forma uno se mata. Por otro lado, la gente está muy enferma de solemnidad. Hay que saber reírse de uno mismo, no creerse el centro del mundo. La frase «se la cree» sólo la entendemos los argentinos. Se la creyó, ¿qué es lo que se cree?. Lo más terrible para un escritor es ser víctima de la soberbia. Adolfo Bioy Casares decía que la vanidad traía mala suerte. Ése es el lema de mi vida.
Su obra cuentística se ubica entre su primer libro que fue de poesía («Sucedió en la lluvia») y ahora esta novela. ¿Cómo se dieron esos cambios?
Como dijo Faulkner cuando le entregaron el Nobel: ‘escribo novelas por la imposibilidad de escribir cuentos y escribo cuentos por la imposibilidad de escribir poesía, sigo escribiendo’. Soy un gran lector de poesía y sigo escribiendo poesía que nunca publicaré por razones personales. Mi curiosidad es tal, que a veces busco en las librerías los libros de autores jóvenes poco conocidos.
¿Cómo se fue transformando su visión de la literatura?
El gran poeta Nazim Hikmet escribió ‘sin jactarme querida pasé como una bala estos diez años de encarcelamiento pues guardo como entonces, salvo este mal al hígado, el mismo corazón y el mismo pensamiento’. Creo tener el mismo corazón y el mismo pensamiento que cuando tenía 20 años. Sigo cometiendo los mismos errores. Envejecí sin crecer.
¿Cuáles son los disparadores que originan sus historias?
No tengo un método establecido para escribir. Así como no hay un impresión digital igual a la otra, no hay disparadores de un relato que se asemeje a otro; intervienen muchos factores que escapan a la lógica. Yo mismo tengo una historia sobre mi relato Victorcito el hombre oblicuo. Yo fotografiaba niños en las plazas y visitaba sus domicilios para venderlas. Muchas no se vendían, pero una tarde me las compraron todas; la plata equivalía a un mes de pago en la pensión donde vivía. Esa tarde regresé muy confuso y difuso, y en lugar de apretar el botón del ascensor de la pensión, toqué el timbre en una casa. Con la puerta entornada, una mucama me preguntó a quién buscaba. Yo la miré y no pude decir palabra. De aquí salió Victorcito, el hombre obliquo. Todo esto para decir que no hay una explicación que justifique el ejercicio de la creación. Hay motivos del corazón que la razón no entiende y motivos de la creación que la razón ignora. Si estuvieran establecidos los factores que determinan la creación, los críticos deberían ser los grandes cuentistas y eso, gracias a Dios, nunca sucedió.
Gracias por recordar al gran Isidoro Blaisten autor de, por lo menos, uno de los mejores cuentos de la literatura argentina «Lotz no contesta». Graciela Melgarejo que firma el artículo, fue su última mujer.