La crisis mundial y europea y el papel de China

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Entrevista a Rafael Poch:

«Europa se encuentra en una encrucijada: repetir el 1930 o el 1848»

    
    POR ÀNGEL FERRERO | 13/08/2012/ 
    Setmanari de Comunicació La Directa (Barcelona). Traducción de Montserrat Mestre

Rafael Poch (Barcelona, 1956) es un referente en el mundo del periodismo. Ha sido corresponsal de ‘La Vanguardia’ en  Moscú, Pekín y Berlín, ciudad donde reside actualmente. Es autor del libro «La actualidad de China. Un mundo en crisis, una sociedad en gestación» (Crítica, 2009). Conversamos con el sobre el papel que juega esta potencia emergente en el mundo actual, sobre la crisis y sobre los posibles escenarios de salida.

¿Como ves Europa, desde el punto de vista económico y de la dinámica social, en comparación con China y América Latina?

Volver a Europa después de pasar más de 20 años fuera fue como empezar a bostezar. Los años  90 y la primera década de este siglo han sido soporíferas socialmente, de mucha apatía social. Durante los años 80, el continente estaba  dividido entre dos amalgamas estrambóticas: capitalismo y democrácia  al oeste y socialismo y dictaduras al este. La tensión entre estas amalgamas moderaba un poco el capitalismo del oeste. Ahora, Europa se ha unificado, con el resultado de más desigualdad y  más explotación, tanto al este como al oeste. Pero este cambio –que, evidentemente, no ha sido igual a todos los  países– no ha tenido contestación. En España, por ejemplo, tuvo lugar lo que yo llamo pavimentación intelectual de la sociedad: una cierta norteamericanización, un cierto espíritu carrinclón de nuevo rico hipotecado… El resultado final fue parecido en todas partes: retroceso de los movimientos sociales y de la conciencia crítica. Mientras tanto, en China, se vivía un avance extraordinario de la economía y de la contaminación, con el proceso de urbanización más grande de la historia. De América Latina, sólo puedo hablar por lo que he oído, pero es evidente que ha habido un despertar social que ha tenido consecuencias políticas en  media docena de países, con el resultado de una inusitada capacidad de autonomía del vecino grande del norte, los Estados Unidos, y una serie de iniciativas coordinadas al sur, cosa que es nueva y esperanzadora.

Tú has citado aquella frase de Merkel en un artículo: «Nadie debería de dar por hecho que habrá  otro medio siglo de paz y prosperidad en Europa». ¿ La puedes comentar?
La estabilidad en que han vivido los europeos durante las últimas dos o tres generaciones se sostiene sobre unas bases muy frágiles, que ahora la crisis ha puesto en cuestión. Pero, en Occidente, no hay conciencia de que puede haber un hundimiento como  lo que pasó en la URSS durante los  años 90, en Argentina con el corralito, o la normalidad  de cualquier nepalés medio que es un hundimiento en sí. Eso hace que aun se baile sobre la cubierta del Titánic. Cuando hablo de crisis, me refiero a un asunto que tiene tres vertientes. La primera es la financiera: el hundimiento del castillo de cartes piramidal, especulador y ladrón. La segunda es la consecuencia que tiene este hundimiento sobre la economía real, con empresas que cierran, sectores inflados que se desinflan, gente que pierde el trabajo y una generación de jóvenes sin futuro. La tercera  vertiente es la principal: se trata de una crisis asociada a un cambio global antropológico, del  cual el calentamiento global planetario es el escenario más conocido y popular. Esta tercera  vertiente es superior, porque  contiene a las anteriores y muchas más. Al lado de esto, la  crisis del neoliberalismo es una anécdota, casi una nota a pie de página.  El reto de la crisis neoliberal, cuando estalló,  en el año 2008, era aprovecharla para afrontar toda la crisis en conjunto, con una transición energética, un cambio de modelo, de compatibilidad, de racionalidad económica, de relación con el medio, y  naturalmente,  de valores. Lo que se llamó New Green Deal. No se saldrá de esta crisis sin reformas estructurales e institucionales profundas, para las cuales es necesario un movimiento social internacional fuerte.

La burbuja inmobiliaria española favoreció a Alemania. ¿Quá hay  detrás de la  propaganda contra «los vagos del sur»‘?
Por encima de todo,  la vana esperanza de que el país puede salir de la crisis. Alemania había sido un país con una relativa nivelación social, como el Japón, con un estado social generoso y unas relaciones laborales mucho más decentes que las de la mediana europea. En el año 1990, la  anexión de la RDA, que costó un  billón de euros, puso fin al «cuco»  comunista, que era el principal incentivo del modelo social alemán. El hecho que los productos alemanes se convirtieran en más competitivos en Europa y alrededor del mundo se consiguió, en buena parte,  congelando salarios y generalizando la precariedad laboral. Este desmontaje social y laboral contribuyó a afirmar la potencia exportadora alemana, pero desequilibró aun más el interior de la zona euro. Con la entrada del euro, Alemania obtuvo un superávit comercial de 800.000 millones de euros dentro de la eurozona, lo cual generó un agujero equivalente en los países menos competitivos del grupo. Las empresas alemanas (pero no la población alemana) ganaron mucho dinero e inviertieron gran parte de los beneficios en el exterior, capitalizando  la estafa inmobiliaria de los Estados Unidos, la destrucción del litoral español, buena parte de las fantasías irlandesas o griegas, etc. Desentenderse de eso y hacer ver  que la situación es el resultado del maniqueismo entre países virtuosos y países que son unos manirrotos, denota una gran desvergüenza. La crisis la desencadenó el sector privado, especialmente los bancos que financiaron  la pirámide inmobiliaria que se hundió. El nacionalpopulismo, según el cual el problema son unos países del sur malgastadores que «no han hecho los deberes» y  donde la gente corriente vivió «por encima de  sus posibilidades», permite que el gobierno  alemán canalice el descontento de los contribuyentes alemanes por los  centenares de millones transferidos a los bancos como  consecuencia de la irresponsabilidad de los mismos a la hora de invertir en el casino global. Reconocer  la realidad significaría revisar los últimos 20 años de política económica y social alemana, que se han presentado como resurgentes y modélicos para el resto  de Europa.

Pero,¿ es que no lo fueron?
Sólo fue un resurgimiento para los empresarios y para los más ricos. Desde la anexión  de  la RDA, la economía alemana ha crecido cerca de un 30%, pero el resultado no ha sido una prosperidad general, sino un incremento enorme de la desigualdad. Desde el año 1990, los impuestos a los más ricos han bajado un 10% y la imposición fiscal a la clase media ha subido un 13%; los salarios reales se han reducido un 0,9% y los ingresos por beneficios y patrimonio han aumentado un 36%. Desde el punto de vista de la desnivelación social, actualmente, Alemania es un país europeo normal: el 1% más rico de la población concentra el 23% de la riqueza (una relación parecida a  la que había en los   Estados Unidos en el año 2007) y el 10% más  favorecido, concentra el 60%, mientras que la mitat de la población sólo dispone del 2% de la riqueza.

¿Porqué aun rechazan la emisión de eurobonos?
En parte, porque  el gobierno alemán es rehén de su propia leyenda populista. La leyenda dice que Alemania es el gran pagador de Europa, la gran víctima. Su contribución a los rescates europeos es, efectivamente, la más grande en términos absolutos, pero sólo porque su economía y su población son las más grandes. Eso no lo dicen, de la misma manera que tampoco dicen que han sido los  beneficiarios más granes de la existencia de la moneda única. Pero sería injusto no agregar esto: si la actitud alemana es obtusa, ¿cómo hemos de cualificar el disciplinado seguidismo masoquista de los gobiernos de Francia, España y el resto? En España, ni tan solo ha habido un mea culpa por el  «ladrillazo». Los  aeropuertos inútiles y las actuaciones de destrucción del litoral no han llevado a  nadie a prisión. Bien al contrario, el discurso político del PP reivindica aquella etapa de crecimiento. Es una casa de locos…

Y sobre el peligro de los populismos, que en el ámbito económico presentan propuestes que deberían haber llegado desde la izquierda…¿nos encontramos ante  una repetición de los años  treinta?
Europa se halla en una encrucijada. Alguna cosa se moverá, porque se ha creado un agujero y hay una exigencia de responder ante la nueva situación. Se puede opinar sobre qué dirección tomarán  las coses. Hay indicios  tanto de 1930 –aumento del menosprecio hacia los débiles, el darwinismo social, el racismo y el auge del discurso y  la práctica de la extrema derecha– como de 1848, de una primavera de los pueblos de carácter internacionalista, ciudadana y social. Pero no nos engañemos para este segundo escenario positivo, hace falta trabajo, compromiso y organitzación. No hay suficiente con el espontaneismo festivonarcisista y el «happening» on line.

Teniendo en cuenta como se toman las decisiones en relación con los recortes en el Estado español o en Italia, ¿hacia dónde vamos? Modificaron la Constitución sin referéndum, ya no consultan a la ciudadanía sobre los nuevos recortes…
Una cierta austeridad popular a cambio de desmontar el «casino» podría haber sido aceptable, al menos en los países más ricos de Europa, pero el intento de que Europa regrese  al siglo XIX en los ámbitos social y laboral sin tocar el «casino» y por decreto, evidentemente, no es democrático. Rompe lo que quedaba del contrato social europeo de postguerra, allí donde lo hubo. El hecho de imponer las políticas de ajuste ha reventado la soberanía nacional, que, por otra parte, nunca gobernó ni decidió las principales cuestiones económicas. Aunque no todas las democracias son iguales (en Noruega hay  más democracia que en España; en España hay más que en Rusia, en Rusia más que en Haití), la democracia realmente existente tiene muy poco que ver con su genuino sentido de poder popular. La tendencia que hoy gobierna Europa disuelve hasta esta caricatura de democracia. Todo eso  supone un desafío directo a los pueblos de Europa, que esperemos  que sea dirimido en una primavera rebelde al estilo de 1848 y no en un auge de la extrema derecha, el militarismo y  la irracionalidad. En España, el regreso de los postfranquistas al gobierno es un incentivo para  los movimientos sociales, porque crea condiciones más confortables para una contestación ciudadana sin complejos de hacer el juego a la derecha.

¿Cómo ha gestionado la crisis China?
China fue el único país que era consciente que tenía una posición crítica dentro de la globalización antes que estallara la crisis.En el año 2002, cuando llegué  a Pekín, sus dirigentes ya pensaban en cambiar el modelo y  pasar de un modelo puramente exportador, muy dependiente del mercado global y expuesto  a sus sacudidas,  a uno más endógeno, basado en el consumo interno. Para eso era necesario invertir más en la población pobre, para que pudiera consumir y alimentar el nuevo esquema. Ahora, China se propone crear un sistema de seguridad social para su enorme población. Si durante los años 90 hacía experimentos capitalistas en determinadas regiones, ahora hay experimentos sociales –como el de Chongking– que recuperan un cierto discurso maoista nivelador. Todo eso, junto con la supremacía del ámbito político y con  el control que tiene el partido sobre las finanzas (el jefe del Banco Central es nombrado por el  partido y los jefes de los bancos principales son miembros del Comité Central), le permite un cierto control de la situación y una capacidad de juego mayor  que la que hay en  Occidente. Dicho esto, hay que recordar lo más importante: el hecho de que el país presente las contradicciones planetarias en el máximo grado de concentración. Si el crecimiento se detiene, el país puede inaugurar otro gran desorden («da luan»), un concepto  chino parecido al ruso «smuta» que describe las etapas de caos que marcan sus hitos históricos.

En tu libro sobre  China, dices que «nuestro futuro depende de China, donde hallamos representados  todos los problemas de la crisis».
En el libro, intento presentar un país que es paradigma de la crisis mundial, lo cual me parece más realista y adecuado que recrearse en las leyendas de la «nueva amenaza china» y  la «próxima superpotencia hegemónica» que nos  venden las tendencias mediáticas. La expansión  desarrollista chinesa manifiesta, en última instancia, que la economía mundial inventada por Occidente es inviable. Los  éxitos chinos de los últimos 30 años  se han llevado a cabo  sobre modelos en crisis, cosa que contiene más certezas que sospechas sobre el hecho de que incluyen muchos desastres. Lo que digo  es que, si los chinos consiguen salir de la crisis antropogénica, de la crisis mundial de civilización, aun con su desventaja patente en cuanto a población, recursos, etc., entonces eso quiere decir  que todos los demás también podemos salir. Esta es la gran actualidad que tiene China, que da título al libro.


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