La disyuntiva frente a la emergencia de un Capriles autóctono

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Dicen que la disyuntiva es camuflarse con el enemigo (como hace éste con uno) o diferenciarse. Lo primero ya lo hemos hecho en la provincia. Y no nos ha ido bien.

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«El que busca encuentra» dice esa frase tan trillada para dar cuenta de la importancia de insistir en un objetivo. Nunca más oportuna en este caso: inalmente y después de mucho andar la opo encontró su Capriles. En dos post anteriores acá y acá (necesaria autocita para no abundar en los detalles)  hicimos referencia a esta búsqueda opositora por encontrar un candidato que sintetice en un solo espacio las expresiones de cambio y continuidad en relación al gobierno. El efecto «Capriles», el primer y único político venezolano que representa un peligro para la continuidad del chavismo, se ofrece como una estrategia para «combatir» a los gobiernos antineoliberales de la región (también llamados populistas, exageradamente autoritarismo competitivo, etc). En Ecuador y Bolivia, aún las oposiciones están fuertemente marcadas por lo «anti» y no expresan rasgos de continuidad con la expresión política que pretenden superar.
Es decir, el antievismo y el anticorreismo aún persisten obstinadamente en un enfrentamiento directo y total frente a los dos presidentes más populares de la región en la actualidad. Las consecuencias de esta actitud hostil son la reciente reelección del ecuatoriano y el seguro triunfo de Evo en la presidencial del año próximo. Esta estrategia, hay que recordar, fue la seguida por el antichavismo durante los años 2001- 2010 que grandes sinsabores le ocasionó y que le permitió llevar adelante un giro en la misma. Debe señalarse, como se observa en la actualidad, que este giro en la táctica electoral va de la mano de una política de desabastecimiento y guerra a la administración Maduro, con lo que ocasiona daños colaterales a la propia unidad chavista.

En nuestro país, la oposición bregó en la búsqueda de ese dirigente, que paradójicamente (o justamente) surge del seno del propio partido de gobierno. Sergio Massa, de origen liberal (o conservador, tratándose de nuestro país), exmenemista, exduhaldista y exkirchnerista (en el cual tuvo su actuación más conocida como director del ANses y jefe de gabinete en tiempos de la Ley de Medios) tuvo una carrera veloz que lo convirtió en el niño mimado de la prensa local. Dos veces intendente de Tigre, un municipio ordenado y otrora gobernado por un partido local, Massa se convirtió el domingo 27 en el dirigente más votado en todo el país. Las luces del triunfo lo enfocaron en forma directa, otorgándole un futuro presidencial a dos años vista. Como dijimos hace poco, dos años en nuestro país son una eternidad, pero desde el lunes 28, el crédito del PJ disidente arranca en la pole position.

Los parecidos de Massa y Carpiles son realmente notables. Comenzaron desde jóvenes la praxis política, tuvieron experiencia en la gestión de gobierno (en el caso Massa nacional, Capriles en la arena provincial), se trata de dos liderazgos que desdeñan la construcción partidaria, vencieron en elecciones provinciales a importantes referentes oficialistas (Massa al tándem Scioli- Insaurralde en Buenos Aires y Capriles a Diosdado Cabello y a Elías Jaua en Miranda), son dos dirigentes de muy buena relación con la embajada norteamericana y por último tienen un parecido corporal increíble Lo que queda a dilucidar es el cuánto de continuidad y el cuánto de ruptura representa la opción Massa. Desde lo discursivo, al igual que Capriles, el intendente de Tigre se muestra más como una opción superadora que opositora («no somos oposición, somos la solución», declaraba hace un tiempo Capriles). La labilidad de su discurso y de su posicionamiento frente al kirchnerismo se convierte en una estrategia en sí misma, que al igual a la de su homónimo venezolano, gira en torno a una combinación permanencia y quiebre en el marco de una oferta política que se caracteriza por la estabilidad. Es decir, los rasgos de continuidad se expresan en un conjunto de medidas oficiales, como son la AUH, los trazos principales del modelo económico industrialista, la política jubilatoria, entre las más importantes y los de ruptura se afincan en las políticas de seguridad, inflacionaria y de control de cambios, por decir algunas. La lógica de esta estrategia, entonces, descansa en no mostrar la «hoja de ruta» para la gestión de gobierno, sino en perfilarse como el estadista que dará previsibilidad y seguridad al electorado (utilizaríamos el concepto  gente, si el Grupo no la hubiese agotado) sin grandes sobresaltos. Lo que se oculta del devenir futuro, se encubre con papel de regalo y en formato mix continuidad- ruptura, disimulando con ello la verdadera propuesta «superadora» de esta nueva oposición política.

Como dijimos, esta nueva estrategia para enfrentar a  los distintos liderazgos presidenciales sudamericanos que se caracterizaron por un sorprendente éxito en la aplicación de sus políticas económicas y por una extraordinaria prolongación de su estadía en la gestión del estado, representa un cambio en la modalidad de enfrentamiento opositor. Una década de frustraciones en la recuperación de la política económica, le permitió a la derecha regional repensar sus estrategias y plantear nuevas formas de enfrentamiento a dichos primeros mandatarios.  Como se dijo, esto emparenta las experiencias argentina y venezolana, como así también, tal vez pueda extenderse (¿por izquierda?) a la reciente alianza de Marina Silva con el socialismo brasileño en vistas a la elección presidencial del año próximo (hoy segunda en las encuestas) en el país más grande del continente. Aquí también se observa cómo la plataforma electoral de gobierno de esta fuerza toma gran parte de la agenda del PT  y se presenta como la opción superadora en ese escenario.

Sin lugar a dudas, la lección aprendida por los distintos conjuntos opositores sudamericanos que enfrentaban de lleno y en totalidad a los liderazgos presidenciales antineoliberales de la región fue que debían tomar una parte de la agenda de estos denostados líderes.  La maniobra de gambetear las supuestas virtudes de estos gobiernos poco rédito le trajo a sus posibilidades de retomar nuevamente la agenda económica de sus naciones. Los ejemplos en Bolivia y Ecuador demuestran que el enfrentamiento desde una plataforma electoral diametralmente opuesta a la oficialista, sólo genera un cúmulo de derrotas rotundas.

Los electorados sudamericanos parecieran demandar una cierta continuidad de los modelos económicos implementados  durante el comienzo del siglo XXI y las nuevas oposiciones están registrando este pedido. Las alternativas partidarias en Argentina y Venezuela (estará por verse en Brasil) le ofrecen a sus sociedades «cambio en la continuidad», sin delatar sus verdaderas opciones de gobierno. Ante esta evidencia, los oficialismos se encuentran en una posición distinta al pasado porque deben enfrentarse a oposiciones que no impugnan en totalidad su obra de gobierno y que toman parte de su discurso político. Entonces, ¿cómo deben posicionarse los oficialismos ante esta nueva iniciativa opositora? ¿Qué ruptura y qué continuidad deben plantear a su vez al electorado? ¿»Garpa» en términos políticos tratar de «desenmascarar» lo que hay detrás de este tipo de candidato -que lo hay-? ¿Habrá que tomar parte de la agenda de «ruptura» de ellos y modificar la propia? ¿Empalmar con «lo que dice la encuesta»? ¿O tratar de modificar el mapa con nuevos ejes para los cuales este tipo de candidatos no tiene respuestas?
En fin, varias preguntas, aún pocas respuestas.


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