Resulta asombroso corroborar en estos días el temor que ha infundido en los grandes medios de comunicación el arresto de la señora de Noble. La ausencia de artículos u opiniones que reflejen el estupor que causa la presunción de que la propietaria del grupo Clarín habría adoptado a dos niños desaparecidos, salvo raras excepciones, es simplemente formidable.
Motivo de escándalo ha sido el suceso de la detención, y no, como debiera ocurrir en un periodismo independiente y objetivo, el hecho de que la distinguida señora, premiada en el extranjero por su defensa de los derechos humanos, hacedora de espectáculos benéficos como «Un sol para los chicos», aparezca sospechada de haber cometido tamaño delito. ¿Qué está ocurriendo? ¿Temen, algunos periodistas, perder el empleo? Con todo, ha sido Joaquín Morales Solá, columnista de La Nación, y fiel escriba del diario Clarín en tiempos de la dictadura, quien ha elevado la hipocresía al grado de arte en un artículo que, bajo el título «Una madre que siempre habló de adopción», publicó el diario La Nación en su edición del pasado jueves 19 de diciembre.
Tras subrayar las lágrimas que brotaban de los ojos de la señora de Noble cuando, en el invierno de 1976, relató a los empleados de Clarín la adopción de sus hijos Marcela y Felipe, y el injusto dolor que hoy está padeciendo, escribe Morales Solá: «El contexto de 1976 no era el de hoy. Aun las personas que luego formarían la trágica saga de desaparecidos, en aquel año no eran consideradas como tales por ningún argentino que no estuviera en el corazón del poder militar».
Pues bien, ¿dónde, sino en periódicos como La Nación y Clarín, podía uno hallar las arterias más espesas y palpitantes del corazón del poder militar? Quizá convenga traer a la memoria un hecho que, al parecer, Morales Solá ha olvidado, y que yo he referido en mi primer libro, «El enigma del general» (Editorial Sudamericana, diciembre de 1991, págs. 191, 192). Cuento allí el pantagruélico asado que, en marzo de 1976, compartieron Leo Gleizer, Renée Salas, Marcos Taire y Morales Solá, entre otros periodistas, con el general genocida Antonio Domingo Bussi. El almuerzo se llevó a cabo en los salones del Regimiento de Infantería 19, en San Miguel de Tucumán, a contados metros de un Centro Clandestino de Detención. Al cabo del ágape, el general obsequió a cada uno de los periodistas presentes un pergamino en el que agradecía «su colaboración en la lucha contra la subversión». Relato en mi libro: «Sin ocultar el contento, Morales Solá tomó el suyo y acto continuo buscó el abrazo del general. Gleizer y Salas lo imitaron».
A mediados de 1992, recuerdo que en pleno campeonato mundial de fútbol, recibí un llamado telefónico de Morales Solá. Estaba dolido, angustiado. Me dijo: «Mirá, eso que contás en el libro fue así, pero se trató de un pecado de juventud. Si hay una reedición, ¿no podrías suprimir ese párrafo?».
Además, y de manera casi policíaca, esgrimió argumentos de toda naturaleza para que le revelara mis fuentes.
Añade Morales Solá en su artículo del jueves último: «El caso de los niños desaparecidos tardó más de una década en aparecer como un conflicto de proporciones. Incluso, en el juicio a las juntas militares, en 1985, la Cámara que juzgó a los primeros comandantes de la dictadura no encontró pruebas ni argumentos para resolver sobre esa cuestión». Todo mueve a pensar que el columnista ha transcurrido largos años apresado en una burbuja. La asociación Abuelas de Plaza de Mayo nació el 22 de octubre de 1977, en tanto Morales Solá andaba inmerso en la escritura de sesudos artículos acerca de las internas del poder militar. Mal no le vendría a Morales Solá pasar la vista por las penosas páginas del Diario del Juicio; allí podrá hallar más de un relato sobre el robo de niños, sobre los atroces partos en los Centros Clandestinos de Detención.
Continúa el columnista de La Nación: «Se creía entonces -y se creyó durante mucho tiempo- que el secuestro de bebes era un fenómeno aislado, aunque la historia posterior encontró las huellas de un plan sistemático.
Pero todo eso era ignorado por todos en 1976″. ¿Ignorado por todos, o, querrá decir Morales Solá, acallado, silenciado por el medio en que trabajaba? Al emplear el término «todos», ¿no pretenderá el bueno de Morales Solá sumergirse en la marea de ese brumoso anonimato que comporta el «todos», y así sentirse a salvo de las responsabilidades que, como periodista destacado de Clarín, le correspondían en la búsqueda y la posterior divulgación de la verdad? Yo no era periodista, pero no ignoraba lo que estaba sucediendo. Tampoco lo ignoraban mi madre, mis hermanos, mis amigos. Tampoco lo ignoraban los medios extranjeros, claro, esos diarios y revistas que, al decir de los dictadores, y del propio Morales Solá, no hacían otra cosa que llevar adelante una «campaña antiargentina».
Dice luego: «El universo tiene muchos matices: ¿por qué dar por supuesto que todos los niños adoptados en 1976 eran hijos de personas desaparecidas? ¿Por qué no creer en la palabra de una madre que relató siempre las características normales de una adopción?».
Movidas por la necesidad de corroborar que sus hijos no formaban parte del tenebroso e insondable grupo de niños secuestrados o nacidos en cautiverio, buena parte de las madres que adoptaron hijos en los años de la dictadura acudieron a Abuelas de Plaza de Mayo con el propósito de dilucidar el origen de sus hijos.
No resulta sencillo creer de antemano en la palabra de una madre que, ante el juez, apenas se declara inocente y se niega a ahondar en el relato preciso de las adopciones. Pues, si nada tuviese que ocultar, ¿por qué no someterse a una indagatoria abierta y franca y de tal modo acabar de cuajo con sospechas que sólo estropean su presunta intachable trayectoria? Según Estela Carlotto, la señora de Noble nunca jamás reputó digno recibirla para conversar con seriedad sobre el asunto.
Seguidamente, Morales Solá lanza un lamento: «Campañas públicas recientes en revistas y en panfletos callejeros (de las que LA NACION ha sido víctima, insistentemente, en los últimos tiempos) señalan que la sistemática destrucción de las instituciones argentinas podría incluir ahora también el objetivo de herir a la prensa independiente, una de las últimas instituciones que quedan en pie». Veamos. ¿A qué prensa independiente se refiere Morales Solá? ¿A la que ejercen La Nación y Clarín? Al día siguiente de la detención de la señora de Noble, La Nación y Clarín, en la bajada del título que daba cuenta del arresto, juzgaron sensato recurrir a una explicación vaga y equívoca: todo se debía «a la presunta utilización de documentos falsos en un expediente civil». El País, de Madrid, en cambio, tituló: «Argentina: detenida la propietaria del grupo Clarín por la presunta adopción de hijos de desaparecidos».
Por lo demás, sería aconsejable que Morales Solá hiciera a un lado, de una buena vez, su inveterada ambigüedad y tornara públicos los nombres de las personas u organizaciones que, asegura él, están empeñados en una campaña de «destrucción de las instituciones que quedan en pié». También, por qué no, interesante sería saber qué instituciones, a su juicio, continúan en pié.
De qué prensa independiente puede hablar Clarín cuando años atrás Héctor Magnetto y Eduardo Duhalde tenían el hábito de acordar tapas y uno que otro artículo, movidos por intereses políticos.
Una de las bases del periodismo independiente consiste en aceptar y publicar artículos que en ocasiones ninguna relación guardan con la línea editorial de un periódico. El periodismo independiente presupone debate de ideas, de posturas, de pareceres. Por ejemplo, ¿sería capaz La Nación de publicar estas líneas? Finaliza Morales Solá: «La calumnia sistemática y la desinformación deliberada contra LA NACION y la vejación inadmisible a la señora de Noble han roto fronteras, han destruido límites sutiles de las formas democráticas, que serán tan difíciles como imprescindibles de reconstruir».
En fin, si algo ha contribuído a destruir los límites sutiles de las formas democráticas, ese algo ha sido la complicidad de medios como La Nación y Clarín con la dictadura, y, posteriormente, ya en democracia, sus alegres romances con el poder político de turno.