La prensa española y los «indignados»

Mi comentario, al final. JS

Liberalismo, populismo. Soledad.

La prensa española es cool

Por Gabriel Fernández / director de La Señal Medios

 
La soledad hispana en la XXI Cumbre Iberoamericana de Asunción ha resultado una sorpresa para los medios de comunicación peninsulares.

Ni los estilos aristocratizantes huecos adoptados por la prensa progresista ni la ramplonería hostil de las publicaciones conservadores pueden explicarse el presente.

Ya no una Cumbre, o tal o cual proceso político. No logran atisbar el mundo en el que se hallan inmersos y recurren a fórmulas que resultaban añejas en el último tramo del franquismo.

Veamos. Hace más de dos décadas Cambio 16 generó una expectativa en todo el periodismo de habla hispana. Fue una referencia vàlida y aún hoy algunos de sus aspectos son emulados en las revistas polìticas de nuestra región.

Poco después, El País se difundió como un diario innovador, transgresor y a la vez, serio, analìtico. Despojado de las vulgaridades monárquicas de una tradición ABC anacrónica y desprestigiada.

Con el apoyo moral de muchos argentinos se autoposicionó como «el mejor diario del mundo escrito en español». Una sagaz exageración, difícil de retrucar en una zona sureña atestada de medios miserables, mezquinos y mentirosos.

Poco a poco, y con absoluta contundencia en el último lustro, el conjunto de los medios españoles, y muy especialmente El País en tanto vanguardia, adoptaron desembozadamente el liberalismo zonzo como orientación integral.

Hace rato ya que la incidencia del grupo Prisa se observa sin fineza en lo que sus directivos estiman una loable y caracterizada muestra de valentía cívica combinada con un periodismo de alta calidad: el antipopulismo.

Parte, esa línea, de considerar las opciones democráticas de los pueblos latinoamericanos como variantes contemporáneas del nazismo. Se desarrolla «analíticamente» al evidenciar la intervención estatal en la economía, los actos masivos en la política y nuestra imagen -sin más- en lo cultural.

Las estampas de los gobernantes y los pueblos del Sur, cada vez más parecidas al decir de Cristina Fernández de Kirchner, son mostradas con todas las extrañezas que implican.

Los delicados escribas hispanos no trepidan en entrelinear el rasgo auténticamente indio de Evo, el ostensible mestizaje de Chávez, la revulsiva potencia de las masas argentinas en las calles. Y todo lo demás también.

Aristocratizando el individualismo más llano de las burdas películas por encargo del mundo anglosajón en su variante menor, la norteamericana, la prensa española descubre en este ciclo lo que hace 70 años -al menos- había observado el liberalismo argentino.

Descubre lo bárbaros que somos los pueblos. No puede señalarlo, pero evalúa lo indigna que es la democracia, que instala en el poder a gobiernos que emergen de estos pueblos. Señala asimismo las virtudes del ideario que motorizó todos los salvajes golpes de Estado en nuestra región.

En alquimias disparatadas El Pais, que no se permite apoyar a Pinochet o a Videla, termina confundiendo – mintiendo para poder salir indemne y responsabiliza de todos los entuertos al peronismo y sus derivados populistas.

Sin indicar que el concepto que repudia y ridiculiza no generó muertes ni torturas, no interrumpió periodos institucionales, no prohibió la actividad política opositora. Ni siquiera cercenó la actividad económica privada.

Es más, sin admitir ni siquiera de soslayo, como podrían hacerlo los autoproclamados caballeros, que el concepto que sostiene a rajatabla en titulares y editoriales, en fotos e infografías, sí generó tales atropellos.

Quien dude de las presentes aseveraciones, sólo tiene que recorrer, durante algunas semanas, los contenidos de los más variados medios de comunicación del país mencionado. Mirar, y pensar.

Ahora bien, vamos a extremar nuestra capacidad de comprensión. Digamos: qué van a hacer, si es una autodefensa del centro económico. Digamos: necesitan de la exacción de recursos del Sur hacia el Norte para subsistir con ciertos beneficios.

Pero ahi se traba el argumento, porque también derraman el dislate fronteras adentro, generando una aquiescencia hacia el ajuste y la financierización económica que deriva en una justificación del derrumbe del Estado de Bienestar.

Como a nosotros no nos interesa lo que piensan de nosotros, el problema empieza a ser verdaderamente grave. A ver: si los españoles y sus medios de comunicación siguen exigiendo ser pobres, lo serán.

Si siguen planteando que las luchas sociales, los sindicatos, las demandas productivas en detrimento de la asistencia a los bancos, la asistencia en general, no son más que inducciones populistas sureñas en medio de la civilizada España, la caída será irreversible.

Lo que es más: en una lectura desapasionada, con algo de toma de distancia, nos queda la sensación de lineamientos editoriales hispanos elaborados por el Norte / Norte de Europa con el objetivo de convencer al Sur / Norte sobre lo bueno que es cargar con la crisis.

Los refinados (y progresistas) periodistas de Prisa están convenciendo al pueblo español, y éste se viene dejando convencer, de lo elegante y cool que resulta sacarse de encima todo atisbo de Bien Común para lanzarse, en el momento más inoportuno de la historia, al sálvese quien pueda.

No sólo es posible encontrar los resultados de esa prédica en el promedio de la opinión peninsular. También se observa -perdón, admiradores de la distancia- en los famosos Indignados: atorados por una poética que fuera de América latina suena abstracta, hundidos en destinos personales, se ufanan de su desorganización, se felicitan por no seguir líder alguno.

Piden disculpas por luchar y aclaran, a cada paso: no somos populistas. No nos confundan con esos sudacas que hacen cosas raras y portan plumas, bombos, son convocados por dirigentes negros y panzones, y leen teóricos que dan vuelta el planisferio e ignoran nuestra matriz cultural.

Al evitar sentirse pueblo, se sienten perdedores. Los perdedores, en la cultura anglosajona transpolada estúpidamente a la hispana, apenas patalean. No construyen proyectos ni se organizan para cambiar naciones de raíz. No se aventuran; hacen berrinches.

Los medios de comunicación españoles cayeron en la trampa de las grandes corporaciones financieras al interpretar el mundo desde ese interés. En algunos casos, como Prisa, con razones de peso. En general, por efecto de arrastre.

Por estos pagos Clarín, La Nación y Perfil, con todos sus derivados en varios soportes técnicos, siguen ese camino. Un tanto desprestigiado, claro, pues su idea gobernó durante tres décadas y dejó a la zona sumida en la más impresionante improductividad con su secuela de miseria.

Hace tiempo ya que la cultura popular del Sur de América latina ha cobrado una densidad apreciable y una autorreferencialidad abierta -si quieren márquenlo como paradoja, no lo vemos asi- que abarca una variedad de rubros apreciables.

Grandes pensadores, enormes artistas, fantásticos poetas, pero también enormes científicos, configuran un cuadro de situación que toma en cuenta, pero no depende, de los paradigmas centrales. Ni chauvinistas ni necios, ni patrioteros ni demagogos. Hombres y mujeres que entienden, sienten y crean.

Los populismos latinoamericanos ensanchan el horizonte, mientras el liberalismo español lo achica.

Una pena, porque hablar de asuntos comunes mejora los vínculos sociales. Por ejemplo, los mandatarios de la vieja Iberia hubieran tenido con quién conversar, volvemos al comienzo, durante la Cumbre de Asunción.

Y ya se sabe: hablando se entiende la gente.

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No estoy de acuerdo con el enfoque de Gabriel, por lo demás, un periodista infatigable.El País de los años ’70 (bajaba de Lesseps hasta las ramblas barcelonesas a diario fin de hacerme con uno de los escasos ejemplares que llegaban desde Madrid) es, respecto al actual, como un cuchillo al que se le ha cambiado el mango y la hoja. Si se deja de lado los remaches (sobre todo sus dibujantes, El Roto y Forges, dos capos) están en las antípodas. Antes El  País era un diario liberal de izquierdas español, hoy es un diario de propiedad de los Estados Unidos. Un diario yanqui más, y no de los más progresistas. Y la mayoría de sus periodistas son unos cipayos de tomo y lomo. Sin ir más lejos: el pasado domingo 25 de mayo su enviado especial a Libia, un tal Muñoz, tuvo la nota de tapa y terminó su crónica diciendo que «al pueblo libio le importa un comino» que a Gadafi lo hayan asesinado. En cualquier momento del siglo pasado, incluso en los caretísimos 90, un enviado especial de El País hubiera sido despedido si se infatuaba cual pez globo, si tenía el tupé de hablar en representacción del pueblo del país que visitaba.

Gabriel tampoco está fino al hablar de los liberales españoles (no confundir con los neoliberales) que históricamente no han sido los enemigos del pueblo sino sus campeones. Porque en España, liberales no se contrapone con nacionales (que allí son, entre comillas, los franquistas) sino con absolutistas, chupacirios, cerriles y ultramontanos.

Gabriel también se equivoca, a mi juicio, al vertir una serie de prejuicios (que yo también tuve sobre los asambleístas vernáculos del 2002) sobre los «indignados» europeos en general y españoles en particular. Mientras la prensa hegemónica demoniza a «los populismos» en general, al contrario de lo que cree Gabriel, sé de buena fuente que en las reuniones de los «indignados» de Madrid y Barcelona suele ponerse de ejemplo a la Argentina a la hora de buscar una salida a la crisis.

Pero, claro, no es moco de pavo salirse del euro. Como no lo fue para nosotros salir de la convertiblidad ni para Ecuador salirse del dólar. Nosotros no salimos de la convertibilidad, sino que nos sacaron. Mientras hubo oportunidad, intentamos que Cavallo, como si fuera Houdini, nos sacara de la trampa en que nos había metido. Y hubo mucha, muchisima gente que no escarmentó. Baste recordar que en el 2003 Menen le ganó la primera vuelta a Kirchner. Y eso, sin contar los muchos votos de López Murphy.

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