La UTPBA no se entrega porque ya la regalaron
Por Néstor Restivo
La guerra, que necesita de un estado de exaltación sentimental, exige entusiasmo por la causa propia y odio al enemigo. Stefan Sweig. El mundo de ayer.
Con algunos de ellos jugué en sus dormitorios de niños y a algunos hasta creo haber tenido en mis brazos. Eran hijos chicos de dirigentes y de empleados de la Utpba, de cuya comisión directiva formé parte en tres períodos entre 1986 y 1995.
Para mi desagradable asombro, esta semana, en la vergonzosa asamblea de Junta Electoral, algunos de aquellos chicos ya crecidos eran parte de la hinchada y la patota sindicales, que también formaban empleados del sindicato que no son trabajadores de prensa, guardias de seguridad del cámping de Moreno, porteros y administrativos que lejos están der ser afiliados en regla, sino dependientes, desde luego con todos los derechos que deberían tener… en Utedyc, por ejemplo.
Ellos, más cientos que bajaron de los micros y combis estacionados a una cuadra, y muchos de quienes eran cualquier cosa menos laburantes de prensa y entraron al microestadio de Atlanta sin registrarse, coparon la asamblea.
Eran eso, una “barra brava” que insultaba a los que fuimos por democracia sindical, por paritarias, por los compañeros de Crítica y en defensa de su fuente de trabajo. Los que fuimos, ni más ni menos, a que hubiera una Junta Electoral democrática, con mayoría y minoría para dar lugar a todos los sectores del sindicato, sus agrupaciones y los independientes, a un proceso electoral limpio. Pero la conducción enquistada montó un operativo gitantesco, formó dos listas para quedarse con mayoría y minoría y esa aparateada nos trató en la mejor tradición vandorista. ¿Para qué querían mayoría y minoría en la fiscalización del proceso electoral si no fuera para controlar padrones inflados y truchos? No creo que ni el compañero William Puente o quien propuso a los veedores, el compañero Alejandro Pairone, tengan respuesta.
Qué pena, qué patético resultaron los viejos compañeros que se adueñaron del sindicato de todos. Qué feo ver el cartel de cabecera “La Utpba no se entrega”, evidenciando lo que sienten, que es de ellos, que es propiedad privada de ellos y su familia. Pasó de sindicato a ONG y ahora a pyme, de la que viven los que se quedaron allí hace 26 años.
Desde esa hinchada nos insultaban, gritaban como desaforados y apretaban como si fuera un duelo de enemigos. Hace rato que sus adversarios, aun sus enemigos, son los trabajadores de prensa y no las patronales. Enfermos en cuerpo y alma de poder, son muy buenos e impiadosos para la guerra contra compañeros.
No siempre fue así (y esto lo digo por lo que plantea La Naranja o Daniel Parcero, no por lo que dice Tato, cuya autocrítca es atendible, como siempre en él honesta y para revisar).
Siempre quiere decir desde 1984, cuando nuestra agrupación, el Frente de Trabajadores de Prensa, y sus aliados, entre ellos la Scalabrini Ortiz peronista y el MNP radical, recuperamos la Asociación de Periodistas de Buenos Aires y, dos años después, en 1986, logramos unirla en la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (la actual -es un decir- Utpba) junto con el Sindicato de Prensa de Buenos Aires, gracias al esfuerzo paralelo que hacían desde allí compañeros como Rodolfo Audi o Luis Gramuglia.
Esa entidad unificada organizó al gremio y lo puso de pie tras la dictadura, tuvo la primera secretaría de Derechos Humanos de un gremio que miles de votantes me honraron con su dirección durante tres períodos, y en la que siempre abrí las puertas a compañeros de otras corrientes. Los dirigentes recorríamos empresas, organizabamos comisiones internas, convocabamos a plenarios de delegados, asambleas, luchabamos de modo indecible en tomas en defensa de fuentes de trabajo como en la histórica de La Razón, etc. No siempre, ni mucho menos, la Utpba fue la tristeza de hoy.
De a poco empezaron a irse valerosos compañeros. Eran nuestros aliados o bien formaban parte de nuestro colectivo, aun en las diferencias: los compañeros de la entonces Agrupación de Base que lideraba Oscar Spinelli y era fuerte en Clarín y La Nación; compañeros históricos como Pablo Llonto o la por siempre recordada Negra Ale, y también cuadros nuestros que se hartaron del maltrato, la ceguera de poder y la burocracia tras años de servicio abnegado por los afiliados, desde Elisa Giordano hasta María Rosa Gómez, desde Analía García hasta Ana Careaga, desde Néstor Piccone y Pocho Rodríguez hasta León Piasek; a algunos los acosaron hasta que se fueron. A otros dirigentes, directamente los echaban. A mí mismo me soportaron pese a mis críticas y varias veces me invitaron amablemente a alejarme, hasta que lo hice en 1995 tras la publicación de un libro de homenaje a la compañera desaparecida Pirí Lugones que boicotearon desde la conducción y por el cual descubrí los manejos turbios que hacían con la imprenta.
No fue ésa, sin embargo, la única razón: la defensa que hacían de compañeros corruptos, el abandono de la atención a las grandes empresas, la negación a ingresar a la CTA que en vano reclamábamos muchos, la falta de rotación de dirigentes para no burocratizarse, fueron otras causas del hartazgo.
A Juan Carlos Camaño, Daniel Das Neves, Lidia Fagale y Héctor Sosa, los únicos cuatro (como si lo hubieran planeado) de aquella camada de sindicalistas que hicieron todo eso y se quedaron al frente de la hoy pyme Utpba y viven de ella, con quienes compartí tantos años de hermosa lucha por un gremio distinto a éste, los conocía desde fines de los años 70, cuando aún en dictadura militamos juntos en la Coprepren primero y en el FTP después. Habiendo sido dirigente y delegado de Clarín, a mediados de los 90 me alejé por varias razones, como dije, pero la central fue el desencanto con la política -más aún en los nefastos tiempos menemistas-, por la tristeza de ver cómo ese espacio de la Utpba se descomponía irremediablemente tras un discurso tan combativo como vacío de hechos. Ni siquiera llegué a cumplir mandato. Renuncié y me fui llorando.
Quince años después, la reciente asamblea de Junta Electoral fue un escándalo por donde se la mire. Ilegal por el “control” de la entrada, por el tramposo recuento de votos que hizo otro viejo compañero hoy irreconocible en su complicidad, Jorge Búsico; por la falta de respeto a la democracia sindical y al derecho de expresión que tanto alardean, igual que hacen, en la peor y más siniestra caricatura, con los compañeros desaparecidos.
Fue todo menos una asamblea de trabajadores que, aun con diferentes miradas sobre el gremio, podrían debatir sin insultos ni aprietes cómo mejorarlo, en este caso puntual de la asamblea haciendo elecciones limpias y con padrones en serio, que ahora será imposible controlar, una vez más.
Fue una vergüenza aún más terrible, en mi opinión, que aquella asamblea de Memoria y Balance del año 2000 cuando la conducción defendió a un dirigente corrupto y dio cuenta del abandono y la entrega que hacían a esas mismas horas de una de las grandes luchas de entonces, aun con sus problemas y errores, la del diario Clarín, a cuyos trabajadores no dejaron hablar. Lo mismo que ahora hacen con Crítica y en todos estos años hicieron con tantos otros conflictos.
Seguirán viviendo de la pyme Utpba gracias a la cuota de muchos afiliados y el aporte a la Obra Social. Y visitando escenarios diversos del ancho mundo imaginándose revolucionarios. Se convirtieron en algo lamentable, triste pese a las serpentinas y papelitos de colores que arrojaban en la Asamblea el amigo “Crotoxina”, los ingenuos jubilados y aquellos chicos ya crecidos. Y los patoteros, claro. Entre tanto destruyeron el tejido gremial y su obra social, los cuales algún día habrán de recuperarse.
Repercusiones del texto de Pablo Waisberg
Por Pablo Galand
La misma sensación que le pasó a Pablo el martes la viví yo diez años atrás en La Razón. Por aquellos días, aquellos compañeros que despotricaban contra la Utpba me parecían que lo hacían, algunos por posicionamientos ideológicos y otros por esa concepción tan clasemediera de nuestro gremio de sentir aberción por todo lo que huela a sindicato. Sin embargo, lo comprobé primero en carne propia con el escasísimo apoyo que nos brindaron en aquel conflicto -igual, comparándolo ahora con Crítica en aquella oportunidad fueron Tosco- y a los pocos días después con la asamblea extraordinaria que se hizo en la sede del ]Alsina para echar a los ex delegados corrputos de Clarín. Me causó una gran indignación ver a Das Neves y compañía oponerse con tanta vehemencia verbal y física -húbo en esa oportunidad varios monos que nos rodeabean a los disidentes- a una demanda real y ejemplar de la inmensa mayoría de los compañeros de Clarín.
Ahí, como Pablo ahora, comprobé que la Utpba nada tenía que ver con ese encendido discurso por la memoria de José Luis Cabezas, ni por la defensa del estatuto que hace muchos años abandonó en las redacciones.
Pasaron diez años y siguen los mismos tipos. Cambiaron el elenco de jubilados porque durante ese lapso de tiempo algunos -lamentablemente- se les habrá muerto. Pero las prácticas siguen siendo las mismas.
Lo que cambió fue la oposición a esa conducción. En aquella asamblea era conmovedor ver a Pablo Llonto o Rubén Schofrin desgañitarse ante un aparato monolítico. El martes, por suerte, no estuvieron solos. Fuimos más de cien. Es cierto, no alcanza. Pero abre esperanzas. Lo mismo que después de la asamblea escuchar a compañeros de las tres listas opositoras aunar posturas en sus discursos y aun más importante que eso, espontáneamente decidir ir a comer una pizza y tomar unas cervezas todos juntos.
Los tipos siguen estando y cada vez son más gerentes que trabajadores. Me acuerdo que al término de aquella asambea de 2000, era de noche y llovía. Llegué a mi casa mojado y decepcionado.
La noche del martes no llovía pero además en el corazón se me abrió una esperanza.