La vida bucólico-contemplativa y el legado de Evita

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Los bibliotecarios/as del Centro Cultural Haroldo Conti han enviado una tarjeta virtual de salutación por Año Nuevo que lleva una hermosa frase de Haroldo Conti, extraída de Mascaró, el cazador americano (Emecé, 1975).

Dice así:

«…Todo sucede. La vida es más o menos un barco bonito. ¿De qué sirve sujetarlo? Va y va. ¿Por qué digo esto? Porque lo mejor de la vida se gasta en seguridades. En puertos, abrigos y fuertes amarras. Es un puro suceso, eso digo. ¿Eh, señor Mascaró? Por lo tanto conviene pasarla en celebraciones, livianito. Todo es una celebración...”.
Entiendo que tiene razón con el mismo estupor que cada enero (mes durante el cual al menos algunos dias me siento feliz con un pantalón largo y uno corto, un par de zapatillas, un traje de baño, dos remeras, una camisa y algún abrigo, cuatro o cinco libros, algunos dvd, además de las pastillas del abuelo, cepillo de dientes, desodorante de sobacos, anteojos de lectura, cantidades módicas de algún vicio: una damajuana de semillón o tempranillo, un poco de yerba y otros herbarios) pienso si no sería mejor que me fuera a vivir junto a un rio pequeño pero constante en Formosa, dónde podría dedicarme a leer, hacer un poco de ejercicio, comer y dormir en el camino de entender alguna verdad esencial de ese bicho tan cruel y superficial como el que somos.
Para darme cuenta luego que si estuviera en Formosa me la pasaría conspirando para cagar a sus caudillos. Porque, como dijo sabiamente Evita:

«… no servirán jamás sino a sus intereses personales. Yo los he perseguido en el movimiento peronista y los seguiré persiguiendo implacablemente en defensa del pueblo. Son los caudillos. Tienen el alma cerrada a todo lo que no sean ellos. No trabajan para una doctrina ni les interesa el ideal. La doctrina y el ideal son ellos (…) Los caudillos, los ambiciosos, no tienen doctrina porque no tienen otra conducta que su egoísmo. Hay que buscarlos y marcarlos a fuego para que nunca se conviertan en dueños de la vida y las haciendas del pueblo. Yo los he conocido de cerca y de frente, y algunas veces incluso me han engañado, por lo menos momentáneamente. Hay que identificarlos y hay que destruirlos.» (Mi mensaje)

Menos mal que lo dice ella. Si lo dijera uno pasaría automáticamente a ser sospechoso. «¿Qué quiere ese? ¿Que se cree? ¡Es un provocador!».

Pero que tiene que ver esto con lo otro: ¿No deberíamos vivir con mayor sencillez?

 

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