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LITERATURA Y POLÍTICA. José Gabriel, un «gallego» extraordinario

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Leo un despacho de Télam y me sorprendo por ignorarlo todo acerca del personaje (nacido en Cantabria como José Gabriel López Buisán) a pesar de mi condición de criollo (hijo de españoles nacido en América) y a mi doble nacionalidad. No encuentro una sola foto decente del personaje, sólo una maravillosa crónica del maestro Galasso (que puse debajo). Mi sorpresa es aún más grande cuando descubro que me une a José Gabriel, además de la adhesión emocional, visceral, al peronismo, las simpatías por el POUM de Andreu Nin, catalán desaparecido, víctima del stalinismo. Estoy seguro de que la mayoría de los lectores se desasnará conmigo y doy por descontado que la publicación del libro de José Gabriel es un fruto póstumo de la extraordinaria gestión de Horacio González en una Biblioteca Nacional hoy sometida a fuego a discreción. Mientras, Cristina regresa a Buenos Aires y en otoño reverdece la esperanza. JS

ENSAYOS-JOSE GABRIEL

El idioma de los argentinos en los ensayos de José Gabriel

 

de-leguleyos-hablistas-y-celadores-de-la-lenguajose-gabriel-924811-MLA20631671014_032016-F«De leguleyos, hablistas y celadores de la lengua», libro que reúne una selección de ensayos de José Gabriel (1896-1957), escritor y periodista español que participó de grandes debates argentinos, es publicado ahora en una edición que presenta diversas discusiones del intelectual sobre los modos de entender el lenguaje popular.
Publicado por la Biblioteca Nacional, el libro presenta a un intelectual olvidado por la historiografía oficial, protagonista de la historia cultural argentina, pese a su origen español, en la primera mitad del siglo XX.
La reforma universitaria, su biografía a Evaristo Carriego -previa a la de Borges-, sus notas sobre literatura y fútbol en Crítica, sus ácidas crónicas sobre la Guerra Civil española, más la cárcel ocasionada por sus debates sobre el lenguaje, son sólo algunas de las cosas en las que participó Gabriel.
Guillermo Korn, autor del estudio preliminar y de la selección de ensayos, dijo a Télam que Gabriel fue «un polemista tenaz que dio cuenta de los numerosos cruces entre la literatura rioplatense y la cultura hispánica, cuestionando la adopción de tonos profesorales que buscaron sancionar el habla popular en nombre de un deber ser».

– ¿Cómo nació la idea de hacer este libro?
– Forma parte de la colección Museo del Libro y de la Lengua, que publicó también la antología de textos sobre «La querella de la lengua en Argentina», a cargo de Fernando Alfón y más recientemente «Lengua y peronismo», a cargo de Mara Glozman. En el cruce de ambas antologías podemos pensar este libro cuyos textos, a diferencia de los mencionados, pertenecen a un solo escritor: José Gabriel. La idea es poner en la mano del lector, especializado o no, un archivo compuesto por escritos dispersos en revistas, en diarios y de algunos de sus libros, donde aparecen algunas preguntas y posiciones en torno al idioma.

– ¿Por qué te parece importante rescatar los escritos de Gabriel?
– En principio como necesidad de reponer un pensamiento olvidado que tiene actualidad en los debates sobre las variantes idiomáticas. No pienso los escritos de Gabriel como un legado arqueológico, sino como algo que cobra actualidad respecto de la idea de unidad en la diversidad, un concepto de la Real Academia, que reemplazó a aquel de ‘limpia, fija y da esplendor’. Su supuesta amplitud no la exceptúa de ser un modo centralizador y normativo.
El rechazo a las tutelas que se expresan en esta antología ofrecen argumentos para una disputa de sentidos con las instituciones y personas que pretenden regular el lenguaje. Y me parece importante rescatar sus ideas por el modo en que, en su trayectoria intelectual, se cruzan dos estaciones de su pensamiento: la izquierda como origen y el peronismo como llegada.

– ¿Cuáles son los aportes más relevantes de su pensamiento?
– Me parece importante el rescate de un escritor de una larga obra (más de veinte libros) con una prosa personal, agudeza de pensamiento y lúcidos análisis antiacadémicos, en relación a la lengua. La defensa del lenguaje rioplatense, ajeno al purismo, los censores y los modos admonitorios de regular el idioma a través de instituciones y sus representantes fueron una constante.

– ¿Cómo fue su vida y por qué crees que fue olvidado?
– Fue una vida agitada: tuvo una activa participación en varios hechos y debates relevantes en la primera mitad del siglo XX argentino: la Reforma universitaria, la huelga en el diario La Prensa en los días de la Semana Trágica; haber conformado la redacción del vespertino Crítica, ser cronista durante la Guerra Civil española, sus discusiones con la izquierda cultural, sus críticas al organismo regulador del lunfardo que usaba Niní Marshall y su participación durante el peronismo, al que había criticado antes de su exilio.
Creo que fue olvidado porque confrontó -desde inferioridad de fuerzas- con la Real Academia Española, Ricardo Monner Sans, Ramón Menéndez Pidal, Arturo Costa Álvarez, el Instituto de Filología -en la figura de dos de sus directores: Américo Castro y Amado Alonso-, la Dirección de Correos y Telégrafos, que arremetió contra los «vicios idiomáticos», desde 1943 y algunos más. Su defensa respecto de las variantes de una lengua popular, viva y vigorosa que puede ser modificada no fue gratuita. Ese costo fue el olvido.
El otro olvido probablemente deviene de sus posturas políticas. Sus simpatías por la figura de Trotsky, el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) en la Guerra Civil y más tarde, el peronismo lo hicieron una figura esquiva para sus antiguos compañeros del periodismo y la literatura.

– ¿Cuál fue su punto de contacto con Borges y con el peronismo?
– José Gabriel escribió la primera biografía sobre Evaristo Carriego, en 1921. Borges publica la propia en 1930, donde tomó datos de la investigación de Gabriel, aunque minimizó su lectura calificando al libro de su antecesor de «servicial». En 1926, bajo el clima de las vanguardias, ambos coincidieron en el «Primer Salón de Escritores», donde fueron convocados para una exposición de dibujos y pinturas propias. Otra coincidencia fue el cuestionamiento en 1941 que ambos hicieron a los argumentos de Américo Castro en relación a la peculiaridad lingüística rioplatense.
Finalmente, Gabriel se replantea el peronismo y se acerca a lo que creyó una expresión política que validaba lo popular: «Vivo más humildemente que nunca en una barriada fabril y obrera que ustedes, libertadores de la muerte, no conocen […] yo, grasa, tengo que remar como forzado en galeras para esquivar la invasión de la miseria, de la ignominia y de la muerte, y no estoy para lujos», confesó en una carta.

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Se cumplieron 117 años del nacimiento del español que vivió en la Argentina y defendió la causa nacional

José Gabriel López Buisán, ese hombre desconocido y olvidado

Norberto Galasso – Tiempo Argentino / 20 de Marzo de 2013 | 12:00

Escritor, periodista y político, tuvo una activa participación en los grandes debates del país. Trabajó en el diario La Prensa de donde fue echado luego de intervenir en un paro. Fue un lúcido defensor de la cultura popular.

 

El silenciamiento de que fue objeto el escritor y político José Gabriel demuestra el inmenso poder de la superestructura cultural de la Argentina dependiente.

Si usted, lector, conoce su historia, lo felicito por su inquietud intelectual y porque piensa con su propia cabeza. Si no lo conoce, asómbrese, una vez más, del poder de «los medios» y las academias.

Nacido en España, José Gabriel López Buisán, hace 117 años –el 18 de marzo de 1896– vino a residir en la Argentina con su familia en 1905: «A los 9 años, pedía yo limosna por las aldeas empotradas en los montes cántabros de la península, a los 10 era hortera, a los 11, peón de panadería, a los 12, mozo de fonda, a los 13, pintor letrista, a los 14 mensajero, a los 15 empleado de escritorio…»

A los 20, colaboró con Manuel Ugarte en su periódico La Patria, que sólo vivió tres meses por su posición neutralista y socialista nacional. A los 23 «ingresé a La Prensa. Fui delegado, teníamos la Federación de Periodistas… El trato personal no era bueno y un día paramos La Prensa, quizá  la primera huelga al diario de los Paz… Me cesantearon. Aquella huelga me cortó los víveres y me acarreó persecuciones policiales… Ni en La Vanguardia (periódico socialista) pude encontrar trabajo. La Prensa me marcó a fuego… A partir de aquella huelga, me sentenció. Me podía morir o que me nombrasen presidente de la Nación que La Prensa no me mencionaría nunca más… No odio a esa casa de don Ezequiel Paz… pero puedo asegurar que aquello era un Estado dentro del Estado. La Prensa desdeñaba la causa popular. Era el diario que daba más noticias extranjeras en el mundo.»

En 1920 se casa con Matilde Delia Natta y pasa a residir en La Plata. Entonces, publica sus primeros cuentos y un ensayo sobre Evaristo Carriego que Manuel Gálvez juzgará superior al que escribió Borges sobre el poeta del arrabal.

Ya por entonces, entiende qué es cultura nacional: «Nuestra crítica se inclina a asignar méritos muy superiores a los productos de imitación o transplante, como si, para adquirir un valor universal, la obra artística no necesitase previamente ser local y muy humana. Todavía no he podido convencer a nuestros críticos de que toda la obra ‘universalista’ de Lugones no tendrá jamás, para la historia del arte, la significación de un solo verso local (no localista) de Carriego.»

La revista Nueva Era publica, en tapa, por entonces, que «José Gabriel es uno de nuestros críticos descollantes (enojado con los padres se ha desentendido del López Buisán). Publica también la novela La Fonda, una recreación notable del Buenos Aires del Centenario, con sus fondines, sus cosacos represores y el tremolar de banderas rojinegras de los anarquistas. Luego, se define neutralista y condena la guerra mundial porque «no es entre opresores y oprimidos sino entre opresores y opresores, es decir, entre negreros que se disputan esclavos», mientras reivindica «la guerra defensiva de los pueblos oprimidos por el yugo extranjero, contra el capitalismo que los oprime… como lo entendió Alberdi al no prestar apoyo a la guerra de la Triple Alianza contra el  Paraguay».

En la década del veinte publica diez libros sobre arte y cultura en general, pero se asfixia en ese ambiente de falsos valores, de presuntuosos literatos, de infatuación académica: «Yo, intelectual argentino, no tengo antepasados, ni contemporáneos, ni futuro, nací de la nada, vivo solo, me dirijo al vacío… Por eso, los domingos me voy a la cancha de fútbol a proporcionarme, entre otros goces, el que no he experimentado jamás en mi oficio: el de la solidaridad.» Y de esa asistencia dominguera a los estadios nace su artículo «El jugador de fútbol» donde escandaliza a los lectores porque «en un partido de fútbol hay más arte que en muchas de las óperas del Teatro Colón.» Además, porque «si unos ingleses acriollados le enseñaron a nuestros muchachos las reglas de ese juego, estos no se quedaron en la imitación: trataron de olvidar lo aprendido y se pusieron a inventar (la gambeta rioplatense). Por eso nuestros universitarios van a Europa y sólo reciben cortesías y van nuestros futbolistas y arrebatan a la gente. Llevan lo que Europa conocía, pero lo llevan superado.» Y así, reclama Gabriel, deberíamos proceder en el orden cultural.

En el ’30, hace periodismo y dicta una materia en el secundario, pero producido el golpe militar lo exoneran y lo persiguen por sus críticas: «Era un hombre de innata rebeldía y aguda cultura», recuerda E. M. S. Danero.» Poseía una divina locura, entre quijotesca y unamunesca», señala Ernesto Palacio. Se exila en  Montevideo y allí publica Bandera celeste, libro donde plantea asociar el socialismo a lo nacional y predica la unión latinoamericana. Desde allí, también lanza  los peores dicterios sobre Stalin «un embozado reaccionario» que ha deformado la Revolución Rusa. Después se va a España (publica Burgueses y proletarios en España, Vida y muerte en Aragón y España en la cruz y milita en el POUM que lidera Andrés Nin, en posiciones cercanas al trotskismo. Allí redacta una hermosa elegía en homenaje a Federico García  Lorca, con motivo de su asesinato.

Cuando regresa a la Argentina, publica diez números del periódico Martín Fierro, como nuestra obra literaria mayor, colabora en el  periódico Señales –orientado por Jauretche y  Scalabrini Ortiz– y descarga fuertes mandobles contra el imperialismo inglés y el nacionalismo de derecha, contra los rosados socialistas y los «burócratas y traidores stalinistas».

Vuelve a la docencia en 1939 pero lo exoneran en 1941 por denunciar un concurso fraudulento. Sigue publicando: El loco de los huesos, Vida de Florentino Ameghino, y dos ensayos sobre: Walt Whitman y sobre  Gregorio Aráoz de Lamadrid,  un libro de cuentos titulado El Pozo, ensayos como  El nadador y el agua, La modernidad, La literatura y Vindicación del arte.

Su antifascismo vivido y sufrido en España, no le permite entender el golpe del ’43 y milita breve tiempo en el antiperonismo y va a dar clases a la universidad de San Marcos, en el Perú, pero a su regreso rectifica. Escribe entonces en  la revista Hechos e Ideas apoyando al gobierno de  Perón y sobre «Evita», en Argentina de hoy, periódico de los socialistas que apoyan al peronismo.

Lanza luego tres nuevos libros: El destino imperial, Historia de la gramática y La encrucijada. Luego, ingresa al periódico El Laborista. Allí lo sorprende el bombardeo del 16 de junio de 1955 y marcha a Plaza de Mayo a defender al gobierno, hecho que relata en un opúsculo titulado «Llenos de coraje y de miedo» y en un poema «Antífona»:

Preguntas, niño, por los días / afortunados de la patria / días de fiesta en el trabajo /de paz y de abundancia. / Florecía el hogar / la escuela abría alas / goces y bienes proveían / la oficina, el taller, la tienda, el haza. / Pero vinieron unos hombres negros / y nos tiraron bombas en la plaza.

Derrocado Perón, queda nuevamente sin trabajo y es atacado virulentamente por sus colegas de las letras. Vive, en esa época, modestamente en Vila Obrera, calle Madariaga 3602, entre Lanús y Gerli y desde allí responde: «Qué pocas razones deben tener ustedes, señores libertadores de la muerte. Ya el exquisito resucitado Borges, en un diario de la isla de Formosa, quiero decir de Montevideo, nos abrumó de ‘pocos, malos y mudos’ a ‘los escritores de la tiranía’ y ahora usted, Descotte, remacha el clavo con su imputación de ‘rebañegos, resentidos, logreros e innobles’… Yo vivo más humildemente en una barriada fabril que ustedes no conocen… Yo, Grasa, tengo que remar como forzado en galeras para esquivar la invasión de la miseria y de la muerte.» Un año después, el 14 de junio de 1957, está tecleando unas notas cuando lo tumba el infarto y cae hacia adelante, dando con su cabeza en la máquina de escribir sobre la cual permanece, como periodista de toda la vida, abrazándola.

El silencio se tiende sobre él, sobre sus libros, sobres sus irreverencias y quijotadas.

Recién en 1974, su amigo E. M. S. Danero apenas logró rescatarlo desde La Opinión: «José Gabriel, sin pelos en la lengua. Textos de un polemista mordaz, relegado al olvido por la cultura oficial. Biografía de un luchador.»

Luego otra vez el silencio, el «olvido» de los que tienen memoria,  «la ignorancia» de la «gente que sabe cosas / cosas de este albordón / la gente que sabe cosas / pero cosas que no son.» «


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