Posted: 03 Sep 2010 04:01 PM PDT
Víctor Hugo Morales, crítico durante más de una década de los atropellos del Grupo, analiza el nuevo contexto político-mediático, luego de la Ley de Medios, Fútbol para Todos y el informe sobre Papel Prensa Por Néstor Leone | Revista Debate
Quien es habitué de sus programas, lo sabe. Sabe de su incansable lucha contra el poder avasallante de Clarín, de sus diatribas contra los abusos naturalizados y de sus rezongos frente a las defecciones de los más diversos gobiernos ante las posiciones dominantes del Grupo. Sabe de su persistencia en la crítica y sabe, también, de su inclaudicable vocación por hallar hendijas donde filtrar la idea de que otra forma de hacer periodismo es posible.
Pero, sobre todo, sabe que estas posturas no nacieron abruptamente ni vieron la luz de manera súbita, merced a intereses oscuros. Años de trajinar en solitario lo avalan. Por eso es que no sorprende su férrea defensa de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, ni su apoyo a la creación de Fútbol para Todos ni el decidido respaldo a cada una de las iniciativas que tienden a cambiar el concentrado mapa de medios. Por más que eso, le haya traído nuevas antipatías y algunos sinsabores. En la entrevista con Debate sobrevuelan estos temas y deja en claro de qué manera se puede hacer todo esto sin perder nunca el espíritu crítico.
Siempre fue una figura importante de los medios y más de una vez, a partir de opiniones jugadas, protagonizó alguna que otra polémica o debate, futbolero o no. Pero supongo que nunca le pasó lo de hoy: dividir tanto las aguas y coleccionar amores y ciertos odios al por mayor.
Sí, daría esa impresión. En verdad, uno nunca sabe demasiado bien dónde está parado. Tiene algunos elementos para ubicar el papel que está jugando. Pero creo que debo coincidir con esa idea.
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De todos modos, se lo ve a sus anchas en ese rol, jugando el partido que hace tiempo deseaba jugar. No. Me pasó jugarlo. Entré sin darme cuenta. Uno debe dar testimonio de sus ideas y de sus convicciones en el momento en que es requerido. Lo que diga aquí puede aumentar el nivel de confrontación que imponen mis dichos. No busqué la nota. Ocurre. Lo que no hago es esquivar el bulto. La actualidad te convoca a dar testimonio sobre lo que uno piensa, sobre cómo veo la vida, el mundo, lo que sucede a mi alrededor. Y lo hago. Lo que sí aumentó, es la frecuencia con la que digo estas cosas. ¿Se siente más libre, tal vez? Nunca he sentido que haya tenido límites para manifestar lo que sentía. Sucede que todo está en función de qué es lo que me preguntan o en qué ámbito uno está inmerso. Me parece que, respecto de varios de los temas de actualidad, hablé muchísimas veces con la misma energía que ahora, sólo que el contexto era diferente. Si hablamos de las denuncias contra el famoso Grupo Clarín, he sido un tirador solitario y un poco aventurado. No desde ahora, desde hace quince años, por lo menos. Y de esos quince años, los últimos diez los atravesé en un estado de desencanto feroz respecto de la sordera, el desinterés y la indiferencia del resto. Pero nunca ha sido distinta mi actitud. De pronto, estos temas se convirtieron en importantes para alguna gente y, por supuesto, no esquivo la oportunidad de decir lo que pienso. Le cambio la pregunta entonces, ¿se siente reivindicado, de alguna forma, por muchas de las cosas que están sucediendo? Extraordinariamente feliz y apoyado, de alguna manera, por este nuevo contexto político y social. En estos días, en una crítica a su nuevo programa, un periodista del diario La Nación hablaba de un «persistente encolumnamiento» suyo respecto del kirchnerismo. ¿Le molesta que lo etiqueten de esa forma? No. Porque es un acto miserable de un miserable. No sé quién lo dijo ni me interesa. Pero una persona que habla así es un esbirro, un lacayo y, además, un imbécil. Solamente una persona que quiere observar una parcialidad de mi trabajo periodístico puede pensar que hay un encolumnamiento. Podemos transitar tema por tema y se va a observar que no es así. Si la cuestión es Fútbol para Todos o Ley de Medios, que son dos de mis caballitos de batalla desde hace quince años, puedo inferir que el que habla de un encolumnamiento lo hace hasta por celos. Lo que se encolumna con lo que he dicho toda mi vida, en todo caso, es este contexto y esta etapa política. Podría ser hasta soberbia mi expresión, pero es absolutamente cierta. Después están los temas más ligados a cómo uno piensa el mundo. ¿En qué sentido? Descubrir ahora que soy una persona con ideas de centroizquierda o de izquierda… Solamente lo puede descubrir ahora, alguna persona no avisada. Que, entonces, esté a favor de la estatización de las AFJP, que vea con simpatía la presencia muy fuerte del Estado, que aplauda que el carro de la política vaya por delante del carro de los economistas… Tengo un libro que habla de estas cosas. Un grito en el desierto se llama. Exacto. En ese libro, mi amarga queja era que mandaban los economistas. En la Argentina y en buena parte del mundo. Y que no iban a promover jamás cambios que favorecieran a la gente porque los cambios se producen desde la política. Se imagina que, de aquí en más, le van a disparar con munición aún más gruesa. Sí. Estoy seguro. Pero también vienen mimos y afectos más intensos. La exposición es muy alta. Lo que salió desde las usinas de Clarín respecto de mi connivencia por diez millones de dólares puede haber sido creído por algún desprevenido. Ponen al servicio de la parte más miserable de la sociedad argumentos miserables, y juegan a creer en ellos. Pero, muchas veces es bueno ignorar ciertas críticas, porque pueden generar un recorte en la energía con la que uno da batalla por estos temas. Respecto de la pelea Gobierno-Clarín, en más de una ocasión, durante estos meses, sostuvo que la cuestión era «ahora o nunca». ¿Estamos en ese momento cúlmine? Hay dos o tres aspectos para observar. En cuanto a la necesidad de clavarle banderillas a ese poder, entiendo que ahora es el gran momento, la gran batalla. Es «ahora o nunca». Se reduce un poder que, desde mi punto de vista, que es el mismo desde hace quince años, ha sido y sigue siendo un poder mafioso. Enorme, profundo y radicalmente mafioso. Hace mucho, pero mucho tiempo, que sostengo que el cáncer moral más grave del país es el Grupo Clarín. Con el Grupo Clarín entero, no se puede ir hacia ningún lado positivo. Por eso digo que hay cuestiones éticas por las cuales vale la pena dejar algunos jirones personales en el camino, como los riesgos de que intenten hacer más daño con insultos a través de Internet o a través de gente que van a buscar para que hable mal de mí y erosionen mi credibilidad. Y más vale la pena, cuando ves que ya hay algunos resultados estimables. ¿Por ejemplo? Creo que nunca más el Grupo Clarín va a poder hacer lo que hizo hasta aquí, de la manera en que lo hizo. Puede recuperarse, pero no va a ser lo mismo. Y su recuperación, si se da, va a depender de dos cosas: muchos años de decencia continuada a partir de ahora, y aire fresco. Es decir, no lo puede lograr con las personas que tiene hoy adentro. Hoy está herido en lo más importante, en lo que puede quedar herido un grupo periodístico: en la cre-di-bi-li-dad. La gente ya sabe de qué estamos hablando cuando decimos Clarín. La desgracia ha sido, primero, la conformación de los multimedios. Segundo, la conformación de los oligopolios a partir de la conformación de los multimedios. Y, por último, que esos oligopolios avanzaran sobre intereses no periodísticos y pusieran en juego la esencia de nuestro trabajo para defender otro tipo de intereses. ¿Le sorprendió la incapacidad del Grupo Clarín para resistir la arremetida del Gobierno? Todos los imperios empiezan sus caídas por el exceso de autoestima. ¿Cómo iba a pensar el Imperio Romano que iba a caer? Por el exceso de autoestima y por la ausencia de autocrítica sobre qué se hace con la posición dominante que se tiene y el abuso en el que se cae. Estos factores, de alguna manera, generan el estado de inocencia con el que terminan comportándose. Jamás se vieron venir una arremetida así. Jamás pensaron que alguien les iba a hacer lo que les hicieron. Corajes aislados, loquitos sueltos como yo, totalmente ineficaces frente a esa posición dominante, siempre existieron. Pero la relación de fuerzas de Clarín conmigo, por ejemplo, era de una a un millón. Ahora, no pensaron que alguien, que gusta del poder, osara confrontarlos. Con ellos sólo estaba permitido relacionarse dándoles más poder para, así, obtener migajas de poder a cambio. En este autoengaño cayeron todos los gobiernos anteriores y cae ahora, lastimosamente, la oposición. Se siente poderosa porque le dan un poco de pantalla y espacio en los diarios. Pero el poder que le ofrecen es de poca monta. ¿Temió algún tipo de acuerdo Clarín-Gobierno? Algunos aventuraban eso. En algún momento apareció una nota de Jorge Asís, al que sé bastante informado de las cuestiones referidas al peronismo, que decía eso, precisamente. Que se había producido una reunión entre Magnetto y Kirchner. Quedé un tanto desconfiado, como no podía ser de otra manera, porque la política es brutal. En la nota, de manera injusta, Asís también me daba un pequeño palito. No porque lo haya dicho así, sino porque me pongo el supuesto sayo. Pero lo más duro de aquella nota era que hablaba de una supuesta traición de Kirchner a las Abuelas de Plaza de Mayo. Es decir, le asignaba a Kirchner un acuerdo en el que cometía la mayor de las traiciones. Porque un día podría defeccionar en Fútbol para Todos, podría quitarle fuerza a la Ley de Medios, podría devolverles Fibertel, podría dejar prosperar la fusión de Cablevisión y Multicanal, pero lo que me parecía brutal era que traicionase a las Abuelas. Creo que lo que yo diría de Kirchner, si efectivamente hubiera sucedido, hubiera superado en diez veces lo que pienso de la perfidia de Clarín. Me asustaba pensar de lo que era capaz de decir de Kirchner si esto hubiera sido cierto. Por suerte, los hechos posteriores parecen haberlo desmentido por completo. Recién hablaba del rol de la oposición. ¿Qué papel cree que jugará, de ser gobierno, sobre esas cuestiones que usted tanto ha defendido? ¿Hay margen para revertir el sentido de esas políticas? El tiempo les está jugando en contra, porque el Fútbol para Todos, por ejemplo, ya se instaló. En estos días, incluso, salió una encuesta de Ibarómetro en la que la mayoría de la gente se manifestaba a favor. Y es difícil que no fuera así, porque hay factores muy positivos detrás: integración de la familia, pertenencia, devolución a la gente de lo que es de la gente, el disfrute de millones de personas que estaban al margen de algo tan popular como el fútbol y un largo etcétera. En consecuencia, va a ser más difícil que eso suceda, pero lo pueden hacer. Ciertas actitudes incalificables, por lo serviles, de la oposición dejan abierta la puerta. Por eso, una buena estrategia del Gobierno, en la disputa electoral, será preguntarles qué van a hacer con todo esto, que se expidan de antemano. Tendría que ser algo muy taxativo, para que la gente supiera. ¿Le sorprenden declaraciones como las de Elisa Carrió hablando, por ejemplo, del «necesario contrapoder» de Clarín? No. Carrió es mi desembarco en el mayor desencanto que he tenido en materia política. Me he negado durante estos últimos años a reconocerlo, a asumirlo, porque le he tenido verdadera simpatía en la medida en que había en ella un poder de denuncia y una transparencia que me parecían excepcionales. Pero se fue produciendo un cambio, incluso antes de la aparición de temas vinculados con Clarín, que se ha acentuado ahora. En mi corazón, que Lilita diga que los hijos de Ernestina Herrera de Noble son «nuestros hijos», es inaceptable y fundacional de un sentimiento de rechazo muy profundo. ¿Cómo cree que procesa todo esto la sociedad? ¿Se han activado mecanismos de defensa más altos para ver qué hay detrás de cada tema? Estamos en un momento maravilloso. Los que piden tolerancia son los intolerantes. Nadie tiene que andar pidiéndola. Yo no pido que mis hijos, en una discusión entre ellos, se callen. Quiero que hablen más para entender quién tiene razón, si es que tengo que laudar sobre algo. Y, como ciudadano, pido lo mismo. No pretendo que, de buenas a primeras, aparezca una foto de Biolcati, Kirchner y Magnetto. No es una foto posible, no sería creíble. Si apareciese esa foto, sería porque habrían hecho un acuerdo como el que decía Asís, traicionándonos a todos. ¿Cómo caracteriza políticamente al Gobierno? Hasta no hace mucho tiempo, le costaba caracterizarlo como progresista. Hoy ya no duda tanto. Acá puedo mostrar la coherencia a la que siempre aspiro. Yo decía que no era un gobierno progresista cuando todo lo progresista que había era el litigio con el campo. Cuando decía eso no teníamos estatización de las AFJP, no teníamos Fútbol para Todos, el Gobierno no se había peleado todavía con ese cáncer que es Clarín, no había la Ley de Medios, no teníamos Asignación Universal por Hijo. Hasta esas medidas, claramente progresistas, todo lo que estaba bien sostenido eran los derechos humanos. Con los derechos humanos no alcanzaba para que pudiera ser considerado un gobierno de izquierda. Claro, todavía les falta. En su primer programa de televisión, le marcó la agenda en ese sentido, con crítica incluida sobre la ausencia de debate frente a la despenalización del aborto. Claro. Les falta la despenalización del aborto o, por lo menos, la decisión y el coraje de ponerlo en la agenda. El coraje, por ejemplo, que tuvo Raúl Alfonsín cuando sancionó la Ley de Divorcio. Le costó buena parte del gobierno, lo erosionó mucho. Por eso, Alfonsín sigue siendo el dirigente que más quiero en materia política, más allá de los errores cometidos. Hoy, hasta la derecha es capaz de otorgar una asignación para evitarse algunos disgustos. Por ejemplo, esquivar muertos de hambre por la calle. Más por esto que por sensibilidad, claro. En ese sentido, la cuestión minera o la cuestión de los glaciares siguen siendo dos temas en los que el Gobierno todavía tambalea o resbala, viendo cómo puede caer de la mejor manera. Y en cuanto a la despenalización, el Gobierno pasa frente a esa puerta y, un poco abochornado, baja la cabeza. ¿Seguirá abochornado? No. El plan, que no deja de ser inteligente, es que al tema lo tomen como bandera sectores que están a la izquierda o que acompañan al Gobierno por izquierda, para luego darle el apoyo final y decisivo. Pero que lo pongan en práctica de una buena vez. Como pasó con la Ley de Matrimonio Igualitario. Exacto. No me importa quién lo anuncia en Olivos. Me importa que se haya dado la discusión. Más te digo: ni siquiera es imprescindible para mi hambruna ética, que salga en lo inmediato la despenalización del aborto. Quiero que lo pongan sobre la mesa. Por supuesto, después no me va alcanzar con eso. Pero, en este momento, ya aplaudiría que lo pusiesen sobre la mesa. Sobre estos temas, lo del Gobierno ha sido oscilante. El matrimonio igualitario se demoró un tiempo porque la Presidenta tenía que ir a ver al Papa. ¿Para qué quiere la Presidenta ir a ver al Papa? ¿Quiere una foto, un honor? ¿Qué es lo que significa ver al Papa cuando vos pensás tan distinto, como seguramente ella piensa? No sólo con respecto a este Papa, sino a la cúpula nacional y mundial de la Iglesia.
«Ya crucé el Rubicón»
¿Cómo vive todo esto en términos más personales?
Creo que pasé un punto de no retorno, que es lo que hay que lograr en la vida. Ya crucé el Rubicón y me importan tres pepinos la pertenencia que me podían haber atribuido. Mi pertenencia sigue siendo las pocas personas que saben cómo soy en la vida, la habitabilidad feliz de mi propia persona y gente de un valor intelectual que me importa muchísimo. Pero ni siquiera a esas personas les pertenezco. Conozco gente que queda rehén del deseo de no romper con todo. No es lo que me pasa. Por ejemplo, hace tres meses le escribí a José Ignacio López, que es una persona que quiero muchísimo, por más que ahora estemos, no en veredas opuestas, sino en polos distintos, y le dije que ofrecía mi sillón de la Academia Nacional de Periodismo si era necesario, porque sé que no es un ámbito en el que en este momento me aprecien. Pasos como éste he dado varios, sin importarme qué había para perder. No puedo tener mimos de la gente que ama a Biolcati-Bergoglio-La Nación-Clarín-Papel Prensa-hijos de Ernestina y, al mismo tiempo, de los pibes que quieren cambiar el mundo, que tienen utopías, que aman la Ley de Medios como una bisagra, que creen que el Fútbol para Todos es un verdadero avance. No puedo. Para que se entienda: no se puede juntar las cabezas de Ricardo Forster y de Santiago Kovadloff. No se puede desear tomar un café con los dos y pertenecerles a los dos. Hay que elegir, y yo elijo a Forster.
¿Perdió amigos por estas posiciones? ¿Dejaron de saludarlo?
En los ámbitos donde me desenvuelvo, la mirada es fría como un témpano. Algunos tienen una especie de desencanto porque me han querido bastante cuando pensaban que les pertenecía. Luego del conflicto del campo, quedé observado como una persona de centroderecha y me pegaban en la matadura los que me criticaban del otro lado, los que estaban monolíticamente a favor del criterio distributivo que esgrimía el Gobierno. Y yo sufrí en esa etapa, porque me ubicaban en un lugar en el que no estoy. Sufrir por lo que sos, vaya y pase. Pero sufrir por lo que no sos…
Más allá de la naturaleza en sí del «conflicto del campo», ¿tiene otra visión de lo que pasó, de cómo cubrió el tema y del entramado mediático corporativo que le dio espesor?
En realidad, del conflicto no. Bueno, el entramado mediático-corporativo lo vi tarde. Me di cuenta de que formé parte, de manera sincera, de un ataque que llevaba armamentos cuando, en verdad, otros, de manera escondida, mandaban tanques de guerra. Mis argumentos de entonces los sigo manteniendo. Me parecía que la medida era un manotazo impositivo, obturaba la movilidad social, cometía la injusticia de tratar igual a los desiguales y dejaba sin expectativas de ganancias futuras. Por eso digo que, si se planteara la misma situación, volvería a tener opiniones parecidas a las que tuve. Claro, con otros reparos en cuanto a la pertenencia al grupo periodístico de ataque. Fue muy gracioso lo que me pasó. Cuando apoyé Fútbol para Todos y la Ley de Medios, empecé a ver de qué formé parte y me dio un poco de vergüenza. Me dije «yo estuve ahí, qué vergüenza». Porque los veía actuar, los veía mentir. Todo esto generó el antivirus que es 6 7 8, por ejemplo, que es una creación de ellos mismos. Ellos lo engendraron con su versión sesgada de la realidad.
Fontevecchia y Lanata
Personas ajenas e, incluso, otrora víctimas del poder de Clarín, pusieron sus reparos sobre el tema Papel Prensa o Fibertel. Jorge Lanata o Jorge Fontevecchia, por ejemplo. ¿Le sorprendió? Lo de Lanata no lo he podido ver, todavía. Cuando habló el otro día sobre el tema Papel Prensa, creo que fue antes de que se supiese de qué se trataba lo que iba a anunciar el Gobierno.
De todos modos, dijo que «suele estar del lado del más débil y que, en este caso, el más débil era Clarín». Me asombra que lo haya dicho, porque de ninguna manera es así, y Jorge lo sabe. Tengo tan internalizado que el poder más fuerte y más perverso es Clarín que me parece mentira que se diga eso. Y, además, Jorge mismo ha tenido que lidiar con ese poder desde una posición muy desventajosa. En el caso de Fontevecchia, creo que oscila entre un conocimiento del tema tal como es y el deseo de no retirarse del mundo que le resulta más habitable en cuanto a su pertenencia periodística.
¿Cómo es eso? Él no quiere quedarse sin la relación social que implican Clarín y La Nación. Tiene una especie de pertenencia a eso, es su hábitat. Si uno toma todo lo que ha escrito sobre Papel Prensa se da cuenta de que sabe como nadie que lo de Clarín ha sido un abuso de posición dominante que no se puede calificar, por haberlo sufrido en carne propia. Ahora, él lo minimiza y se pone en el lugar de persona comprensiva que está por encima de eso, como si fuera posible. Creo que lo que más ata a los hombres es su pertenencia.
¿Es sólo eso?
Nadie, en general, se anima a confrontar con Clarín porque, además de los riesgos que conlleva, temen quedar embretados como oficialistas. Y, en el caso preciso de Fontevechia, fue muy duro para él la descalificación que sufrió cuando puso en tapa la grave enfermedad que tenía Magnetto. No sé si quedó culposo desde aquella tapa, pero recuerdo la indignación que provocó. No sé si estuvo bien o mal, sé lo que causó. Pero repito: si se uniera todo lo que ha dicho, en diferentes notas sobre Papel Prensa, estaría claro que conoce el asunto como pocos. De hecho, mucho de lo que dije sobre Papel Prensa en este tiempo lo tomé de sus artículos.
La relación con Magdalena
En Continental, se convirtió en una especie de «oveja negra» de la programación. ¿Lo siente así? ¿Es así? ¿Se lo hacen sentir así?
Lo siento así, porque es así.
Como oyente de «La mañana», uno imagina la tensión que sobrevuela el traspaso de Magdalena a su programa. A veces, parecen evidentes los dardos cruzados, al cierre y al inicio de cada ciclo.
Yo voy siempre con una apertura deliberada y no sé bien lo que ha hecho Magdalena esa mañana, porque estoy preparando mi programa. Pesco alguna cosa, no mucho más. Por lo tanto, jamás actúo en respuesta. Hasta ayer (ndr: lunes 30), cuando Magdalena hizo un monólogo muy largo en contra de Osvaldo Papaleo, me pareció que era una obviedad que yo empezara, como tenía previsto, los primeros minutos transitando por eso, y al final lo dejé de lado. Supongo que está muy claro que hay una separación enorme de puntos de vista, pero con eso puedo convivir perfectamente. No tengo ningún recelo. Estoy hablando de la relación con Magdalena. De los demás, mejor ni hablemos.
Bajada de línea, Lidia Papaleo y Papel Prensa
El nombre de su nuevo programa de televisión, Bajada de línea, parece una contraposición directa con la idea de «periodismo independiente», un juego deliberado. ¿Es así?
Línea es lo que se cree que a uno le bajan. Nosotros, los periodistas, podemos bajar línea para ayudar a entender a la gente. Y ésa es un poco la idea. Por otra parte, el título no es mío. Es un título juguetón de los muchachos más marketineros que producen el programa. A mí me importa tres pepinos el título.
¿Qué le pareció el primer envío? ¿Volvió a verlo? Sí, y estoy muy contento, sinceramente orgulloso del programa. Está hecho con mucha producción, una ideología clara, una posición sin dobleces y tranquilidad de conciencia. Entonces, la nobleza del producto es indiscutible. Después, qué sé yo, el público dirá. A mí me parece que la estética del programa es buena.
¿Cómo vivió la entrevista con Lidia Papaleo, que fue todo un acontecimiento periodístico?
Muy tenso, de mi parte. Quería que quedase claro lo que creo, sé y pienso sobre el tema: Papel Prensa fue una apropiación de Magnetto y su gente. Real y hecha con la clara complicidad de la dictadura. Ellos me piden a mí que crea en demasiadas cosas, «mirá lo que me ocurrió con Papel Prensa». El tema, en realidad, iba a aparecer más chiquito, para que no me pasase como en la época previa a Fútbol para Todos y la Ley de Medios, cuando había gente que me decía «basta de Grondona y Clarín, hable de fútbol».
¿Tiene ese miedo? En La mañana, que es una propuesta de radio de la que también me siento orgulloso, la cuestión de la perfidia de Clarín y su pelea con el Gobierno se devora buena parte del programa. Por eso, tenía decidido que en la tele tuviera una incidencia menor. Pero, en ese momento, me llamaron de La Nación, me pidieron una entrevista y me acercaron una carpeta con sus argumentos. Y ocurrió una cosa increíble. Me puse a trabajar en el tema y hablé de manera personal con Rafael Ianover y Lidia Papaleo, cosa que no se me hubiera ocurrido de otra forma. ¿Por qué lo hice? Porque quería cotejar mejor aquellos argumentos. Aunque debo decir que, apenas leí las carpetas, me dije «esto no cierra». Y así fue. Lidia firmó el último papel el 8 o 9 de marzo de 1977 y, el 14, cayó detenida.
Se cae la coartada de las fechas. Claro, después está el tema de la presión que habían ejercido mediante los diarios que se iban a quedar con Papel Prensa y el precio que finalmente terminaron pagando: siete mil dólares en mano. No hay manera de que esto sea aceptado como verdad. Claramente, lo que dijeron fue «hagamos esto así porque, si los metemos presos, algún día esta operación no va a valer». Es una situación de obviedad tan extraordinaria que el único argumento que, en el lugar de ellos, podrías esgrimir es «pasaron tantos años, pensamos que nunca nos iban a molestar por este tema».
Y podría haber pasado.
Por suerte no ocurrió. Pero la historia del robo de Papel Prensa a los Graiver se supo toda la vida. Yo la escucho desde hace más de veinte años. Desde los años ochenta, por lo menos. Julio Ramos, por ejemplo, hizo mucho para que se supiera. Así que no era algo nuevo.
¿Qué vio en Lidia Papaleo? Una mujer que encapsuló el dolor durante muchos años, como se hace con los grandes traumas, porque pensó siempre que no tenía ninguna razón para sacarlo afuera. Lo metió en una cápsula y lo mandó, digamos, a un sitio alejado de su centro cerebral. Cuando encontró un contexto propicio, nada más abrirse un poquito, sacó de ese encapsulamiento todo lo que tenía y salió dolor, bronca y hasta resentimiento. Al hablar tiene una actitud monolítica, de persona que está segura de lo que está haciendo, típico de quienes no tienen miedo de que les detecten alguna falla.
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Posted: 03 Sep 2010 06:18 AM PDT
Caso Graiver: quiénes son los que reivindican a Camps para favorecer a Clarín
Por Roberto Caballero | Director de Tiempo Argentino
Clarín intenta instalar un remedo perverso de la Teoría de los Dos Demonios, ahora que sus accionistas buscan zafar de las sospechas por delitos de lesa humanidad.
En su edición de ayer, el diario Clarín, en un artículo sin firma publicado en su página 9, cita el libro Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA, que escribí junto a Marcelo Larraquy en 2000, para abonar la teoría de que David Graiver compró Papel Prensa con dinero de la organización guerrillera peronista, como si esto –de ser cierto– pudiera justificar el despojo accionario al que fue sometida la familia Graiver por parte de la dictadura en alianza con los diarios Clarín, La Nación y La Razón.
Me veo en la obligación de aclarar que en ninguna parte del libro se afirma que Papel Prensa fue comprado con dinero del secuestro de los hermanos Juan y Jorge Born. Sí se dice, sobre la base de un trabajo de reconstrucción periodística y no judicial, que parte del rescate de la Operación Mellizas –como se conoció el operativo guerrillero–, fue entregado por Montoneros a Graiver para recibir una minuta mensual de intereses, pero no para comprar la empresa Papel Prensa, como pretende instalar Clarín en un remedo perverso de la Teoría de los Dos Demonios, ahora que sus accionistas buscan zafar de las sospechas por delitos de lesa humanidad.
Los que repiten esto, desde Patricia Bullrich Luro Pueyrredón hasta Elisa Carrió, integran un coro repentino que trata de practicarle respiración boca a boca a la más delirante hipótesis del represor Ramón Camps, quien torturó a toda la familia Graiver bajo el argumento de que eran la punta de lanza de un pacto sinárquico entre judíos y guerrilleros comunistas para apoderarse del país, en el marco de la Guerra Fría. Treinta mil argentinos desaparecieron en las garras del mesianismo fascista, como para tomárselo a chiste y con liviandad semejante.
Hay un límite para todo: también para la frivolidad política.
Cada vez que se reinstala la «versión Camps» de los hechos, se revictimiza a todos los integrantes de una familia destrozada por la represión ilegal, y a otras miles de familias que atravesaron los mismos dolores. Juegan con fuego. Vuelve la picana a recorrer el cuerpo de Lidia Papaleo de Graiver, vuelve el torturador a violarla indefensa; vuelve Jorge Rubinstein a morir en el camastro electrificado de Puesto Vasco, vuelven los padres ancianos de Graiver a revolcarse en la tumba, todas y cada una de las veces que este coro dice lo que dice, sin evidencias, sin pruebas y sin vergüenza. Lo de las dos diputadas es más grave que lo de Clarín. Ya dijimos que el diario miente para defender a sus accionistas. Pero ellas, ¿por qué lo hacen?
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El libro Galimberti está sostenido en una investigación periodística que llevó 3 años y medio, e incluyó más de 300 entrevistas. Antes y ahora, intento manejarme con el mismo rigor profesional. Y es por eso que salgo al cruce de lo que considero un intento de manipulación, que hunde sus raíces en las más abyectas prácticas de la propaganda dictatorial. Hay pruebas documentales que contradicen esta campaña siniestra. A saber: 1) El domingo 29 de agosto de 2010, el diario Clarín publica (en otra nota sin firma) lo siguiente: «David Graiver se hizo con las acciones de Papel Prensa en diciembre de 1973.» El secuestro de los Born se produjo el 19 de setiembre de 1974, casi un año después. En marzo del ’75 recién se pagó parte del rescate. Es decir, Graiver no pudo haber comprado Papel Prensa invirtiendo el botín de un rapto que todavía no se había producido. El insobornable fiscal Ricardo Molinas, en plena euforia alfonsinista, cuando a los comandantes montoneros se les pidió captura internacional junto a los comandantes de la dictadura –institucionalización legal de la Teoría de los Dos Demonios– dejó por escrito en sus conclusiones sobre el affaire Papel Prensa que había alguna «contemporaneidad» –y no prueba judicial– entre los acuerdos económicos de Montoneros con Graiver y la compra de parte del American Bank and Trust, del Century y de Papel Prensa SA. No sabía Molinas qué había ocurrido. Incluso, en su escrito, se refleja perplejo porque, si esto fuera cierto, se pregunta cómo era posible que la dictadura hubiera convalidado el traspaso accionario a los tres diarios oficialistas del terror. Ignoraba el fiscal, porque no era futurólogo, lo que Roberto Perdía escribiría en 1997. Y, algo más grave todavía, no tomaba en cuenta la revelación que ustedes podrán leer en el punto 6. 2) En su libro La otra historia. Testimonio de un jefe montonero, de 1997, Roberto Perdía, citado por Clarín en su edición de ayer, reconoce: «Sé que a partir de 1975 una parte de nuestros recursos pasaron a ser administrados por David Graiver.» En el ’75, y no en el ’73, como denuncia Clarín. Convendría, además, que los accionistas de ese diario, que bajan sus enfoques falsos a la redacción para presentarlas como noticias, tuviesen más cuidado al citar las fuentes. En ese libro (más precisamente en la página 305, línea 3), Perdía recuerda una charla de Graiver con Raúl Clemente Yáguer, miembro de la conducción montonera, registrada en México, donde el banquero le explica por qué, en teoría, él estaba a salvo de la represión: «A mí no pueden tocar, los tengo agarrados, manejo Papel Prensa, sin papel no tienen diarios y sin los diarios no pueden gobernar.» Es de junio del ’76. Para los Montoneros fue toda una novedad. ¿No habría que investigar, como pide su viuda, la muerte en confusas circunstancias de Graiver? 3) En abril del ’76, la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, según un cable secreto desclasificado al que tuvo acceso el Equipo de Investigación de Tiempo Argentino, informa al Departamento de Estado que «no tenía información en contra de los miembros de la junta directiva de las empresas Graiver (…) Tienen fama de probada experiencia comercial y la competencia de la firma para sus capacidades financieras está fuera de cuestión.» No dice nada de sus vínculos con Montoneros. Quizá no eran tan trascendentes como se quieren presentar ahora. Vamos a detenernos un momento en quién produce el informe. Hablamos de los Estados Unidos, el principal aliado estratégico del gobierno militar de Videla y Martínez de Hoz. El país que creó la Escuela de las Américas, donde los militares argentinos recibían instrucción para combatir «el peligro comunista» en el mundo bipolar de entonces. 4) En abril del ’77, la misma sede diplomática de los EE UU informa a Washington lo siguiente: «Parece ser que existe una tendencia general con el antisemitismo como móvil y razón de la investigación contra los Graiver (…) Ya se ha hablado lo suficiente y de manera oficial, que quedó registrada, como para sugerir que todos aquellos que están detrás de la investigación pueden ser personas desaforadas y salvajes que están buscando pruebas para apoyar sus misiones preconcebidas». Y concluye: «Es un caso de prejuzgamiento y están decididos a condenarlos ante cualquier clase de juicio.» Se refiere a la dictadura y puntualmente a la acción de Camps, Etchecolatz y los psicópatas ideológicos de la represión salvaje. En ningún caso habla de los Born, de Montoneros, o de las finanzas insurgentes. Nadie, en el mundo de entonces, estaba más preocupado que los EE UU y sus agencias, entre ellas la CIA, en detectar y neutralizar a las guerrillas de corte izquierdista y sus ramificaciones financieras. 5) En la entrevista con Tiempo Argentino, publicada el domingo 29 de agosto, después de 34 años de silencio, a Lidia Graiver se le preguntó si supo alguna vez que hubiera habido dinero de Montoneros en Papel Prensa. Ella contestó: «Jamás. Si es que ellos le dieron algún dinero a David, cosa que nunca me constó, las fechas por la compra no coinciden. Papel Prensa lo compró mucho, pero mucho tiempo antes (…) Lo que pasó después, en el año ’89, fue que Juan Gasparini y Rodolfo Galimberti y otros dijeron que habían sido testigos de cuando David agarró la plata, entonces se les devolvieron 16 millones de dólares.» ¿Por qué no creerle? ¿Quiénes son los que dicen lo contrario? ¿Basados en qué? ¿En las alucinadas conclusiones de Camps? ¿En su trabajo de campo hecho a golpes de picana? ¿A las notas impresentables de Somos, de Editorial Atlántida, y La Semana, de Editorial Perfil, usinas de las campañas de acción psicológica que ocultaron el genocidio? En el libro Galimberti se publicó una solicitada de la familia Graiver, del 10 de octubre de 1989, que dice: «No es cierto que ante autoridad alguna hayamos declarado que existieron negocios entre David Graiver y la organización subversiva Montoneros, ni aun cuando lo hicimos bajo apremios ilegales.» 6) Y algo fundamental, que preservé para el final. Es un documento que hoy conoce la luz, después de 26 años. Se trata de la declaración del marino Alberto D’Agostino ante el propio fiscal Molinas. D’Agostino fue el interventor militar en Papel Prensa durante la dictadura, que revisó minuciosamente por orden del genocida Massera todos los papeles de la sociedad. El 4 de diciembre de 1984, «impuesto de las penalidades previstas por el Código Penal para el falso testimonio», ante un fiscal de la democracia y con todas las garantías de la ley, este marino dijo que no había indicios ni pruebas de fondos montoneros en los asientos contables de Papel Prensa. Voy a transcribir el acta, textual: «Preguntado (D’Agostino) respecto a si al investigar la composición del paquete accionario de la empresa (Papel Prensa) determinó la presencia de capitales pertenecientes a la Agrupación Montoneros, proscripta en aquel momento, responde: ‘que no. Que en ningún momento surgió un indicio en tal sentido'». D’ Agostino formó parte de la maquinaria criminal de la ESMA que le mató 4000 cuadros a Montoneros. No se puede inferir que su declaración haya sido motivada por algún tipo de afinidad. La pregunta del millón es por qué Bullrich Luro Pueyrredón, Carrió y los escribas fantasma de Héctor Magnetto insisten en sostener lo opuesto, basándose incluso en testimonios de personas con algún pasado montonero. Ya dijimos que el objetivo de la operación de toda esta troika es reinstalar la Teoría de los Dos Demonios, convirtiendo a la víctima en socia de oscuros intereses, que justificarían todo lo malo que le pasó. Esto es así: si los Graiver compraron Papel Prensa con dinero de la guerrilla, todas las vejaciones que padecieron están justificadas. Es esto lo que quieren decir, y no otra cosa. Es el tristemente célebre «algo habrán hecho» que sirvió para consumar la masacre. Sobre las razones que llevan a algunos ex integrantes de Montoneros a conectar tangencialmente con esta versión, como es el caso de Bullrich Luro Pueyrredón, cuñada de Galimberti tengo una hipótesis político-psicológica que barajo desde que comencé a investigar la tragedia de los ’70. Creo que muchos montoneros derrotados se atribuyen una influencia en los acontecimientos históricos mayor a la que realmente tuvieron para tolerar la humillación de la pérdida. Así como en algún momento se convencieron de que tenían un ejército irregular que podía enfrentar y vencer en el terreno bélico a las Fuerzas Armadas, con esa misma lógica rayana en la alucinación suponen o quieren hacer creer que David Graiver, dueño de una fortuna de más de 200 millones de dólares, mano derecha de José, Gelbard, el último ministro de Economía de Juan Perón, pudo haber sido en sus ratos libres un empleado subordinado a Mario Firmenich y su estrategia empresaria. El defecto grave en la percepción de algunos montoneros sobre la realidad es motivo de varios estudios académicos que afanosamente intentan explicar los trágicos derrapes de la organización político-militar que, es justo decirlo, muchos de sus militantes y combatientes pagaron con la tortura, la muerte y el exilio. Desde entonces, algunos de los sobrevivientes de esa experiencia revolucionaria fallida enfrentan el juicio de la Historia con un puñado de gestos heroicos que presentan como el todo, cuando apenas fue una parte. Es evidente que asumirlo de este modo es lo que les permite seguir viviendo. El relato autoindulgente se presenta, así, como condición para no desmoronarse ante la evidencia de un fracaso gravísimo. Pero no existen comandantes iluminados ni dirigentes providenciales que puedan darle órdenes a la realidad para que ella se comporte de la manera caprichosa que pretenden. Deberían asumirlo de una vez por todas. La verdad, la justicia y la memoria de la sociedad argentina necesita que ellos sean fieles a lo vivido, con sus más y con sus menos, y que dejen de cooperar con la fabricación de demonios que ponen en un pie de igualdad a un genocida como Videla y a «Tucho» Valenzuela, que entregó su familia y su vida por un ideal emancipatorio, como testimonia Miguel Bonasso en ese libro excepcional llamado Recuerdo de la muerte. Los jefes montoneros sobrevivientes no están y no estuvieron, ni por asomo, al nivel del terrorismo de Estado. No son equiparables, ni siquiera en su fantasía militarista. Ese protagonismo mal entendido, que buscar reflejar su propio poderío en la inmensa capacidad destructiva del victimario, es una patología política que degrada los valores de toda una generación. Quizás esto explique por qué los Tupamaros en el Uruguay pudieron llevar a la presidencia al ex guerrillero Pepe Mujica; y acá, en la Argentina, ciertos herederos de Firmenich anden revolcándose con ínfulas de dueños de la verdad al lado de Héctor Magnetto, el socio de Techint, la expresión más descarnada del capitalismo barbárico que alguna vez, allá lejos y hace tiempo, juraron combatir con las armas en la mano. Tiempo Argentino, 02/09/10
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