A la hora de crear este sitio, pensamos ponerle como acápite o, mejor dicho, como «bajada» de su título rojo punzó/colorado socialista, parafraseando al gran Graham Greene, «Argentina nos hizo así».
Pero sonaba críptico.
En realidad, como bien lo observó el cura Hernán Benítez, confesor de Evita y peronista a pesar de Perón, fueron los gorilas quienes nos hicieron así. Fueron los gorilas quienes cuando todavía no acabábamos de dejar la niñez, nos hicieron rebeldes, guevaristas, evitistas, y por fin, peronistas.
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Peronistas de la derrota, de la resistencia. Dudo que hubiéramos podido hacernos peronistas en el 53, cuando nací. Excepto que hubiéramos estado muy atentos y hubiéramos reaccionado ante la barbarie sin fisuras, el odio puro de aquella bomba en el subte de Plaza de Mayo mientras Perón hablaba desde el balcón a una concentración de la CGT.
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El término «gorilas» se inventó en “La revista Dislocada” (los gorilas dicen que fue Aldo Camarotta, los menos gorilas que fue Delfor, que está vivo y tiene un sobrino que lo venera) en el tramo final de la segunda presidencia de Perón para denominar a los «contreras» que conspiraban activamente y que conseguirían acabar cruentamente con aquél gobierno constitucional y popular luego de dejarlo sin respuesta ante su decisión asesina que se corporizó densa, sólida y pesada como una montaña de hierro, aquél 16 de junio. Un día gris, tremendo, que signó para siempre las existencias de tantos, aún las de quienes, como yo, a pesar de estar a menos de un kilómetro de Plaza de Mayo, no recuerda nada de aquel día atroz por la sencilla razón de que tenía apenas dos años. Pero aun así, las reverberaciones de aquellos estruendos troncha-vidas, de aquellas mutilaciones escondidas, de aquellas emanaciones ponzoñosas, en las conversaciones familiares marcaron a fuego mi vida y también la de mi hermano Luis, que no había cumplido un año.
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«La revista dislocada» era la audición que se escuchaba en casa los domingos al mediodía cuando volvíamos de misa y mientras mi padre agnóstico y socialista estaba en plena faena de preparar una paella, un bacalao a la vizcaína, una merluza en salsa verde, un besugo al gusto navarro o unos callos a la madrileña, que así se llamaba al mondongo en casa.
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«Gorilas» es un genial invento argentino. Una enorme contribución, al castellano y a toda la humanidad doliente, que así puede nombra, e identificar, a sus enemigos. Dicen que el término surgió de una parodia de la película Mogambo, en la que dicen (yo no la vi) que ante los ominosos ruidos que surgían de la selva, Clark Gable, que hacía de científico, contesta «Deben ser los gorilas», a la diosa Ava Gardner, que le había preguntado qué eran esos rugidos de la misma manera que la Coca Sarli preguntaba «¿qué pretenden de mi? a los facinerosos babeantes que, aprovechando que ya estaba en huerto se disponían a pasarla por la piedra. Anécdota con la que Camarotta, en su afán de mofarse del pueblo lunfa y peronista, hizo un sangüich: «Deben ser los gorilas, deben ser». Broma tonta que tuvo tanto éxito que hasta hubo disco y baile en aquellas épocas en que la salida de aquellos novedosos discos de vinilo de 33,33 rpm era un acontecimiento.
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Era la época en que se conspiraba casi abiertamente en cenáculos y sacristías, y los propios conspiradores adoptaron el mote con agrado. Yo tuve un tío gorila, Fernando, que era infante de marina y la mano derecha del almirante Toranzo Calderón. a quien seguramente también le comería el coco para que se sublevara (1) que lo adoptó con tanto orgullo como para hacer un poster con la figura de un enorme gorila con los puños apretados contra la tierra como si él fuera un cruzado y el simio Santiago Matamoros.
Aquellos primeros y sorprendentes «Negros de mierda» que escuché, me traspasaron el alma, y es que estaba perdidamente enamorado de Estela, que había salido a su padre catamarqueño y era una china trigueña de cachetes sonrosados. Me preguntaba qué habían hecho de malo los «negros» argentinos y por qué querían matar a Estelita y mi amigo, su hermano Julio.
Los gorilas nos hicieron como somos. Mucho más que Perón. Los gorilas y el amor por el pueblo morocho, lleno de tipos que eran bastante autóctonos pero a los que ni borrachos se les hubiera ocurrido reivindicarse como pertenecientes a los míticos «pueblos originarios» (2). Y a esos tipos increíbles que configuraron La Resistencia (a propósito: tengo que ir a ver «Los resistentes» al Malba antes de que la saquen, si todavía no la han sacado), amor que también tiznó a tipos injustamente acusados de gorilas por los cajetillas del movimiento, como el gordo Soriano. ¿O acaso el intendente Funes (que personificó Luppi en la película) no es el héroe de «No habrá más penas ni olvidos«.
Ellos resignificaron la palabra «gorila» del mismo modo en que se apropiaron de signo de «Cristo Vence» para inventar el «Perón vuelve» (del mismo modo, hay ahora una agrupación llamada «Negros de mierda»). Y la palabra «gorila», así resignificada, es ahora patrimonio universal. Porque el peronismo no será eterno, pero los gorilas lo son. ¡Si ya peleaban contra Espartaco!
Toda esta larga «parida» viene a cuento de que por la mañana me inspiré por las semejanzas entre la época en la que nací (e incluso la inmediatamente anterior, como en este caso) y la actualidad, en boca de Discepolín y sus amargos reproches a un «Mordisquito» destituyente que pronto devendría golpista.
Y me inspiré porque creo que estamos recuperando (aunque nos siga faltando) un poco de sentido épico de la vida. Y entonces recordé una canción que escuchaba de joven. No se trata sólo de decir «No pasarán». Se trata de proclamar que si osan levantar la mano contra los gobernantes elegidos por el pueblo, no se la van a llevar de arriba.
Notas
1) Los dos habían sido filojusticialistas durante los dos primeros años del gobierno de JP, pero luego se habían indignado, una tragedia que se transformó en un síndrome y que a veces se repite como farsa, como demuestra esa enfermedad de chupa-medias-dados-vuelta (y dadas-vuelta también) llamada leucopatía.
2) La expresión me recuerda un titular de Clarín sobre «los dinosaurios argentinos», una ucronía disparatada. Y conste que ni siquiera los dinosaurios eran originarios de acá. Por lo menos, no hay seguridad de que lo fueran. Y también hay que ver si cuando nació el primer saurio acá estaba acá. A lo mejor estaba allá.
Y,es asi, ciertamente que la sensibilidad es más fuerte que los análisis politicos,nos ha definido el rechazo a esa contra intragable,tanto que mi kirchnerismo se multiplico en el 2008 con el conflicto agro garca
Bellísimo texto querido beto, se me pianto un lagrimón con el enlace donde aparece Rafael Alberti, abrazo.
muy bueno juan!!! lo difundo.