Matinés adolescentes: Una fábrica de violencia

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El lugar lleno. Quizá se hayan vendido más que las 2.500 entradas declaradas y eso también impulsara a los organizadores a dejar pibes afuera con su entrada en la mano.
La entrada de Ren, al que dejaron afuera.

El  sábado pasado mi hijo Iñaki, de 13 años, fue a una matiné realizada en una discoteca de la calle Perú 535 de la ciudad de Buenos Aires, en el barrio de Montserrat. Se trata de un bello edificio de hierro construido a fines del siglo XIX como salón de exposición y ventas de maquinaria agrícola por la firma Nocetti, y que luego pasó a la firma Hirsch, siempre dentro del mismo ramo. A fines del siglo XX se  inaguró como discoteca con el nombre Museum, y depués se llamó también Home Club y por último La Boutique. Es el mismo lugar dónde el pasado verano se cometió un homicidio supuestamente preterintencional a raíz del cual los organizadores del baile fueron acusados de no colaborar con la identificación de quienes salieron raudamente sin pagar (¿borrachos?) del estacionamiento de enfrente  y aplastaron a un hombre joven que salía de celebrar allí su cumpleaños.   

Mi hijo fue a la matineé, que comenzaba a las 8.00 pm con seis amigos varones, todos ex alumnos del colegio Esteban Echeverría, situado a nueve cuadras de allí.

La iniciativa de ir al baile partió de Tobías P., al que otro muchacho algo mayor de su mismo colegio le dejó una serie de entradas para su preventa, a razón de 50 pesos cada una, con la promesa que de venderlas todas, ni él ni sus amigos tendrían que hacer cola y que pasarían directamente al salón VIP.

Sin embargo, luego de que ocho chicos fueran dejados en la puerta por Constanza, madre de Enzo A., resultó que a cuatro de los seis no los dejaron entrar. Solo pasaron derecho Enzo y Bruno L.

A los demás no los dejaron pasar sin darles ninguna razón.  A mi hijo, que había ido con pilchas de marca pero que es morocho solamente lo tomaron de los hombros y le dijeron «Espera enfrente, en la otra vereda». A Renzo D., que es bajito, le dijeron que no tenía 13 años. Renzo exhibió su DNI, pero fue en vano. 

Curiosamente, de los cinco, tres son trigueños, morochos. Mi hijo, Luciano A. y el ya mencionado Tobías. Otro, Renzo D. es de tez blanca pero tiene rulitos. Sin embargo, el cuarto, Bruno C., a contramano de su nombre es muy  «caucásico», y rubio y de grandes ojos claros. Ya volveré sobre ello.

Pasó media hora y algunos de los chicos que estaban en la misma situación (había muchos) comenzaron a tirar piedras contra la puerta. A todo esto, los tres pibes que habían logrado entrar querían salir en solidaridad con sus compañeros que habían quedado afuera, pero los «patovica» de la seguridad no les dejaron, pretextando para impedírselo la pedrea.

Pasó una hora. En un momento, Tobías vio al muchacho que le había dado las entradas para vender. Con Tobías estaba Luciano. Ambos lo alcanzaron y le recordaron sus promesas. El muchacho dijo que, ahora si, los haría pasar, y ellos le dijeron que también estaban en la misma situación Iñaki y Renzo. Él le dijo que no podía hacerlos pasar, pero ellos se pusieron firmes que si no entraban todos, no entraba ninguno.

Y así fue que, a las cansadas, pudo entrar mi hijo. No así Renzo, ya que en ese momento, en medio del mogollón, no lo encontraron.  Seguidamente Renzo intentó nuevamente entrar por las suyas y otra vez fue rebotado, por lo que, amargadísimo, se fue a su casa.

Yo fui a buscar a los chicos alas 12 y tras dejarlos en el auto, pedí hablar con algún responsable. Después de esperar unos cuantos minutos y de volver a urgir al patovica de la puerta, me atendió un tal Tomás, de unos 27 o 28 años, que me abarajó diciendo que los organizadores, es decir Smile Teens, eran unos «chicos» que organizaban «fiestas semi privadas» para las que se reservaban el derecho de admisión. Le pedí su apellido y me respondió «¿Sos policía?». Le expliqué que soy periodista e insistí en que me diera su apellido, pero se negó.

Saqué una copia del DNI de Renzo que su madre me había mandado por correo, dónde está claro que ya cumplió los 13 años, y la entrada que no le había valido de nada. Les pedí la devolución del dinero. Me hicieron notar que en la entrada dice en el anverso (en horrendo castellano) «Ingreso estricto. No se devuelve el dinero por derecho de admisión» y en el reverso «NO (sic) hay devolución de dinero por ingreso rechazado a la Fiesta». Repliqué que vender una entrada, no dejar entrar al poseedor y no devolverle el dinero es manifiestamente ilegal, pero el tal Tomás dijo que le daba igual… como si la voluntad de los privados estuviera por encimas de leyes y ordenanzas.

Según comentaron los chicos, el lugar estaba repleto de pibes y pibas, lo que me hace sospechar que dejar chicos afuera, además de un claro acto de discriminación (todos el grupo va a colegios públicos o semipúblicos de elite como el Nacional de Buenos Aires, el Pellegrini, el ILSE, el Lengüitas. ¡Qué no pasará con alumnos de colegios del conurbano!) debe ser (pienso en el rubísimo Bruno C.) una necesidad porque hacen «overbooking». Es decir, venden más entradas que el aforo o capacidad del lugar.

Lugar que alguna vez una fábrica de mercancías. Hoy también lo es, pero de odio. Inyecta prejuicios, discriminación y resentimiento en nuestros pibes. Y eso es imperdonable.


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