MEDIOS & «PERIODISMO DE GUERRA». El País y la estrepitosa derrota de la prensa hegemónica
Tibia autocrítica de dos colegas mujeres en un diario «El País» hecho un mar de lágrimas
POR JUAN JOSÉ SALINAS
Leo el diario El País, que se jugó desaforadamente a favor de la candidatura de Hillary Clinton y del status-quo contra un Donald Trump al que presentó como encarnación de todos los males que se sintetizan en una palabra, populismo, que sus editorialistas suelen pronunciar con un rictus de asco que muchas veces rematan con el reventón de un globito de saliva. Todo el diario es como un trapo de piso tan húmedo que si lo estrujáramos obtendríamos litros de lágrimas. Entre muchas notas similares, un tal Luis Prados editorializa con un «El suicidio de la democracia» y en «Celebración populista» José Ignacio Torreblanca advierte que «vuelve el marxismo clásico (sic) en pinza con el peor nacionalismo xenófobo» y termina diciendo que «No son los pobres ni los perdedores los que se han revuelto contra el sistema, sino unas élites fanáticas que saben cómo manipular las emociones y manejar los medios para instalarse en el nombre del pueblo», demostrando nuevamente que no hay peor sordo que el que no quiere oir ni peor ciego que el que no quiere ver puesto que hasta un niño de teta sabe que la abrumadora mayoría de los medios, casi todos, estuvieron frontalmente en contra de Trump.
Quienes salvan la ropa del diario que me deslumbró cuando lo conocí, a fines de 1976 (bajaba caminando desde el barrio de Lesseps, al pie del Tibidabo, hasta las ramblas barcelonesas, para hacerme con un ejemplar) y que me fue decepcionando de la mano de Felipe González hasta el presente de fiel vocero del poder financiero mundial.
La imprescindible autocrítica, o al menos un atisbo de ella (en medio de tires y aflojes, es verdad) quedó a cargo de dos colegas mujeres. Cecilia Ballesteros (foto) es una sagaz analista de la crisis del pèriodismo y dejó involuntariamente como un nabo a Torreblanca al iniciar su columna (No podemos seguir pensando que la realidad se equivoca) con la última frase del último discurso de Trump en campaña:
«Votad contra la prensa corrupta. Los medios deshonestos no tienen ni idea de lo que está pasando. Los medios corruptos nunca enseñan a las multitudes lo que pasa en mis mitines» y ensaya hacia el final una autocrítica: «Los periodistas estamos acostumbrados a (…) seguir las encuestas, a no salir de nuestra zona de confort (…) a pensar que todo el mundo es como nosotros (…) a vivir en una burbuja (…) a alejarnos de lo que piensa la gente real (uno de los requisitos básicos del oficio) algo que Facebook y Twiteer han empeorado, pese a que la evidencia demuestra que no hay nada que sustituya bajar a la calle y ver. Quizá hemos perdido el olfato…».
Y en la contratapa Luz Sánchez-Mellado (Qué gente) autora de un libro, La extraña familia Trump, que se tomó a la chacota al candidato, reconoce que «nos convenía dejar de confundir nuestros deseos con la realidad y empezar a contarle a la gente lo que le pasa a la gente, que se supone que es nuestro oficio. a toda la gente, no sólo a los nuestros (…) toda la gente (que) no está en Facebook ni en Twitter ni en los despachos ni en los oráculos de la demoscopia, ni siquiera en nuestro bar de referencia. Igual, no sé, de ahora en adelante habrá que ir y preguntarle a la gente por qué vota lo que vota», un consejo que es tan apropiado para periodistas como para militantes.
Es de esperar que estas tibias admisiones no merezcan represalias como las que sufrió Julio Blanck tras reconocer que en Clarín él y los demás editores habían practicado «un periodismo de guerra».
Es sabido que en la guerra la primera víctima, desaparecida, es la verdad.