MI VIEJO, por Marina Yasky
Hace un tiempo nos emocionábamos en el grupo de watsap que tenemos con mis hermanos escuchando a mi viejo. Contaba en un plenario que a raíz de la respuesta que le dio a un periodista por el tema de la paritaria docente, el tipo le contestó «pero no, eso es hacer poesía». Y mi viejo, tras dos segundos de silencio, agrega, y tiene razón porque hay poesía en lo que nosotros defendemos.
Nos enseñó muchas cosas, sin tomarnos nunca lección porque nunca nos adoctrinó ni intentó mafaldizarnos, lo hizo desde el ejemplo práctico, desde la vivencia concreta. Y si hay algo que nos enseñó apasionadamente, con el guardapolvo puesto aunque no lo tuviera, es que la lucha es con poesía, o no es nada. Que la vida es con poesía, o no es vida.
Estoy feliz por él, creo que es el reconocimiento cabal a una vida entera de honestidad intelectual, de nobleza política, de lealtad sin rodeos y de pertenencia de clase. Estoy feliz por la CTA, creo que es un reconocimiento a su militancia inclaudicable, a sus banderas en el corazón. Estoy feliz por el sindicalismo: era hora el reconocimiento a esa dirigencia sindical luchadora y honesta que, aunque Doña Rosa y sus guionistas digan lo contrario, es la mayoría y es inmensa. Y, un poco más egoísta si se quiere, estoy feliz de ver a mi viejo en la lista con Cristina, la única que para mi tiene lo que ningún otro tiene y lo que no se compra en ningún lado: Pueblo con conciencia de Pueblo levantando su nombre. (Y no fue magia).
Yo sé que no va solo a la banca: va la clase de la que siente orgullo con él. Va el tipo con gorro de lana y bolso Adidas cruzado en el pecho que te salvó el día que no te alcanzaban las monedas en el colectivo, y no te quiso agarrar el vuelto. Van sus compañeros, los que se dejaron la piel bancándolo en las buenas y en las malas. Van todos los faros: Mary y Stella, Germán y Agustín, Raimundo y René e Isauro, con sus zapatos nuevos. Van los 30.000 fueguitos. Y el de Carlos. Va el Negro Omar y sus enseñanzas, el compañero de fierro en la fábrica cuando la dictadura lo dejó cesante, otro de esos que nunca te agarraría el vuelto. Van los pibes de su escuela en Fiorito, «Maestro Hugo bigote de alambre». Va el barrio. Van todos los «no afloje». Y va la poesía que es la lucha. Y Hugo y María Esther, mis nonitos, aunque no puedan verlo.
Es tan hermoso sentir ese orgullo genuino y justo por la lucha y la huella de un padre y además poder expresarlo de un modo tan sencillo.
Es algo que nunca podrán experimentar los hijos de Macri y de tantos otros, Sólo podrán esperar ávidamente los que les toque repartirse de sus bienes mal habidos.