Multiculturalidad y violación

Por JORGE DEVINCENZI / PATRIA O COLONIA

Por la prensa escrita (Página 12, «La cultura impuesta», edición del 21 de octubre pasado) nos venimos a enterar que entre los wichis y «las parejas sexuales se establecen por iniciativa de la mujer; si un hombre toma la iniciativa, se está comportando como una mujer y eso no es aceptado»
Esto lo afirmó el antropólogo inglés John Palmer, educado en Oxford, quien vino de esas lejanas tierras a estudiar las costumbres de los wichis y 
terminó viviendo entre ellos, seguramente luego de que una mujer wichi lo señalara con el dedo índice tomando la iniciativa, como se ve.
A decir verdad, la costumbre no parece tan estrambótica, si tenemos en cuenta que entre nosotros sucede algo parecido aunque no nos demos cuenta, es decir, lo tomamos como algo de lo más natural. No menos natural que observar a los otros, los diferentes, e intentar describirlos. 
Lo hicieron los viajeros. Borges inmortaliza a R. Burton, un inglés del siglo XIX que escribía doce libros al mismo tiempo, viajó por todos los dominios británicos, tradujo «Las mil y una noches» en versión victoriana y reconoció haber comido carne humana en África. Levy-Strauss recorrió el mundo periférico y descubrió que los europeos eran superiores. Margaret Mead se instaló en Samoa y anotó que las costumbres de los isleños eran menos neuróticas que las de los ciudadanos protestantes de EEUU. Freud descubrió en distintas culturas del Pacífico (como la que ilustra la foto) que el Edipo era universal porque se encontraba, a su manera, en todas las culturas que describía.
Los viajeros japoneses de la actualidad no se toman tanto trabajo y se limitan a sacar fotos.
La opinión sobre la iniciativa aparece en el documental «Culturas distantes», de Ulises Rosell, que se emitió por el Canal Encuentro y luego produjo un encuentro académico en la Universidad de Palermo, donde también se discutieron las alternativas de un juicio que se ventila en los tribunales de Salta sobre un respetable señor que tenía dos esposas, una de ellas su propia hijastra y de 12 años.
La comunidad wichi donde vivía el imputado de nombre Qa’tu (no me parece la grafía correcta, más bien sospecho que es la transcripción al inglés que produjo el antropólogo, y su traducción literal al castellano, el escandaloso idioma de la cultura dominante) no entiende ni entendió por qué Qa’tu fue apresado, y en sus propias significaciones lo dio por desaparecido o muerto por lo que incendió su vivienda y se repartió sus pertenencias.
Esto sucede en Argentina, y lo que los académicos presentes en la Universidad de Palermo sugirieron es que en la justicia deben reconocerse los derechos de los originarios a tener sus propias costumbres. Una abogada del panel refirió que en la sentencia a Qa'tu se dieron por supuestas las normas de la cultura dominante"

El único ser razonable, en medio de tanta confusión mental, fue el juezCarlos Rozanski, presidente del Tribunal Federal Oral Nº 1 de La Plata: «si se admite que el abuso infantil es aceptable en una determinada cultura, se abre la puerta para admitirlo en otros casos, como ya ha sucedido para cuando se dan condiciones sociales de iniciación sexual temprana».
«Los argumentos que pretenden exculpar a un acusado de violar a una niña sobre la base de supuestas costumbres aborígenes son basura», afirmó, consultado por Página 12. «No hay duda de que los pueblos originarios tienen su propia cultura y esto debe ser respetado, pero hay derechos de integrantes de esas comunidades que no pueden ser dejados de lado en nombre de esa cultura.
«Una característica del abuso sexual infantil es la ‘normalización’: el abusador le dice a su víctima que es normal que tenga relaciones con su padre o con su tío. Y no son wichí: son abusadores comunes, y un argumento que usan para convencer a la criatura, sin necesidad de amenazarla, es que es ‘normal’. Y la noción de que en esa comunidad aborigen la adultez empieza con la primera menstruación es una basura que inventan para intentar darle una cobertura teórica: una criatura de 13 o 14 años es una niña, y el derecho internacional ha ratificado la Convención de los Derechos del Niño.»
«Además –destacó Rozanski–, cuando se sostiene que el abuso es aceptable por provenir de una determinada cultura, esto es inmediatamente transferido a la normalización de otras situaciones de abuso. Hoy es la comunidad wichí, mañana será un grupo familiar que puede estar integrado del mismo modo: una mujer, su concubino y una criatura que no es forzada en forma física sino que lo eligió ‘libremente’. Es un delito gravísimo, por más que se intente encontrarle una justificación cultural».
«En cuanto a que el abusador estuviera brindando protección a madre e hija, sucede que la inmensa mayoría de los abusos infantiles tienen lugar en el seno del grupo familiar, donde efectivamente el hombre está proveyendo alimento y recursos a su familia. Entonces, el argumento no es válido, ni para los no wichí ni para los wichí», concluyó Rozanski.

Quienes reclaman por los derechos de los originarios tienen todo el derecho a hacerlo, pero deberían anotar que esta nueva demanda cultural surgió, acaso inocentemente, al mismo tiempo que las corporaciones multinacionales propiciaban la quiebra de los Estados nacionales.
La reivindicación del derecho de los pueblos originarios puede tener muchas derivaciones si por ejemplo, estamos obligados a aceptar, por esto de la multiculturalidad, que los machos alfa de un pueblo extraigan el corazón palpitante de los vencidos en un partido de futbol para comerlo y así adquirir su habilidad para patear penales; o si los jíbaros amazónicos, que también son originarios, colonizaron en su época algún territorio de la actual Argentina. No siempre los originarios se comportaban pacíficamente según el paradigma del buen salvaje que bien describió Rosseau: a veces eran imperialistas y reducían brutalmente a los dominados.
Es posible que los reducidores de cabezas hayan llegado a la Universidad de Palermo: no debe extrañarnos, Patricia Bullrich es asidua concurrente a sus charlas académicas.  

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