NEOLIBERALISMO NEW AGE: El intento más audaz de lograr la aceptación de la servidumbre voluntaria
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“El neoliberalismo gobierna a través de la competencia que crea”
En La nueva razón del mundo, los ensayistas franceses Christian Laval y Pierre Dardot no sólo diferencian al liberalismo del neoliberalismo sino que también desarman las ilusiones de una política emancipatoria fundada desde el estado y la supuesta probidad de sus agentes.
El libro, publicado por la Editorial Gedisa, tiene pocos antecedentes teóricos: si hay alguno es Michel Foucault y su deconstrucción del empresario de sí, que transforma la existencia entera en un dispositivo mercantil, reflexiones que continúa el coreano-alemán Byung Chul Han.
Este diálogo fue cedido gentilmente a esta agencia por Amador Fernández Savater.
T : La nueva razón del mundo se presenta, en primer lugar, como una obra de clarificación política. La comprensión del neoliberalismo, dicen, tiene un alcance estratégico fundamental para el cambio social. ¿En qué sentido?
-Pierre Dardot: Tienen toda la razón en insistir sobre la intención política de la obra. Hemos arrancado de la siguiente constatación, a la vez intelectual y política: creemos conocer el neoliberalismo cuando en realidad no sabemos exactamente lo que es ni de dónde viene. Resistir eficazmente, luchar contra una situación intolerable, no sólo requiere una buena organización y una estrategia eficaz, sino también, y sobre todo, una inteligencia colectiva de la situación, que puede lograrse a través de la discusión de trabajos teóricos de profundidad en y por los movimientos. Ahora bien, el análisis y la denuncia del neoliberalismo sobre los que se apoyan los movimientos sociales y las contestaciones políticas desde los años 90 nos parecen incompletos o falsos. Y es por ello que hemos emprendido esta investigación amplia sobre el neoliberalismo.
T : El primer error sería confundir el liberalismo clásico y el neoliberalismo. ¿Cuál es, a grandes rasgos, la diferencia?
T : ¿Qué significa que el neoliberalismo sea la nueva razón del mundo?
PD : Hablamos de razón precisamente en el sentido de una racionalidad, es decir, de una lógica que dirige las prácticas desde su propio interior y no de una simple motivación ideológica o intelectual. El neoliberalismo no gobierna principalmente a través de la ideología, sino a través de la presión ejercida sobre los individuos por las situaciones de competencia que crea. Esa razón es mundial por su escala y hace mundo en el sentido de que atraviesa todas las esferas de la existencia humana sin reducirse a la propiamente económica. No es la esfera económica la que tiende a absorber las demás esferas, sino la lógica de mercado la que se extiende a todas las otras esferas de la vida social sin destruir sin embargo las diferencias entre ellas.T : Una de las ideas más potentes del libro es la caracterización del neoliberalismo como forma de vida y no como algo puramente exterior a los sujetos. ¿Qué significa que el neoliberalismo sea una forma de vida? ¿Y qué forma de vida en concreto?
PD : Para nosotros, el neoliberalismo es mucho más que un tipo de capitalismo. Es una forma de sociedad e, incluso, una forma de existencia. Lo que pone en juego es nuestra manera de vivir, las relaciones con los otros y la manera en que nos representamos a nosotros mismos. No sólo tenemos que vérnoslas con una doctrina ideológica y con una política económica, sino también con un verdadero proyecto de sociedad (en construcción) y una cierta fabricación del ser humano. La economía es el método, el objetivo es cambiar el alma, decía Margaret Thatcher.CL : En el neoliberalismo, la competencia y el modelo empresarial se convierten en un modo general de gobierno de las conductas e incluso también en una especie de forma de vida, de forma de gobierno de sí. No sólo son los salarios de los diferentes países los que entran en lucha económica, sino que todos los individuos establecen relaciones naturales de competición entre ellos. Este proceso se produce muy concretamente a través de mecanismos muy variados, como por ejemplo la destrucción de las protecciones sociales, el debilitamiento del derecho al trabajo, el desarrollo deliberado de la precariedad masiva o el endeudamiento generalizado de los estudiantes y las familias. Se trata de hundir al máximo de gente posible en un universo de competición y decirles: ¡que gane el mejor!
T : Pero, ¿qué novedad introduciría el individuo competitivo neoliberal con respecto al homo economicus del liberalismo clásico?
PD : Ciertamente, se puede ver en el neoliberalismo una extensión de la figura del homo economicus. Pero la concepción clásica del homo economicus en el siglo XVIII se basaba aún en virtudes personales reconvertidas por el utilitarismo en facultades de cálculo, prudencia y ponderación: equilibrio en los intercambios, balanza de los placeres y los esfuerzos, búsqueda de la felicidad sin excesos. Ya no estamos ahí. Ahora cada cual está llamado en adelante a concebirse y conducirse como una empresa, una empresa de sí mismo como decía Foucault. Ser empresa de sí significa vivir por completo en el riesgo, compartir un estilo de existencia económica hasta ahora reservado exclusivamente a los empresarios. Se trata de una conminación constante a ir más allá de uno mismo, lo que supone asumir en la propia vida un desequilibrio permanente, no descansar o pararse jamás, superarse siempre y encontrar el disfrute en esa misma superación de toda situación dada. Es como si la lógica de acumulación indefinida del capital se hubiese convertido en una modalidad subjetiva. Ese es el infierno social e íntimo al que el neoliberalismo nos conduce.
T : ¿Qué ha supuesto la crisis para el neoliberalismo? ¿Ha hecho mella en su legitimidad?
CL : Lejos de entrañar un debilitamiento de las políticas neoliberales, como creyeron muchos como Stiglitz en 2008, la crisis ha conducido a su reforzamiento bajo la forma de planes de austeridad destructores. Lo que muestra el desarrollo de esta crisis es la potencia del marco institucional que han instalado las políticas neoliberales, un marco que se impone a los actores actuales exactamente como lo desearon los grandes promotores de la racionalidad neoliberal desde los años 30. Al no poder ni querer romper ese marco, los actores políticos se ven arrastrados en una fuga hacia adelante para adaptarse más y más a los efectos de su propia política anterior. ¿Cómo explicar de otra manera por ejemplo la carrera suicida para saber quién será el campeón de la austeridad?T : No se sale de una racionalidad o de un dispositivo mediante un simple cambio de política, al igual que no se inventa otra forma de gobernar a los hombres cambiando de gobierno. ¿Qué significa eso?
CL : Hacemos una diferencia entre gobierno como institución y gobierno como actividad. El gobierno como institución nos reenvía inmediatamente al estado y sus dirigentes, mientras que el gobierno como actividad designa la manera en que las personas, sean o no gobernantes, es decir miembros de un gobierno, conducen a otras personas esforzándose en orientar y estimular sus conductas. En este segundo caso, el gobierno es la forma en que unas personas conducen la conducta (por retomar la expresión de Foucault) de otras. Un simple cambio de equipo gubernamental, como efecto de una alternancia electoral entre partidos, no basta ni mucho menos para cambiar el modo de gobierno de los seres humanos. El ejemplo de la alternancia en Francia lo muestra muy claramente: la política de Hollande prolonga en perfecta continuidad la que desarrolló antes Sarkozy, no hay en este sentido la menor ruptura, sino la prosecución del modo de gobierno neoliberal bajo otras envolturas retóricas.T : ¿Imaginan posibilidades emancipadoras a la instancia del poder político? ¿Cómo valoran las políticas anti-neoliberales de los gobiernos progresistas en América Latina?
PD : La experiencia de América Latina debe incitarnos a hacer la diferencia entre Chiapas, que constituye una auténtica experiencia de emancipación, y los gobiernos llamados progresistas, que no han roto verdaderamente con la lógica neoliberal aunque hayan recurrido en algunos casos a la nacionalización de sectores de la economía. El populismo que dice gobernar en nombre de las masas no es una alternativa a la racionalidad neoliberal, sino que por el contrario no hace sino reforzarla. Hay que comprender que el estado no es un simple instrumento neutro, sino que impone a menudo su propia lógica a todos aquellos que pretenden servirse de él por el bien del pueblo.T : La única vía práctica consiste en promover desde ahora formas de subjetivación alternativas al modo de empresa de sí, dicen. Estas formas de subjetivación se encarnan en contra-conductas: ¿qué son?
PD : Nuestro último libro Commun, está dedicado a analizar las prácticas de resistencia activa a la lógica normativa del neoliberalismo: formas cooperativas y colaborativas de producción, consumo, educación o hábitat que surgen en ámbitos diversos (agricultura, arte o nuevas tecnologías), nuevas prácticas democráticas que emergen de la lucha misma, comunidades activas en formación (muchas veces a través de Internet). El compromiso voluntario en una práctica colectiva democrática es el único medio para los individuos de vivir al abrigo de las enormes presiones mercantiles, de las presiones competitivas y de las obsesiones del siempre más. Es también la manera de convertirse en auténticos sujetos democráticos.CL : Estos movimientos han permitido, según nuestra reflexión, superar el plano «resistencia» que era todavía mayormente el de Foucault cuando hablaba de contra-conductas. Lo que hoy se reafirma de manera muy fuerte es que la forma de la actividad alternativa, ya sea económica, cultural o política, es inseparable del objetivo global que se persigue, a saber, la transformación de la sociedad. Esa lógica general, esa racionalidad alternativa, no es sólo crítica o de oposición, sino sobre todo creadora porque plantea, en la práctica y en cada ocasión de modo específico, la cuestión de las instituciones democráticas que hay que construir para conducir juntos una actividad cualquiera. A esa lógica la llamamos razón del común.
La fábrica de subjetividad
POR RICARDO FORSTER
POR RICARDO FORSTER
El macrismo, sus frases y sus gestos que, de tanto repetirse, van vaciando su capacidad para sorprendernos pero no para ir generando un clima de época que entremezcla el revival de los 90 y la novedad de una nueva derecha cool, naíf y revanchista. Repasemos algunas de las más ilustres: “Los patriotas habrán sentido angustia cuando declararon la Independencia” (Macri), “El carnicero es un buen vecino que merece estar tranquilo con su familia” (Macri), “La nueva campaña del desierto, esta vez sin espadas, con educación” (Esteban Bullrich), “Vengo a pedirles perdón a los empresarios españoles”, “La grasa militante y los ñoquis de la administración pública” (Alfonso Prat Gay), “La clase media baja pensó que podía comprarse un plasma y viajar a Miami” (González Fraga), “Los pobres tienen que entender que van a seguir siendo pobres” (Gabriela Michetti) y siguen las frases a gusto del lector. O esas puestas en escena que nos muestran a Macri y su mujer paseando en bicicleta por el Central Park, besándose en medio de la asamblea de las Naciones Unidas o inventando un viaje en colectivo, rodeado de vecinos, en el Gran Buenos Aires. Una alquimia de desenfado new age, espontaneidad preformateada cuidadosamente en los laboratorios del duranbarbismo, falsa credulidad, ignorancia, sentido de clase, agresividad edulcorada, desprecio y revanchismo convertidos en “políticas del consenso y la diversidad” son, apenas, algunos de los giros y tropos lingüísticos del presidente y sus funcionarios.
¿Errores? ¿descuidos? ¿ingenuidad del recién llegado a las mañas y los disfraces de la política? ¿ejemplo, como muchos tienden a creer, de chatura intelectual y de desprecio por la memoria histórica? ¿descuidos públicos de quienes han sido educados en los peores clichés de la clase dominante? Preguntas inmediatas de quienes sienten un rechazo visceral por lo que está ocurriendo en el país. Que nacen al toparse con un tipo de práctica política y de semblante mediático que, en general, prefiere optar, en muchos críticos del macrismo y porque resulta más fácil, por el desprecio ante la barbarie de una derecha sin pátina alguna de cultura, expresión sin más de la nueva clase de gerentes de empresa que solo tienen tiempo para los negocios y el consumo de alta gama. Preguntas que quizás pierden de vista lo que hay detrás de esas frases y esos gestos, que prefieren la respuesta fácil a la indagación más ardua y compleja que conduce al reconocimiento de nuevas prácticas cuya capacidad para incidir en el sentido común y en los imaginarios sociales es enorme.
Tendemos a olvidar que la operación política y económica que se está desplegando en el país apunta no sólo a producir cambios estructurales encapsulados en el indescifrable mundo de las altas finanzas, el mercado mundial y la circulación del capital, sino que, junto con esas transformaciones, se vuelve necesario, para garantizar esos patrones de acumulación, trabajar en la producción de nuevas subjetividades, en la invención de nuevas relaciones entre las personas, en el desmantelamiento de memorias y gestualidades que remiten a otras historias y a otras prácticas sociales e individuales. La “ingenuidad” y la supuesta “ignorancia” de muchas de las frases que escuchamos cotidianamente se vinculan con la imperiosa necesidad de construir personalidades que se correspondan con las novedades que trae esta nueva derecha. Hay una búsqueda sistemática de identificación y empatía especular.
En un libro fundamental dedicado a desentrañar la historia, las estrategias y la potencia hegemónica del neoliberalismo, los franceses Christian Laval y Pierre Dardot se detienen en el análisis minucioso de la dimensión cultural-simbólica, en las estrategias que sigue el capitalismo en su actual fase depredadora y expansiva para fabricar un “hombre nuevo” que pueda adaptarse a la vertiginosidad y a la potencia desestructurante que emanan de esa colosal mutación de la vida, en todos sus aspectos, que es la máquina neoliberal. El neoliberalismo se basa en la doble constatación de que el capitalismo ha abierto un período de revolución permanente en el orden económico, pero que los hombres no se han adaptado espontáneamente a este orden de mercado cambiante, porque fueron formados en un mundo diferente. “Esta es la justificación –sostienen Laval y Dardot en La nueva razón del mundo– de una política que debe tener como objetivo la vida individual y social en su conjunto. Esta política de adaptación del orden social a la división del trabajo es una tarea inmensa, escribe William Lippmann (uno de los primeros teóricos en fijar, desde una perspectiva que luego sería definida como neoliberal, el desafío del capitalismo ante el escenario abierto por la “Gran depresión” y la caída del viejo liberalismo del laissez faire en los años 30), que consiste en ‘dar a la humanidad un nuevo género de vida». Es particularmente explícito en cuanto al carácter sistemático y completo de la transformación social que se debe producir. Más todavía, la política neoliberal debe cambiar al hombre mismo. En una economía en perpetuo movimiento, la adaptación es una tarea siempre actual con el fin de recrear una armonía entre la forma en que se vive y piensa y los condicionantes económicos a los que hay que someterse. Nacido en un Estado antiguo, heredero de hábitos, de modos de conciencia y de condicionamientos inscritos en el pasado, el hombre es un inadaptado crónico que debe ser objeto de políticas específicas de readaptación y de modernización. Y estas políticas deben ir hasta la transformación de la forma misma en que el hombre se representa su vida y su destino”.
“Cambiar el hombre mismo” he ahí una decisión extraordinaria que nos muestra la complejidad del experimento que, desde hace por lo menos cuatro décadas, ha desplegado a nivel global el neoliberalismo. Cambio que debe operar en lo más íntimo de la personalidad, que debe permitirle al individuo sentirse identificado y atraído por las señales y demandas que emanan de la sociedad de consumo. Pero, sobre todo, una mutación en el vínculo con los demás que ya no puede responder, como antiguamente, a valores de solidaridad, participación y desprendimiento. Lo que se exige ahora es una personalidad que se lance a la competencia, que piense primero en sí mismo, que se disponga al goce incesante y que habite una cierta dimensión paranoica en la que los otros son portadores de riesgo. Sociedad de la fragmentación, hipérbole individualista que transforma a cada quien en supuesto administrador y gerente de su vida.
Las frases del macrismo, variopintas, apuntan a instalar un nuevo sentido común asociado a la meritocracia, el esfuerzo individual, la ética del emprendedor que se lanza a la conquista de los mercados, el repudio del populismo “asistencialista” que le impide a los pobres asumir una “cultura del trabajo”, la rebaja sistemática de la idea y la importancia de la soberanía, la admiración del éxito y la riqueza como valores supremos, el sueño de una libertad sin frenos ni límites que, en general, se asocia con la libertad de consumir y de comprar dólares aunque no se lo pueda hacer porque se carece de los recursos para ello, el aplanamiento de la memoria histórica, su pasteurización y el abrumador dominio del instante presente como centro absoluto de toda referencia. “Seguir creyendo –sostienen Laval y Dardot– que el neoliberalismo se reduce a no ser más que una ‘ideología», una ‘creencia’, un ‘estado de ánimo’, que los hechos objetivos, debidamente observados, bastarían para disolver de la misma manera que el sol disipa las nieblas matinales, es equivocarse de combate y condenarse a la impotencia”.
El neoliberalismo, piensan los autores, es un sistema de normas ya profundamente inscritas en prácticas gubernamentales, en políticas institucionales, en estilos empresariales. “Y también hay que precisar que este sistema es tanto más ‘resiliente’ cuanto que excede ampliamente a la esfera mercantil y financiera donde reina el capital: lleva a cabo una extensión de la lógica del mercado mucho más allá de las estrictas fronteras del mercado, especialmente produciendo una subjetividad ‘contable’ mediante el procedimiento de hacer competir sistemáticamente a los individuos entre sí. Piénsese, en particular, en la generalización de los métodos de evaluación, surgidos de la empresa, en la enseñanza pública: la larga huelga de los profesores de Chicago en septiembre de 2012 puso freno, al menos momentáneamente, a un proyecto de evaluación de los docentes en función de la tasa de éxito de sus alumnos, valorados mediante tests hechos a medida para permitir la calificación de los profesores por parte de sus alumnos, con la posibilidad de despedir a aquéllos cuyo alumnado obtuviera resultados insuficientes. Piénsese, igualmente, en el modo en que el endeudamiento crónico es productor de subjetividad y acaba convirtiéndose en un verdadero “modo de vida” para cientos de miles de individuos”. En casi todos los países del mundo (ricos y pobres) la política de endeudamiento somete a los ciudadanos a un régimen de chantaje del que no pueden escapar.
El macrismo apunta a convertirse en una cultura, no simplemente en un partido político más que se alterna con otros en el ejercicio del gobierno. Su principal objetivo es modificar el paisaje de la sociedad, es apropiarse de las subjetividades para adaptarlas a las exigencias de la sociedad del conocimiento, de la información y de la competencia. Busca naturalizar los valores que se desprenden del capitalismo neoliberal capturando lenguajes y cuerpos, deseos y sueños. Y para ello echa mano de sus estrategias discursivas, de sus frases hilarantes, de su “ingenuidad” de recién llegado al que quieren hacerle pagar el derecho de piso pero que logra la simpatía del hombre y la mujer comunes. El macrismo es el intento de transformar la política en un instrumento jurídico-administrativo y en una retórica de gerentes de empresa. Discípulo fiel del neoliberalismo busca instalar una fábrica inmaterial que produzca los insumos simbólicos indispensables para la consumación de la servidumbre voluntaria.
* Filósofo y ensayista, ex secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional.