POR GABRIEL FERNÁNDEZ
Ante la interesante cantidad de mensajes que indagan acerca de mi parecer sobre las persistentes menciones de Raúl Alfonsín realizadas por el presidente Alberto Fernández, voy a efectuar un puñado de apuntes.
Estos apuntes no pretenden definir la discusión ni interpretar lo que recorre la mente del actual jefe de Estado, pero configuran una sincera opinión. Puedo ofrecerla horas después de haber cuestionado el esquema político adoptado alrededor del caso Vicentin. Es decir, sin temor a ingresar en una región que pretende justificarlo todo.
Desde el comienzo del actual gobierno estimé que una de las tareas centrales del mismo debía ser la desestructuración de la oposición. Si todo quiebre interior de Cambiemos merecería aplausos desde el campo nacional popular, la fractura del PRO y la UCR podría implicar abrazos que damnificarían la cuarentena.
No se trata de si tal o cual dirigente se desprende de un armado sostenido por el interés económico rentístico y antinacional más agudo; se trata de fragmentar fuerzas y votantes que respaldaron esa coalición antinacional. Es posible afirmar que la decisión oficial al encarar la emergencia sanitaria logró rumbear en esa dirección.
Ahora, cuando algunas personas incentivadas por los medios y el macrismo salen a las calles para manifestar su apoyo a algo que consideran vaporosamente en sus cerebros “propiedad privada”, la contención de una historia y una tradición ajenas genera dudas y promueve fracturas en esa base de sustentación.
La acción verbal de Alberto es inteligente y promueve aquello que planteé como imprescindible sobre el arranque de su mandato. El movimiento nacional no necesita que esos sectores halagados se sumen a un espacio que detestan, sino que dejen de emblocarse como masa de maniobra bajo la dirección oligárquica.
Es ingenuo replicar las declaraciones presidenciales con frases del tipo “esa gente nunca se hará peronista” pues apenas refrenda una verdad de Perogrullo. Lo cierto es que fueron pocos los que se movilizaron por los estafadores mientras una gran cantidad de votantes de Cambiemos permanecieron en sus casas. Y recibieron este atractivo mensaje emitido por el jefe de Estado.
Otra cosa es cuestionar políticas presentes del gobierno y señalar la importancia de adoptar decisiones urgentes para dinamizar la producción y el mercado interno. La caracterización de “alfonsinista” que recibe es un mantra que evita la discusión política. Y esa sí que la necesitamos, para respaldar las exigencias del movimiento obrero sobre un funcionariado vacilante.
Me preocuparía bastante más si ahora, cuando los miembros de Cambiemos se están sacando los ojos, el presidente los cuestionara integralmente sin dejar un resquicio político para fomentar esos desacuerdos y establecer la tercera fuerza que el país precisa.
¿Cuál? El movimiento nacional por un lado, la fracción oligárquica por otro –UCI, NF, UPAU, UCEDE, PRO, como se llame- y el radicalismo con aliados progresistas por otro. Cuando estos dos últimos espacios se juntan, como ocurrió en 2015, la nación se derrumba.
Esta es mi opinión. Con la misma, no dejo de señalar todo lo observado en los textos anteriores, en especial “La pelea económica sigue, pero su dimensión política reduce el potencial”, porque no estamos en un sendero prefijado sino en medio de malezas que hay que despejar para construir el camino.