Osvaldo Arribas: La palabra de los muertos no miente

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Hoy, la Fundación del Campo Lacaniano presenta el libro de Raúl Zaffaroni La palabra de los muertos en la Biblioteca Nacional a las 18.30 horas. A continuación, un texto que el cooordinador de dicho acto, el psicoanalista Osvaldo Arribas, presentó en un panel sobre el mismo tema. Y después una entrevista con Arribas, publicada hoy por Tiempo. 

En el pequeño texto de convocatoria a esta reunión se citan dos libros, en cuyos títulos se trata de los muertos, en uno para devolverles la palabra y en el otro para asegurar que no mienten. Uno es un tratado de criminología cautelar de Eugenio Zaffaroni y el otro una novela de Luis Gusmán. Entonces, la idea es que los muertos nos hablan y que además nos dicen la verdad, quizás porque, podemos suponer, ya no tienen ningún interés en mentirnos. ¿De qué podría servirles si ya están muertos?

La posibilidad de la mentira y el engaño queda siempre del lado de los vivos, del lado de los que están vivos y de los que, a partir de estar vivos, pueden querer hacerse los vivos. Es decir, ¿qué hacemos nosotros, los que estamos vivos, no solo con nuestros muertos, sino con la palabra de los muertos que no mienten?

La primera cuestión de la que deben ocuparse los vivos, respecto de los muertos, es de sus restos, es decir, de enterrarlos, real y simbólicamente. ¿Por qué? Se entierra a los muertos para que ellos no nos entierren a nosotros, para que alcancen la paz y no perturben la vida de los que siguen vivos. El entierro de sus restos, la sepultura, es considerado por Bataille como una muestra del inicio de la cultura humana, un primer paso de la civilización en la simbolización de la muerte. Pero no solo se trata de los restos mortales, que como sabemos, a veces faltan, también se trata también de los restos de la memoria que reniegan del olvido.

El duelo tiene dos caras, o dos momentos, la del rito que permite por fin alcanzar el olvido y la del duelo inolvidable que, furioso, rechaza el rito pues no quiere o no puede olvidar. El trabajo del duelo es un trabajo del olvido, pero sólo respecto de lo que uno está en condiciones de olvidar. ¿Y qué significa estar en condiciones de olvidar? Significa estar en regla con el muerto, haber cumplido con su memoria, haber recordado lo que había que recordar en el tiempo de reconocimiento y de homenaje que se le debía. De resultas de esto, el olvido gana su lugar aunque sin desalojar del todo a la memoria, pero sí arrinconándola a fin de hacer espacio a nuevos investimientos. Pero sabemos por la melancolía que hay veces en que la memoria no se deja desalojar y se aferra a los restos que la hacen consistir. Y es que a veces los recuerdos son para recordar, y a veces son para olvidar. Se requiere que algo pase, que ocurra, para que pase y se olvide.

Ahora bien, en política, el olvido puede ser una prescripción, puede ser la prohibición de recordar las desgracias junto con la exigencia de un juramento de no recordarlas. Es de lo que se trata en la figura jurídica y política de la amnistía, donde encontramos, según define Nicole Loraux, «la sombra proyectada de lo político sobre la memoria cívica». La amnistía es siempre solicitada y reclamada por los que precisan que se olvide lo involvidable, porque ¿que haría necesaria una amnistía sino que de lo que se trate sea algo que es inolvidable y que, por eso mismo, precisaría indefectiblemente, para ponerle un término, de una prohibición de recordar que vaya al lugar de la falta de olvido?

La memoria puede esgrimirse como un homenaje, pero también como una ofensa. El motor de la memoria puede ser el amor o la admiración, pero también el odio y la venganza. Raramente el recuerdo es neutro, tampoco el olvido lo es. La prescripción como figura jurídica busca restituir una continuidad de la comunidad que nada podría lesionar, como si nada de lo que ocurrió efectivamente, hubiera ocurrido. Pero hay veces en que «ninguna operación de memoria», ningún borramiento logra cerrar la llaga abierta que dejan algunos sucesos inasimilables por el olvido. Y no me refiero al olvido como acto, sino al olvido como decisión política. El olvido como acto se produce independientemente de la voluntad de los actores.

Una antropóloga francesa, Nicole Loraux, se refiere a la apuesta política de los griegos respecto de los conflictos y las desgracias de la guerra civil, y dice que, para Aristóteles, como para los griegos en general, la apuesta es la política misma. ¿Qué significa? Algo que puede resultar muy actual y muy controvertido para nosotros, porque significa que, en nombre de la continuidad de la polis, la política es hacer como si nada hubiera pasado, como si nada se hubiese producido. «Ni el conflicto, ni el asesinato, ni el resentimiento o el rencor».

La política, entonces, siguiendo el desarrollo que hace Nicole Loraux, comenzaría donde cesa la venganza. Y es interesante subrayar una correlación que podemos encontrar con el libro de Zaffaroni, donde puede leerse que también la justicia comienza donde cesa la venganza. Entonces, tanto la política como la justicia comenzarían donde cesa la venganza, porque, ¿qué es la venganza sino una exigencia de satisfacción que va más allá de toda restricción de política o justicia? Hacerle pagar al otro, al que no pagó, que no quiso pagar y que, por alguna razón, pudo lograr no hacerlo. La venganza se ubica respecto de una deuda inolvidable que no prescribe. Y es contraria a la política y a la justicia porque, tal como Plutarco lo define, el político es el que, de hecho, le quita al odio su carácter eterno. Y quitarle al odio su carácter eterno significa someterlo a una temporalidad donde política y justicia se reúnen en la renuncia al goce de la venganza.

Un escritor francés, Charles Péguy, citado por Louraux, decía que la tolerancia conduce al envilecimiento, que es preciso odiar; y cuando le preguntaban «¿qué es el odio?», contestaba: La no-amnistía.

El dicho que afirma que la venganza es un plato que se debe comer frío, dice algo de su relación con el tiempo, dice de su carácter imprescriptible por más que se enfríe. El deseo de venganza no prescribe, puede cumplirse en caliente o en frío, pero no es pasible de ninguna amnistía, pues no tiene otra satisfacción que su cumplimiento. Al contrario de la venganza, la política y la justicia pretenden para sí una terceridad que las alejaría de las pasiones que anidan en la venganza, ganando así una legitimidad que le falta a la venganza, que no goza de buena prensa porque reproduce aquello mismo contra lo que actúa.

No goza de buena prensa porque la venganza atesora un goce que no cede, atesora el dolor de la ofensa recibida y el odio que despertó y que despierta. Y en este sentido, la venganza recuerda y no deja olvidar, tanto el odio del otro como el propio, donde necesariamente un odio se retroalimenta en el otro.

Los crímenes del terrorismo de estado no prescriben, con lo cual, lo que en su momento era una ventaja de los asesinos, detentar de los medios del estado, se convirtió hoy en una desventaja, primero política y luego judicial. Sus delitos no prescriben, son inolvidables, que pasen por la justicia en lugar de por la venganza, habilitará quizás la posibilidad del olvido.

Paradójicamente, o no tanto, Borges señala con un oxímoron, en algún lugar, que en última instancia, no hay otra venganza que el olvido, que la verdadera venganza es el olvido.

 Entrevista al psicoanalista Osvaldo Arribas

“No hay psicoanálisis mediático”

La Fundación del Campo Lacaniano presenta hoy el libro La palabra de los muertos con la presencia de su autor, el ministro de la Corte Suprema de Justicia Eugenio Raúl Zaffaroni. La cita será en el auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional.
 

¿Qué es la Fundación del Campo Lacaniano y por qué presenta un libro de criminología cautelar?
–La Fundación del Campo Lacaniano se creó en 1991 con el fin de trabajar problemas cruciales del psicoanálisis, orientándonos en particular con la hipótesis de existencia de un campo del goce, un campo que Lacan hubiera deseado que se denominara “lacaniano”. Lo que Lacan llama el campo del goce retoma las consecuencias de lo que el descubrimiento de Freud dejó abierto a partir de Más allá del principio del placer, y de muchas de esas consecuencias, directa o indirectamente, se ocupa el doctor Zaffaroni en su libro, donde Freud, Lacan y el psicoanálisis aparecen mencionados no pocas veces, y de un modo siempre pertinente. El campo del goce se refiere a los discursos en general –porque no hay discurso que no sea del goce–, y en particular a los que trabajan cuestiones relativas al goce, tal como el derecho. Lacan dio algunos de sus seminarios en la Facultad de Derecho, y no dejaba de recordar a los juristas que el derecho habla de lo mismo que el psicoanálisis, del goce, aunque desde otro discurso. Al decir de Lacan: la esencia del Derecho es repartir, distribuir, retribuir, lo que atañe al goce. ¿Y qué es el goce? Lacan lo define a partir de la diferencia que establece el Derecho entre lo útil y el goce: si lo útil es lo que sirve, el goce es lo inútil, lo que no sirve para nada. A partir de esa diferencia entre lo útil y el goce, el Derecho define el usufructo, que es gozar de algo siempre y cuando ese goce no implique dañarlo o destruirlo. Es lo que se les pide a los chicos, que gocen de sus juguetes, que los disfruten, pero sin destruirlos; es lo que también se les pide a los adolescentes, que gocen de sus vidas sin destruirlas. Es por lo mismo que aboga el doctor Zaffaroni oponiendo la criminología cautelar a la criminología mediática. ¿Por qué tantas prevenciones sino porque el goce conduce a una pendiente donde indefectiblemente el bien del sujeto puede confundirse con su propia destrucción? Se supone que los adultos ya lo saben y pueden gozar sin destruir. Algunos piensan que por eso se aburren, otros piensan, no sin razón, que nunca han dejado de destruir.
 
–¿Cuál es la relación, entonces, entre la ley y el goce? Si se supone que la ley o las normas o los límites, como prefiera llamarlo, aparecen antes del crimen, de la destrucción, es decir de la criminología.
–La ley es el deseo, es decir, es la prohibición la que hace al deseo, lo funda como tal. Y lo que está prohibido es justamente el goce, pero no cualquier goce. Está prohibido el goce incestuoso, el goce de la madre, el que haría a la relación sexual que no hay, porque nuestra existencia como seres hablantes, y por lo tanto como deseantes, se sostiene en que no la hay porque conllevaría nuestra propia destrucción. Hablamos gracias a que ese goce está prohibido.
 
–El doctor Zaffaroni habla de lo cautelar cuando se refiere a la criminología. ¿Es posible pensar en un psicoanálisis cautelar? ¿Se puede instrumentar? ¿De qué manera?
–Zaffaroni plantea que la esencia del poder punitivo que ejerce el sistema penal se sostiene en el deseo de venganza, ya sea de los que han sufrido algún crimen o bien de la sociedad toda identificada con las víctimas, y que en este sentido, el sistema penal es un aparato peligroso, que así como puede funcionar como un dique de contención contra la “pulsión tanática de la venganza” –como la llama Zaffaroni–, también puede constituirse en su agente motorizando una masacre potencial. De allí su apelación a una criminología cautelar, porque la venganza es una mala consejera. El psicoanálisis es otro discurso, donde no hay cautela posible, pues es más, se podría decir que la cautela del neurótico, siempre excesiva en general, es parte de los síntomas que pueden llevarlo a analizarse. Y analizarse por prevención es imposible, porque no se puede trabajar sobre lo que no ha pasado como si hubiera pasado. El neurótico lo intenta, pero prevenirse contra el deseo es imposible, con el deseo no hay otra que ser su incauto.
 
–¿Es posible un paralelo entre lo mediático y lo cautelar en el campo del psicoanálisis así como se establece en el campo de la criminología?
–Sí, claro, aunque con alguna salvedad. Cada tanto aparecen psicoanalistas mediáticos que se presentan como tales y hacen su propio márketing en los medios, a veces alimentando interpretaciones salvajes de “todos contra todos”. Pero no hay un psicoanálisis mediático, sólo hay psicoanálisis, y su lugar no son los medios. En los medios pueden aparecer personas que trabajan de psicoanalistas en otro lado, no en los medios, donde participan de otro discurso y donde no hay psicoanalista posible.
 
–¿Cree que es posible que los psicoanalistas tuvieran un rol más activo en la sociedad para transformar lo mediático en lo cautelar? A decir de Zaffaroni “para contener el poder punitivo para evitar masacres”. ¿De qué manera?
–El psicoanálisis no tiene otra arma que la interpretación analítica, y puede intervenir como lo hace un discurso sobre otro discurso, pero no mucho más.
 
–¿Cree que el psicoanálisis de alguna manera se encuentra al servicio de un “Estado gendarme o policial”?
–No, de ningún modo, el psicoanálisis no puede estar al servicio de ningún Estado, ni bueno ni malo.
–¿Cómo se puede colaborar desde el psicoanálisis para impedir “inflar el miedo, alimentar la paranoia, estigmatizar o instalar la creencia de que la única salida está en las respuestas vengativas o en encerrar, castigar, reprimir, ajusticiar”?
–Es la gente que padece el goce de esas cosas la que está encerrada en esas respuestas, la que puede colaborar, ¿cómo? Analizándose. La colaboración del psicoanálisis es existir como tal, como un discurso que, entre otros, procura elaborar las consecuencias del campo del goce en el que todos vivimos.


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