PERIODISMO & CIUDAD. De un oficio que tantos prostituyen a la necesidad de impedir que la Capital sea expropiada por el gran capital
Aunque suelo leer los muy recomendables resúmenes situados del nado sincronizado de editorialistas y opineitors de la triada cipaya que con el título «Operetas» publica cada domingo por la tarde Hugo Muleiro, presidente de COMUNA, hacía mucho que no leía artículos de su hermano Vicente. Para resarcime, acabo de leer dos seguidos, publicados por La Tecl@ Eñe, sitio que cada día se supera a si mismo. Lo hice con el mismo placer con que de pibe me aficioné al periodismo leyendo a grandes periodistas que escribían en Marcha, Primera Plana y más tarde en Panorama, Así y La Opinión. Eran tiempos de dictadura, había censura, y era preciso tener pluma y cultura para trasfundir a los lectores cómplices lo que se sabía y se había averiguado. Transcribo ambas notas, en las que Vicente se las arregla para describir situaciones con una amplia paleta de colores, sin hacer nombres propios. Así, la primera versa sobre el estado calamitoso de nuestro oficio común (hace ya casi tres décadas me sorprendió, entonces no lo entendí, cuando Rogelio García Lupo me dijo como al pasar que consideraba un importante triunfo personal que ninguno de sus tres hijos fuera periodista), podredumbre que tiene antecedentes históricos, y lo hace sin consignar fétidos nombres propios. La segunda trata de la imperiosa necesidad de disputar el poder en la que es todavía la capital de todos los argentinos y es tratada por su administrador como un coto de caza de especuladores inmobiliarios y afines, tan ambiciosos como inescrupulosos.
Las leí disfrutando y deseo que a ustedes les pase lo mismo. En el medio una genialidad de Guille Aquino –secundado a la perfección por Lu Iácono– enlaza ambos temas: la prostitución del periodismo y los estragos causados por los gobiernos neoliberales.
Convertir a las redacciones en una central de información canallesca les permitió a las empresas líderes reclutar a los más desalmados periodistas, y el batallón corporativo se dejó llover por el dinero, la mentira, el autoritarismo y destripó el oficio que decían amar.
POR VICENTE MULEIRO* / LA TECL@ EÑE
*Postemilla. 1. Absceso que supura. 2. Punta visible de un tumor.
Mandobles con rima. El periodismo recibe mandobles desde siempre. Por ejemplo, el poeta español Francisco Villaespesa (1877-1936) dejó escritas estas cuartetas:
El buen Juan, que de estudiante,
no supo ser abogado,
nunca fue buen comerciante
pero tampoco empleado.
Pasó a las artes revista
y al final de la jornada,
no sirviendo para nada,
se ha metido a periodista.
El consejo del profe. Ese gran narrador mexicano y afilado cronista que es Juan Villoro se formó como sociólogo con la certeza de que, para ser escritor, esa disciplina le iba a servir más que estudiar letras. Contó que un profesor los aleccionaba con esta frase: “¡Estudien muchachos o van a acabar de periodistas!”. Lo recuerda cada vez que, con frecuencia, escribe para los diarios.
No hagas literatura, maricón. Tenía que ser algún culposo integrante de la propia tribu quien diera el latigazo. Y lo dio el checo Karl Krauss (1874-1936): “No tener una idea y saber expresarla: eso hace al periodista”. Es una frase representativa de la chantada y los chantas que circulan en los medios. Pero es injusta. Hay millares de textos fundamentados en todo el mundo y en todas las épocas. Y refulgentes brillos literarios encendidos por prosa de prensa en todos los idiomas. Sin embargo, gran parte de los periodistas (el gremio con más anti-intelectuales por metro cuadrado) se sienten humillados si se les recuerda que el oficio tuvo su gran salto formal como vertiente de la literatura que reinaba en la segunda mitad del siglo XIX a través de su género más popular: la narrativa realista. “No hagas literatura”, ordenan los mediocres capos de redacción cuando se enteran de que un subordinado escribe cuentos, poesía, ensayo. Claro que tienen un problema: los que transitan la doble vía suelen estar entre los mejores.
Lo peor de cada casa. Convertir a las redacciones en una central de información canallesca les permitió a las empresas líderes reclutar a los más desalmados de la cuadra: el que se hace amigo del service y comparte el negocio con él (con el visto bueno de la corporación, si no, no podría hacerlo y no lo defenderían). El ex militante de izquierda que hoy curte macartismo. El que escribía novelas de crítica social y ahora escupe sobre las etnias originarias. Profes que daban clases clandestinas durante la dictadura militar y hoy se aplican al peor terrorismo verbal. El filósofo humanista que celebra la pos verdad. El que habla desde la ética y fue captado pidiendo coima a un empresario para hacerle una nota en su diario. (La escena está en un video imborrable).
Punto de inflexión. Winston Churchill escribió: “Infeliz del joven que a los 19 años no fue comunista”. Frase puntiaguda, muy descriptiva de las juventudes occidentales de clase media a partir de la segunda posguerra del siglo XX. También del deseo conservador de que el humo rebelde no ascendiera como ascendió hacia las barricadas de los ’60-‘70. Acordamos: el cambio de ideas políticas, aún brusco, está en el repertorio de lo humano. Pero las conversiones de la Armada Brancaleone de la tele, la radio y los diarios de las corpos abochorna en un punto: casi todos respiraron el aire criminal y padecieron la mordaza dictatorial videlista, algunos padecieron el exilio. También está el que sonrió con los genocidas en los mismísimos centros de desaparición, es verdad. Pero muchos de los que hoy sienten devoción por funcionarios que se disfrazan con uniforme de fajina, caminaron con las Madres y acompañaron las marchas de Derechos Humanos.
Los años de formación. Todos estos amarillistas –en lo político y en lo periodístico, aun los que tienen cucardas de posgrado y se animan a escribir con esdrújulas- hicieron sus primeros pasos en el periodismo político con los valores que despuntaron en la posdictadura, con el clima del alfonsinismo con epicentro en el Juicio a las Juntas, con la trunca renovación peronista que intentó encabezar Antonio Cafiero. En esa atmósfera también se apunta la presencia del Partido Intransigente como ámbito de reciclaje del setentismo, y aún la izquierda débil en votos y fuerte en las calles. El paraguas que pretendía combinar reparación social y democracia parecía amplio.
Cambio y fuera. Pero el batallón corporativo se dejó llover por el dinero, la mentira, el autoritarismo y destripó el oficio que decían amar. Peor aún: hay quienes, a fuerza de repetir sus falsedades teatrales, se encarnaron en ellas con la vehemencia de los convencidos. No pueden cuestionarse nada porque una sola fisura los derrumbaría. Y hacer periodismo, hoy más que nunca, es vivir en estado de tensión y cuestionamiento con su práctica.
Nadie desconoce el dominio histórico de la derecha en la urbe liberal y la irradiación política de lo que sucede en las capitales, donde residen organismos y despachos del Estado, pero a la ciudad convertida en castillo nobiliario y ciudadela armada hasta los dientes, conviene estudiarle las fisuras de sus muros, antes que definirlos inexpugnables.
Ese oculto deseo gorila. La sexualización del enemigo como intento de barbarización es de vieja data. La padecieron Juan Domingo Perón, Eva Duarte y muy especialmente CFK, con una tapa sicalíptica de una revista de noticias del sucio perfil, cuyo director cree que posar con anteojos redondos y fondo de biblioteca adensa la inteligencia y deja en el olvido su condición política-periodística amarillista. El clima de debate político sirve para recordar una vieja sentencia pseudopsicoanalítica que hacía reír mucho hace décadas por la calles de Villa Freud: “Los gorilas sexualizan tanto al peronismo que dejan entrever el íntimo y no tan oculto deseo de ser violados por él.”
La gente decente. El pelotazo en contra más grande de la campaña hasta aquí, lo pateó el ínclito Fernando Iglesias. Pese a su condición de vomitón serial hay que reconocer la sinceridad sin filtro de sus miserias. El grotesco deja caer en el olvido que el puntapié inicial fue dado por “la gente decente” de La Nación+ en boca del “analista político” Carlos Pagni.
Tango del perdedor. “Y me entregué sin luchar”, canturrea mirando la garúa el tanguero lúgubre de Cafetín de Buenos Aires. Ese arquetipo porteño parecía encarnarse en las fuerzas políticas que son oficialismo en el gobierno nacional y oposición en la ciudad. Nadie desconoce el dominio histórico de la derecha en la urbe liberal. Jamás podría asombrar que los medios del Eje (mónico) pronostiquen otro triunfo por goleada. Pero al larreberretismo las cosas se le complicaron un tanto. El marco discursivo de la disputa se les ha ensuciado tras la intención de convertir la cabeza de los votantes en una bolsa de basura. Pero el container desbordó, los residuos –que supieron estar en el centro- dan asco por los costados. Solo les queda darse por ganadores. Algo que debiera antagonizar con una oposición porteña más milonguera, más metida en el baile y con ganas de no rifar ni una baldosa.
Fotos movidas. Sí, sí, ya sabemos. La única ocasión que triunfó en las legislativas un dizque peronista resultó ser uno de los motores de la entrega neocolonial de los ´90, el “Negro” Erman González. Pero también hubo una administración con otro contorno aunque luego se incendió por incompetencia y desamor ante una tragedia joven. Ah, y Cristina Kirchner ganó en las presidenciales en 2011. En cualquier caso ¿dónde está escrito que las preferencias de una sociedad son una foto fija? ¿Ser liberal en lo económico, autoritario en lo político y despectivo en lo social es la única identidad posible en Buenos Aires? ¿No ser de ese palo enjabonado apenas pasa por insultar –por lo bajo- a los gorilas de la vecindad?
Ahora te hacés llamar CABA. Dar por hecha una derrota es un monstruo impolítico. Se sigue tratando de lo capital, de la Capital, aunque ahora le llaman CABA. Y de frenar la concepción filistea e inmobiliaria, de emparejar una espantosa brecha en lo territorial, social y urbanístico. Se trata de reponer, con y sin nostalgia, una identidad potente que se borronea tras ese sueño de una Dubai de cuarta que duerme en unas pobres cabezas aculturizadas.
King Kong y Godzilla. En términos de decisión política y de presencia nacional, la irradiación de lo que sucede en las ciudades, y sobre todo en las capitales, donde residen organismos y despachos del Estado, es clave. Hay que preguntar a los asesores de imagen de Mauricio Macri cuánto aportó su mandato porteño para entender que a su presidencia venal no la consiguió en una rifa. Rendirse y/o negociar en pos de que esa ciudad quede en las garras del enemigo jurado y frecuentemente conjurado, es más alarmante que King Kong arrancando el Obelisco o Godzilla ingresando por la General Paz.
La amarga sopa corporativa. La socióloga neerlandesa Saskia Sassen advirtió que es desde las altas moles espejadas de las ciudades donde se cocina la sopa corporativa que le amarga el sabor al mundo. Por contrapartida, sus calles visibilizan a los movimientos sociales y sus reivindicaciones. Les consta en Buenos Aires a las valiosas portadoras de pañuelos de variado color. A la ciudad, convertida en castillo nobiliario y ciudadela armada hasta los dientes, conviene estudiarle las fisuras de sus muros, antes que definirlos inexpugnables. Gobernar una ciudad es controlar de cerca al demencial mundo Ceo y acompañar a los tambores de la rebeldía.
*Escritor, dramaturgo, poeta y periodista.
Por favor. No dejen de leer (las entrelíneas) de estas dos notas de Vicente Muleiro. Que su luminosidad no impida ver las oscuridades que nos muestra con maestría. Recuperemos lo mejor de aquel juventud maravillosa (previa al pepeísmo) que infiltró al Movimiento Nacional de Liberación) que propició una ofensiva que finalizó entregando los mejores cuadros a precio de remate.
¡Gracias por compartir este informe con nosotros!
También en su momento ganó Ibarra, traicionado por muchos que le abrieron desfachatadamente la puerta a el gorilaje mas estafador nunca antes visto
este posteo no es periodismo de periodistas?
copio este art. de Zaiat, que parece por demás clarificador y muy importante
Señoras y señores, el problema es la política económica