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PERIODISMO – HISTORIA. La revista «El Porteño», recordada por Rolando Graña

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Aunque tengo tanta fe religiosa como una horma de queso provolone, es evidente que algo raro, indescifrable, hay. Porque ayer, sábado, me encontré después de mucho tiempo con Rolando Graña en un parque palermitano y de regreso a casa me topé con que una querida compañera de los años de exilio en el Barrio Chino (hoy, Raval) de Barcelona me envió esta nota, publicada en la revista electrónica Panamá. Conocí a Rolando en 1984 junto a otros miembros de la redacción de El Bimestre, nos hicimos amigos y él ingresó a la cooperativa que editaba «El Porteño» y a su consejo de redacción en un solo acto luego de que en 1986 una cuarta o quinta asamblea de cooperativistas que tratara mi enfrentamiento con Lanata y sus seguidores me repusiera en dicho consejo de redacción, del que había sido expulsado a comienzos de 1985 a instancias de quién hoy es el mascarón de proa del Grupo Clarín. Sucedió luego de que llegara rápidamente a la conclusión de que no podría trabajar a gusto en la misma pequeña habitación junto a quienes reconocían a mi antagonista como jefe indiscutido y se veían obligados por ello a sobreactuar contrariedad por la decisión de la asamblea de cooperativistas de reponerme, y disgusto por mi presencia en aquella pequeña pieza que hacía de redacción en el sexto piso de la calle General Cangallo 1219. En fin, que sintiendo físicamente un rechazo ominoso a mi presencia en esa habitación, ofrecí mi retiro a condición de que mi lugar lo ocupara Rolando que, como yo, amaba a la revista pero no era uno de los treinta cooperativistas iniciales, sino hasta entonces un mero colaborador. Con Rolando luego tuve encuentros y desencuentros. Entre los primeros, el principal fue que entre ambos evitamos el cierre de El Porteño (Lanata se había llevado al 60 o 70 por ciento de la redacción a Página/12 y no tenía empacho en proclamar que deseaba que, sin él, El Porteño se hundiera) gracias al insensato asalto al cuartel de La Tablada que sumió a la dirección del diario en el pánico y a que no hubo ningún otro medio dispuesto a indagar qué había pasado para que se desatara tal tragedia (dio la casualidad que aquel lunes 23 de febrero de 1989 estabamos reunidos en aquella pieza/redacción, la mayoría fumando impenitentes, tirando ideas para el próximo número, cuando nos enteramos de que la irrupción de un numero grupo armado en el cuartel donde yo había hecho la colimba, y fue entonces cuando entre todos –Rolando llevaba la voz cantante– decidimos que Ricardo Ragendorfer y yo tomáramos un taxi y fuéramos al lugar de los hechos a indagar que estaba pasando. Lo cierto es que, en sociedad con Rolando, levantamos las ventas de la revista con una serie de notas sobre ese tema, por lo que sobrevivió cuatro años más. Y que capotó, tengo para mi, porque Rolando  -que tenía más olfato comercial que el resto- se había ido a Página 12, a causa de sus méritos y de que lo reclamaban nada menos que José María Pasquini Durán (entonces su suegro) y Osvaldo Soriano. Aun así no sé si Rolando hubiera podido evitar el cierre de El Porteño porque en 1993 amigos míos, ex guerrilleros del ERP, preferían leer Caras y proclamar que, como decía Fukuyama, la historia se había acabado… lo mismo que proclama ahora Marcos Peña cuando se autofelicita, muy ufano, por haber reemplazado a nuestros próceres por una serie de bestias autóctonas.

Alguna precisiones: a)  Coca, alma mater de este sitio e historiador de El Porteño, no utiliza su primer nombre sino el segundo, Nahuel; b) No recuerdo la nota del malvado Fogwill «Ese gustito a muerto» que, pese a todo, considero un gran escritor, aunque perverso (que daría por volver a encontrarme con él, María Moreno y Germán García tomando unos whiskys en La Paz); c) No me consta que el hoy alicaído Cordera vendiera cocaína (por lo que sé, Symms se la compraba a un policía de la sección perros de la Federal) ni sé por qué Rolando lo denuncia así; d) No recordaba lo que Rolando describe acerca de sus averiguaciones en Página/12 –por ejemplo, con Tato Dondero– acerca del asalto a La Tablada.

Dicho esto, aqui están sus recuerdos, que son distintos a los míos, lo que no los invalida en lo más mínimo ya que uno recuerda y olvida a la vez, recorta lo que quiere, recuerda lo que puede. Si me parece que Rolando exagera al decir que la redacción de El Porteño estaba «tomada» por la cocaína, porque los cocainómanos son por lo general vergonzantes y no hacen públicas sus snifadas y yo no recuerdo que, excepto Symms y algún otro otro, los cooperativistas hicieran gala de flagelarse las narices. No recuerdo siquiera que Lanata en la época en que se dedicaba a armar lo que sería Página/12  desde la redacción de El Porteño se diera algún saque. Si se drogaba, yo lo ignoraba.

Comparto, sí, las apreciaciones finales de Rolando: éramos muy pobres, pero el dinero ocupaba un lugar secundario en nuestras mentes. Al punto que el puñado de dólares que nos pagaba Brecha (yo también colaboraba por entonces con el semanario oriental que había sucedido al legendario «Marcha» de Quijano) eran maná del cielo. Muchas cosas han cambiado desde entonces, época en que no concebíamos otro periodismo que el basado en la escritura.

La revista «El Porteño» según Rolando Graña

 

Panamá Revista presenta una serie de textos sobre la prensa durante la aún breve pero intensa historia de la democracia argentina. Una relación simbiótica y competitiva que unió por el amor y por el espanto al sistema que los argentinos elegimos para vivir, para obedecer y para ordenarnos con el de las empresas que vivieron de relatarlo. Hoy, que los cambios en las condiciones políticas y de mercado indican un cambio de etapa con alcances aún desconocidos, es oportuno recorrer la historia de la prensa y la democracia a través de los proyectos periodísticos nacidos y criados en ella.

 

​POR LUCAS MALASPINA / @thebadthorn

La contracultura a la izquierda de la pared (alfonsinista)

“El no tan viejo perfil del intelectual ideólogo, que explica, devela, sintetiza e incluso denuncia los problemas de su sociedad y que, cuando trabajaba sobre los medios masivos, era por lo común, crítico y apocalíptico, no cubre las expectativas de los aspirantes a periodistas y comunicadores. La imagen de sí mismos como futuros profesionales es mucho más integrada, por así decirlo: ante la malaria reinante se prefiere zafar en algún medio, grande de ser posible, hacer carrera y no criticar desde el margen”. Las cursivas son del original, y esto es lo que escribía Rolando Graña en mayo de 1988 junto a su entonces colega de la revista El Porteño, Jorge Warley, en un artículo llamado “M’hijo el escriba. Cada vez más aspirantes a periodistas”.

Fue allí donde Graña parece haber encontrado su identidad periodística. Y hay varios de sus compañeros que también. Algunos incluso van más allá, como Olga Viglieca, quien se autodenomina una “viuda” de El Porteño. Si hablamos del periodismo progresista y de la transición democrática, los millenials bienpensantes, y aún algunos treintones o cuarentones, rápidamente nombrarán a Página/12 y hablarán de Lanata o de Verbitsky. Pocos, quizás aquellos que han hurgado en las librerías de saldo de la avenida Corrientes o en los lotes de papeles viejos que se rematan por MercadoLibre, podrían rescatar del olvido a aquel emprendimiento cuyos sumarios se resolvían en asambleas compuestas por peronistas de izquierda, comunistas y “troskos”. Entre los “troskos”, de algún modo, se ubicaba a Graña por entonces.

Cuando los años de plomo acabaron algo emergió de las cenizas del setentismo aniquilado: El Porteño fue su más fiel expresión. Nació en enero de 1982 (en realidad, el primer número apareció en diciembre de 1981, N. del E.), dirigida en un primer momento por Gabriel Levinas. Los ricoteros estudiosos habrán leído seguramente sobre la amistad que forjaron en aquellos años el Indio Solari y Enrique Symns, responsable de Cerdos y Peces, que se inició como un suplemento de El Porteño y luego se volvió publicación independiente. “Hay que entender el por qué el auge de la cultura de izquierda en esos años. Uno rompía con el mundo de los viejos, que era conservador, tanguero, prejuicioso”, dice Graña.

Aunque ahora suena trillado, El Porteño fue contracultural en un sentido muy original: hizo bandera de los derechos humanos mucho antes de esto fuera setteado como algo “políticamente correcto”, discutió sobre las internas de las huelgas obreras cuando poco faltaba para que se intentara decretar “el fin del proletariado”, y de homosexualidad, cuando hablar de esto, lejos de estar de moda, era materia judiciable. También sobre cocaína e internillas de la extrema izquierda, sobre mafias parapoliciales del conurbano y sobre feminismo (con una sección especial que se denominó “La Porteña”). En El Porteño se escribió sobre punk y psicoanálisis mientras la sección “The Posta Post” metía el dedo en la llaga contando las intrigas del alfonsinismo (mientras sobrevivió, también se le animó al primer menemismo, pues debió cerrar en 1993).

Corre la última semana de julio. Mientras mira por la ventana de un café ubicado en la frontera entre Almagro y Palermo, Graña, de 57 años, empieza a recordar algunos trazos de esa trayectoria. Se refugia, de cuando en cuando, en esa típica acidez irónica que lo caracteriza -esa que se intuye aún para quienes sólo lo conocemos por TV-, y como si se permitiera añorar, al menos por un corto lapso (no parece ser alguien que gaste a cuenta del pasado), esos días de El Porteño. Ya sentados, pide un desayuno y acto seguido y, como si fuera un DT que saca del banco a un juvenil y lo empuja a la cancha, sentencia: “¿Qué querés y qué querés saber?”.

Entre la calle y los bancos franciscanos

Graña, hoy conductor de Tercera Posición (A24) y columnista político de América Noticias, fue redactor en El Bimestre (que respondía al CISEA, un think tank alfonsinista), Crisis (segunda época, 1986-87), El Periodista de Buenos Aires y luego en Página/12. En el medio, fue jefe de redacción de la mítica revista que nos atañe. Quien quisiera entender cabalmente qué fue El Porteño debería husmear la extensa investigación académica de Eduardo Coca. Mejor sería, incluso, digitalizarla completamente, para alimente a las nuevas generaciones de periodistas que intentan sobrevivir a una desfiguración que no es tecnológica sino cultural: el karma de la instaneidad, la edición (en franco peligro de extinción), las fake news y, hay que decirlo, la precarización laboral, como posibles causas.

A la luz de las idealizaciones del “regreso de la democracia”, volver a una revista que hizo del under su buque insignia tiene algo de naïf. Pero sólo si se cae en ese error. Aquellos años fueron en realidad, escalofriantes y turbulentos, teñidos por una dimensión policíaco-militar de lo político: la retirada de las fuerzas represivas era un hecho, pero la cantidad de pasos que retrocederían dependía de una disputa abierta que tenía a la calle como protagonista. Bien se pueden entender esos años con algunas de sus tapas, que denunciaron las oscuras maniobras del aparato de inteligencia del Proceso para no ceder ante la sociedad civil.

Querubines

-¿Cómo empezaste ahí?

-Hago una primera nota sobre la huelga de la Ford, una huelga que hizo temblar al alfonsinismo. Y después me preguntan si no me animo a escribir la nota de cuando los fascistas habían ido a romperle el Teatro San Martín a Darío Fo. No pagaban nada.

-La de “Los querubines contraatacan”…

-Esa nota la terminé sobre el cierre. En la redacción ni siquiera había sillas, era una mesa larga con bancos franciscanos y una máquina de escribir. Yo llevaba una semana laburando, metiéndome y preguntando con los fascistas de la revista Cabildo, qué se yo. Y había conseguido una nota con Oscar Castrogé, de Acción Nacional. La escribí de un toque en máquina de escribir y casi sin corregir. Salí de ahí feliz, creo que en menos de un mes (yo todavía tenía laburo) le dije a [Carlos] Altamirano que renunciaba a la beca. Le dije: “Mirá, mi mundo es la calle, no la hemeroteca”. Yo cada vez que iba a la Biblioteca del Congreso sufría, me hinchaba los huevos. Yo sabía que no iba a ir a la política, entonces me quedaba el periodismo. Me quedaba el periodismo de calle. Lo mío es la calle. En ese momento tuve el privilegio de hablar con diferentes voces, mi posgrado fueron la entrevistas. Fue la oportunidad de hablar con las mejores mentes de mi época.

El Porteño bajo Gabriel Levinas (o el primer beso entre progresía y negacionismo)

El mencionado investigador Eduardo Coca (No se llama Eduardo sino Nahuel, y es el inventor y alma mater de este sitio. N. del E.) sostiene que (en su tesis de gradución) que la mayor revelación de El Porteño fue establecer una ruptura en el criterio de noticiabilidad. La primera etapa, Graña la recuerda así: “Yo era fanático de El Porteño. La leía desde el primer número que salió con Levinas y los indios. La conocía de memoria, de la primera hasta la última letra”.

A mediados de 1985, Graña la abandonó, “horrorizado por el giro a la derecha que pega cuando entran a la redacción Fogwill y María Eugenia Paz Estenssoro, la que luego sería senadora del ARI. Fogwill escribe en la Primera Plana de Jorge Antonio, testaferro de los nazis en Argentina, según se sabría luego, una nota contra la memoria y contra los que reclamaban por los desaparecidos. ‘Ese gustito a muerto’ se titulaba. Dedicada a Zito Lema, que era un pelotudo, pero tampoco podías escribir una nota así de reaccionaria”.

-¿Cómo fue esa época?

-Fogwill era un tipo admirado por todos nosotros, que escribía como la concha de la lora. Para mí era el mejor novelista que había, ya había publicado Los Pichiciegos, Muchacha punk. Verlo escribir esa barbaridad… Yo lo conozco en ese entonces y tengo una impresión desagradable: ‘Este tipo está duro de merca’. Había pasado de la izquierda hippie a la cocaína. Y el que les vendía era “el Pelado” Cordera. Levinas era un soberano merquero. (Fernando) Almirón (el ya fallecido autor del imprescindible «Campo Santo» sobre las atrocidades perpetradas en Campo de Mayo, N. del E.) así como te digo que fue el mejor secretario de redacción de todos, arruinado por la cocaína. Symns no sé cómo está vivo directamente. Yo huí espantado. La redacción estaba tomada por la cocaína. Además cuando empecé a ver las cosas que publicaban…

-¿Y qué pasó con los de izquierda? ¿Se quedaron?

-Los de izquierda se fueron todos. Levinas creo que quiso hacer un giro estilo The New Yorker o no se qué carajo, no me quedé para averiguar.

-En el transcurso de 1985 aún bajo Levinas, entra en escena Ernesto Tiffenberg (quien en 1987 co-fundará Página/12 siendo subdirector de Lanata y director desde 1994 en adelante). ¿Cómo llegan a ser una cooperativa?

-Ernesto era un tipo calmo, yo me llevaba muy bien con él… Cuando entra Lanata, tienen la pelea con Levinas y le compran la revista y la hacen cooperativa.»Danos la revista, antes de pagar las indemnizaciones nos hacemos cargo de todo». Y ya con la revista cooperativa me llaman para que vuelva a escribir. mientras tratan de sacar a todos estos [Fogwill, Paz Estenssoro et al].

Cuando, como si el fallo del 2×1 a los genocidas todavía no se hubiera ni esbozado, menciono al pasar que ese negacionismo no podría tener lugar hoy. Graña se pone firme y me corrige: “Sí, pasa, andá a ver a Luis Gasulla [autor de El negocio de los derechos humanos, y veterano servicio, N. del E,) y todos estos animalitos de Dios”.

Psicobolches

Tendríamos aquí un destilado anticipatorio e incidental de esa rabia que pocas semanas después le estalló en el piso de A24 cuando una “especialista en educación” del macrismo usó el caso de Santiago Maldonado para reflotar frente al conductor la teoría de los “dos demonios”. “Tengo 35 años de profesión y vi como los militares hijos de puta secuestraron y mataron a la gente, como a mis compañeros del colegio secundario. Esos eran terroristas. No te olvides de esa mierda”, sentenció el conductor, y le quitó el aire.

La Tablada, el alfonsinismo y “los primos”

Graña es muy crítico del alfonsinismo. “Terrible, porque yo lo viví”, asevera. Tras haber sido echado de El Bimestre, asegura haber sido vetado en varios medios por la UCR, a causa de haber organizado la lucha contra los despidos que también se llevaron puestos a (Olga) Viglieca, a su ex mujer Claudia Pasquini, y a otros redactores entonces izquierdistas como Jorge Cicuttin. “Terminé laburando en una librería… ¡Una depresión! De ahí me rescata Osvaldo Soriano”. Este vínculo, que él define como “paterno-filial”, lo marcó: “Osvaldo era un tipo interesantísimo, era una persona de un pensamiento de izquierda pero ético. Era un admirador de Dashiell Hammet, de los tipos que en algún momento dado de la encrucijada de su vida, se plantan y dicen ‘no’”.

-Un momento de gran crisis para el discurso de izquierda fue el intento de copamiento de La Tablada.

En esa localidad de la zona oeste de la Provincia, se hallaba un Regimiento de Infantería del Ejército, que fue atacado por la guerrilla del Movimiento Todos por la Patria (MTP), en enero de 1989. El objetivo del MTP, dirigido por Enrique Gorriarán Merlo, ex líder del PRT-ERP, había sido frustrar una supuesta conspiración militar contra Alfonsín. Graña deja de picotear su pan con mermelada y alza la vista para escudriñar mejor a su interlocutor. Está seguro de que no va a dejar pasar esto, y ahora, pregunta él:

-¿Por qué?

Respondo:

-Vos ahí tenés una nota que es muy elaborada políticamente, criticando el asistencialismo del MTP, que es una posición más troska si se quiere y a la vez siendo muy crítico de la adaptación de la centroizquierda a la represión.

-Exacto. En El Porteño había dos sectores, los filo-peronistas, nac & pop, que eran [Eduardo] Blaustein, [Ricardo] Ragendorfer, “El Pájaro” [Juan José] Salinas y los gorilas, que éramos nosotros [se refiere a los que se identificaban con la izquierda]. Esto lo conciliaba digamos por el lado de la calidad. La verdad es que me chupaba un huevo si eran peronistas, de izquierda, lo que me interesaba era que fuera nota y que estuviera bien escrita. Yo siempre resolvía la dicotomía por el lado de lo estético. Cuando es lo de La Tablada ya habían pasado dos años desde que se habían ido los Página/12. Yo trabajaba en los dos lados. Si bien yo era de los Tiffenberg, nunca fui del bando de los Lanata. Yo entonces estaba cubriendo los motines carapintadas. De hecho, casi me ligo un tiro en Villa Martelli, se lo pegan a Rubén Furman, que fue el primer secretario de redacción de Página/12. Y todos pensamos que el 23 de enero ese era un golpe de Estado carapintada. Hasta que -acordate que era un mundo sin celulares- nos empiezan a llamar a la redacción de El Porteño diciéndonos: “Che, tengo miedo que sea mi hermano, mi hijo, mi viejo”. “¿Eh? Pero si ustedes son de izquierda”. “Sí, pero tengo miedo de que sea…”. “¿Estos no son carapintadas?”, nos preguntábamos. ¿Qué carajo era esto? “¡Paren la edición!”. Nos pusimos todos a llamar… Ragendorfer, Salinas, yo…

Y no eran (golpistas). Me llaman de Uruguay. Yo en aquél momento, entre mis múltiples tareas, era corresponsal de Brecha, el semanario uruguayo. Es muy gracioso porque corresponsales en Argentina éramos tres: Rogelio García Lupo, Horacio Verbitsky y yo. El único que laburaba era yo, los otros dos estaban para figurar (risas). Laburaba como un perro, pero me pagaban 30 dólares la nota. Y metía una por semana, no estaba mal. Me llama Samuel Blixen, que hoy es como “el Verbitsky” uruguayo. “¿Vo’ sabe’ lo que pasó ahí? No son carapintadas”. Samuel había publicado un libro que se llamaba Conversaciones con Enrique Gorriarán Merlo. Todo contrarreloj, una cosa atrás de otra. Ahí se me ilumina el cerebro y me voy a Página/12. Y lo cazo al delegado, que hoy es el títular del SiPreBa, Fernando Dondero, que era entonces militante del MTP. “Tato [Dondero], vení para acá. ¿Son?” “Sí, boludo. Son”. Creo que lo secuestré, lo agarré del cuello y lo metí en un bar. Todo el diagnóstico, el giro, el título de la nota, “De las canillas a las armas”, me lo dio Tato. “Nosotros estábamos con las canillas y terminamos enfierrados”. Tato me explica el giro del MTP cuando baja Gorriarán Merlo, que estaba en Nicaragua. La nota la hicimos Juan [José Salinas] y yo.

Silencio

-¿Qué pasó con esos vasos comunicantes entre Página/12 y el MTP? Supuestamente Gorriarán les da la plata para armar el diario.

-En el armado de Página/12 hay mucho vaso comunicante con el ERP, mucho origen “erpio”. La negociación para el financiamiento de Página/12 se hizo en la habitación de al lado de donde estaba yo, en la redacción de El Porteño. Yo lo veía a Lanata que negociaba con “Manzanita” (Alberto Elizalde Leal, primer gerente general de Página/12, enlace con el MTP, ex militante del PRT-ERP). Antes de Página/12, los del MTP sacaron una revista que se llamaba Entre todos, cuyo jefe de redacción era Tito Burgos, el secretario de redacción era Horacio [Verbitsky]. A mí ahí me ofrecen colaborar y no me gustó, y eso que estaba sin laburo. Tenían una redacción en la calle Suipacha.

-En ese artículo decís que los del MTP son “poco precisos” y que para vos en política eso quiere decir “un engaño”. Unos párrafos más adelante, señalás que “El MTP decidió privilegiar el trabajo vecinal (…) Para muchas agrupaciones de izquierda, el trabajo del MTP era por entonces no digamos ya reformista en exceso, sino francamente exasperante. Las canillas, las zanjas, las escuelas y las salas de primeros auxilios a mejorar eran sus metas y para muchos esto tenía más que ver con lo misional y la caridad que con la política”.

-Es que venían diciendo que teníamos que estar todos juntos, pluralismo, y de un momento a otro pasan a meterse con nicaragüenses y vascos mercenarios. Los del MTP empiezan a joder a Página/12 porque querían sacar lo del “pacto sindical carapintada” entre Lorenzo (Miguel) y (Mohamed Alí) Seineldín. Todo un invento. Era una típica maniobra, de locura, de la inteligencia. La Coordinadora, (Enrique) Coti Nosiglia (que era entonces ministro del Interior, N. del E.) dejaron correr esta idea de un golpe a través de (Francisco, «Pancho») Provenzano y del MTP porque les servía para generar una nueva oleada de miedo a ver si frenaban el deterioro de Alfonsín. Un Frankenstein que se les vuelve en contra. Lo del pacto va a una mención arriba en tapa, no es la tapa. Y ahí tiene que sobreactuar un pase hacia el otro lado. Esta es la vergüenza, Verbitsky pasó de hablar bien del MTP a tratar de “lumpen sacerdote» a Puigjané. Mierda, era heavy.

(Fray Antonio Puigjané fue el primer sacerdote en hacer una misa por los desaparecidos. Militante del MTP, cayó preso por La Tablada y fue entonces cuestionado por Verbitsky. La suerte de Provenzano fue menos benevolente: este dirigente del MTP fue detenido con vida junto a Berta Calvo y Carlos Samojedny, durante la acción militar. Al mediodía siguiente, Calvo apareció muerta y Provenzano y Samojedny ya no estaban entre los sobrevivientes.)

Para mí, con esa especie de ética sorianesca -yo lo hablé bastante con Osvaldo-, los tipos eran unos pelotudos pero no por esto había que quemarlos y fusilarlos cuando estaban vivos, que fue lo que hizo el Ejército. Si vos mirás las dos tapas de El Porteño son un ejercicio de coherencia de lo que nosotros pensábamos (“La conjura de los necios” y “Contra el silencio”). ¿Los tipos eran unos pelotudos? Sí. ¿Esto justifica que los fusilaran y los quemaran? No. ¿Esto justifica que Alfonsín se paseara entre los cadáveres asesinados? No ha lugar. De hecho en el segundo número, “Contra el silencio”, yo conseguí a través de Juan Pangol, que era cámara de la Televisión Española, las imágenes de los tipos rindiéndose, que no se habían publicado todavía. Y por ese número casi me tengo que ir del país, un país que era radical y democrático.

-¿Qué cambió desde la época de El Porteño a la situación del periodismo actual?

-Te podés equivocar pero… Nosotros nos podíamos cagar a gritos, recontra putear por cuestiones que tiene que ver con ideas, gustos, amigos. Pero nunca por plata. Ninguno de nosotros. Ni siquiera pasaba, según lo que recuerdo, en la redacción de Página/12. Que tal o cual operara porque le pagaba tal… No existía. En el fondo, esto es lo que yo extraño de los tiempos de El Porteño.


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2 comentarios

  1. Exelente nota!! . Deberían publicarla en todos los medios incluído TN y el programejo de la Legrand, Para que el gorilaje vea que clase de «periodismo » consumen.
    Grande Päjaro Rojo!!!

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