POLÍTICA NACIONAL Y CRISIS GLOBAL

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La lectura de esta nota puede ser contrapesada con el moderado optimismo que surge del extraordinario acto de ayer y, sobre todo, de que en Europa parece estar despuntando una reacción ante la topadora neoliberal.


De cara al 2015

Lecturas del fin de la crisis

La economía nacional está estrechamente ligada a la crisis global. Ese escenario incidirá en el resultado electoral del año próximo.

Los encuestadores escrutan el futuro desde una base muy estrecha. Todo lo que intentan develar es quién será el ungido por el voto popular. A nadie se le escapa que el escenario económico de 2015 incidirá en el resultado electoral, pero como esa variable no depende de la política argentina, en rigor de verdad no forma parte de ninguna cuenta política.

Para la economía nacional, el fin de la crisis global está estrechamente ligado a los cambios de comportamiento de su principal asociado, Brasil. Si la crisis hubiera concluido y la recuperación brasileña resultara un dato cierto, la capacidad oficialista se vería súbitamente reforzada. En cambio, si la recuperación se hiciera esperar, si recién en 2016 se sintieran sus efectos, las chances opositoras podrían verse facilitadas.
Claro que el debate sobre la crisis global no ha concluido. Es que entre Europa y los Estados Unidos superan los 35 millones de desempleados. La cifra con ser voluminosa no satisface a los analistas más exigentes. El motivo es simple, una parte de los desocupados se rindió, ya no busca empleo. Por tanto, los «realistas» los descuentan del total de asalariados y terminado el asunto. Es a través de un método tan brutal como desconsiderado que se obtiene esta resultado. No se trata tan sólo de un nivel de cinismo explícito injustificable, sino de entender que al menos otros 10 millones de trabajadores han huido definitivamente de las estadísticas.
Es posible, entonces, entender «la salida» de la crisis global de dos modos. O como el momento en que 45 millones de trabajadores sin empleo regresen al mercado de trabajo. O como recuperación del PBI global. Es preciso admitir que la primera variante no es compartida por los creadores de empleo. Al menos, de empleo de alta calidad. Esto es, de tiempo completo y con las debidas garantías sociales.
La cuenta se hace desde el otro andarivel. Se mide el producto bruto de cada sociedad, se construye la serie histórica, y no bien se detiene la caída dando inicio a una nueva tendencia, comienzan a repicar las campanas de la victoria.
La pregunta inevitable: ¿victoria de quién? Y por tanto: ¿victoria para cuánto tiempo?
Si sólo se trata de verificar la marcha de los volúmenes de producción, sin considerar las condiciones en que dichos volúmenes se alcanzan, queda claro que el incremento de la productividad no sólo supuso una reducción cuantitativa de trabajadores, sino que ha sido acompañada por el estancamiento de los niveles de salario monetario nominal. Y no bien ese estancamiento es visto con mayor detalle, se comprueba que las prestaciones no monetarias –como los servicios sociales– o han descendido de calidad o directamente desaparecieron.
Dicho de otro modo, la calidad de la ciudadanía que el welfare state conformara una vez concluida la II Guerra Mundial, mudó de tendencia. Ya no se trata de un incremento de los derechos reales, de un mundo donde el pleno empleo era un objetivo colectivo; más bien la crisis se estaría resolviendo con instrumentos previos al keynesianismo, donde los mas débiles pagan con la reducción de su calidad de vida, que la sociedad supere los estándares productivos anteriores.
La innovación tecnológica recupera, por esta vía, la característica que los primeros trabajadores observaran empíricamente: una amenaza para su sobrevivencia. Los ludistas, corriente obrera inglesa, intentaron a comienzos del siglo XIX destruir el proceso de mecanización productiva de la Revolución Industrial mediante la acción directa. Probaron destruir las máquinas. Fracasaron, y los trabajadores cartistas impulsaron una política donde la innovación tecnológica no se oponía necesariamente a los intereses obreros.
Ahora bien, la solución conservadora en curso, no sólo replantea este problema, además tiene una base de sustentación muchísimo más pequeña, ya que no depende del incremento de la demanda popular solvente. Dicho de otro modo, la crisis de consumo está a la vuelta de la esquina.
Cuadro de situación. Hay 24 millones de parados en Europa, seis en España. En esas condiciones la economía global da indicios de un cambio de tendencia; la contrahecha economía española, tanto como en la tecnológicamente renovada norteamericana, muestran síntomas de reactivación. Para la presidenta de la Reserva Federal de EE UU la locomotora de la economía global avanza por la buena dirección. Janet Yellen decidió cancelar los estímulos financieros, aunque la recuperación se estancó. Apoyada en el dato del empleo de abril, sin considerar la baja de la demanda solvente de los asalariados, basta a su juicio con la creación de nuevos puestos de trabajo y la reducción de la tasa de desempleo –cuatro décimas con respecto al mes anterior– para este desaforado ejercicio de optimismo contable.  
El nivel de desempleo del 6,3%,el más bajo desde septiembre de 2008, facilita ese acto de propaganda política. Por cierto, la pequeña baja de la tasa de desempleo está determinada por la merma de la población económicamente activa. Dos fenómenos relativamente independientes deben evaluarse. La creación de nuevos puestos de trabajo, uno; la reducción de la tasa de desocupación atribuible a un recorte de la población activa, dos. En abril del 2014, 806 mil personas salieron del mercado laboral en Estados Unidos. Por tanto, el número de desocupados cae por debajo de los 10 millones. En los último año, la fuerza laboral se contrajo en 1,9 millones de trabajadores. De esa asombrosa contabilidad social surge la cifra final: 10 millones.
2,2 millones de personas ya no buscan empleo, efecto desánimo dicen los economistas, o porque ya no están y difícilmente estarán en condiciones materiales de buscarlo, o porque integran la nueva ola de jubilaciones. Los integrantes de la generación del baby boom huyen del mercado. Razones sobran. Si aceptan trabajar en las nuevas condiciones sus futuras pensiones serán menores; la muy baja calidad del nuevo mercado laboral, junto a la reducción del salario real empujan en esa dirección.
Esa es la tendencia. La creación de nuevos puestos no va acompañada por un alza de la masa salarial. El salario permanece numéricamente constante o se reduce. En el «parte time» la hora trabajada se cobra menos. Y si se tiene en cuenta el incremento del costo de la vida, se comprende la ruta regresiva de la distribución del ingreso. Una recuperación tan lenta, tan débil, y tan difícil de sostener está determinada por las herramientas de política económica. Mientras la reducción del costo del trabajo sigue siendo el principal instrumento del crecimiento económico, la posibilidad de otra velocidad de expansión sigue bloqueada. Es que la reactivación sigue dependiendo del consumo suntuario, o si se prefiere, del aumento de la demanda de los sectores de mayores ingresos. Es cierto que la crisis los indujo a moderarse, pero a nadie se le escapa que los que se despeñan no vuelven. De modo que todos controlan su nivel de gasto. Los que pierden sus actuales condiciones de trabajo saben que el futuro no depara mejorías.
En los últimos años el salario medio creció menos de un 2%, y si bien en el otro extremo los salarios mejoraron, lo hicieron en una proporción relativamente más baja. Los que dependen exclusivamente de su salario, los que no tienen títulos públicos o acciones privadas, cuidan su dinero. Si bien es cierto que la deflación operó al comienzo de la crisis, hace un rato que ya no opera. De modo que el repunte actual tiene como límite la demanda popular.
Sólo los gobiernos hablan de la mejora, de que se reduzca «sustancialmente» la tasa de desempleo. Cosa en la que nadie cree y que los números desmienten. Basta mirar los datos enviados por los gobiernos europeos a Bruselas para comprender. Nadie espera en España para 2016 una tasa de desempleo inferior al 25 por ciento. El actual asciende al 25,9 por ciento. 

De modo que la conclusión se impone sola. La política de recortes permite entender, no sólo se reduce el salario de bolsillo, se trata de la transferencia de ingresos más importante realizada contra el ingreso popular. La derrota de la izquierda, la victoria conservadora reabrió el camino para una crueldad histórica sin para qué, ya que la producción está en condiciones de satisfacer la demanda.


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