¿QUÉ PASÓ AQUÉL INFAUSTO 1º DE MAYO DE 1974? Una explicación magistral

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Si hay algo que nunca me gustó del peronismo oficial fue ese empeño de reconvertir el Día de los Trabajadores, diluyendo su origen, y con él la nutritiva historía de Los mártires de Chicago, en una policlasista Fiesta del Trabajo. En 1974 estaba haciendo el servicio militar en el cuartel de La Tablada, y aunque estaba muy enojado con el giro que habían tomado los acontecimientos (baste recordar el rápido ascenso del antaño exonerado comisario Alberto Villar a la jefatura de la Policía Federal de la mano de José López Rega y el ascenso de éste, firmado por Perón, de cabo 1º a comisario general) y con el general-presidente, al enterarme que mis compañeros de Montoneros habían decidido ir a la Plaza de Mayo a manifestar su disconformidad (básicamente, a cantar «¿Qué pasa, que pasa general? Está lleno de gorilas el gobierno popular») les manifesté mi oposición… un saludo a la bandera porque como había estado brevemente detenido en enero, se suponía que el ejército sabía de mi adscripción política, por lo que se me había desafectado, concediéndoseme una especie de año sabático hasta que finalizara la colimba. En fin, que era un cero a la izquierda.

El Peronista, sustituyó al prohibido El Descamisado como órgano de la llamada Tendencia. Estaba claro que de irse a la Plaza habría lío.

Recuerdo que a mi contacto le expliqué mis razones. El peronismo, muy influido por López Rega, planeaba una especie de festival, incluyendo un ridículo concurso de belleza femenina, con elección de miss y todo. Era evidente que «Lopecito» obraba con la anuencia no solo de «Isabel» sino también de Perón, y no tenía sentido ir a como quien dice escupirles el asado. La dirección de Montoneros sabía perfectamente que la salud de Perón era muy mala. No tenía sentido continuar la pelea con él. Había que esperar y disputar la herencia, el futuro del peronismo, una vez que Perón ya no estuviera. Además, a mi me repugnaba la idea de ir a un lugar donde se pasearan en un escenario mujeres jóvenes con traje de baño y un número, como si fueran Aberdeen Angus en La Rural.

Aquel día y a esala hora, me tocó hacer guardia en «Puesto Pistola», en el extremo N.E. del regimiento, junto a la calle Somellera, por lo que recién me enteré de lo sucedido al día siguiente, siempre en el cuartel, gracias a un diarero que ingresaba en bicicleta, al que le compré un ejemplar de Noticias, el diario de los Montoneros (cada tanto algún suboficial me preguntaba por qué leía ese diario, a lo que respondía poniendo mi mejor cara de boludo que era porque tenía las mejores fotos de los partidos de fútbol), y recién lo pude debatir con mis compañeros cuando salí de franco. Recuerdo que fui como estaba, con mi uniforme símil cafetero, a Chile 1481, sede de la regional 1 de la Juventud Peronista y principal edificio público de Montoneros (que todavía estaba en la legalidad) en todo el país. Que estaba apenas a una cuadra y monedas de la Unidad Básica «Patria Grande» de la Circunscripción 13 (Montserrat) de la cual había sido uno de los jetones juveniles hasta mi reclutamiento.

Ya entonces existían las fake news aunque todavía no fueran más que pseudonoticias. El gorilaje y sus medios habían echado a rodar ora que Perón había expulsado a los Montomeros, ora que éstos habían decido irse luego de que Perón los tratara de «estúpidos» e «imberbes». Y se regodeaban inventando que la Juventud Peronista había cantado estrofas de neta raigambre simia*. La verdad de la milanesa, me dijeron los compañeros mas equilibrados, es que Perón había perdido el control ante el «¿Qué pasa…? y otros cánticos como, por ejemplo, el de «Si Evita viviera, Isabel sería soltera». Que un general septuagenario reaccionara mal, crispado (ver foto) cuando se metían con su esposa, era previsible. Dicen que Perón se arrepintió ese mismo día de haber perdido el control y varios compañeros con responsabilidades en «la orga» y en aquella  movilización me aseguraron que la dirección de Montoneros jamás dio la orden de retirarse de la Plaza sino que fue un movimiento espontáneo del «las bases» que se sintieron injuriadas por Perón, por cuyo retorno al país y al gobierno muchos se habían jugado la vida.

Sea como fuere, Montoneros perseveró en su errónea caracterización del momento hasta el punto, para mi ridículo, de negarle a Isabel el apellido Perón y empeñarse en llamarla por su apellido de soltera, Martínez.

Para entonces, precipitada por el absurdo asesinato de José Ignacio Rucci, ya se había desgajado de Montoneros lo que se conoció como «La Lealtad», es decir, los militantes que se negaron a confrontar con Perón, posición que sin ser protagonistas, compartían Néstor y Cristina, militantes del Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN) de La Plata, de raigambre originalmente revisionista, la más antigua del peronismo combativo.

La pretensión montonera de que Perón había dejado de ser peronista, fue absurda.

Era una época en que no sólo no había celulares, compus, internet, ni siquiera fax, sino que incluso había pocos teléfonos, y los militantes además no acostumbrábamos compartir, no ya los  números de aquellos, sino tampoco la dirección de nuestros hogares y ni siquiera nuestros nombres. Los apellidos no se podían dar ni bajo presión. Así las cosas, nunca había podido sentarme a conversar con mis compañeros «leales» y, de hecho, cuando rompí con «la tendencia», me fui de la mano de compañeros de la izquierda nacional a una «orga» de izquierda nada gorila, la OCPO.

Al regreso del exilio, aunque paulatina, grande fue mi sorpresa al comprobar que los motivos que me habían alejado de Montoneros eran en gran medida los mismos que habían motivado a poner distancia de su conducción a muchos «leales» (otros, descuento, también se habrán alejado porque «el miedo no es zonzo»), comenzando por ese error garrafal que fue el asesinato de José Ignacio Rucci, consumado, créase o no, sin previa aprobación de la conducción nacional de Montoneros… que había condenado al secretario general de la CGT –al parecer retóricamente, lo que subraya el valor de las palabras– «a muerte» por su estrecha amistad con los pistoleros de la CNU, protagonistas de la matanza de Ezeiza.

Todo este larguísimo introito viene a cuento de que escuché fascinado, casi diría subyugado, este discurso de Cristina correspondiente al 1º de Mayo de 2014… al cumplirse 40 años de aquella fecha tan traumática. No sé cómo pudo habérseme pasado entonces por alto. Supongo que como muchos compañeros que trabajábamos en el séptimo piso de la sede de Télam en la Avenida Belgrano (recuerdo perfectamente las objeciones de la intuitiva Lorena García, la primera en verlo o al menos en expresarlo) estábamos muy fastidiados con la debacle de aquella primera fase del trasvasamiento generacional («La Operación Hijitus fracasó», era una de mis muletillas), de la que podía dar cuenta tanto en Télam como en el Archivo Nacional de la Memoria, mis dos empleos. Los reiterados actos en ante un Patio de las Palmeras lleno de jóvenes entusiastas nos parecía epítome («pescamos en una pecera») de esa frustración.

Lo cierto es que escuché ahora a Cristina y no pude menos que quedar maravillado por la precisión con que evaluó aquel lejano pero crucial momento, cuando ambos teníamos veinte años.

Los invito a escucharla y a decirme si acaso exagero.

(Vean más abajo la yapa…).

Como yapa, les dejo el discurso que Perón había dado aquel día por la mañana ante la Asamblea Legislativa, discurso magistral que los incidentes que habrían de producirse en Plaza de Mayo unas pocas horas después, oscurecería. Allí Perón ratificó la necesidad de avanzar hacia la integración regional  y continental y antiimperialista como pasó ineludible para un ulterior universalismo. Y ratifico que la disyuntiva segúía siendo Liberación o Dependencia. Si tienen tiempo escúchenlo. Tendrán la alegría de comprobar una vez más que tenemos bases y raíces firmes. Si Argentina es, lo es y será por quienes la amamos justa, libre y soberana.

Entonces, como ahora, estábamos rodeados de enemigos. Todos los países limítrofes estaban gobernados por dictaduras militares y Kissinger y la CIA se habían dado el gusto de ahogar en sangre y fuego al socialismo democrático intentado por Salvador Allende y la Unidad Popular en Chile. En este contexto, muchos jóvenes nos oponíamos al Pacto Social piloteado por José Ber Gelbard y queríamos la revolución socialista ya.


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