DICTADURA Y EXTERMINIO: Los negacionistas vuelven a la carga
Indignado con una reciente nota de Carlos Gabetta (que propone terminar abruptamente con los juicios por crímenes de lesa humanidad, propuesta a la que habremos de contestar a la brevedad) me topo con esta nota de María Seoane que hace al tema. No la encontré en Caras y Caretas, en cuya edición del mes en curso se publicó, sino en el ¿nuevo? sitio de Miguel Russo, www.elebece.com.ar. al que ingresé por recomendación de Miguel Borean. (En la foto, el general Carlos Guillermo Suárez Mason y José Alfredo Martínez de Hoz, emblemas del plan exterminador) JS
El negacionismo en la era Macri

Han pasado cien días del nuevo régimen, basado en la alianza del gran capital y las corporaciones nacionales e internacionales, cuya expresión nítida es el gobierno de Mauricio Macri, y cuyas políticas económicas van dirigidas al arrasamiento de muchos de los derechos políticos, económicos y sociales adquiridos en la etapa anterior.
A ese vademecum Ceocrático, se sumó en el terreno de los derechos humanos no sólo el desmonte pertinaz de organismos y entes estatales dedicados a la memoria, la verdad y la justicia sino también el intento de cierta negación del pasado. Entusiasmados por rediseñar un país capitalista feroz, hubo uno de los funcionarios que quiso volver a discutir el número de los desaparecidos.
Es conocida en el mundo la tendencia negacionista sobre el Holocausto, sobre los crímenes del nazismo contra los judíos. Cada tanto, el negacionismo –que tiene mala prensa pero es pertinaz en su desatino– se genera desde las usinas vinculadas a movimientos antidemocráticos: fue, es y será la actitud de las derechas para avanzar sobre la refutación de sus propios crímenes cuando les tocó asaltar el poder y gobernar o de los crímenes de sus inspiradores ideológicos. Como la sangre es indeleble y no es posible negar la magnitud de crímenes de Estado, como el de la dictadura militar argentina a partir de 1976, los defensores ideológicos de la prosapia oligárquica argentina –que los militares encarnaron por práctica y plan económico favorable a esa elite– intentan negar las prácticas de la memoria sobre el pasado y remitirlas a un uso político del gobierno de Néstor y Cristina Kirchner (2003-2015).
Los negacionistas argentinos –periodistas, intelectuales y algunos funcionarios del actual gobierno de derecha de Mauricio Macri–, en verdad, quieren negar algo más que los crímenes; quieren barrer la memoria histórica de por qué se cometieron y sus consecuencias sociales y políticas. Porque corrido el velo de los asesinatos, torturas, robo de bebés, secuestros y robos producido por los militares, anidan los beneficiarios directos de ese modelo de “guerra sucia”, el interés económico que los favoreció y que remite a los dueños del poder económico nacional y transnacional pasado y actual.
Los negacionistas argentinos suelen usar diversos argumentos. El más común es el de cuestionar el número víctimas al decir que no hubo 30 mil desaparecidos. En un exceso de literalidad muchos limitan la cantidad a 8.900, el número incluido en el Nunca Más, editado 1984.
El número 30.000 no es específico, ni tampoco pretende serlo. Es solo estimativo y se basa, entre otras cosas, en un informe de inteligencia del batallón 601 de 1978 y del CELS en 1982, pero 40 años después el trabajo de los organismos
humanitarios elevó esa cifra a casi el doble. Por lo tanto, el negacionismo basado en la precisión numérica es el más ineficaz para cuestionar las políticas de memoria.
Otro argumento es el de emparentar los crímenes de la dictadura con los producidos por la guerrilla en aras de una “memoria completa”, y negar así el carácter de víctimas de los desaparecidos. Esto ignora que como establece nuestra historia política hacia 1975 la guerrilla, constituida por civiles armados, estaba en vías de extinción, que la dictadura tuvo como leiv motiv central reprimir al movimiento obrero –tal como se ratifica en el informe de la Conadep: el 56% de las víctimas eran obreros, delegados obreros. Y que cuando se habla en toda la legislación nacional e internacional de delitos de lesa humanidad ellos se refieren a aquellos producidos por los Estados que tienen el monopolio de la fuerzas y del ejercicio de la ley.
Los negacionistas argentinos intentan minimizar o directamente negar que el verdadero motivo de la llegada de la dictadura no fue exterminar a la guerrilla marxista y peronista, sino que la dictadura tuvo un plan sistemático de exterminio de los opositores, montó un régimen ilegal y clandestino de asesinatos, secuestros y robo de bebés, sostenido en el tiempo por un Estado cuyo objetivo central fue el reformateo económico social de la Argentina. La brutal transferencia de ingresos de los asalariados a los más ricos; el endeudamiento externo y el ingreso desaforado de la Argentina a la transnacionalización financiera.
Por tanto, los negacionistas encubren en definitiva el interés en defender a los beneficiarios económicos del plan dictatorial: la gran burguesía agroexportadora, las empresas transnacionales y el capital financiero internacional.
Según el gran lingüista Tzvetán Todorov, la memoria promueve no sólo la justicia sino la verdad y la ejemplaridad. El subsuelo de esta conducta de los negacionistas argentinos es la búsqueda de impunidad entendida no como la ausencia de castigo a los criminales sino como un revisionismo histórico que los justifique.
Algo más, la resistencia a que grandes empresarios argentinos sean juzgados explica el regreso del negacionismo criollo en momentos en que, a partir del triunfo de Macri, llegaron al poder con sus gerentes de empresa –los CEOS– inaugurando la Ceocracia como forma de gobierno, que requiere por lo tanto un barrido de la memoria de sus complicidades civiles con la mayor tragedia argentina.
El negacionismo actual es una autodefensa de quienes están en el poder. De quienes se oponen a que la justicia llegue a los empresarios y civiles que se beneficiaron entonces y ahora de las políticas económicas depredadoras del Estado y de los derechos laborales, civiles y políticos de las mayorías. Con dictaduras militares o con votos, la ecuación es la misma: olvidar para la impunidad.