Ricardito el clon o la nada misma

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El ataque a Raúl Zaffaroni

Un verdadero caso de criminología preventiva

A todas luces, el más intransigente resultó ser el hijo de Alfonsín, quien no dudó en exigir la renuncia del juez, a sabiendas de que sobre este no pesaba ninguna imputación judicial.

Ricardo Ragendorfer / Tiempo Argentino

En primer lugar, una especulación ficcional: imaginemos que alguien, por ejemplo, un prestigioso editorialista de origen tucumano, es masacrado en su departamento por un taxi boy que ofrecía sus servicios en el rubro 59 del diario Clarín, ¿se podría sólo por ello vincular penalmente a dicho medio con semejante delito? La lógica jurídica indica que es un disparate. Un disparate únicamente comparable con las denuncias contra el juez de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni, a raíz de que en inmuebles de su propiedad se ejercería el trabajo sexual.

Ya se sabe que el tema fue instalado la semana pasada por la editorial Perfil, a través de su sitio Perfil.com y el diario Libre. En paralelo, La Alameda, una ONG contra la trata de personas –relacionada con el arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, y la embajada de los Estados Unidos–, decidió con suma premura querellar al magistrado ante la Justicia.

En el plano fáctico, el asunto fue descomprimido por el propio Zaffaroni, al declarar públicamente que él no suele firmar contratos de locación ni conoce a sus inquilinos, puesto que la administración de sus propiedades está a cargo de «un apoderado y una inmobiliaria que los alquila». Sin embargo, su descargo no logró neutralizar el hostigamiento contra su persona.

Tanto es así que personajes como Eduardo Duhalde, Elisa Carrió y el hijo de Alfonsín, entre otros referentes de la oposición, interrumpieron las cuestiones específicas de sus respectivas campañas electorales para sumarse a la ofensiva contra Zaffaroni, exigiendo para él medidas que van desde la lapidación hasta la hoguera. A todas luces, el más intransigente resultó ser el hijo de Alfonsín, quien no dudó en exigir la renuncia del juez, a sabiendas de que sobre éste no pesaba ninguna imputación judicial. «Bueno, si se equivocó, igual debe dar un paso al costado», fueron sus exactas palabras.

Es que, en ciertas ocasiones, lo que torna más atroz a la actualidad argentina es su estructura de chiste. Y la metamorfosis de un problema de consorcio en una cuestión de Estado no deja de ser una maniobra del humor. Nadie expuso este caso mejor que la revista Barcelona, la cual en su último número resumió así la indignación republicana contra Zaffaroni: «Es el proxeneta inmobiliario más importante del país. Apoya la despenalización del consumo de drogas, los Derechos Humanos de los delincuentes y condena las prácticas monopólicas. ¿Deberían volver Nazareno, Barra y Moliné O’Connor?»

Tal vez ese sea el pensamiento profundo del hijo de Alfonsín.   

Había que ver en los últimos días a ese adulto de 60 años que cifra su suerte política en parecerse al papá, engolosinado con su embestida contra Zaffaroni, quien –dicho sea de paso– contaba con el respeto del verdadero Alfonsín. Lo cierto es que esta auténtica metáfora del oportunismo constituye una historia en sí misma.

Porque mientras el candidato a presidente por la Unión para el Desarrollo Social (UDESO) se obstinaba con denostar a Zaffaroni, tanto Duhalde como la señora Carrió bajaron sus propios decibeles al respecto, con el claro propósito de diferenciarse de él. Hasta el mismísimo Mauricio Macri tuvo el encomiable tino de no acompañarlo en su juego, al afirmar: «Es un tema tan delicado que me gustaría tener toda la información para no apresurarme.» Pero, para el hijo de Alfonsín, la disidencia más impensada le llegó a través de su propio socio electoral, el acaudalado empresario Francisco de Narváez, quien se presenta como candidato a gobernador bonaerense por la UDESO. «En todo caso, este tema debería tratarse fuera del contexto de la campaña», fue la definición con la que el Colorado dejó a su aliado radical pedaleando en el aire.

Abrumado por la soledad en la cual quedó y tal vez ya persuadido –como hubiese dicho don Raúl– de su torpeza, el mencionado heredero sólo atinó a farfullar: «Lo que en realidad quise decir es que, en el lugar de Zaffaroni, yo hubiera renunciado.» Y declamó esa frase disfrazado con un traje del difunto caudillo.

En comparación con él, un político como Miguel Del Sel hasta resulta serio. En comparación con su ideología, el pensamiento conservador de De Narváez hasta resulta respetable. Porque todo parecería indicar que el hijo de Alfonsín no es ni siquiera un derechista recién salido del closet. En realidad no es nada. O, quizás, sólo un comediante de varieté que se largó en edad tardía al arte del arribismo.

En resumidas cuentas, la campaña contra Zaffaroni dejó al descubierto el sistema punitivo que anida en el universo de la comunicación; la «criminología preventiva», tal como la llama el propio Zaffaroni en su ensayo La palabra de los muertos.

En consecuencia –como en algún cuento de Edgar Allan Poe–, se lo podría considerar como una víctima de su propia teoría. Pero ante el intento de su linchamiento mediático, un profuso arco de políticos, personalidades de la cultura, juristas y otros actores sociales se han solidarizado con él. Incluso lo ha hecho la Asociación de Magistrados, cuya conducción no oculta su sesgo opositor al gobierno nacional.

Un razonable final para una trama en tiempos electorales de descuento.


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