RUSIA. Acerca de la muerte de Alexei Navalny, el principal opositor a Putin
No he comulgado nunca con las posiciones políticas cotidianas de Política Obrera ni de su sucesor, el Partido Obrero, cuyos actuales responsables deben una explicación publica a la deposición de su fundador, Jorge Altamira, del profesor Marcelo Ramal y de otros militantes, que se han reagrupado en torno al viejo nombre de Política Obrera. Pero este artículo de Altamira me parece muy atendible porque tiene una lógica, una coherencia interna que comparto, y porque acusar a un trotskista, no ya de acordar con un estalinista sino, peor, con un neoestalinista capitalista, es un absurdo inimaginable..
La muerte de Alexei Navalny, el opositor más destacado al régimen de Putin, ha desatado, sin sorpresa, una campaña uniforme de la OTAN y sus redes mediática, para acusar al presidente de Rusia de otro asesinato. El despliegue de esta campaña ocurre cuando el ejército de Ucrania y los asesores militares de la OTAN enfrentan derrotas importantes en el frente de guerra, en este momento en Avdivka, en el sector oriental. También cuando las declaraciones estruendosas de Trump, alentando a Putin a ocupar territorios de paÍses de la OTAN, se han convertido en otro factor de crisis en la conducción de la guerra. Los detractores del régimen ruso se han apresurado a lanzar esta campaña sin haber medido el riesgo de que la muerte de Navalny obedeciera a razones clínicas.
El Washington Post, por ejemplo, en un artículo que reproduce La Nación, señala que “durante sus años en prisión se había quejado reiteradamente de que le negaban tratamiento médico para los problemas de salud que padecía”; se supone que habría sufrido un coágulo sanguíneo. La crónica internacional insiste, sin embargo, que se había visto a Navalny en las últimas semanas de muy buen aspecto y haciendo gala de buen humor. El servicio médico de la penitenciaria de la prisión, en el Ártico, aseguran que Navalny se habría descompuesto en una caminata y que los esfuerzos de reanimamiento no habían dado resultado.
Es incontrovertible, sin embargo, que el régimen putiniano ha castigado la oposición de Navalny con una persecución sistemática, en la que se registran denuncias de intentos de envenenamiento y condenas de prisión de carácter político por períodos abusivos y en lugares inhóspitos y de difícil acceso. Lo que es vergonzoso es que la OTAN se adjudique una autoridad moral o democrática en estos asuntos, cuando ha construido una cárcel especial en Guantánamo, Cuba, para el aislamiento y tortura de enemigos políticos, y usado cárceles privadas por toda Europa con ese mismo objetivo. Ahora mismo, las democracias occidentales mantienen en prisión a Julián Assange, por difundir en el espacio público las conspiraciones y crímenes de esas ‘democracias’. Los genocidas de Gaza y secuaces de Netanyahu debieran llamarse a silencio.
El crimen político ha sido un arma que Putín ha usado repetidamente; una de las más infames ha sido el asesinato de la periodista Anna Politkovskaya, acribillada en su casa, luego de que publicara un libro, fuertemente documentado, que relataba la descomposición del ejército ruso y los crímenes cometidos en la República de Chechenia. Otro crimen resonante fue el de Boris Nemstov, el prinicpal opositor en la época, cuando caminaba por un puente en San Petesburgo (N. del E. en realidad ocurrió en Moscú y muy cerca del Kremlim). Otros asesinatos, en Gran Bretaña, son más controvertidos, porque los filo-rusos sostienen que el Novichok, el veneno utilizado en esos casos, se produce en la propia Inglaterra.
La presentación de Alex Navalny como un opositor de cuño liberal o democrática no resiste a los hechos. Navalny debutó en política en la ultraderecha: se unió primero al partido que reunió a los ejecutores del desmembramiento fraudulento de la propiedad estatal y luego, en el 2000, en la Unión de Fuerzas de Derecha. Fue un furioso enemigo de los inmigrantes, especialmente internos, apoyando las masacres de Rusia contra Chechenia y las naciones del Cáucaso norte. El ‘liberalismo’ de Navalny es muy reciente, en función de liderar una “revolución de los colores”, como se denomina a los movimientos impulsados por la OTAN desde la guerra que desató contra Serbia en 1995. En ese campo se alineó la “revolución de Maidán”, que propició el golpe de estado en Ucrania en febrero de 2014. Las actividades políticas de Navalny han sido financiadas por terminales extranjeras, pero tambien por parte de los sectores pro-occidentales de la oligarquía rusa.
Este Jorge Altamira es un falsificador de hechos y no sería exraño que esté cobrando del Imperio, o sea un idiota útil como el 99% de la izquierda occidental.
Para empezar el lenguaje que usa ya no es impacial y lo delata de pleno, dice: «régimen de Putin», «régimen putiniano»,como si la enorme y compleja Federación de Rusia fuera un país bananero gobernado por un personaje como si fuera una hacienda privada. Hay que ser muy ignorante para creer que eso puede funcionar así. Otro punto que demuestra que el tal Altamira asume el discurso occidental, es decir que Avdeevka es el «sector occidental del frente ucraniano». Está en la República Popular de Donetsk, en el Donbass. Por lo menos, debería decir que está en Donetsk, o en el Donbass. Pero no lo hace, así que ya sabemos de qué lado se posiciona.
En segundo lugar, según Altamira «Navalny, era el opositor más destacado». Otra muestra de ignorancia completa del panorama político de la Federación de Rusia. Navalny no era nadie -bueno, era un empresario con causas por fraudes y estafas- y Occidente lo convirtió en el Juan Guaidó ruso.
Pero la infamia más grande de Altamira es hablar de «las masacres de Rusia contra Chechenia y las naciones del Cáucaso norte». No hay palabras para retratar a un individuo que en las guerras del Cáucaso de hace 30 años se posicione del lado de los terroristas islámicos que querían crear un califato islámico en la Repùblica de Chechenia. Allí empezó la pesadilla del Estado Islámico y pobres de los pueblos que no tuvieron la ayuda de Rusia para liberarse de esa plaga.
Me gustaría ver a Altamira diciendo esto en la República de Chechenia, y ante el presidente checheno, musulmán, Ramzán Kadirov, que cuando tenía 12 años vio morir a su familia por un ataque de los terroristas. Luego podría escribir una nota titulada: «Cómo fui a la cárcel en Chechenia por hacer apología el terrorismo».
Otro punto inconfundible del discurso occidental rusófobo, es atribuirle al presidente Putin casi personalmente, la muerte de la periodista -estadounidense de padres ucranianos- Anna Politkovskaya (que obviamente escribía con instrucciones occidentales: «Rusia está cayendo en el abismo soviético», decía, y para ella los terroristas que asolaban el Cáucaso eran «luchadores por la libertad» como lo habían sido para Occidente los talibanes -armados y entrenados por EEUU- que derrocaron por la violencia al gobierno legítimo de Afganistán que había pedido ayuda militar a la entonces URSS para combatirlos. La URSS envió la ayuda, pedida por un gobierno legítimo, pero Occidente hasta el día de hoy habla de «la invasión rusa de Afganistán»). Cualquiera pudo acabar con Politkovskaya.
Altamirano no se deja a nadie sin cargar en la cuenta del presidente ruso, y vuelve a sacar el trillado caso del ex agente ruso Litvinenko, muerto por envenenamiento en el Reino Unido. Cuando un espía cambia de bando, lo puede matar cualquiera. Muerto se ha convertido en un activo muy valioso y duradero para los que eran sus nuevos jefes.
Que Occidente haya publicitado tanto la muerte de un agente secreto renegado -cosa que en el mundo del espionaje no se hace- da mucho que pensar sobre quien lo mató realmente. Así que hay que ser muy tonto para creerse a pie juntillas como hace el autor de la nota la versión occidental.
Y Altamirano no se blanquea añadiendo que Occidente no tiene capacidad moral para criticar (por Guantánamo, por Assange). Pues que se aplique la lección. Tampoco se pueden creer los relatos de Occidente sobre la historia reciente de Rusia y sobre el gobierno del presidente Vladimir Putin.
Y Navalny pudo morir por muchas causas. Lo interesante, para quien quiera saber del asunto (¿vale la pena?) es leer lo que dicen las redes sociales rusas, que los rusos son muy dados a interpretar todo lo que pasa, y a debatir hipótesis.