SAN SEBALDO. El Misógino
Sebaldo
Peregrino, m. en 740.
Sebaldo procedía de Dacia, actual Rumania, y había vivido su juventud en París. Sus padres lo casaron con una piadosa doncella de buena familia, pero en la noche de bodas Sebaldo espetó a su joven esposa: «Hoy llevamos alhajas y mañana seremos pasto de los gusanos ¿Quieres verdaderamente renunciar a tu virginidad, el adorno de la eternidad y dar a luz hijos con dolor? ¿No sería mejor ponernos bajo la protección de San José?»
Curiosamente, quien huyó fue Sebaldo.
Con el tiempo, adquirió el don de obrar milagros, por lo que el Papa lo envió a predicar en Alemania. Cerca de Ratisbona atravesó el Danubio bogando sobre su manto y, una vez llegado a la ciudad, sin que nadie se lo pidiera, recompuso una copa que se había roto por casualidad. Tras cartón, al bendecir a un hombre cuyos bueyes se habían extraviado, le hizo brillar tanto las manos que gracias a su esplendor, en la oscura noche, tras breve búsqueda, el hombre volvió a hallar su ganado. En otra ocasión, estando de camino vaya uno a saber a dónde, se hospedó en casa de una aldeana. Aterido de frío, pidió al ama de casa que echara algo de leña al fuego, pero la avarienta mujer hizo como que no escuchaba.
«Mujer , dijo entonces Sebaldo, si no quieres derrochar leña, recoge carámbanos y bolas de nieve y ponlos al fuego».
Puesto que no le costaban un centavo, la descreída mujer recogió carámbanos y bolas de nieve, los echó al fuego y en el acto las llamas ardieron como si le hubieran echado leña seca y menuda. A partir de ese mismo instante, la avaricia de la aldeana se convirtió en generosidad, de ahí en más echó al fuego todos los carámbanos y y bolas de nieve que podía recoger hasta que murió congelada, para mayor gloria de Dios.