Solidaridad, volvé
Unidad nacional y suramericana y tercerización laboral
Solidaridad, volvé
Huelga, por Ricardo Carpani. |
POR JUAN SALINAS / PÁJARO ROJO
La generación perdida, la de los setenta, quedó más que diezmada, hecha jirones, desperdigada entre enajenados, evaporados, enterrados, aterrados, encarcelados y desterrados. La siguiente, la del 82, se diluyó y esterilizó, políticamente hablando, entre cínicos, desencantados, maladaptados, asimilados e integrados. En este contexto, Néstor apeló a los pibes de la generación surgida a la vida pública el 24 de marzo de 1996, que tuvo su 17 de octubre y bautismo de fuego el 19 y 20 de diciembre de 2001, y su confirmación al ser ungidos con la sangre de Darío Santillán y Máximo Kostecki. No viendo como poder hacerlo de otro modo, apurado, lo hizo con trazos gruesos, impulsando a la política a un puñado de hijos de detenidos-desaparecidos provenientes de H.I.J.O.S. para que oficiaran de imán de sus coetáneos.
Como es sabido, a veces le salió bien, a veces le salió mal, a veces, regular. Y es que ser hijo de alguién no asegura virtudes ni confiere derechos. Y muchos de esos muchachos habían sido huérfanos traumatizados por la tremenda historia que los había privado de padres, cuando no apropiados y educados por los ejecutores y/o impulsores del exterminio. Por lo que era imposible no prejuzgar que la mayor parte debía estar más necesitada de una larga terapia que capacitada para asumir el timón de una nave lanzada a una accidentada travesía por una caudalosa corriente cuyos rápidos, arrecifes, cascadas, meandros y recodos no conocía más que muy superficialmente.
Esa política, en su aspecto central, fue un éxito rotundo, lo que pasó a un tercer plano aquellas aprensiones. Una camada entera de jóvenes se interesó por la política atraída por el deseo inmanente de ese político asimétrico y desgarbado, secundado brillantemente por su hermosa mujer, de la que estaba ostensiblemente orgulloso. Ambos fueron seguidos por lo mejor de la nueva ola, algunos intermediados por referentes de la generación perdida, otros en forma directa, sin mediaciones. De lo que surge el fenómeno que genéricamente los medios opositores identifican, tomando una parte por el todo, como «La Cámpora». Fenómeno cuyo grueso se encarna en Unidos y Organizados, una confederación de organizaciones vertebradas con La Cámpora como primus interpares, más que por el número y calidad de sus militantes (si sólo fuera por eso, acaso el Movimiento Evita hubiera tenido la primacía) por su relación directa con la conducción indiscutida: la Presidenta.
La ruptura entre esa conducción y el principal referente del peculiar sindicalismo argentino hizo que, desgraciadamente, de Unidos y Organizados no forme parte la juventud sindical, falta que se nota desde el mismo nombre de la confederación, pues es posible sospechar que si las huestes de Facundo Moyano (cuya tragedia es cargar con los pecados de arrogancia y necedad de su padre) estuvieran, acaso no se hubiera perdido la solidaridad por el camino: El mandato de Perón -en refuerzo del llamado a la fraternidad de Hernández en el Martín Fierro- fue muy claro: que permaneciéramos unidos, solidarios y organizados.
Fraternidad, solidaridad. Si falta esta argamasa, ¿cómo haremos para permanecer unidos y organizarnos? A la luz de la historia nacional ¿Es posible creer que podrá mantenerse la cohesión por puro verticalismo, por el método de «ordeno y mando»?
Algunos jóvenes parecen creer que si, que es posible, sin prestar atención a la cruda experiencia de quienes lo intentaron en bandos enfrentados, ya fuera en aras de la inexistente conducción de la filofranquista Isabel, o de la pretendida conducción montonera, que nunca llegó siquiera a autoconducirse de manera de impedir desbordes tan irreparables para cualquiera que aspire a conducir el conjunto del movimiento nacional como el asesinato de José Ignacio Rucci, momento cúlmine de la malversación de una rica historia e inicio de un rápido hundimiento en la inopia.
Como entonces (pero en versión bufa, pues no parece que nadie vaya a matarlos) puede escucharse a algunos actuales militantes kirchneristas decir que si no hay reelección, no transarán con nadie, y rematar ese diz que pensamiento con la romántica pero estúpida frase de que «si es necesario, moriremos con las botas puestas»… cuando lo que se trata es de vivir, de asegurar que, cuando menos -y a diferencia de lo que ha pasado en Argentina a partir de 1955, de 1975/76 y de 1990, y en Europa occidental en los últimos tiempos- el gran capital no arrase en un abrir y cerrar de ojos con todo lo conquistado.
Ese barniz ultra, pequeñoburgués, suele complementarse con una completa ignorancia de los usos y costumbres obreras, de la democracia fabril, de las reglas que imperan, libremente adoptadas, entre los trabajadores organizados. Quienes tienen hoy alrededor de 35 años entraron en la pubertad cuando la topadora neoliberal arrasó con conquistas que ni siquiera la dictadura había podido, sabido o querido arrasar como, por ejemplo, la justicia laboral.
Así, mientras los de la generación perdida soñábamos en nuestra adolescencia con impedir que la tercerización laboral se extendiera y saboteábamos activamente por todos los medios a las primeras agencias multinacionales tipo Manpower que comenzaron a desenbarcar en la Argentina a fines de los sesenta y comienzos de los setenta, los jóvenes adultos de hoy han crecido en un mundo formateado por los Mc Donalds y los Calls Centers, un mundo de trabajo precario y contratos-basura.
En este contexto, cuando bajo la consigna de «sintonía fina» Cristina lanzó a sus huestes emprolijar una administración poco eficiente y con bolsones reactivos a cualquier cambio (y donde permanecen enquistados no pocos enemigos del Estado) suelen repetirse los brochazos espasmódicos que caracterizaron el traumático desembarco de Guillermo Moreno en el Indec, dónde en poco más de lo que se tarda en decirlo muchos de los aliados cercanos e incluso no pocos elementos propios pasaron a ser enemigos, mientras muchos menemistas y neoliberales se travistieron en un santiamén de kirchneristas de la primera hora.
Querer introducir cambios en las agencias y empresas del Estado ignorando leyes tan elementales como la Ley de Contrato de Trabajo (sancionada en septiembre de 1974, contempla todos o casi todos los derechos de los trabajadores argentinos) no sólo es profundamente reaccionario, sino también contraproducente. Porque aleja a los trabajadores, de los cuáles no parece lógico esperar a que se resignen a pasar de columna vertebral del movimiento a forúnculo a eliminar por «entreperneurs» dispuestos a hacer carrera.
No está de mas recordar que haber impulsado la Ley de Contratos de Trabajo le costó la vida a su principal mentor, Norberto Centeno, asesinado en la tortura, como parace haberle pasado también en la tenebrosa «Noche de las corbatas» al padre del actual secretario de Derechos Humanos, Tomás Fresneda, que permanece desaparecido junto a otros abogados laboralistas secuestrados en la misma redada.
En momentos en que es imperioso restablecer una alianza estratégica con los trabajadores organizados que (a diferencia de los empresarios de la inexistente burguesia nacional argentina son una fuerza propia, no meramente prestada) el colmo de los desatinos es despedir a militantes de probadas condiciones profesionales y fidelidad al movimiento nacional para reemplazarlos por estudiantes con contratos temporarios o incluso con esa nefasta figura que son los «pasantes», ariete patronal en su permanente porfía por reducir los salarios reales.
Debería escucharse a más a quienes, como Héctor Recalde y Hugo Yasky, pagan un alto precio por la sordera de quienes los avatares de la historia han aupado al podio de los caciques sin haber sido nunca tropa. Ambos tienen claro que sin solidaridad nunca fraguará la unidad y que sin unidad no se consolidará la organización. Y que sin organización, huelga decir, estamos fritos. Y no sólo nosotros, ya que la Argentina es una pieza insustituible de la Unión Suraméricana.
Con lo que volvemos a lo mismo: No es posible una Suramérica unida sin la solidaridad de los países que la conforman, no es posible una Suramerica unida sin la Argentina. Y no es posible una Argentina puntal de la Unión si carece de un poderoso movimiento nacional capaz de contener al grueso del movimiento obrero.
Por todas estas razones es urgente erradicar el individualismo pequebú remanente del neoliberalismo y apuntalar la fraternidad de los laburantes. Solidaridad, volvé.