SUICIDIOS. Su dignidad

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El suicida generoso
Gregorio Morán · · · · ·
27/04/14

Si hubiera sucedido en Alabama, Estados Unidos, de seguro ocuparía páginas de los diarios y sería noticia en más de un telediario. Pero ocurrió en Valencia en día tan significativo como el 14 de abril, por tanto cabe deducir que debe pasar por la censura social que ahora domina los medios, y podría asegurar que pocos, muy pocos, se enteraron de la impresionante historia.
A las 10 de la mañana un individuo al que imagino de buena planta –era un tirador olímpico veterano–, algo excitado, se presenta en la recepción del hospital valenciano de La Fe. Es jornada festiva en Valencia, lunes de Pascua. El hombre aborda a la chica que está en la recepción y le dice escuetamente: «Me llamo Antonio Temprano García y quiero donar todos mis órganos».
No hace falta mucha imaginación para contar la reacción de la empleada que se limita a extenderle un cuestionario de «donante de órganos». ¡Qué otra cosa iba a hacer! Pero todo se transforma cuando Antonio Temprano añade: «Quiero hacerlo rápido porque me voy a suicidar».
No tengo el más mínimo interés morboso por esta historia que trasciende los llamados sucesos habituales, pero me gustaría saber qué pasó desde ese momento. Si Antonio tiene fijada su presencia en el hospital de La Fe de Valencia a las diez de la mañana, en día festivo, qué ocurrió después hasta que se metió en los lavabos y se descerrajó un tiro pegado a la barbilla, en la ingenua creencia que sería menos letal para los extractores de órganos. Lo hizo con una Magnum 9 mm Parabellum; con esa arma letal debió quedar hecho un cristo. (Agradezco a la gentileza profesional de Vicente Useros, de El Mundo en Valencia, algunos datos sobre el caso).
Lo que no sabía el voluntarioso Antonio Temprano, 43 años, es que el suicida representa un problema difícil para los recuperadores de órganos. El suicidio exige el trabajo posterior de un forense y por tanto muchos órganos vitales quedan inservibles. O eso dicen. Pero hasta aquí llega el incidente, luego viene el drama. Antonio Temprano García llevaba parado un año y medio, y todas las glorias locales que le había deparado ser un tirador de pistola olímpico, tener una esposa médico, dos hijos –una con problemas, hidrocefalia–, una sociedad complaciente cuando vas de triunfador, aunque sea local, se transformó probablemente en una pesadilla. De vivir en La Nucia, junto a Benidorm, se trasladaron a Valencia donde su esposa consiguió trabajo en el hospital de Torrent-1, de médico de familia.
Se sentía un hombre de más, que vivía de su mujer y que tras su experiencia en Alicante vinculado a las ambulancias y algunos trabajos eventuales, no lograba salir del círculo vicioso del paro. Y el paro, convendría explicárselo a los expertos económicos, es un virus que a los trabajadores dignos, como con toda seguridad debía serlo Antonio Temprano, les produce una angustia irreversible y permanente, que empieza en la depresión y acaba en no se sabe dónde. Depende de la dignidad, el aguante y la resistencia de la víctima. Recuerdo a un matarife empresarial, un tal Feito, que decía que un trabajador en paro debía ir a Laponia si allí le ofrecían un trabajo. A esta gente asentada deberíamos tener el derecho a denunciarla ante los tribunales por terrorismo social. Son delincuentes con buenos letrados, como los grandes del mundo mafioso. Sus hijos, no digamos él, jamás irán a Laponia; no saben ni donde queda.
El titular es sencillo por más brutal que parezca. «Un hombre desesperado opta por suicidarse para no seguir siendo una carga familiar». Resulta un poco largo para los cánones del oficio periodístico, pero se podría arreglar hasta hacerlo comprensible. ¡Y la dignidad del suicida! Por qué le quitamos ese gesto definitivo de humanidad; que sus órganos sirvan para otros que lo necesiten. Cosa que no harían ni el señor Feito, ni la patronal en pleno, no digamos Bárcenas, Blesa, Rato o Millet, que a buen seguro dispondrán hasta de panteón en cementerios de postín, y rogatorias y misas y triduos y lo que haga falta. (Permítanme la apostilla: que Bárcenas esté en la cárcel y Millet no, es un hecho diferencial de Catalunya, en medida similar a que Blesa haya conseguido juzgar a su juez Elpidio. España, Catalunya incluida, bascula entre Sicilia y el México del PRI, aunque sin petróleo).
¿Por qué no sacamos del armario a los suicidas? En vez de sentirse orgullosa del gesto temerario del marido, la esposa de Antonio Temprano, la doctora Eva Llovet, ha hecho un esfuerzo suplementario por inventarse una muerte del marido que encajara con lo que la vida social exige. Lo entiendo, incluso lo disculpo, pero eso debe terminar. Si mis amigos, mi mujer o alguno de mis hijos tomara decisión tan trascendental como matarse con una causa tan obvia y tan desesperada como es no poder vivir con dignidad en la sociedad que nosotros les hemos creado –la misma que se niega a mirarse en el espejo de sus medios de comunicación– habría que sentirse orgullosos de su valor.
Porque la dignidad exige redaños, el servilismo no los necesita. Me remito al detalle del reciente buque siniestrado en Corea del Sur. El profesor que se salvó frente a los centenares de alumnos que se murieron, tuvo el gesto de ahorcarse porque su vida ya no podría seguir con esa pena y esa responsabilidad. No el capitán, ese asesino, como dijo la presidenta de Corea en un rasgo insólito para nuestra cultura. ¿Se imaginan a Rajoy o a Mas llamando asesino a un funcionario de los suyos, capitán prestigioso, aunque hubiera matado a centenares de personas? Lo justificarían, no me cabe la menor duda. Ya lo han hecho y con menos costo.
En un espléndido artículo aparecido en este periódico el domingo, Jordi Goula advertía que estamos cultivando una explosión social de envergadura. Eso que los chistosos periodistas deportivos, ignorantes de lo obvio, denominan «Semana trágica» para referirse a un equipo de fútbol, ni más ni menos, y que en una sociedad madura como fue –no sé si lo sigue siendo– la catalana hubiera sido impensable salvo si se tratara de un descerebrado. La frase «Semana trágica», en Barcelona, no se puede utilizar en vano, ni frívolamente. Estamos alimentando a la bestia de la violencia y lo hacemos con una irresponsabilidad típica de tiempos pasados, como si se tratara de un chiste o una gracieta, como se dice por acá.
Todos intuimos que Millet no irá a la cárcel nunca; ya se exhibe en silla de ruedas, pronto aparecerá además con un brazo escayolado. También que Blesa, el terrorista social, logrará liquidar al juez Elpidio con la ayuda del peso de la ley y la justicia. Que las falacias que aparecen en los medios sobre la mejoría de nuestra economía, se parecen a las palabras de los médicos a los familiares de los pacientes en una UVI. Las elecciones europeas serán la prueba del desprecio absoluto de la ciudadanía a sus instituciones. Pero no se darán por enterados. Saber que los directivos bancarios mejor pagados de la Unión Europea son los griegos y los españoles, no afectará a nadie, porque nadie lo va a contar por lo menudo.
Confieso que dentro de las tropelías que más me han llamado la atención de los últimos meses está la de Arenys de Mar. Una aspirante a un puesto de trabajo, Clio Almansa, hubo de soportar una prueba digna de la edad media. Un ejecutivo reunió a los aspirantes, dejó caer un billete de 50 euros y gritó: el que se lo quede contará con el primer trabajo, del que se descontará el valor del billete. Lo soltó y los aspirantes se pelearon. La chica presentó una denuncia por diferentes heridas en la pelea. La empresa se llama Ecoline 2010, ocurrió en Arenys de Mar, zona liberada de españolismo, y el asunto lo lleva el juzgado n.º 5 de Mataró.
En letras bien grandes habrá que poner el nombre de Antonio Temprano García, que un 14 de abril, efeméride de la República y la ciudadanía, entró en un hospital de Valencia y dijo: «Quiero donar todos mis órganos, y haga los trámites pronto porque me voy a suicidar».

Gregorio Morán es un columnista habitual en el diario barcelonés La Vanguardia. Amigo de SinPermiso y veterano resistente y luchador político en el clandestino Partido Comunista de España bajo el franquismo, Morán  es un periodista de investigación que ha escrito, entre otros de aguda critica cultural, libros imprescindibles para entender el proceso que llevó en España de la dictadura franquista a la monarquía parlamentaria actual. Está a punto de aparecer en la editorial Planeta de Barcelona un gran libro suyo de investigación crítica de la cultura española del último tercio del siglo XX: El Cura y los Mandarines. Cultura y política 1962-1992.


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