TAIWAN Y LOS MARES ADYACENTES A CHINA, escenario de un posible conflicto bélico que podría volverse planetario
Martín Piqué, quien fue entre otras cosas el último subgerente de Política de la hoy frizada agencia Télam, describe aquí como se desarrolla la nueva guerra fría en un escenario crucial, el Mar de la China y sus adyacencias. Describe la política de Estados Unidos de fidelizar y alinenar contra China a los estados anglos como Australia y Nueva Zelanda y por mantener alineada a la India con esa alianza, llamada Aukus, a pesar de su acercamiento a Rusia, que la provee de gas barato. El finado Kissinger (que quizá haya sido el máximo criminal de lesa humanidad después de Hitler pero que tenía mas claras que nadie las relaciones entre China y EE.UU.) siempre advirtió que Washington no debía combatir contra China en ese escenario; que Taiwan era el punto neurálgico donde era más fácil que de desatara una guerra generalizada, y que en este caso EE.UU. llevaría las de perder porque no podría sostener una guerra también en otro escenario. Piqué destaca la posibilidad de que la existencia de una estación espacial australiana y de la alianza Aukus en inmediaciones de la pequeña ciudad australiana de Alice Springs tenga una relación casi directa con la preocupación de EE.UU, y el gobierno vasallo de Milei-Bullshit por la estación china de Neuquén (yo creo que, además, EE.UU. insiste con el tema, llamando «base» a la estación espacial a fin de hacer creer que se trata de un destacamento militar, para que no haya protestas cuando el cipayo Milei autorice (ciscándose en el Congreso) una base militar, ahora si, de EE.UU. en territorio nacional… lo que como fundamentó Ramón Torres Molina en estas páginas, constituye una clara traición a la patria.
En fin, que quizá el peligro mayor para la sobrevivencia de la humanidad se encuentre en Taiwan, la vieja isla de Formosa que según la ONU y la inmensa mayoría de las naciones, es territorio chino del mismo modo que las islas Malvinas son argentinas (con la ventaja de que en Taiwan, la inmensa mayoría de los habitantes son chinos y recontrachinos, ya que son una mezcla de todas las etnias que combatieron en el Kuomintang a las órdenes del derrotado general Chiang Kai Shek.
Puja por los mares en el Asia-Pacífico
POR MARTÍN PIQUÉ / TEKTONIKOS
El tablero que se viene en la disputa entre EE.UU. y China. La noticia se anunció hace un año desde la base naval de Point Loma, en la ciudad californiana de San Diego, pero su impacto irradia hasta hoy. Acompañado por sus dos socios de la alianza AUKUS (Australia y Reino Unido), el mandatario estadounidense Joseph Biden informó que las tres naciones habían firmado un acuerdo para la provisión de submarinos de propulsión nuclear a Australia, el sexto país más grande del mundo y —dato no menor— una nación con la dimensión de un continente y al mismo tiempo insular.
Biden hizo el anuncio con un submarino detrás suyo, para que la mole sumergible amarrada en el muelle de la bahía de San Diego quedara registrada en la transmisión televisiva. El acuerdo de la alianza militar prevé que Australia adquiera tres submarinos de propulsión nuclear de clase Virginia en el año 2030, y que hasta entonces submarinos estadounidenses y británicos se turnen en las aguas del Indo-Pacífico para patrullar esa región, que está en el foco de la disputa geopolítica con la República Popular China.
“Estos submarinos son de propulsión nuclear y no un arma nuclear. Estamos comprometidos con fortalecer el régimen de no proliferación nuclear”, declaró Biden en aquella cumbre, que tuvo lugar a mediados de marzo de 2023 y en la que recibió como anfitrión a sus pares de Australia, Anthony Albanese, y de Gran Bretaña, Rishi Sunak. La reacción de China no tardaría en hacerse pública, por distintos canales.
Desde la vía diplomática, el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de Beijing, Wang Wenbin (foto) advirtió tiempo después que el programa de submarinos nucleares del AUKUS derrochaba “mentalidad de Guerra Fría”. Además, dijo que afectaba los acuerdos de no proliferación nuclear y vaticinó el inicio de “una carrera armamentística” entre los países del Mar Meridional de la China y el Pacífico Occidental.
El anuncio de los submarinos coincide con un proceso de cada vez mayor presencia de EE.UU. en esa parte del mundo, un despliegue enmarcado en una estrategia planetaria que busca frenar y aislar territorialmente a la República Popular China a partir de una de las ventajas geopolíticas que retiene Washington: el control de los mares y de los pasos interoceánicos.
Para tal objetivo, la Casa Blanca dispone de la Séptima Flota, un símbolo de su hard-power, la más equipada de su Armada según el consenso de los medios especializados, que opera desde sus históricas bases en Japón y en las islas de Guam: su omnipresencia en esas aguas es un legado del triunfo en la guerra del Pacífico en septiembre de 1945 porque la victoria, se sabe, da derechos y también zonas de influencia.
En los últimos años, como respuesta al fortalecimiento de la República Popular, EE.UU. está empeñado en sostener y ampliar su capacidad operativa en el Asia-Pacífico, tanto para la guerra convencional como para la guerra electrónica. Eso explica, entre otras decisiones, el reciente acuerdo con Filipinas para la instalación de cuatro nuevas bases de la Séptima Flota en archipiélagos que forman parte del territorio soberano de Manila.
La estrategia de EE.UU. para el Indo-Pacífico consiste en una serie de acciones simultáneas desde el punto de vista diplomático, comercial, militar y de inteligencia; cada una de esas iniciativas apunta al objetivo primordial: ratificar el control de la región, desde Vietnam a Corea, pasando por Japón, Indonesia, Singapur y Nueva Guinea hasta Australia y Nueva Zelanda. Todo eso en busca de lo que el analista internacional Horacio Lenz define en tres palabras: “Encerrar a China”.
Geógrafo, especialista en EE.UU. y en temas de defensa, el argentino Lenz sostiene que lo que está en juego en esa inmensa zona del planeta, que se extiende desde el estrecho de Taiwán hasta el estrecho de Malaca y desde allí hasta la costa norte de Australia, es el escenario de la disputa entre Washington y Beijing sobre “quién es el pivot regional”.
Consultado por esta nota, Lenz repasó la política para el Asia Pacífico de la Casa Blanca, con foco en las dos últimas presidencias. Sobre Donald Trump, recordó que el republicano se topó con un límite cuando quiso retrotraer los acuerdos de libre comercio con varios países insulares de la región (por su impronta proteccionista en materia económica). Eso derivó en la salida de su primer secretario de Estado Rex Tillerson y su reemplazo por Mike Pompeo, hasta ese momento a cargo de la CIA.
En contraste, el demócrata Biden se propuso potenciar el comercio con las naciones del sudeste asiático pero además, acotó Lenz (foto), “fortaleció las capacidades de defensa de todos los países de la región” con asistencia militar directa de EE.UU.: en ese tipo de asociación, Biden priorizó especialmente a la India, “que en los últimos diez años ha tenido un gran desarrollo desde el punto de vista militar y ha proyectado su poder sobre el Índico”.
Apoyar a la India en ese aspecto implica generar cierto contrapeso respecto a China porque las dos potencias asiáticas, pese a compartir su participación en los BRICS, mantienen una rivalidad histórica que en el pasado incluyó un conflicto abierto armado en 1962, con miles de muertos en el terreno montañoso del Tíbet. La estrategia diferenciada para la India explica también la reactivación del foro bautizado en inglés como QUAD (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral), del que forman parte Washington y Canberra junto a Tokio y Nueva Delhi.
Mare Nostrum
La República Popular China lo tiene claro: para Beijing, el QUAD es una variante de la OTAN para el Asia-Pacífico y tal asociación, en la lógica de sus intereses, es vista como un desafío que pretende antagonizar con ellos. El QUAD fue creado en 2007; en su fundación participaron el entonces vicepresidente de EE.UU. Dick Cheney, el (en aquel momento) premier de Australia John Howard, su par indio Manmohan Singh (antecesor del actual primer ministro, Narendra Modi) y el entonces mandatario japonés Shinzo Abe (quien sería asesinado en 2022).
En cuanto a Australia, para la estrategia de EE.UU. en el Asia-Pacífico cumple un papel ineludible. Socio en la región desde siempre, con lazos que se estrecharon hasta ser existenciales por la expansión del imperio japonés entre 1931-1942, Canberra representa una cabecera de la tradición anglosajona en el oriente del Hemisferio Sur. Además, en materia militar y de inteligencia, Australia es una plataforma para la guerra electrónica.
Por su localización geográfica, por su superficie, pero también por décadas de cooperación en el ámbito de la inteligencia desde los tiempos pretéritos de la Guerra Fría, Australia se convirtió en una pieza clave para la ofensiva de Washington contra su gran adversario global: la República Popular China. Australia, en particular, cumple un rol en lo que el historiador argentino Francisco Taiana (Guatemala, 1993) denomina “el imperativo estratégico de la Casa Blanca”: simplemente, “controlar los océanos”.
Taiana, que dedicó años de investigación a estudiar la proyección de Beijing (escribió un libro fundamental sobre el gigante asiático y su patria de origen, Argentina, China y el mundo), plantea que el dilema que enfrenta a las dos superpotencias del siglo XXI se resume en una frase: “EE.UU. no tiene ningún incentivo en permitir ser desplazado por China mientras que China no tiene ningún incentivo para detener su propio desarrollo”.
Ese duelo por la hegemonía tiene su capítulo específicamente marítimo. Entre el Mar Meridional de China, el Índico y el Pacífico está en marcha una escalada de rearme. La competencia es por la presencia y el control de esas aguas. Lo marca Taiana: “En los últimos años, China ha expandido sus fuerzas armadas, las ha modernizado y, sobre todo, ha expandido su flota. Y si bien EE.UU. todavía tiene una flota mucho más poderosa, la tiene repartida alrededor del mundo mientras que la flota de Beijing está concentrada en el Pacífico occidental”, detalla.
Y añade: “China sostiene que sus misiles DF 21 (los llamados Dong Feng 21, «Viento del Este», ver foto), que son los que van en camiones por tierra, son capaces de hundir portaaviones. Por todo esto, un conflicto entre China y EE.UU. involucraría un montón de armas nuevas que no han sido probadas en el campo de batalla, con lo cual la correlación de fuerzas real en el océano es nebulosa”.
Para China, que es el primer importador del planeta de alimentos y energía, garantizar su abastecimiento marítimo se convierte —por esa misma condición— en una prioridad absoluta para su seguridad nacional. En ese punto juega un papel determinante la geografía. “Un porcentaje enorme del comercio internacional, y un porcentaje aún mayor del comercio que va para China, pasa por el estrecho de Malaca”, advierte Taiana. Y agrega que esa suerte de embudo marítimo, que involucra aguas de Singapur, Malasia e Indonesia, representa “el talón de Aquiles de China”.
“Si una potencia naval fuese a bloquear el estrecho de Malaca y un par de lugares más, podría someter a China a un bloqueo total”, describe el analista. Consciente de ese riesgo geopolítico, Beijing ha desplegado varias iniciativas en simultáneo: lo primero fue expandir su flota; otra decisión fundamental es mejorar la conectividad con Eurasia a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Iniciative).
Al mismo tiempo, la administración de Xi Jinping profundiza su presencia militar y civil en la primera cadena de islas ubicadas en el mar del sur de China, frente a Vietnam y Filipinas. Se trata de una serie de archipiélagos que comienzan con las islas Senkaku y sobre las que Beijing mantiene conflictos de soberanía con Japón. Pero para que esa “Gran Muralla Azul” funcione, acota finalmente Taiana, hay una pieza sine qua non: la isla de Taiwán.
“Si China no controla su primera cadena de islas, puede quedar atrapada y convertirse en un país litoral sin acceso a los océanos del mundo. Por otro lado, si China no reincorpora en cierto plazo a Taiwán, que desde hace años es el casi único productor de semiconductores del planeta (material con propiedades eléctricas, elementos que se usan en transistores), toda su arquitectura de seguridad puede colapsar”, concluye el joven Taiana.
Ojo Blindado
Australia, en el medio de este panorama, asoma no casualmente como beneficiaria del acuerdo por los submarinos del AUKUS. En unos años hasta podrá recibir transferencia de tecnología y know-how para construir sus propios submarinos de propulsión nuclear. El intercambio incluye tecnología hipersónica y perfeccionamiento en las capacidades avanzadas de guerra electrónica.
“Es un dato muy significativo, un intento fuerte por parte de EE.UU. de ir transformando el equilibrio de poder para evitar una supremacía naval china continental”, dice Taiana.
Lenz, en tanto, recuerda que Australia asoció a lo largo de su historia “toda su industria de defensa y su industria de seguridad, todo su desarrollo tecnológico como también toda su cooperación militar y de inteligencia” con el primo poderoso y hegemón: Washington. “No olvidemos que Australia y EE.UU., junto con el Reino Unido, Canadá y Nueva Zelanda, forman parte de Los Cinco Ojos de la seguridad global”, puntualiza.
En concreto, la alusión a un panóptico de cinco caras refiere a la alianza de inteligencia de la internacional anglosajona conocida como Five Eyes (y abreviada como FVEY), que entre otras acciones de ciber-vigilancia y espionaje ilegal se vale de programas de recopilación de datos personales de forma secreta como el PRISM —denunciado por Edward Snowden, exanalista de la NSA estadounidense— en base a las empresas que prestan servicios de Internet como Google y Facebook.
La relación de Australia con EE.UU. en materia de inteligencia es pública y lleva décadas de trabajo en conjunto. También es un dato visible y propio del clima de época la definición que hace Canberra de la República Popular China como amenaza y principal hipótesis de conflicto, sobre todo para la guerra electrónica y el control satelital. Lo confirman algunas series de TV de la plataforma Netflix, como las australianas “Pine Gap” (2018) y “Secret City” (2016), donde entre varias subtramas se describe el funcionamiento de la estación satelital terrestre de espionaje y cibervigilancia que está emplazada en el desértico norte de Australia, a menos de 20 kilómetros de la ciudad de Alice Springs, o donde se plantea con tono intrigante cómo China supuestamente influye y conspira para colonizar el sistema político australiano en pos de sus intereses.
La industria cultural de Occidente, de este modo, apela a datos reales de la estación que controla los satélites espías de EE.UU. que sobrevuelan sobre China, Corea del Norte, la franja asiática de la Federación Rusa y Medio Oriente (decenas de antenas parabólicas protegidas por 38 radomos, esferas de protección que permiten la circulación de ondas electromagnéticas) para reforzar la imagen de Beijing como el gran riesgo planetario.
Quizá la obsesión de Washington por la estación satelital que China construyó en Neuquén, en el paraje de Bajada del Agrio de la Patagonia argentina, tenga una secreta explicación —acaso cierta lógica de espejo— a partir de lo que ocurre en Australia entre desiertos y carreteras atravesadas por los wallabies (N. de la E.: parientes de los canguros mucho más pequeños) simpáticos marsupiales que ya son plaga.