TARIFAS: Son impagables (una conclusión en medio de los festejos por el extraordinario triunfo popular)
En diversos festejos por la victoria del pueblo frente a las fuerzas concertadas de los poderes de las finanzas y los medios concentrados, recabamos las opiniones de Artemio López, Gerardo Ferreyra y José Sbatella, entre otros muchos compañeros.
Las tarifas de los servicios públicos se han vuelto impagables. Ya lo eran antes de los recientes aumentos que Macru y Vidal nos descerrajaron, ciscándose en su promesa de que tras las elecciones mejorarían los salarios y habría un alivo generalizado de la población, pero tras los nuevos aumentos no sólo son impagables, sino que lo son de manera absoluta. Lo decía Artemio López el viernes, cuando nos juntamos a almorzar con Teodoro Boot y sus amigos (recién entonces pudimos festejar como es debido gracias a la manipulación de los resultados de la elección sufrida el domingo anterior, pero en compensación seguimos festejando durante todo el fin de semana) y publicó en su excelente blog, Ramble Tamble. Todos coincidimos entonces en que se trata de un asunto crucial y vital: que un gobierno popular que no logre controlar las tarifas más temprano que tarde será derrotado.
Mayores y mejores explicaciones aquí: https://twitter.com/Lupo55/status/1190075855206338562
El sábado nos reunimos, como casi todos los sábados, en la casa de Sergio Burnstein, en una rutina que recuerda la de la Jaboneria de Vieytes en tiempos de la colonia. Hace unos años se conformó una barra de hombres que se reunían, nos reuníamos en la pizzería de El Libertador, de Corrientes y Dorrego, cerca de lo que en las últimas dos elecciones fue el «bunker» del Frente de Todos. Aprovechando el nombre del Libertador San Martín, el grupo tenía un nombre como medio masónico, pero con el paso del tiempo fue reemplazado por el propuesto burlonamente por Hernán Brienza para marcar que él era el más joven, y casi todos los demás, «genarios»: los Petiteros del Libertador. Con el tiempo, el grupo fue engrosándose (hasta entró una mujer, Débora Mabaires; por suerte hoy ya son varias) la crisis fue volviéndose más y más aguda, y por fin, naturalmente terminamos recalando en la casa de Sergio, que además de hospitalario, se doctoró como parrillero.
Pues bien, el sábado la estrella de la reunión fue el recién excarcelado empresario Gerardo Ferreyra (a la izquierda, con remera roja), que cuando se mencionó el tema de las tarifas no sólo acordó con el planteo de Artemio sino que recordó que fue presidente de Transener, la principal empresa que transporta energía eléctrica a lo largo y ancho del país. Ferreyra recordó que Néstor Kirchner estaba obsesionado por lograr el objetivo de que el pago de todas las tarifas de los servicios públicos no superaran el 8, a lo sumo el 10 por ciento de los ingresos promedio de los grupos familiares (hoy, estimó a vuelo de pájaro, el pago de esos servicios se acerca al 50% de los menguados ingresos de las familias) y que para eso estableció la llamada TIR (Tarifa Integral Residencial) y conformó y dirigió un grupo de expertos que logró cumplir con el objetivo establecido.
El domingo, acudí a un asado todavía mas numeroso ofrecido por el compañero Carlos D’Biassi que vive con su compañera Pochi en una hermosa quinta de Villa Elisa. Como sucede con la tumultuosa runión en lo de Burnstein, no me atrevo a ponerme a enumerar a los asistentes porque fueron muchos, mi memoria suele fallar dejándome mal parado, y nunca se sabe si a pesar de la alegría desbordante (que se manifestó en todo tipo de consignas y canciones) alguno/a conserve adherida a la piel hábitos clandestinidad de hace cuatro décadas o mas). Una ausencia notoria fue la del ex juez Luis Arias, al que apartaron brutalmente de la justicia precisamente por haber declarado la inconstitucionalidad de un tarifazo anterior. Arias, que jamás falta a los ágapes que organiza d’Biassi, sufrió un accidente bastante grave y fue operado de un codo.
Puedo decir si, que además de mi hermano Víctor –uno de los grandes animadores de la fiesta, en el centro, con camisa clara– estaba otro connnotado (como en el caso de Ferreyra) ex partisano, Pepe Sbatella, quien se encuentra festejando la aparición del libro que escribió junto a Santiago Liaudat, “La teoría de la desconexión de Samir Amín: una opción para Argentina frente a la crisis global” (Colihue).
Durante el kirchnerismo el flaco Sbatella dirigió la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) junto a un equipo de fieles técnicos militantes, su labor allí y su tenaz oposición a la fusión Multicanal-Cablevisión (que lo distanció de Néstor Kirchner hasta que éste reconoció que había tenido razón) le costó sufrir una tenaz persecución, ejecutada por el inefable (por indescriptible: siempre nos faltarán adjetivos a la hora de calificarlo) juez Claudio Bonadio, persecución que aún no cesado (los cambiemitas pusieron al frente de la UIF a gentes vinculadas al lavado de dinero, y especialmente al banco que es el indiscutido nº1 en dicho metier a escala planetaria, lo que a mi modo de ver configura un escándalo no menor al de haber puesto a Laura Alonso al frente de la Oficina Anticorrupción)
Pues bien, Sbatella estuvo de acuerdo con los pareceres de Artemio López y de Ferreyra, lo que me anima a proponer urbi et orbi que es preciso lanzar una campaña de no pago de las tarifas de servicios públicos proclamando que así como están son impagables, y que lo seguirán siendo aunque a futuro se desdolaricen, en el entendimiento de que ello le dará argumentos de peso a Alberto Fernández para abordar un asunto tan central, que de no resolverse correctamente puede esmerilar con rapidez a su gobierno (basta observar lo que sucede en Chile), nuestro gobierno. Dicho lo cual, dejo de escribir, pues esta columna ya parece una «Charla de quincho» misha, repleta de compañeros que extrañan los viejos asados, pletóricos de cortes hoy prohibitivos, y agradecidos, pese a todo, por seguir manducando con envidiable regularidad choris y bondiolitas. Si no gritamos a voz en cuello «no vuelven mas» es porque nuestra edad provecta nos permite recordar aquella vez lejana –pronto se cumpliran 47 años– en que cantamos «Se van, se van y nunca volverán» en la plaza, y lo que sucedió antes de que pasaran tres años. ¡Cruz diablo!