UCRANIA – GUERRA CIVIL: Sordos ruidos oir se dejan

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Ucrania: De la euromaidán al caos

 

Donbas

Foto 1: Voluntarios franceses que luchan contra el fascismo en las filas de la República Popular de Donetsk.

Foto 2: Manifestación independentista de la República Popular de Donetsk-

POR GUADI CALVO

Hace dos años que la ultraderecha ucraniana, apoyada por los Estados Unidos y la Unión Europea, se encaramó al poder tras deponer al presidente Viktor Yanukovich, lo que sumió en la desolación a la mayoría de sus 46 millones de habitantes, que, si bien no vivían en el mejor de los mundos, sus libertades y sus vidas no estaban en peligro. En algún momento Yanukovich hubiera debido rendir cuentas acerca de las denuncias de corrupción que arreciaban sobre él y sus colaboradores, pero lo cierto fue que el supuesto remedio fue mucho peor que la enfermedad.

Las protestas contra Yanukovich se iniciaron en diciembre de 2013 estribadas en su negativa a subordinarse a una Unión Europea, que provocativamente agitaba los “grandes” beneficios que tendría Ucrania si accedía a sus propuestas. El movimiento conocido como Euromaidan estuvo encabezado por dos pequeñas bandas de extrema derecha conocidas como Pravy Sektor (Sector Derecha) y Svoboda, (Libertad) rápidamente engrosadas por las barras bravas futboleras del Spartak, Metalist Kharkiv y del Dínamo de Kiev, y neonazis europeos, particularmente de Polonia, cuyo gobierno no escatimó su apoyo a la revuelta.

El hombre más rico del país, Petro Poroshenko abasteció a los revoltosos de alimentos, ropas y elementos para la construcción de vallas y trincheras y, sobre todo, de una una extraordinaria cobertura mediática, gracias a lo cual logró llegar a la Presidencia pocos meses después de que Yanukovich fuera eyectado.

Poroshenko ni siquiera pudo cumplir con una de sus primeras promesas electorales: la de investigar y juzgar a los responsables de la muerte de más de un centenar de manifestantes en la Plaza Independencia de Kiev durante los meses que duró la protesta.

La economía es el punto más débil y oscuro del gobierno de Poroshenko, y eclosionó tras la renuncia del ministro Aivaras Abromavicius, el pasado 3 de febrero. Abromavicius se fue luego de denunciar que la corrupción le impedía tomar las medidas necesarias para sacar al país de la recesión. Según los bastante opacas mediciones de Transparencia Internacional, Ucrania ocupa la posición 130 en el ranking de la corrupción de un total de 167 países auditados.

La imagen positiva de Poroshenko cayó hasta el 17%, 11 puntos debajo de la que tenía Yanukovich al ser depuesto. El resto de los índices de confianza y credibilidad sobre el gobierno son los peores alcanzado desde 2007: Inflación, desocupación, corrupción, caída de exportaciones, a la que hay que sumar la guerra sorda y de baja intensidad ma non troppo en la región del rusoparlante de Donbas, tras la declaración unilaterla de independencia de las repúblicas populares de Donetsk y Luhansk. Más allá de los ingentes costos materiales, la guerra entre Kiev y los secesionistas ha causado desde abril de 2014 cerca de 12 mil muertos.

Los acuerdos Minsk II, firmados el 11 de febrero de 2015 por los gobiernos de Alemania, Francia, Rusia y Ucrania, si bien lograron un alto el fuego, no consiguieron que se desmilitarice la región en la que se producen recurrentemente enfrentamientos que siempre están cerca de causar una nueva escalada armada.

Desde comienzos del corriente mes de febrero en las localidades de Záitsevo y Maiorsk, en Lugansk, se registra una ofensiva de las fuerzas ucranianas en correspondencia con los anuncios de Poroshenko de mediados de enero acerca de que la “soberanía de Kiev, sobre territorios ocupados de Donetsk y Luhansk debe ser restaurada”. Poroshenko incluso manifestó su voluntad de recuperar Crimea, incorporada por elección de sus ciudadanos a la Federación de Rusia en marzo de 2014.

Desplazados

La guerra en el este ha generado 1.5 millones de desplazados internos, con la consiguiente crisis que Kiev intenta ocultar. Para ello se han armado campos alejados de los núcleos poblados, se interna a los refugiados en clubes, complejos vacacionales desactivados u hospitales siempre alejados de la vistas de “curiosos”. Solo se han reconocidos un 4 % de los ciudadanos en esta situación, alojados en instalaciones oficiales. Se estima que de ese millón y medio, la mitad se ha desplazado hacia el Oeste, mientras otra mitad permanece en el Este, cerca de las zonas de guerra. Otro millón de ucranianos buscó refugio en Rusia.

En el oeste de Ucrania, la situación de los desplazados, es en pleno invierno penosa. Algunos de los edificios utilizados para acogerlos fueron ocupados sin autorización de sus dueños, quienes suelen cortan la electricidad, la calefacción, el gas y el agua corriente.

La región occidental es rural, pobre y nacionalista, predomina la Iglesia Cristiana Ortodoxa de Kiev o ucraniana, que rezuma un antiguo resentimiento hacia Moscú y una clara predilección por Europa. El sudeste y las poblaciones urbanas e industriales son prorrusas; se habla más el ruso que el ucraniano y la religión preponderante es la Cristiana Ortodoxa Rusa.

Además, la etnia ucraniana constituye el 77.8% de la población, mientras que la de origen ruso, asentada en el suroeste, es la minoría étnica más numerosa con un 17.3%.

El Oeste sufrió largas dominaciones a lo largo de su historia. Perteneció a Polonia durante seis siglos, al Imperio Austríaco durante 120 años y otra vez a Polonia en el período entreguerras. El idioma, la religión, la cultura y hasta festividades le han dado un carácter nacional distinto al Este, más industrial y ancestralmente vinculado a Rusia. Los habitantes del Este, rusoparlantes, no son bienvenidos por sus compatriotas del Oeste.

Para cubrir las necesidades de los desplazados internos de Ucrania, organizaciones como el Alto Comisionado para los Refugiados de Naciones Unidas (ACNUR) aportó unos 23 millones de dólares, pero se calcula que se necesitan alrededor de otros 20 millones para afrontar la situación, siempre y cuando, no se vuelvan a producir más combates, lo que generaría nueva oleadas de refugiados.

Tanto las organizaciones humanitarias como los voluntarios saben que nada debe esperar de Kiev.

Como dueño de la cadena de medios periodísticos más importante del país, Poroshenko tiene aceitado el encubrimiento de las noticias negativas.

Los medios de los países socios de la Unión Europea agitan o silencian la realidad de los refugiados que desde África y Medio Oriente llegan a España, Italia, Grecia o Turquía a través del Mediterráneo o el Egeo, pero prácticamente nada reflejan del millón de ucranianos que se refugiaron en Rusia a partir del 2014. Más allá de lo contundente de la cifra y de los resquemores de la población rusa “invadida” por sus vecinos, gracias a la intervención de las autoridades se han implementado programas para atemperar el impacto y favorecer la integración de los refugiados, que son acogidos en campos que los proveen de asistencia sanitaria y escuelas para los niños y jóvenes.

En ciudades como Rostov-on-Don, Krasnodar y Volgogrado, se intenta además que las familias que disponen de espacio en sus hogares acepten albergar refugiados

El Ministerio del Interior ruso adoptó modificaciones a las leyes en relación a los plazos de emisión de documentos para refugiados, adaptado las autorizaciones de estadías por distintos lapsos. Todos reciben ayuda financiera, para que después puedan elegir la región en que establecerse.

En un intento de descongestionar el sur del país donde se han registrado la mayoría de los asentamientos de los migrantes, Moscú incentiva a los ucranianos a radicarse en Khanty Mansy, Siberia occidental, donde las posibilidades de conseguir trabajo son mayores gracias a las explotaciones petroleras.
Las similitudes culturales entre ucranianos del Este y rusos, sumadas las disposiciones estratégicas de Moscú, son parte de las razones por lo que la integración es mucho más sencilla, de lo que en Europa Occidental lo está siendo tanto con medio orientales como africanos.

Rusia enfrenta esta crisis migratoria en silencio. Aunque las sanciones económicas dispuestas por Estados Unidos y la Unión Europea, justamente por el conflicto ucraniano, sumada a la vertiginosa caída de la renta petrolera que impiden el pleno desarrollo del país.

En sectores como el de la construcción existe una gran demanda de mano de obra, pero el problema respecto a muchos refugiados es que su elevada formación intelectual los impele a reclamar mejores trabajos y salarios.
Mientras, la revolución fascista del Euromaidan amenaza con hundir a Ucrania en el caos.

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