UCRANIA según Rafael Poch: Alerta roja
La guerra en Ucrania fomenta una división Este-Oeste»
Poch es uno de los cronistas internacionales más respetados de Europa. En esta entrevista, el corresponsal en Alemania del diario español La Vanguardia analiza las enormes consecuencias geopolíticas precipitadas a escala global por el conflicto ucraniano.
–Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia se amenazan con una política de sanciones económicas. ¿Es el anticipo de una nueva «guerra fría» o son demasiados los intereses económicos cruzados?
–Primero, una puntualización: Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia no «se amenazan». Son los dos primeros los que amenazan e imponen sanciones a Rusia, que promete responder si sobrepasan cierto límite. En este conflicto es importante comprender quién tiene la iniciativa. Todo esto no empezó con la anexión rusa de Crimea tras un referéndum apoyado por la inmensa mayoría de la población. En segundo lugar: el hegemonismo de Estados Unidos, es decir, la doctrina de que todo el planeta es su zona de influencia, hace que la defensa de los intereses rusos en la misma frontera inmediata de Rusia, en lo que históricamente es su propia tierra, sea visto como desafío. Respecto a la interrelación económica: la historia sugiere que la tupida red de intereses económicos y financieros interrelacionados nunca impidió la guerra. Esa red ya se mencionaba para descartar como quimera el estallido de una guerra en Europa en el verano de 1913, así que hay que estar extremadamente alerta en estas situaciones que empiezan como bravuconadas.
–¿Qué bloque considera que es el que dispone de mayor potencial o, dicho de otro modo, es menos dependiente a la hora de entablar un conflicto?
–Por más que comprenda el desagrado y la antipatía que los regímenes de países como Rusia o China puedan provocar en el público, tengo muy pocas dudas acerca de que la política exterior de esos dos países es mucho menos agresiva y mucho más cooperativa y razonable que la del Imperio del Caos (así demoniza Poch la política internacional de Occidente). Salvo raras situaciones (la agresión China a Vietnam, y hasta cierto punto –por sus considerables atenuantes– la aventura soviética en Afganistán), en Pekín y Moscú predomina una actitud mucho más defensiva que ofensiva: sólo atacarían si se les acorrala o invade. Mucho de esa actitud tiene que ver con la intensa experiencia de agresiones bélicas vividas por ambos países. Todo eso es completamente diferente en la tradición europea que Estados Unidos prosiguió con gran energía hasta nuestros días. Hay que decir que en la guerra fría, ni las bombas A y H, ni el bombardero o submarino estratégico (es decir capaz de portarlas y lanzarlas a miles de kilómetros), ni el misil intercontinental, ni la multiplicidad de cabezas nucleares en un misil, ni la doctrina del primer golpe, ni la militarización del espacio, ni tantas otras cosas, fueron iniciativa de la URSS. Moscú siempre llegó a todas esas locuras como respuesta a la tecnología de su adversario. Ahora pasa lo mismo con el avión invisible o con los drones. En el caso de China este aspecto es aún más evidente y merece una explicación específica.
–La configuración de un eje Rusia-China, bien definido, opuesto al bloque Estados Unidos-UE, ¿es todavía una ilusión geopolítica por la mezcla de intereses o puede convertirse en realidad?
–Respecto a la intervención liderada por Putin en Crimea y el rol desempeñado en el conflicto ucraniano, ¿ha servido para legitimar su figura política ante la población rusa? ¿Observa elementos de proyección exterior para resolver conflictos internos en Rusia?
–Analistas europeos y estadounidenses hablan a menudo de las ambiciones euroasiáticas de Putin. ¿Son acusaciones propagandísticas? ¿A qué se refieren?
–¿Qué rol desempeñan actualmente la extrema derecha y el nazismo en Ucrania? ¿Puede decirse, sin temor a simplificaciones, que han sido directamente apoyados, incluso financiados por Estados Unidos y la Unión Europea?
Lo que estamos viendo estos días es un verdadero espectáculo: aquellos ministros y primeros ministros de Polonia, Estados Unidos, Alemania y los países bálticos que en 47 ocasiones hicieron acto de presencia en el Maidán animando a los rebeldes contra un gobierno electo («el mundo libre está con ustedes», resumió el senador McCain) y condenando la violencia de los antidisturbios, son los mismos que aplauden ahora la «operación antiterrorista» contra los que no aceptan al nuevo gobierno atlantista y se rebelan o protestan en el Este y Sur de Ucrania. El gobierno anterior fue criticado y amenazado por usar la fuerza antidisturbios, pero éstos están usando ahora al ejército. El mismo viernes 2 de mayo en que en Odesa morían abrasadas y asfixiadas más de 40 personas, incluidas mujeres y un diputado, en el incendio de un edificio a manos de los partidarios del gobierno de Kiev, Obama y Merkel amenazaban a Putin con más sanciones sin decir nada al respecto, mientras los medios de comunicación occidentales miraban hacia otro lado, sin evocar apenas el suceso o informando que el edificio «se incendió». Estoy convencido de que ambos bandos son por igual capaces de tal barbaridad. Aquí no se trata de hacer juicios morales contra uno u otro bando, sino del derecho a una información decente. Creo que a partir de ahora este tipo de indecencias va a ser crónica en nuestros medios de comunicación.
–En algún artículo ha comentado que la anexión de Crimea puede ser, a pesar de lo que pudiera indicar un análisis superficial, complejo, y despertar recelos entre poblaciones y gobiernos «rusófilos». ¿A qué se refiere?
–Es un hecho de que, al día de hoy, en las regiones ucranianas más rusófilas y hostiles al nuevo gobierno prooccidental de Kiev, domina el deseo de mantener Ucrania unida y cierto desagrado hacia la anexión militar de Crimea por parte de Rusia. Ese sentir, unido al hecho de que el régimen ruso carezca de todo elemento alternativo en lo social y popular, así como al deseo absolutamente mayoritario de paz y de rechazo a la violencia, crea un ambiente delicado para Rusia. Si la anexión de Crimea fue una partida de ajedrez rápido e incruento que contaba con el apoyo del grueso de la población de la península, lo que se está librando ahora en Ucrania sur-oriental es un juego más lento, a largo plazo y con mucho más riesgo. La base social de la protesta rebelde en el Este de Ucrania y su programa política (federalismo, referéndums, proclamación de «repúblicas populares», secesionismo) es algo que aún se está cociendo. La situación es mucho más incierta y abierta que la que hubo en Crimea. Las grandes guerras comienzan muchas veces con pequeñas escaramuzas y «operaciones antiterroristas» como las que se observan estos días en la región de Donetsk, Lugansk o Járkov. En otras regiones como las costeras de Odesa y Nikolaievsk, hubo menos actividad rebelde, entre otras cosas, porque en marzo y abril se detuvo a los cabecillas prorusos. Pero pese a la intensa propaganda sectaria de los medios de comunicación ucranianos y a la moderación que domina por ejemplo en Odesa, la situación puede cambiar radicalmente.
–El conflicto entre grandes bloques (pro-occidentales y pro-rusos), ¿se reproduce y concreta también en las repúblicas ex soviéticas del Asia Central? ¿Puedes delimitar, a grandes rasgos, los dos bandos, si los hay?
–El verdadero efecto que la respuesta rusa en Ucrania tiene en el espacio post-soviético es otro: tanto en Bielorrusia como en Kazajstán se recela de cualquier política anexionista de Moscú. Gran parte de la población de Kazajstán es rusa y ambos países pueden temer por su soberanía e integridad territoriales. Rusia debe ser muy cauta y cuidadosa en su relación con ellos. Lukashenko ya ha mostrado claramente su desagrado. En Asia Central actúa el factor de China y de la Organización de Seguridad y Cooperación de Shanghai, por lo que Occidente tiene allí menos posibilidades de intervención y desestabilización.
–¿Qué papel desempeña la Europa Central y del Este en este tablero global?
–Por último, ¿cómo evalúa la acción de los medios informativos europeos y estadounidenses respecto del «polvorín» ucraniano? ¿Consideras que han sido «militantes»? Si es así, ¿ha observado excepciones?