UCRANIA según Rafael Poch: Alerta roja

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La guerra en Ucrania fomenta una división Este-Oeste”

ENRIC LLOPIS / REBELIÓN / MIRADAS AL SUR 
Especialista en la geopolítica europea y experimentado cronista, Rafael Poch advierte que el conflicto en Kiev profundizará la alianza político militar de Moscú con Beijing. En ese sentido, el corresponsal del diario español La Vanguardia entiende la guerra por Ucrania como una nueva edición de la guerra fría.

Poch es uno de los cronistas internacionales más respetados de Europa. En esta entrevista, el corresponsal en Alemania del diario español La Vanguardia analiza las enormes consecuencias geopolíticas precipitadas a escala global por el conflicto ucraniano.

–Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia se amenazan con una política de sanciones económicas. ¿Es el anticipo de una nueva “guerra fría” o son demasiados los intereses económicos cruzados?

–Primero, una puntualización: Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia no “se amenazan”. Son los dos primeros los que amenazan e imponen sanciones a Rusia, que promete responder si sobrepasan cierto límite. En este conflicto es importante comprender quién tiene la iniciativa. Todo esto no empezó con la anexión rusa de Crimea tras un referéndum apoyado por la inmensa mayoría de la población. En segundo lugar: el hegemonismo de Estados Unidos, es decir, la doctrina de que todo el planeta es su zona de influencia, hace que la defensa de los intereses rusos en la misma frontera inmediata de Rusia, en lo que históricamente es su propia tierra, sea visto como desafío. Respecto a la interrelación económica: la historia sugiere que la tupida red de intereses económicos y financieros interrelacionados nunca impidió la guerra. Esa red ya se mencionaba para descartar como quimera el estallido de una guerra en Europa en el verano de 1913, así que hay que estar extremadamente alerta en estas situaciones que empiezan como bravuconadas.

–¿Qué bloque considera que es el que dispone de mayor potencial o, dicho de otro modo, es menos dependiente a la hora de entablar un conflicto?

–Por más que comprenda el desagrado y la antipatía que los regímenes de países como Rusia o China puedan provocar en el público, tengo muy pocas dudas acerca de que la política exterior de esos dos países es mucho menos agresiva y mucho más cooperativa y razonable que la del Imperio del Caos (así demoniza Poch la política internacional de Occidente). Salvo raras situaciones (la agresión China a Vietnam, y hasta cierto punto –por sus considerables atenuantes– la aventura soviética en Afganistán), en Pekín y Moscú predomina una actitud mucho más defensiva que ofensiva: sólo atacarían si se les acorrala o invade. Mucho de esa actitud tiene que ver con la intensa experiencia de agresiones bélicas vividas por ambos países. Todo eso es completamente diferente en la tradición europea que Estados Unidos prosiguió con gran energía hasta nuestros días. Hay que decir que en la guerra fría, ni las bombas A y H, ni el bombardero o submarino estratégico (es decir capaz de portarlas y lanzarlas a miles de kilómetros), ni el misil intercontinental, ni la multiplicidad de cabezas nucleares en un misil, ni la doctrina del primer golpe, ni la militarización del espacio, ni tantas otras cosas, fueron iniciativa de la URSS. Moscú siempre llegó a todas esas locuras como respuesta a la tecnología de su adversario. Ahora pasa lo mismo con el avión invisible o con los drones. En el caso de China este aspecto es aún más evidente y merece una explicación específica.

–La configuración de un eje Rusia-China, bien definido, opuesto al bloque Estados Unidos-UE, ¿es todavía una ilusión geopolítica por la mezcla de intereses o puede convertirse en realidad?

–La crisis de Ucrania ofrece una buena atalaya para responder a esto. Desde Estados Unidos y desde la Unión Europea se habla ahora mucho de castigar a Rusia en el ámbito energético. Moscú genera el grueso de su ingreso nacional exportando gas y petróleo. Alemania depende en un 30% de su suministro del gas ruso y otros países europeos aún más, así que cortemos esa dependencia para asfixiar a Rusia, se dice. Espoleada por la histeria polaca y la geopolítica americana –ambas estrechamente coordinadas–, en Bruselas esta tesis se ha ido abriendo paso. El problema es que el resultado obliga a Moscú a profundizar sus intercambios energéticos con Asia, lanzando nuevas ofertas a China, Japón y Corea del Sur. La relación de Rusia y China es complicada y contiene mucha desconfianza por ambas partes, pero la complementaridad es obvia: por un lado, a Rusia la echan de Europa, por el otro, China constata los problemas de su suministro energético por rutas marítimas controladas por la armada del imperio adversario. Un suministro terrestre y estable desde Rusia está cargado de sentido tanto para Moscú como para Pekín. Sin embargo, en buena lógica Rusia prefiere abrir y diversificar su oferta de energía hacia todo el Oriente, incluyendo a Corea del Sur y Japón. Pero estos dos países son aliados de Estados Unidos y Washington los presiona para no desarrollar ese vector. El problema es que con ello Washington contribuye a forjar una fuerte relación energética de Rusia exclusivamente con China, lo que significa cimentar un bloque. Estas son tendencias muy contradictorias que hay que observar.

–Respecto a la intervención liderada por Putin en Crimea y el rol desempeñado en el conflicto ucraniano, ¿ha servido para legitimar su figura política ante la población rusa? ¿Observa elementos de proyección exterior para resolver conflictos internos en Rusia?

–Toda política exterior tiene repercusiones interiores, en la imagen de firmeza y éxito de sus líderes. Ese aspecto existe en el caso que nos ocupa, pero no en la forma en que se sugiere en Occidente: Putin buscando laureles guerreros para consolidarse. Formulemos la pregunta a la inversa: ¿qué habría pasado si Putin no hubiera hecho nada? Media Ucrania, incluidos diez millones de rusos y otros muchos millones de ucranianos que no ven a Rusia como adversario, es decir, la mayoría del país, habría quedado metida en un régimen sometido a toda una serie de opciones ajenas, desde el ingreso en la OTAN, hasta la terapia de choque neoliberal y las recetas económicas europeas a la medida de las grandes empresas occidentales. En algunos años, las bases de la flota rusa en Crimea habrían pasado a ser ocupadas por Estados Unidos, sobre eso hay pocas dudas. En ese contexto, ¿cómo habría quedado Putin? Para cualquiera que sepa un poco de historia rusa el resultado es obvio: Putin habría sido el tercer factor del retroceso ruso. La diferencia es que si con Gorbachov se perdió una zona, digamos, “imperial exterior”, lo que no estuvo mal porque el imperio corrompe al imperialista, y con Yeltsin una buena parte del “imperio interior”, lo que con una buena administración tampoco tenía por qué ser tan negativo como fue, este retroceso habría sido en tierra ancestral rusa: toda Rusia y media Ucrania lo habría vivido como una catástrofe nacional. Así que en Ucrania Putin se juega su supervivencia.

–Analistas europeos y estadounidenses hablan a menudo de las ambiciones euroasiáticas de Putin. ¿Son acusaciones propagandísticas? ¿A qué se refieren?

–Putin quiere integrar económica y políticamente su entorno inmediato. El sentido de la operación es muy claro: crear un mercado de más de 200 millones capaz de figurar en el mundo de una forma independiente. El problema de esta integración es el poco atractivo social y popular que tiene el régimen de capitalismo oligárquico ruso. Con su actual régimen Rusia no es atractiva para las poblaciones de su entorno. Ese es su gran talón de Aquiles porque condena a que la integración sea una operación de elites sin verdadero gancho popular. Tal como están poniéndose las cosas la situación de la Unión Europea, cada vez más autoritaria y antisocial, va por el mismo camino. En cualquier caso, el calificativo “ambición”, es exactamente igual de aplicable a la Unión Europea. Ahí está esa nueva Alemania que levanta cabeza a la par con las ínfulas neoimperiales de la UE y que está desmontando pieza por pieza el muy sentido y más que razonable antibelicismo de la sociedad alemana.

–¿Qué rol desempeñan actualmente la extrema derecha y el nazismo en Ucrania? ¿Puede decirse, sin temor a simplificaciones, que han sido directamente apoyados, incluso financiados por Estados Unidos y la Unión Europea?

–Los grupos de extrema derecha fueron la fuerza de choque del movimiento popular civil que arrancó en el Maidán de Kiev con apoyo occidental. Esos grupos formaron el grueso de la fuerza paramilitar que primero complicó e impidió que la protesta fuera disuelta por los antidisturbios y luego hizo posible el cambio de régimen auspiciado por Estados Unidos y la UE, derrocando a un presidente electo, corrupto y desprestigiado, y colocando en su lugar a otro gobierno oligárquico, prooccidental y con gran influencia de la extrema derecha. Por lo menos una quincena del centenar de muertos registrados en Kiev en enero y febrero fueron policías, algunos de ellos a manos de elementos armados de extrema derecha.

Lo que estamos viendo estos días es un verdadero espectáculo: aquellos ministros y primeros ministros de Polonia, Estados Unidos, Alemania y los países bálticos que en 47 ocasiones hicieron acto de presencia en el Maidán animando a los rebeldes contra un gobierno electo (“el mundo libre está con ustedes”, resumió el senador McCain) y condenando la violencia de los antidisturbios, son los mismos que aplauden ahora la “operación antiterrorista” contra los que no aceptan al nuevo gobierno atlantista y se rebelan o protestan en el Este y Sur de Ucrania. El gobierno anterior fue criticado y amenazado por usar la fuerza antidisturbios, pero éstos están usando ahora al ejército. El mismo viernes 2 de mayo en que en Odesa morían abrasadas y asfixiadas más de 40 personas, incluidas mujeres y un diputado, en el incendio de un edificio a manos de los partidarios del gobierno de Kiev, Obama y Merkel amenazaban a Putin con más sanciones sin decir nada al respecto, mientras los medios de comunicación occidentales miraban hacia otro lado, sin evocar apenas el suceso o informando que el edificio “se incendió”. Estoy convencido de que ambos bandos son por igual capaces de tal barbaridad. Aquí no se trata de hacer juicios morales contra uno u otro bando, sino del derecho a una información decente. Creo que a partir de ahora este tipo de indecencias va a ser crónica en nuestros medios de comunicación.

–En algún artículo ha comentado que la anexión de Crimea puede ser, a pesar de lo que pudiera indicar un análisis superficial, complejo, y despertar recelos entre poblaciones y gobiernos “rusófilos”. ¿A qué se refiere?


–Es un hecho de que, al día de hoy, en las regiones ucranianas más rusófilas y hostiles al nuevo gobierno prooccidental de Kiev, domina el deseo de mantener Ucrania unida y cierto desagrado hacia la anexión militar de Crimea por parte de Rusia. Ese sentir, unido al hecho de que el régimen ruso carezca de todo elemento alternativo en lo social y popular, así como al deseo absolutamente mayoritario de paz y de rechazo a la violencia, crea un ambiente delicado para Rusia. Si la anexión de Crimea fue una partida de ajedrez rápido e incruento que contaba con el apoyo del grueso de la población de la península, lo que se está librando ahora en Ucrania sur-oriental es un juego más lento, a largo plazo y con mucho más riesgo. La base social de la protesta rebelde en el Este de Ucrania y su programa política (federalismo, referéndums, proclamación de “repúblicas populares”, secesionismo) es algo que aún se está cociendo. La situación es mucho más incierta y abierta que la que hubo en Crimea. Las grandes guerras comienzan muchas veces con pequeñas escaramuzas y “operaciones antiterroristas” como las que se observan estos días en la región de Donetsk, Lugansk o Járkov. En otras regiones como las costeras de Odesa y Nikolaievsk, hubo menos actividad rebelde, entre otras cosas, porque en marzo y abril se detuvo a los cabecillas prorusos. Pero pese a la intensa propaganda sectaria de los medios de comunicación ucranianos y a la moderación que domina por ejemplo en Odesa, la situación puede cambiar radicalmente.

–El conflicto entre grandes bloques (pro-occidentales y pro-rusos), ¿se reproduce y concreta también en las repúblicas ex soviéticas del Asia Central? ¿Puedes delimitar, a grandes rasgos, los dos bandos, si los hay?

–El verdadero efecto que la respuesta rusa en Ucrania tiene en el espacio post-soviético es otro: tanto en Bielorrusia como en Kazajstán se recela de cualquier política anexionista de Moscú. Gran parte de la población de Kazajstán es rusa y ambos países pueden temer por su soberanía e integridad territoriales. Rusia debe ser muy cauta y cuidadosa en su relación con ellos. Lukashenko ya ha mostrado claramente su desagrado. En Asia Central actúa el factor de China y de la Organización de Seguridad y Cooperación de Shanghai, por lo que Occidente tiene allí menos posibilidades de intervención y desestabilización.

–¿Qué papel desempeña la Europa Central y del Este en este tablero global?

–Son los vasallos de la geopolítica americana en Europa. De todos ellos, Polonia es el más beligerante en Ucrania. Es un país que sólo presenta su historia de sufrimiento y maltrato de parte de Rusia, ocultando su papel imperial y sus ambiciones en Ucrania. Vista desde Rusia, Ucrania y Bielorrusia, la historia de Polonia tiene lecturas y memorias muy diferentes a la de Katyn y el reparto del país. Hay que recordar, por ejemplo, el programa de Pilsudski de recrear en los años veinte la gran Polonia “de mar a mar” (del Báltico al Negro), o que en vísperas de la segunda guerra mundial Polonia y la Alemania nazi pactaron la desmembración de Checoslovaquia antes del pacto Molotov-Ribbentrop. Gracias a su histeria antirrusa, Polonia es hoy un país importante en la UE. La tensión hacia el Este y su entusiasta servidumbre hacia Washington, otorga peso a Varsovia en la UE. Estados Unidos saca un buen partido de todos esos países comprensiblemente recelosos del oso ruso. No es casualidad que en la prevista visita de Obama a Europa en junio, la primera escala vaya a ser Varsovia. Por lo demás, la Europa Central y del Este es fundamentalmente un patio trasero de las grandes empresas occidentales, especialmente alemanas, y una especie de espacio colonial interior de la UE: mano de obra barata y apoyos políticos a un proyecto europeo involutivo y militarista.

–Por último, ¿cómo evalúa la acción de los medios informativos europeos y estadounidenses respecto del “polvorín” ucraniano? ¿Consideras que han sido “militantes”? Si es así, ¿ha observado excepciones?

–En lo que respecta a la prensa alemana, que es la que más sigo por residir en Berlín, la actitud ha sido la habitual: toda la responsabilidad es de Rusia, especialmente de su diabólico presidente ex agente del KGB. No existen los veinte años ignorando los intereses de seguridad de Rusia, en los que Moscú ha ido proponiendo alternativas siempre ignoradas por los medios de comunicación y por tanto desconocidas por el público, y domina la petición de respuestas enérgicas para solucionar la situación, etc. Repasar los titulares de la prensa de esta semana sobre la intervención militar de Kiev contra los rebeldes del Este o sobre la masacre de Odesa, es lamentable. Los medios de comunicación azuzan el belicismo. En Alemania el hecho de que la patronal y la industria no quieran problemas innecesarios que comprometan sus negocios en Rusia, introduce algunas contradicciones y moderaciones en esa línea. Respecto a la opinión pública europea, aún está francamente dormida. Puede que haya algún malestar por la situación socio-económica, pero desde luego ni siquiera en la izquierda hay una verdadera conciencia de las claras tendencias neoimperiales que hay en la UE ni de la necesidad de oponerse a ellas. Junto con el rechazo a la involución social, el no a la guerra debería ser el conductor central de la campaña ciudadana para las elecciones europeas.

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