UTOPHIA CULTURAL: Entre el mono azul y el caballo verde
«La cultura es creación anónima del pueblo»
«EL INTELECTUAL SIEMPRE TIENE QUE MOLESTAR». La socióloga Maristella Svampa se refirió a la siempre tensa relación entre el saber académico y el campo político que coloca a los intelectuales frente a una elección entre dos opciones que parecen inconciliables.
COMUNICACIÓN Y PODER. Clase magistral del sociólogo Manuel Castells. «En el mundo, hay un proceso de concentración de propiedad mediática extremadamente importante. Sin embargo, la concentración de la propiedad convive con la descentralización de la gestión y la segmentación de la audiencia. Es decir, hay concentración mediática pero gran diversificación cultural».
CARTERO!!!!! Ignacio Copani nos cuenta de su labor en el Centro Cultural Bicentenario y nos invita a participar de tan importante hecho cultural que se desarrolla en el flamante lugar.
SON BOLETA. La experiencia del escritor Guillermo Saccomanno en un aula del conurbano.
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Alberto Vacarezza el sainete, el tango y sus creaciones
Por: Elena Luz González Bazán (Desde Buenos Aires, Argentina. Especial
para ARGENPRESS CULTURAL)
LIBROS DE REGALO:
Los Otros Cuentos, relatos del Subcomandante Marcos. Una serie de cuentos realizados por el subcomandante Marcos y leidos por personalidades de los DD.HH., y de la cultura: Nora Cortiñas, Miguel Callau, León Gieco, Daniel Viglietti, Eduardo Galeano, Juan Palomino, etc. Ver los avances del video aquí
Caballo Verde para la Poesía (1935-1936)
Legendaria revista de poesía dirigida por Pablo Neruda y editada en España, de la cual salieron solo 4 números. Participaron poetas de la talla de Miguel Hernández, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Jorge Guillén y otros. De carácter mensual, apenas superando las 20 páginas, editó sólo cuatro números, y el siguiente que iba a ser doble (5-6) se llegó a imprimir y a falta de doblar los pliegos no llegó a ser cosido al estallar la guerra civil el 18/07/36. (zip 7,80 Mb pdf Mediafire)
Maristella Svampa
«El intelectual tiene que molestar»
Publicado el 8 de Agosto de 2010
Por María Iribarren
La socióloga se refirió a la siempre tensa relación entre el saber académico y el campo político que coloca a los intelectuales frente a una elección entre dos opciones que parecen inconciliables. Svampa ha acuñado una nueva categoría superadora, la de intelectual anfibio, al que define como aquel que tiene un pie en cada una de esas áreas, es decir, que mantiene su especificidad sin renunciar por eso al compromiso político.
Una de las constantes en la obra de Maristella Svampa es la reflexión sobre el rol de los intelectuales, a partir de pensar su propio lugar como socióloga que acompaña y observa la dinámica política de los movimientos sociales y los gobiernos en América Latina. «Tradicionalmente, ha habido fronteras muy porosas entre el campo político y el campo intelectual, desde mediados del siglo XIX en adelante –explica Svampa–, por eso el intelectual latinoamericano ha debido pensar su relación con lo público, con la sociedad de diversas maneras. Pero es cierto que, en los últimos treinta años, hubo un eclipse de esa visión, a raíz de distintos sucesos de índole tanto político como ideológico, y los que involucran al propio campo profesional, en pos de un saber más profesionalizado, sobre todo en las Ciencias Sociales. No olvidemos que durante los años ’70, hubo una sobreideologización del campo intelectual, pero también muchos debates sobre el rol del intelectual: los dilemas entre reforma y revolución, las posiciones frente a lo que estaba sucediendo en Cuba, la relación de los intelectuales con los procesos políticos.»
–¿Cuáles fueron las consecuencias?
–Hay aspectos positivos y otros negativos que bien vale la pena subrayar. La profesionalización, por ejemplo, del campo de las Ciencias Sociales, tiene aspectos positivos desde el punto de vista de que se han consolidado reglas de funcionamiento, métodos de validación, se ha consolidado una comunidad profesional en el interior de las disciplinas.
Sin embargo, eso favoreció la fragmentación del campo y, sobre todo, el hecho de que cada disciplina esté muy autocentrada, desarrolle una jerga que es, muchas veces, ininteligible para el resto de la sociedad, y no haga ningún esfuerzo por comunicar los resultados de sus investigaciones, por fuera de los canales estrictamente académicos.
Mi generación es la del ’83, por decirlo de alguna manera, ya que votó por primera vez en el ’83, y es una generación que carga, por un lado, con el fracaso de las izquierdas –a nivel político, ideológico, teórico y práctico– y, por el otro, con el posterior gran desencanto en relación con las limitaciones que presenta el sistema democrático. Es una generación entre dos aguas que, en líneas generales, pareciera haber renunciado a toda participación en la vida pública.
–¿No se quiebra esa situación en algún momento?
–Esto encuentra una interrupción en 2001. El 2001 es un momento en el cual se abre un nuevo escenario para pensar, no sólo las relaciones entre economía, sociedad y política, sino para repensar el rol del intelectual ante esta gran crisis. Crisis que exhibe, no sólo, problemas muy ligados a la descomposición social y económica sino que, además, muestra la gran vitalidad de una sociedad civil que se organiza y se manifiesta en el espacio público, que se expresa en nuevos movimientos sociales y que busca vincularse con aquellos otros que ya tenían gran protagonismo, como las organizaciones de desocupados.
Muchos de nosotros señalamos que 2001 fue un punto de inflexión y que había que pensar ese nuevo horizonte que se abría, no sólo en clave argentina, sino también en clave latinoamericana. Ese escenario mostró que los movimientos sociales eran los grandes protagonistas en diferentes países latinoamericanos, y que habían abierto la agenda política colocando nuevos temas: denunciando la confiscación de derechos, pero también apostando a la enunciación de nuevos derechos. Esto viene acompañado, a partir de 2003 o 2005, por la emergencia de gobiernos de centroizquierda, izquierda, progresistas –las definiciones son muy amplias y los gobiernos muy distintos–, que dan cuenta de un espacio político latinoamericano, desde el cual es necesario pensar los nuevos desafíos.
–¿Es ese nuevo escenario el que reclama intelectuales anfibios?
–Como mucha otra gente, yo venía acompañando experiencias, reflexionando sobre movimientos sociales, pero es a partir de 2001 cuando siento la necesidad de pensar el rol del intelectual y, por ende, el mío propio. Lo que hice fue elaborar la noción de intelectual anfibio, teniendo en cuenta primero que, a diferencia de épocas anteriores, hay una multiplicidad de figuras posibles que marcan el compromiso entre intelectual y vida política y social, hoy se diría, entre intelectual y movimientos sociales. Anteriormente, así como se hablaba de una suerte de sujeto histórico que aparecía sintetizado en el movimiento obrero, también se hablaba de una única figura del intelectual, ligado al partido. Frente a la fragmentación contemporánea, la figura del «intelectual anfibio» plantea la necesidad de comunicar diferentes mundos: el mundo del campo intelectual o del campo académico, y el mundo de las organizaciones sociales. No es una figura fácil, porque está entre dos mundos e intenta ser reconocido y tener legitimidad en ambos. Tampoco es una figura fácil en el sentido de que siempre encuentra cuestionamientos hacia adentro del propio campo académico, entre aquellos que tienen una mirada hiperprofesional y que fomentan la figura del experto o la del intelectual más despolitizado. Ni tampoco lo es en relación a las organizaciones sociales con las que se vincula porque las organizaciones tienden a pensar en un modelo más orgánico de intelectual.
–¿Cómo es eso en la práctica?
–El año pasado, por ejemplo, organizamos un encuentro de intelectuales ligados a los movimientos sociales, conjuntamente con una serie de organizaciones, entre ellas, el Frente Darío Santillán. En el Frente hay muchísimos militantes que provienen de la academia: historiadores, sociólogos, algunos son estudiantes, otros son graduados, tienen una editorial propia y hay intelectuales que vienen reflexionando sobre el poder popular. En ese encuentro había tensiones porque, efectivamente, estaban aquellos que tienden a reclamar un compromiso orgánico de los intelectuales pero que, además, no se reconocían a sí mismos como intelectuales, sino como militantes. Por cierto, el intelectual militante es otra de las figuras dentro de la pluralidad posible pero, insisto, no es la única. Muchas veces, conspira contra la posibilidad de conexión con otra esfera de la vida social.
Otra de las funciones del intelectual anfibio es la de poder ser puente con el mundo de la política partidaria, con los medios de comunicación que no siempre son de fácil acceso, para poder mostrar aquello que ha sido invisibilizado y silenciado, sobre todo respecto de las políticas de criminalización y judicialización de las luchas sociales, algo muy en boga en la política argentina contemporánea. Este año, con colegas como Norma Giarracca y algunos parlamentarios del Interbloque, hicimos varias conferencias de prensa para denunciar la política de criminalización y de represión (como en Andalgalá, en Mosconi, en Neuquén). El intelectual, en este sentido, debe servir, como dice Naomi Klein, como «escudo».
Para mí el intelectual es alguien que tiene que molestar, como el tábano de Sócrates, tiene que molestar al poder. El día que yo no moleste al poder me voy a hacer muchas preguntas. Eso es lo que para mí no tiene Carta Abierta: no molesta, lo que hace es refrendar al poder, aceptando la agenda que le impone el gobierno. Ojalá que ahora que se abrieron ciertas brechas, puedan pensar esos puntos ciegos que tienden a alimentar un doble discurso.
–¿Cuál es tu experiencia como intelectual en las asambleas socioambientales?
–Las asambleas socioambientales son muy heterogéneas en su composición social. Hay desde amas de casa hasta activistas, profesionales de distintos sectores sociales, y es cierto que hay una suerte de hegemonía de los sectores medios. El caso de la Asamblea de Gualeguaychú es único, muy específico y diferente de las asambleas socioambientales, que hay en doce provincias argentinas en relación con el tema de la minería, que son mucho más frágiles y vulnerables. Cuando uno se pregunta cuál es el principio de cohesión, la respuesta primera tiene que ver con el adversario: las grandes corporaciones transnacionales que están presentes en el territorio, en alianza estratégica con las provincias y que tienen detrás el amparo del Estado nacional. Y el tipo de reivindicación es una lucha clara en términos de defensa de la vida y el territorio. En ese contexto de lucha tan desigual, es común que la gente que no ha tenido experiencia política y se integra a esas asambleas, se politice muy rápidamente, al ver la impunidad con que se mueven las grandes empresas en el territorio, donde muchas veces tienen más poder que un gobernador.
–¿Pasa lo mismo en las organizaciones de desocupados?
–El caso de las organizaciones de desocupados es diferente. No sólo por el tipo de actor, ya que pertenecen al nuevo proletariado plebeyo que es visto, desde el sistema actual, como población sobrante. Lo son también desde el punto de vista organizacional, porque son grupos más homogéneos socialmente y más consolidados. Han construido lazos territoriales a lo largo de años. Han trabajado en la recomposición del lazo social, con avances y retrocesos, desde el año ’97 en adelante. La mayor parte de esas organizaciones ya cuentan con una historia, una trayectoria, tienen sus espacios de formación, de discusión política. Tienen sus espacios orgánicos, podríamos decir, de relación entre ellas y con el resto del espacio militante. Tienen su experiencia y su vínculo conflictivo con el gobierno, de por sí necesario, vía los planes sociales. Entonces, son escenarios diferentes pese a que hay una matriz territorial en ambos. Por otro lado, la relación con los intelectuales, también es diferente. A mí me invitan y acompaño a organizaciones de desocupados hace mucho tiempo y tenemos discusiones y debates constantes con algunas de ellas. Con las asambleas socioambientales tuvimos que hacer un trabajo, siempre incompleto, de reconocimiento. Te pongo un ejemplo. Estábamos cerrando el libro sobre minería transnacional, cuando, a fines de 2008 en la reunión de la Unión de Asambleas Ciudadanas que se hace en Tunuyán, yo anuncio la pronta salida del libro (N.R.: el libro es Minería transnacional, narrativas del desarrollo y resistencias sociales. Una colección de artículos editados por M.S. y Mirta A. Antonelli, de la que participaron investigadores de las Universidades de General Sarmiento, Córdoba, Catamarca y Buenos Aires). Esto se da en una coyuntura sumamente tensa, porque la Universidad de San Martín estaba por firmar un nuevo convenio con La Alumbrera. La situación fue de suma tensión, porque los asambleístas nos decían: «¡Ustedes que son universitarios, qué hacen, están firmando convenios con La Alumbrera!» Nosotros les explicamos que la Universidad pública también es un espacio de lucha, que ha cambiado mucho en estos años y que tiene espacios que se han convertido en unidades de negocios. Efectivamente, los ’90 afectaron todas las esferas de la vida social y en la educación pública, la tendencia a la mercantilización es una de las marcas. Les explicamos que no todos estamos dentro de ese modelo, que estamos dando una pelea interna, que necesitamos que nos ayuden. Y no sólo que nos ayuden, también necesitamos que reconozcan lo que estamos haciendo. Uno de esos trabajos era el libro, en el cual colaboraron cuatro universidades nacionales. Dijimos también que ese libro era fruto del diálogo y el intercambio que habíamos mantenido con ellos a lo largo de todos los encuentros, en los últimos dos años. Hay que explicitar todo el tiempo eso, para que reconozcan que uno da batallas adentro y no sólo batallas afuera. Y que la Universidad pública no es un bloque homogéneo. Al año siguiente, se abrió la discusión en las Universidades Nacionales por el tema de los fondos de La Alumbrera. ¡De hecho, yo renuncié a la UNGS en la que trabajé quince años porque aceptaron los fondos! Luego de escuchar mis argumentos, refrendaron la aceptación con el típico doble discurso progresista, diciéndome en la cara, «Maristella, el libro sobre minería transnacional es maravilloso, muestra que la minería es altamente contaminante, pero en cuanto a los fondos, son legales…» Fue como si me dijeran: «Tenés razón, pero marche preso.» La verdad, no pude soportarlo. En ese momento estaba con licencia docente –aunque no de investigación– y tenía que decidir si me quedaba o me iba. Decidí irme por completo. En los ’90, participé del proceso de construcción institucional de esa Universidad que dice tener una vocación por lo público y por los sectores más postergados… Gran parte de mi carrera la hice allí. Cuando la discusión colocaba a las universidades en el tapete, que muchos se hicieran los tontos y buscaran disociar lo ético de lo político, me resultó insoportable. No porque me considere un «alma bella» que no quiere ensuciarse, sino porque no concibo ese tipo de hipocresía a la hora de discutir el rol ético y crítico que debe cumplir la Universidad pública. En términos más generales, los fondos de La Alumbrera abrieron una discusión sobre el rol de la Universidad pública: qué hace la Universidad para dar respuesta a los problemas de la sociedad, qué posición debe asumir, qué tipo de investigación hay que desarrollar, qué tipo de relación hay que establecer con las empresas, qué tipos de financiamiento aceptar; cómo se define la vocación pública, en qué sentido ética y política se combinan y repercuten sobre la investigación que uno está llevando a cabo.
–¿Se trata de salir de lo estrictamente académico?
–Me parece que el trabajo de expertise es algo absolutamente necesario. Pero estamos en un momento en el cual hay que construir un saber experto contrapuesto a los intereses hegemónicos. La construcción de un saber experto independiente implica, por ejemplo, que si hoy en día tenemos debates en torno al modelo sojero o en torno al modelo minero, los investigadores de una universidad no pueden estar contratados por una empresa minera o estar al servicio de actores económicos que en el agro tienen un gran protagonismo. ¡No pueden! ¡Eso no es independencia! ¿Cómo construir ese saber experto independiente? Tiene que ser un saber contraexperto que, además, establezca un diálogo con los diferentes actores sociales. Uno de ellos son las organizaciones y movimientos sociales. No se puede despreciar alegremente el saber que están construyendo a partir de la lucha, los propios actores sociales. Entonces, la incomprensión es mutua, digamos. Y yo creo que precisamente un «intelectual anfibio» tiene que poder traducir lenguajes, acercar posiciones y destruir prejuicios que hay de un lado y del otro.
–¿La multiplicación de organizaciones y movimientos quiere decir mayor intervención política?
–Hay una imagen de la sociedad argentina que tienen ciertos intelectuales que es la de la pura descomposición social. Así, tienden a minimizar aquello que, dentro de los sectores populares, representa la aspiración de construcción de nuevas relaciones de sociabilidad, de mecanismos de contención, de promoción de nuevos liderazgos en hombres, en mujeres y jóvenes, que colocan, en esas organizaciones y en la posibilidad de comunicarse con el otro, la razón de su vida. Hay un nuevo tejido social en la Argentina. En realidad, cuando uno habla de los sectores populares o del mundo popular, lo que ve es una nueva matriz plebeya y organizacional, donde el tipo de organización existente es muy variable, más allá de que se jueguen cuestiones ligadas a la sobrevivencia. Hay muchos intelectuales que eso no lo ven o que, si lo perciben, lo hacen con una mirada miserabilista que subraya las carencias. Con eso me parece que es con lo que hay que romper. De hecho, las nuevas generaciones lo están haciendo: muchas de las investigaciones que se están desarrollando en la Universidad tienen que ver con este nuevo tejido organizacional. Pero todavía, en ciertos intelectuales «consagrados», hay una mirada ochentista, a veces, noventista de la realidad. Es como si 2001, con la emergencia de un nuevo espacio de luchas, de nuevas figuras de la militancia, de nuevos intelectuales, les hubiese pasado por el costado. Y eso también es lo que hay que combatir.
–¿Es un momento fértil?
–Sí, porque se abrió la agenda parlamentaria desde lo que sucedió con la famosa 125. Fue una marca, un punto de inflexión, y no sólo para el gobierno de los Kirchner –que entraron a jugar con otra lógica– y la propia oposición de derecha, sino también porque los argentinos comprendieron que el Parlamento podía ser un lugar de debate y de definición de políticas importantes. Esto se potenció al volverse mucho más heterogéneo con las últimas elecciones parlamentarias.
Teniendo en cuenta que vengo de una tradición de la izquierda ligada a los movimientos sociales hay, por lo general, una gran desconfianza hacia lo que pueda realizarse a nivel de la política institucional y en los espacios parlamentarios en términos de defensa y promoción de derechos.
En realidad, hay que leer esto también como producto de las luchas: los derechos siempre se conquistan. ¡Nadie regala derechos!
Hoy están dadas las condiciones como para hacer avances en la agenda parlamentaria y eso es algo que tienen que comprender los movimientos sociales. Las organizaciones de gays y lesbianas lo comprendieron rápidamente.
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Comunicación y poder
Imagen: Veintitres
Por L.L.
Algo está cambiando en la Argentina: con foros participativos –convocados para discutir la reglamentación de la ley– y la apertura del Registro Público de Señales y Productoras, el esquema de medios local comenzó a adaptarse poco a poco a lo establecido en la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Una coyuntura que ofició de marco ideal para que el sociólogo español Manuel Castells analizara la comunicación y el poder en la sociedad-red del siglo XXI y sentenciara: «En el mundo, hay un proceso de concentración de propiedad mediática extremadamente importante. Sin embargo, la concentración de la propiedad convive con la descentralización de la gestión y la segmentación de la audiencia. Es decir, hay concentración mediática pero gran diversificación cultural».
Convocado por la Fundación Osde, Castells analizó en videoconferencia para todo el país las transformaciones producidas en la industria global de los medios de comunicación y con cierta provocación minimizó los efectos de la propiedad en pocas manos. «Existen siete grandes grupos que controlan el 75 por ciento de la producción audiovisual del planeta –explica Castells–. Esos grupos están conectados con los que controlan los medios en cada país. Es una estructura muy descentralizada, no podemos decir que Time-Warner controla la Argentina pero conforma un sistema de concentración oligopolística extrema. La concentración tiene un carácter nuevo: son redes de negocios multimedia, con autonomía entre los medios que forman parte de los grupos mediáticos. En ese sentido, el gran fenómeno que se está produciendo es la descentralización de los productos culturales y, por lo tanto, la capacidad de los individuos de generar o construir hipertexto propio. Doy un ejemplo: se dice que los jóvenes, contra la opinión generalizada, leen mucho más diarios que los adultos. Lo que sucede es que lo hacen por Internet y por lo tanto no leen todo el Clarín, incluidas sus notas insoportables, sino las que quieren tomar de cada medio. Y eso es lo importante: la convergencia cultural la construye cada uno.»
¿Dónde se conecta, entonces, la cuestión del poder? Para el especialista, los medios no son sus dueños. Por el contrario, Castells alimenta la idea de que los poderes –políticos, económicos, sociales– atraviesan la comunicación y pujan en ese espacio la construcción de sus fuerzas: «¿Qué es lo que tienen en común todos los medios? Que tienen que tener ganancia y esta aumenta a medida que se gana audiencia. En los últimos años, Internet se convirtió en la plataforma que más usuarios incorporó –de 40 millones, a mediados de los noventa, hoy hay mil seiscientos millones y, por ejemplo, cuenta con Facebook como la plataforma de movilización política más importante del mundo–, haciendo de la batalla por el control una cuestión central. Internet es un espacio libre, con autonomía, pero muchos intereses no quieren que eso sea así y luchan por controlarlo. Esa es una batalla fundamental de nuestra sociedad, que deberá evitar el cierre o restricción de esa comunidad».
La resistencia a la apertura y los cambios fue una de las razones que paralizaron la implementación de la nueva ley que reemplazó a la de radiodifusión, impuesta desde la última dictadura militar en la Argentina. Castells, que asegura que la movilización de base es la que garantiza la protección de los medios para todos, asegura: «En todos los países sucede lo mismo: unos señores que se llaman jueces frenan los cambios. En Estados Unidos, el presidente Barack Obama debatió públicamente la cuestión de la comunicación y apuntó a la regulación estatal para garantizar el acceso de todos a los medios. Pero cuando el presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones intervino en empresas que discriminaban el acceso a la red, un juez frenó la regulación. La información que circula debe ser protegida, así como los canales de comunicación que la transmiten para que llegue a todos, sin discriminación de ningún tipo».
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CARTEROOOOO!!!!!!!!!
Para mí es un premio poder organizar allí, en estas vacaciones de invierno, varias jornadas de entretenimiento y participación para chicos y grandes.
Y cantar allí, sin ninguna vanidad, sin ninguna codicia.
Estas líneas son simplemente para invitarte y pedirte que me ayudes a creer, que podemos lograr que este espacio arranque con el sabor de nuestra cultura popular y no con el rancio gusto de los banquetes elitistas.
La impronta de un ámbito de expresión, se define desde su nacimiento.
Si este sitio, ubicado hacia el bajo de la avenida Corrientes, nace abrazando al centro porteño, será una cosa. Si en cambio le da la espalda y solamente se amiga con su vecino Puerto Madero, será otra.
En algo depende de nosotros ocuparlo, habitarlo y sentir que un edificio monumental puede albergar todo tipo de voces y de imágenes
Hay un sin número de ¨casas de cultura¨ a las que el pueblo no acude aunque haya fenomenales propuestas, porque han nacido y se han desarrollado sin su participación y aunque a veces son gratuitas, las personas comunes, ni entran al hall.
Ojalá no nos ocura eso en el viejo correo.
Que este Centro Cultural no sea de cultura filosa, que no acaricia, que no entibia, que no toca ni ensucia.
Que no vaya un día Mirtha Legrand, como ha hecho con el Colón, a proponer que aunque sea una vez cada dos meses, se podría llevar gente de la villa (en contingentes vigilados) para que sientan por unos minutos el honor de transitar el mismo pasillo que los elegidos.
Que tenga las texturas de nuestra identidad, las más suaves y las más ásperas.
Ese es mi sueño y es es seguramente un sueño parecido al del cartero Juan, que en verdad se llamaba John, cantaba ¨Mister Postman¨ y reconocía ser un soñador, pero no el único.
www.copani.com.ar
Son boleta
Por Guillermo Saccomanno
No creo que muchos escritores se le animen a una clase de escuela media del conurbano. Pero que los hay, los hay. Es que no es sencillo encarar las aulas de la marginalidad, esos pibes que vienen de pobreza, violencia, droga, alcohol. A algunos les cuesta expresarse con algo más que un ininteligible fraseo primal. Estos son los pibes a quienes los docentes deben transmitirle el amor a la lectura. Pero, ¿cómo transmitir ese amor cuando no se lo siente? Más de una vez en los colegios planteo que los docentes no leen. «Los adolescentes, querrá decir», me quiso enmendar una maestra. «No, le dije. Entendió bien: dije los docentes.» La mujer, como varias de sus colegas, me miró con odio. «A ver, cuéntenme qué leyeron anoche», les pregunto. Silencio.
Por supuesto, hay causas, razones, determinaciones sociales que hacen que las maestras y maestros puedan preferir a la noche Tinelli, baile de caño, pizza y birra; y, excepcionalmente, los progres, el discurso facilongo de 6, 7, 8. No los culpo. Estoy convencido de que los docentes deben ganar más que un diputado, pero también de que ellos eligieron la trinchera en la que se encuentran. Y es una trinchera donde bajar la guardia es riesgoso. Las víctimas están ahí, en sus pupitres, frente al pizarrón, expectantes. Y por la expresión tienen todo el aspecto de estar en otra, en otra realidad que no es la del aula. Una más cruda.
El año pasado, junto con un grupo numeroso de escritores, participé en la movida del plan de lectura del Ministerio de Educación, iniciativa formidable: se imprimía un relato de cada escritor y luego se lo distribuía, en formato fascículo, en las aulas de los colegios. Más tarde, una vez que los alumnos habían leído el relato en la clase de literatura, el escritor iba al aula y conversaba el texto y sus aspectos con sus lectores. La actividad, en los colegios de clase media, se cumplía. Pero en más de una oportunidad, en colegios más golpeados –que son los más–, el resultado no era el esperado. La frustración no dependió del ministerio, ni de los autores. Fue responsabilidad de los mismos docentes.
Me acuerdo de un colegio del conurbano. Al llegar al cole, nadie sabía dónde estaba el paquete con los fascículos. Nadie los había visto. Hasta que una funcionaria del colegio pareció reaccionar de un ataque de amnesia y recordó dónde estaban guardados. Los fascículos del Plan de Lectura habían sido archivados en un depósito. Ni se los habían pasado a la profesora de Lengua. Tampoco la profesora de Literatura se había interesado por la cuestión. Además, ese día la profesora de Literatura no había llegado aún. Por lo tanto, la actividad la iba a coordinar otra profesora, la de Inglés. No era un día tranquilo en el colegio. Habían faltado celadores. Y profesores. Las pibas y los pibes, casi el colegio entero, hacían quilombo en el patio. Tarde, pero al fin, apareció la profesora de Lengua. Y fuimos al aula. Como habían faltado profesores, la directora tuvo la idea de juntar dos divisiones. Preferible meterlos en esta actividad, aunque no tuviera nada que ver, a que estuvieran alborotando en el patio. Me pregunté cómo manejar la situación. Sesenta alumnos me superaban. Además no se trataba sólo de que no hubieran cumplido con la actividad: leer un cuento. La profesora tampoco tenía demasiada idea de qué se trataba el plan. Se me ocurrió que si no habían leído antes el relato, bien podríamos leerlo entre todos en clase. Pero esas pibas y pibes apenas sabían deletrear una palabra. Con paciencia, les propuse que cada uno leyera una frase y le pasara luego el fascículo a un compañero, una compañera. De ese modo, pensé, el relato se hilvanaba, se construía una lectura colectiva. Y terminaríamos de leer el cuento. Quien leía una frase, con dificultad, balbuceando, pasaba el fascículo con alivio. Se tardaba en completar el sentido del relato, pero era algo.
Desde el fondo, unos pibes bardeaban. Dados vuelta, bardeaban. El bardo iba en aumento. Pronto fue imposible la lectura. Le pedí a la profesora que dejara retirar del aula a los chabones (sí, les dije chabones) si no les interesaba la actividad. La profesora titubeó. Por fin, desconcertada, asintió. Los pibes se pararon. Ahí volví a hablarles: «Sé que tienen motivos para embolarse. Como sé que alguno de ustedes chuparon o se falopearon antes de venir al colegio. Sé también que algunos de ustedes hoy vieron al viejo fajar a la vieja. Y también que tal vez los que cobraron fueron ustedes. Sé que no la tienen fácil. Sin laburo, sin un mango. Encima, el colegio. De verdad, es mucho pedirles a ustedes, dados vuelta, que se queden tranquis en el aula. No me careteen. Pueden salir». Los pibes empezaron a caminar hacia la puerta del aula. «Pero antes –les dije–, sepan que si cruzan esa puerta son boleta.»
Los pibes se frenaron. Atónitos, me miraban. Ahora no volaba una mosca. «Porque si estoy acá es por ustedes. Si no saben leer, ustedes no saben sus derechos. Y si no saben sus derechos, cuando la Bonaerense los agarre con un fasito, los pueden fusilar. Vayan nomás. Los ratis los esperan.»
Callados, de pronto tímidos, de pronto chicos, volvieron a sus asientos.
Continué la clase como pude. Cero heroísmo. Taquicardia sentí. Me había sacado, me reproché. Traté de disimular que me temblaba el pulso. Mi sonrisa ante el aula era de plástico. No me gustaba esta situación. Pero la remé. ¿Acaso tenía otra alternativa? Sé que esta historia no me deja bien parado. Y que se me acusará de autoritario, patotero y políticamente incorrecto. Pero fue lo que pude hacer. Y no me avergüenza contarlo.
Hace tiempo que la realidad educativa se fue al carajo. Y que no son pocos los esfuerzos ministeriales como tampoco los docentes que, en esta realidad, se debaten peleando por mejorar el nivel de la educación. Pero no alcanza. Como tampoco alcanza que los escritores pongan el cuerpo en las aulas, lo que, a esta altura, me parece, es más que un deber una misión. Los debates en el Malba o en las librerías de Palermo pueden esperar. Los pibes y pibas de los colegios estatales, no. Y, que conste, estas reflexiones no deben inquietar sólo a los docentes. También a los escritores. Porque mañana terminarán escribiendo para clientes y no para lectores. Si es que ya no lo están –perdón, estamos– haciendo.
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(02) Fuentes
(03) Artículos relacionados
El sentimiento patriótico
Durante la agresión anglo-francesa de 1845, se aproxima la fecha del 9 de julio, cuya celebración anual ha dispuesta por primera vez por Rosas, y «La Gaceta» publica un artículo de fondo el día 6 de julio, donde se dice:
«A despecho de la poderosa agresión europea, la Confederación Argentina está en el alto y pleno ejercicio de su soberanía, sin defecto, sin restricción sin menoscabo alguno: tan íntegra e inmaculada como salió de las manos de sus representantes el 9 de julio de 1816. A la presente generación le ha cabido la dicha de cumplir el grandioso juramento de aquel día. Vida, haberes y fama, todo se ha prodigado, por la independencia de la patria…»
El cura de San Nicolás de Bari, desde el pulpito, se adhiere al sentimiento compartido por la población, y el día 10 de julio «La Gaceta» transcribe nuevamente una vibrante página:
Con tales actitudes, no sólo defendía y sostenía Rosas la integridad del territorio nacional, sino que fortificaba también el carácter y unidad espiritual de los argentinos, para los cuales no ha sonado la retreta de Caseros.
«La revisión de la historia -observa acertadamente Arturo Jauretche en «Política nacional y revisionismo histórico»- ha puesto ya en evidencia que todos los conflictos que han precedido a Caseros no han sido más que los distintos aspectos de la lucha entre el país que quería realizarse, según su modo americano y tradicional y la finalidad británica de acomodarlo a su esquema imperialista.»
«La Argentina debe realmente a Rosas -asegura Keyserling, en «Meditations suramericaines» – tener hoy más carácter y estilo que la mayor parte de los otros estados del continente americano»… «Esa obra de Rosas -juzga el filósofo-, fue consolidada definitivamente por Irigoyen».
En Caseros se intentó vender una nación, pero sólo se consiguió traicionar a un gobernante.
Fuentes:
– Muñoz Azpiri, José Luis. Rosas frente al imperio ingles.
– Irazusta, Julio (*)
(*) Julio Irazusta (1899 1982). Entrerriano. Estudió Filosofía y Humanidades en Oxford. Autor, junto con su hermano Rodolfo, de La Argentina y el imperialismo británico, 1934. Posteriormente escribió libros ya clásicos sobre Rosas que lo convierten en uno de los maestros de la nueva escuela histórica. Dejó unas Memorias 0 «Historia de un historiador a la fuerza» y otro texto excelente, Balance de siglo y medio, 1966.
Artículos relacionados:
– Rosas y las fiestas patrias
– Rosas y el 25 de Mayo (Discurso de Rosas)
– ¿Rosas traidor? (La falsificación histórica)
– Guerra del Paraná
– Dignidad Nacional
– La política de Rosas
– Rosas no ha muerto
– Pa´qu´el gringo aprenda
– Si querés protestar…ponete la punzó
– Como engañar al embajador británico
– El Restaurador de Las Leyes
Fuente: www.lagazeta.com.ar
(02) Fuentes
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Las otras tablas de sangre (*)
El revisionismo histórico argentino ha realizado una labor científica, hondamente patriótica, en favor de la verdadera historia argentina. Todos los años se publican libros y folletos que destruyen la leyenda negra difundida por los historiadores liberales, heterodoxos todos ellos, y que por su misma heterodoxia combatieron desde las logias y luego desde el gobierno lo más profundo del ser tradicional argentino, para desarraigar nuestras antiguas y nobles costumbres, nuestras ideas y sentimientos esenciales católicos.
Y esta labor revisionista, que se ha intensificado hace algo menos de treinta años a esta parte, y que se desarrolla en la cátedra, en el libro, en periódicos y conferencias por todo el país, continúa la obra que a fines del siglo pasado inició con su Historia de la Confederación Argentina Adolfo Saldías, y luego, en su libro intitulado La época de Rosas, Ernesto Quesada.
El período más intenso, de más grandeza que da la verdadera razón de nuestra nacionalidad fue y es negado hasta hoy por los historiadores liberales, que se copian unos a otros en su deleznable tarea de difundir una historia falsificada.
De esta manera la investigación histórica se estanca y pierde total vitalidad. ¿Y qué podríamos decir de los textos de historia argentina destinados a los establecimiento de segunda enseñanza?.
Habría que añadir, además, que la falsificación de la historia no se reduce a estos textos escolares al período en que gobernó Juan Manuel de Rosas; los siglos de la dominación española han sido también falseados, como asimismo todo aquello que de algún modo nos define como nación esencialmente católica e hispánica.
Frente a una enseñanza oficial de la historia argentina que es perniciosa para la formación de los jóvenes, a quienes se les debe explicar solamente la verdad, justipreciamos la intensa obra de los historiadores revisionistas, que en la cátedra y el libro están demostrando dónde están los verdaderos y los falsos próceres, riñendo una batalla que ya ha sido ganada, porque el fraude histórico inventados por los vencedores de Caseros y Pavón no resiste la fuerza incontrastable de la verdad histórica.
Y es con ese espíritu de justicia que revelan los historiadores revisionistas que Alberto Ezcurra Medrano publica la segunda edición de su libro Las otras Tablas de Sangre, libro magnífico, claramente escrito, de alta polémica, totalmente documentado, que tiene la ventaja sobre el de su antagonista, el del lamentable e infelicísimo Rivera Indarte, de que no inventa ni fantasea ni agrega adjetivos insultantes ni comentarios malévolos, sino que expone los hechos para que el lector juzgue, valiéndose muchas veces de los mismos historiadores liberales para demostrar cómo los unitarios, con sus olas de crímenes, de degollaciones, de fusilamientos a granel, superaron las atrocidades y desafueros de los enemigos de la «civilización.»
El mérito de este volumen reside precisamente en su valor científico, que destruye la leyenda unitaria, construida sobre la propaganda periodística, el libelo de Rivera Indarte y ese otro, en forma de novela, de José Mármol.
Las otras Tablas de Sangre
Todo lo que la historia liberal ha callado, aquello que permanecía oculto en documentos y libros, ha sido reunido por Ezcurra Medrano en su búsqueda de la verdad, con afán de historiador, sobreponiéndose al espíritu de partido o de bandería.
Es curioso observar cómo el sectarismo liberal, en su anhelo de trastocarlo todo con fines de sectarismo político, no se le ocurrió advertir que la falsificación de la historia en la forma grosera en que lo hicieron no podía persistir indefinidamente, ya que, frente a los crímenes que se atribuyen a Rosas, las atrocidades del terror celeste -a pesar de la destrucción de documentos que hicieron los unitarios- son tan evidentes, que sólo el odio, la ceguera y la mala fe de varias generaciones de gobernantes liberales han podido ocultarlas.
Y con este sistema de criminal ocultación han padecido también hechos gloriosos, acontecimientos de la época rosista, como la lucha por la soberanía argentina contra Francia e Inglaterra, ocultación que revela el grave delito de traición contra la patria y el espíritu de los argentinos.
El proceso del terror celeste, desde Rivadavia hasta Sarmiento, está relatado por Ezcurra Medrano. Los fusilamientos en masa e individuales mandados a ejecutar por órdenes de Lavalle, Lamadrid, Paz, Mitre, Sarmiento y los demás jefes unitarios, son incontables. Pero la guerra civil, provocada por los unitarios en unión con los extranjeros, suscitadora de los odios más enconados y las venganzas más cruentas, continuó después de la caída de Rosas, y el terror liberal que reemplazó al unitario pudo proseguir con sus asesinatos y degollaciones, hasta que el triunfo definitivo de la heterodoxia, encarnada en figuras masónicas como Mitre y Sarmiento, inició la era de un crudo y persistente materialismo.
El régimen de terror, anterior y posterior al gobierno de Rosas, ha sido estudiado por Ezcurra Medrano, atestiguándolo con hechos concretos.
En cuanto a los procedimientos que utilizaban los unitarios para matar a sus enemigos, nadie ignora que Lavalle y Lamadrid cumplían al pie de la letra lo que exaltaban en su furor de degolladores; aconsejaban o daban órdenes de lancear o de degollar sin perdonar a nadie.
Lavalle, en 1839, consigna Ezcurra Medrano, en su proclama dirigida a los correntinos decía refiriéndose a los federales:
«Es preciso degollarlos a todos. Purguemos a la sociedad de estos monstruos. Muerte, muerte sin piedad.»
No hay jefe unitario que utilice otros procedimientos frente a los federales. Era una lucha sin cuartel, y nadie lo daba.
El culto y civilizado Paz no se quedaba corto en las matanzas y ejecuciones de prisioneros. He aquí una descripción de lo que el general Paz llamaba actos de severidad:
«Los prisioneros son colgados de los árboles y lanceados simultáneamente por el pecho y por la espalda…A algunos les arrancan los ojos o les cortan las manos. En San Roque le arrancan la lengua al comandante Navarro. A un vecino de Pocho, don Rufino Romero, le hacen cavar su propia fosa antes de ultimarlo, hazaña que se repite con otros. Algunos departamentos de la Sierra son diezmados. Por orden, si no del general, de algunos de sus lugartenientes, ciertos desalmados, como Vázquez Nova, apodado Corta Orejas, el Zurdo y el Corta Cabezas Campos Altamirano, lancean a los vecinos de los pueblos, en grupos hasta de cincuenta personas.» «Los coroneles Lira, Molina y Cáceres rindieron la vida entre suplicios atroces. Sus cadáveres despedazados fueron exhibidos en los campos de Córdoba y expuestos insepultos.»
Como dijimos, el jacobinismo liberal continuó después de la caída de Rosas y durante todo el siglo XIX su política de crueldades inauditas, degollando prisioneros, exterminando a los vencidos donde quiera que se encontrasen, mandando asesinar a los gobernadores que no obedecían a la política central.
El libro que comentamos será sumamente útil a la juventud argentina. Todo él da una idea clara de lo que fue el terror celeste a lo largo de la centuria decimonovena.
Necesitábamos esta segunda edición, completa con nuevos aportes indubitables, y donde se prueba a una vez más el talento de investigador de Alberto Ezcurra Medrano, que huye de lo farragoso para buscar la síntesis, y, sobre todo, su honradez y el espíritu de justicia que definen su obra.
Alfredo Tarruella
(*) Prólogo de libro «Las otras tablas de sangre». Alfredo Ezcurra Medrano. Edic.1952.
-Ezcurra Medrano, Alberto. Las otras tablas de sangre.
– La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
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El 22 de julio de 1818 una flota corsaria de las Provincias Unidas de Sud-América llega a Monterrey, capital de California, toma el fuerte y hace flamear nuestra bandera por 6 días.
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Teatro erótico
Los títeres de una obra triple x barren tabúes y juegan con todas las fantasías
Por Clarisa Ercolano
El grupo «69 a la Cabeza» dice que sus muñecos porno son otro invento argentino. Sin ser chabacanos, van derecho a los papeles y hasta Batman y Robin se ponen extremos. La idea es que la gente se identifique y se anime a más.
Igual que en una porno pero sin carne, piel ni hueso. Los porno títeres son muñecos articulados y súper expresivos pero, a diferencia de casi todos los de su tipo, estos tienen genitales. Y tienen sexo explícito entre ellos, se apasionan, se entregan, disfrutan y a veces, son mucho más que dos.
Estos títeres de mesa lejos están del estereotipo y son, como era de esperar, otro invento argentino. «Somos los únicos. Por eso vienen tantos extranjeros y se enganchan con la propuesta», cuentan los integrantes de «69 a la Cabeza», el grupo de actores y actrices que les ponen vida y actitud. «Son la mejor forma de dejar de lado los tabúes y poner sobre la escena puestas con sexo explícito, todo lo que se puede ver en un filme triple x», le dicen a Tiempo Argentino.
El escenario del Celcit, en el subsuelo del Instituto Mariano Moreno, recibe a 75 espectadores –capacidad total de la sala– que llegan a encontrarse casi cara a cara con 5 actores que manejan a 12 personajes de manos y cuerpos inquietos y exaltados, y remarcados aun más por las voces y los gestos de quienes los manipulan en un clima de cierta intimidad y sorpresa. Una mucama, una presentadora, escotada y pechugona, un policía, un doctor, un señor y una señora de su casa, un plomero y hasta la suspicaz parejita de Batman y Robin; le ponen goma espuma a situaciones carnales que se desarrollan en una cocina o en un sillón de terciopelo.
«Son las fantasías que todos tenemos en la cabeza», resume Ariel Bottor, uno de los protagonistas. Y una mujer recién salida de la obra asegura que, con su marido, quedaron «hipnotizados». «El humor y el erotismo dan un permiso para la orgía mas inimaginable, como la de la mujer que tiene sexo con el plomero y cuando ve a su marido, también lo invita y todos la pasan bien», dice Carolina Tejada, otra de las actrices. La luz blanca juega un rol de complicidad con los actores, vestidos de negro de los pies a la cabeza.
Una vez abierto el telón, todo puede pasar y las insinuaciones sutiles pronto dejan de serlo y explotan en orgasmos y gemidos que no contienen ni los sonidos ni la expresividad; matizados por ejemplo, con la voz grave de Kevin Johansen y su ya conocidísimo «Down with my baby» o el rejunte pop de las chicas que hicieron de «Lady Marmelade», todo un hit.
«El espectáculo es para mayores de 18», aclaran. Es que en este subsuelo de San Telmo, la palabra histeria y prejuicio, no existen y se va «directamente a los papeles». «Tanto que hasta Batman y Robin dejan de fingir que sólo son amigos», deslizan entre risas. Porque los superhéroes juegan un rol dentro de este tipo de teatro: cuando a las mujeres del grupo les pareció que sobraba testosterona, armaron a la Mujer Maravilla, que tenía a todos sus amantes al pie del cañón o los revoleaba por el aire sin piedad, sea quien fuese, inclusive, al mismísimo Chapulín Colorado.
Entre el público hay parejas jóvenes, otras mayores, chicas y chicos solos y extranjeros expectantes. «Al poner todo en clave de juego, es como que relajás», explica una chica a sus tres amigas medio boquiabiertas. «Creo que al crecer, con la edad, se va perdiendo el sentido de lo lúdico y acá, se lo recupera, se abre otro espacio que permite ver eso que intentás enganchar entre las líneas y las interferencias del canal Venus», señala Sebastián Terragni, quien admite, su puesta favorita es la de la mucama y el patrón.
Si bien nada está sugerido y todo lo que es es, nada es chabacano ni cae en la obviedad de los chistes verdes, y tampoco está contado en clave masculina. La apuesta trata también de alejarse de las destrezas sexuales del porno y de los cuerpos hiper musculosos y siliconados. «Nos gusta la idea de que la gente se identifique y no que le pase todo lo contrario y termine mal porque nunca va a ser ni va a poder hacer de Pamela Anderson», explica Cecilia Villamil y todos apunta que «si nos ves a nosotros mismos haciéndonos los porno star y si nosotros podemos, quién no».
Mayra Carlos, Carolina Tejeda, Cecilia Villamil, Sebastián Terragni y Ariel Bottor vienen de dos experiencias que anteceden a su unión, a la que describen tan sincronizada como un equipo de fútbol que se conoce y juega de taquito. El principio no fue fácil y los titiriteros del ambiente los miraban cual si fuesen ovejas negras. «Después se abrieron a nosotros», dicen entre risas. Y si bien saben que el sexo mueve al mundo y convoca por si solo, juran que la idea pasa por divertirse, contar otras cosas que inquietan y por mostrar eso que se intuye pero que pocas veces sale a la luz. «Todo el mundo, aunque sea, pispeó algo de porno», dictaminan. Y el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra o que se deje cautivar una vez más por el juego que proponen.