VILLARRUEL, la Victoria de Milei, vindicadora de la dictadura exterminadora de Videla & Co.
Victoria Villarruel no es una improvisada, es, desde hace mucho –y ganándole la pole position a su ex amiga Cecilia Pando– la principal vindicadora de la dictadura exterminadora. Nicolás Lantos publico en El Destape un texto revelador bajo un largo título «Militares, Iglesia, Chicago boys y la sombra de Macri: para quién y con quien planea gobernar Milei». Luego se ofrece un perfil de V.V. publicado por la revista Crisis que dirige Mario Santucho. Tengan a mano algún antiácido:
La sorpresiva performance de Javier Milei en las primarias celebradas el domingo pasado disparó un sin fin de lecturas, hipótesis y escenarios que buscan explicar el por qué de ese resultado que puso al candidato neofascista al tope de las preferencias de los argentinos con más de siete millones de votos. Menos tiempo se le dedicó a otra pregunta crucial para el futuro del país: ¿para qué ganó Milei? En otras palabras: ya discutimos suficiente acerca de quiénes se sienten representados por él, pero todavía no se ha hablado acerca de a quiénes verdaderamente representa. Es decir: ¿Para quién y con quién planea gobernar?
En el «círculo rojo» existe una inquietud cada vez más extendida acerca de los alcances de la influencia de la candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel, una dirigente con más experiencia, raíces más profundas, contactos más extendidos y un proyecto de país que va mucho más allá del metro cuadrado de la micro y macroeconomía teórica donde Milei tiene su zona de confort. Un proyecto de país que ya no solamente cuestiona el consenso sobre el que se construyeron cuarenta años de democracia en la Argentina sino que, directamente, se propone reemplazarlo.
El economista ya anunció que, en caso de ganar la elección, Villarruel no tendrá solamente el rol parlamentario de un vicepresidente, sino que estará a cargo de las áreas de Defensa y Seguridad (algo que está explícitamente prohibido por la ley desde 1983). Lo que todavía no dijo en público es que en el modelo de gobierno que están diseñando por estas horas, a las apuradas, a partir de un resultado electoral que ni siquiera ellos esperaban, entre las funciones de ese superministerio del Uso Estatal de la Violencia también absorberá las tareas de inteligencia que hoy están en manos de la AFI.
Aunque tomó notoriedad como la diputada negacionista que acompaña a Milei, lo cierto es que Villarruel es mucho más que eso: es la persona que logró abrir una puerta que la política argentina había cerrado al regreso de la democracia. Dedicó dos décadas de su vida a esa misión. Es hija y nieta pródiga de la familia militar. Su padre, Eduardo Villarruel, participó del Operativo Independencia. Su tío, Ernesto Villarruel, fue responsable en el centro clandestino de detención El Vesubio. En 2015 fue procesado con prisión preventiva. A causa de su estado de salud quedó afuera del juicio donde fueron condenado ocho militares.
Victoria inició su militancia en grupúsculos negacionistas a comienzos de siglo. Su primera experiencia fue en Argentinos por la Memoria Completa, la organización que lideraba la modelo Karina Mujica, ex novia de Alfredo Astiz. Luego fundó otro espacio llamado Jóvenes por la Verdad, que tenía entre sus actividades la organización de visitas a Jorge Rafael Videla durante su prisión domiciliaria. Política nata, a través de la gestión de ese acceso privilegiado al represor Villarruel pudo consolidar una red de contactos con figuras destacadas de la ultraderecha vernácula.
“Fue precisamente a través de ella que pude mantener una larga entrevista con el ex presidente, en compañía de mi hijo mayor. Importante y fructífera conversación que duró más de tres horas en su departamento”, recordó el mayor (retirado) Pedro Rafael Mercado, esposo de Cecilia Pando, en un posteo de Facebook publicado el 28 de julio, con críticas a la fórmula presidencial. Según se trasluce de esa publicación, Pando y Villarruel fueron juntas a interrumpir un discurso de Néstor Kirchner el día de la Mujer de 2006, pero sólo su esposa se hizo cargo de las consecuencias de ese hecho, que desencadenó su retiro.
“(…) fuimos a cenar a Puerto Madero invitados por el entonces matrimonio de Andrés y Victoria (…). el agasajo surgía por la oportunidad en que mi señora había interrumpido un discurso del todopoderoso Néstor Kirchner (…). Cecilia no fue sola a esa presentación. Su compañera de aventura fue precisamente la actual diputada libertaria. Debo confesar que, en esa cena, por primera vez me sentí parado a la izquierda de mis acompañantes. Siempre acusado de facho, el tono de las conversaciones de esa noche me colocaba un poco más a la izquierda de la pareja que nos había invitado”, escribió Mercado.
El texto, cargado de guiños y rencillas internas de la familia militar, y de reclamos por considerar que Villaruel acomodó su discurso “a los vaivenes de la política”, tiene otros pasajes esclarecedores: “Algunos (…) dirán que la heroína de la fórmula es Victoria. Que hay que tragarse el sapo de Javier, porque la diputada libertaria, que no está dibujada, la tiene clara y que de ella provendría la solución al problema de los 70”, escribe Mercado, revelando la estrategia de, por lo menos, un sector. Debajo de la peluca de Milei se esconde una herramienta para que el partido militar vuelva a arrimarse al calor del poder.
En el 2007 asumió la presidencia del recién creado Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas y un año más tarde consiguió que esa fundación sea el primer grupo dedicado a la reivindicación del terrorismo de Estado en conseguir personería legal. Meses más tarde Villarruel fue invitada a realizar un curso de “coordinación interinstitucional y lucha contra el terrorismo” en el Centro de Estudios de Defensa Hemisférica William J. Perry, una dependencia del Pentágono en Washington D.C. Otros lazos internacionales la unen a los españoles de Vox: fue una de las firmantes de la Carta de Madrid, en 2020.
La primera vez que apareció en medios nacionales fue en enero de 2016. A pocas semanas de llegar al cargo, el entonces secretario de Derechos Humanos de Cambiemos, Claudio Avruj, invitó a su despacho, ubicado en el Espacio de la Memoria en la ex Esma, a miembros del CELTYV. “Primera vez en treinta años de democracia que un funcionario nacional recibe a la ONG de las víctimas del terrorismo”, celebró entonces Villarruel en sus redes sociales. Después del encuentro Avruj aseguró “no hay cambio de rumbo”. Quince meses más tarde la Corte Suprema daba el 2×1 para delitos de lesa humanidad.
Abrir puertas que estaban cerradas. Esa es la tarea de esta abogada clase 75 que se acercó a la política partidaria de la mano de Juan José Gómez Centurión, la persona que la presentó con Milei. Para entonces ya era habitué de los programas de televisión que en sus paneles habilitaban el revisionismo de los 70s en prime time. La exposición engrosó el caudal de sus redes sociales, otra herramienta que utiliza con habilidad a su favor. En 2021, de la mano de su actual compañero de fórmula, llegó al Congreso de la Nación. «Por las víctimas del terrorismo, sí, juro», desafió, sobre una Biblia, el día que asumió su banca.
Según consignó la periodista Ailín Bullentini en el portal Letra P este jueves, después de que se conocieran los resultados de las PASO, “hubo abrazos, hubo gritos de libertad y amenazas contra el kirchnerismo” en la Unidad Penal número 34, en Campo de Mayo, donde cumplen condena más de 50 represores. “Una versión no confirmada oficialmente indica que este lunes, horas después de las PASO, algunos de los represores de la ‘cárcel VIP’ habrían recibido mensajes de Villarruel en los que “les manifestaba que la libertad para ellos estaba muy cerca”, escribió Bullentini. Abrir puertas.
Huele a 1976
El caballo de Troya de Milei esconde a los herederos del partido militar, que esperaron agazapados durante cuarenta años para tener una oportunidad de reciclarse en las urnas sin tener que ocultar su estirpe. Pero no están solos. Como en 1976, son solamente una pata de la alianza que incluye a otras tres. Cincuenta años más tarde, para sorpresa de nadie, los actores son los mismos. Junto al partido militar se recortan las siluetas del poder eclesiástico, del establishment financiero neoliberal alojado en los Estados Unidos y del gran empresariado nacional, especialmente la patria contratista.
La relación con la Iglesia en el neofascismo encarnado por Milei tiene dos terminales. Una pasa por la propia Villarruel, que sigue concentrando poder. Se trata de un grupo de religiosos que milita, desde hace años, por la beatificación del coronel Argentino del Valle Larrabure, un militar secuestrado y asesinado (N. del E.: los guerrilleros que lo mantenían cautivo siempre dijeron que se había suicidado) por el ERP. El hijo, Argentino Larrabure, es el vice del CELTYV. Ambos participaron, hombro con hombro, en una misa en su nombre que celebró el obispo castrense Santiago Olivera el 6 de junio pasado en la Parroquia Nuestra Señora de Luján Castrense, en el barrio de Belgrano.
La otra terminal ultramontana del candidato es el Opus Dei, a través de la Universidad Austral. De esa usina surgió Sandra Pettovello, la persona elegida para hacerse cargo de otro superministerio anunciado por Milei: el de Capital Humano, que unificaría las áreas de Educación, Salud, Trabajo y Desarrollo Social. Pettovello ess licenciada en Ciencias para la Familia (sic), una carrera de grado de dos años de duración y modalidad online, según la página de la Austral. La misma página que, en su apartado de prensa, esta semana levantó y luego borró una nota de Infobae sobre el posible nombramiento de Pettovello.
Los economistas son, quizás, la cara más visible del proyecto neofascista en la Argentina, pero un rápido repaso permite entender la perspectiva económica bajo un gobierno de ese signo mucho mejor que las innumerables entrevistas que han dado por estos días tratando de explicar la cuadratura del círculo. Un equipo ensamblado de urgencia, según confesó el jefe de Asesores de Milei, Carlos Rodríguez, en una entrevista, después de que el resultado del domingo les cayera “como un meteorito”. Dijo Rodríguez que necesita gente con ideas (neoliberales) y experiencia y fue a buscarlas al único lugar donde podía encontrar.
Los Chicago Boys son un grupo de economistas latinoamericanos (principalmente chilenos) formados, desde la década del 70, en la escuela de economía de la universidad de esa ciudad del norte de Estados Unidos. Fueron la cantera de los equipos económicos de Augusto Pinochet en Chile y de los cuadros subalternos de José Martínez de Hoz en la última dictadura argentina. Con el regreso de la democracia actuaron como voceros del establishment financiero internacional pidiendo siempre las mismas reformas para la Argentina. Con Carlos Menem pudieron ponerlas en práctica ellos mismos.
Carlos Rodríguez fue secretario de Política Económica, virtual viceministro de Economía, entre 1997 y 1998, en el peor momento de la economía menemista. Salió eyectado de su cargo cuando propuso una idea que era demasiado incluso para esos parámetros: estatizar el Banco Nación (N. del E.: no entiendo aquí al autor; el Banco de la Nación Argentina, más conocido como Banco Nación, fue siempre, al menos que yo sepa, estatal). Rodríguez convocó para los equipos de Milei a quien fue su jefe en esos dos años, Roque Fernández. Antes de llegar al ministerio de Economía, Fernández había diseñado el Plan Bonex, la confiscación de ahorros previa a la convertibilidad, y luego fue presidente del Banco Central durante toda la gestión de Domingo Cavallo.
El tercero es Darío Epstein, que ocupó la dirección de la Comisión Nacional de Valores entre 1992 y 1994 y estuvo involucrado en algunas de las privatizaciones más importantes que hizo el menemismo, las famosas “joyas de la abuela”, como Siderar, Entel, Gas del Estado e YPF.
Completa el equipo Emilio Ocampo, un dandy de Park Avenue, ex yerno del vicepresidente del Chase Manhattan Bank, que vivió más tiempo en Nueva York que en Buenos Aires. Esta semana, en Madero Radio, tuvo la deferencia de explicar su plan de dolarización para que lo pueda entender intuitivamente Doña Rosa:
“Vos sabés que te va a llegar una herencia el año que viene pero necesitas un montón de guita ahora. ¿Qué hacés? Y, le vas a pedir a la abuela que te dé las joyas y vas a la calle Libertad, las empeñás y le decís: ‘Abuela no te preocupes porque yo sé que me está entrando la herencia del año que viene y las voy a recuperar’”. La metáfora de por sí ya es bastante brutal y escabrosa hasta que uno cae en la cuenta de que la herencia que espera cobrar Ocampo es la de la propia abuelita y que en este caso, si se produce la dolarización, la abuelita seríamos los 47 millones de argentinos.
Ya encontramos, entonces, al partido militar, a la iglesia y a los muchachos de Chicago. Faltaba en escena la cuarta pata y la más importante: los financistas. La patria contratista engordada durante la última dictadura a fuerza de transferencias del erario público y la estatización de la deuda de Cavallo y los generales menguantes. Como en una mala peli de suspenso, el giro en el final no sorprendió a nadie. La pata empresaria de un gobierno de Milei – Villarruel la aportaría el empresario más importante de la argentina, el que rompió todas las estructuras y apuesta por volver a hacerlo, el villano perfecto: Mauricio Macri.
El ex presidente ya le pidió a dirigentes de su entorno que preparen equipos para asumir en diciembre, según pudo confirmar El Destape con dos de ellos. La primera apuesta de Macri es una segunda vuelta entre Milei y Patricia Bullrich, pero si tiene que jugársela por uno de los dos, la decisión ya está tomada. No es ningún sentimental. Ha demostrado en sobradas ocasiones que no tiene escrúpulos en dejar atrás a los socios que ya no le son útiles. Los números no acompañan a la candidata de Juntos por el Cambio. Nada personal. Por las dudas, ella ya advierte: “Soy la nueva líder del PRO”. Corre el riesgo de quedarse con una cáscara vacía.
Macri y Milei hablan más de lo que cuentan. El candidato consulta al expresidente con frecuencia. El expresidente arrima a otros empresarios súbitamente interesados en financiar la campaña del candidato que terminó las PASO en primer lugar. Con la crueldad que lo caracteriza, Macri le encargó esa tarea a alguien que hasta la semana pasada hacía lo mismo pero en el equipo de Bullrich: organizar cenas en restaurantes de lujo, a las que asiste Milei, y vender lugares en la mesa con fines recaudatorios. Según cuentan las malas lenguas, a partir del domingo aumentó fuerte el precio del cubierto y no fue precisamente por la devaluación.
Victoria Villarruel, la otra hija
El pasado 12 de septiembre, “La Libertad Avanza” obtuvo el 13,7% de los votos en la ciudad de Buenos Aires, convirtiéndose en la tercera fuerza porteña y con posibilidades de crecer en noviembre. Mucho se habla en estos días de las nuevas derechas en general, y de los partidos libertarios en particular, pero aquí nos vamos a sumergir en las napas subterráneas por las que navegan estas pasiones políticas. Un perfil de la hiperactiva Victoria Villarruel.
POR XIMENA TORDINI / FOTOS: Gala Abramovich /CRISIS
1.
Suele decirse que muchas hijas de los setenta se llaman Victoria, pero según el Registro Nacional de las Personas los nombres de mujer más usados durante esos años fueron María Laura y María Eugenia, más Trillizas de Oro y menos metáforas. Así que tal vez solo el azar explique que tres Victorias nacidas en aquella década encabecen las boletas electorales de la ciudad y la provincia de Buenos Aires: Tolosa Paz (1972), Montenegro (1976) y Villarruel (1975), la única que, por ahora, puede cantar su nombre.
Victoria Villarruel es una activista. En los quince años anteriores a secundar a Javier Milei en la lista del partido La Libertad Avanza, hizo crecer el alcance de los discursos favorables al Proceso de Reorganización Nacional, elaboró argumentos precisos con ese fin, escribió dos libros, dio decenas de conferencias, fue a innumerables programas de televisión, recorrió colegios secundarios, produjo con esmero los contenidos de sus redes sociales. En los primeros años dos mil, cuando los juicios a los integrantes del aparato represivo iniciaron su tercer ciclo, Villarruel abrió la caja de herramientas del movimiento de derechos humanos y agarró varias: creó una organización en la que el vínculo sanguíneo con los muertos es un criterio de pertenencia, hizo una lista, cuantificó a los fallecidos, reconstruyó sus biografías, glosó fragmentos del derecho internacional para asentarse sobre un principio de autoridad, pintó murales, recorrió las sedes de las Naciones Unidas. Así durante años, sin parar. No estuvo sola, fue parte de un programa político del que participaron personas e instituciones identificables orientado a poner en valor a la violencia estatal de la década del setenta. Ella hizo, sin embargo, un aporte específico: disputó la categoría “víctimas”. Ahora, luego de recolectar en las PASO del 12 de septiembre el 13,7% de los votos porteños, Victoria Villarruel está cerca de convertirse en diputada nacional.
2.
La historia de las organizaciones que agrupan a (ex) militares, sus esposas y sus hijxs, y a familiares de militares y policías fallecidos, empezó cuando la dictadura terminó. Forman un ramillete de siglas que, por fuera del ámbito castrense y de algunos grupos académicos, pocos argentinos podrían reconocer: FAMUS, UP, AAMC, AUNAR, AFyAPPA, AVTA, AFAVITA, ARPANA. Hay muchas A, porque la Argentina tiene un papel protagónico en los nombres. El resto se reparte en M de memoria, C de completa, U de unión, T de terrorismo, P de presos, S de Subversión, V de víctimas. En general, sus referentes son desconocidos hasta para las personas informadas, con la excepción de Karina Mugica, que tuvo un cierto protagonismo que se extinguió en 2006, y de Cecilia Pando.
Estas organizaciones tuvieron distintos objetivos según la época: que los (ex) militares no fueran juzgados; que sí lo fueran lxs integrantes de las organizaciones revolucionarias; que las prisiones preventivas y las condenas sean cumplidas en domicilios y no en cárceles.
Lo constante a lo largo de los últimos cuarenta años es el empeño por construir una memoria de la guerra contra la subversión. Durante mucho tiempo, estas disputas fueron intensas pero con poca exhibición pública, aunque hubo excepciones como la que protagonizó Ricardo Brinzoni, el jefe del Ejército nombrado por el gobierno de la Alianza que reclamó “verdad completa”.
En 2006, cuando la política de derechos humanos del primer kirchnerismo arrancaba su ciclo de esplendor y se reiniciaba el juzgamiento de secuestros, torturas, asesinatos y desapariciones, Victoria Villarruel, recibida de abogada desde 2003, creó el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv).
3.
En 2014, la editorial Sudamericana publicó Los otros muertos: Las víctimas civiles del terrorismo guerrillero de los 70, coescrito entre Victoria Villarruel y Carlos Manfroni. El libro fue parte de un auténtico programa de transformación cultural craneado y puesto a rodar por Pablo Avelluto, quien dirigió entre 2005 y 2012 la editorial Random House Mondadori, una de las productoras de libros más grandes del mundo. Al dejar su puesto en el sector privado, Avelluto ocupó distintos cargos en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires y luego fue ministro de Cultura de la Nación durante el mandato de Mauricio Macri, gestión que culminó como secretario luego de la degradación de esa cartera.
cARLOS mANFONI / LIBRO
En su reciente libro ¿Cómo se fabrica un best seller político?, Ezequiel Saferstein hace una reconstrucción detallista de cómo Avelluto tomó los discursos procesistas, la versión militar de lo ocurrido en los setenta, que hasta entonces circulaban en los márgenes y los hizo ingresar al mainstream. Los sacó de la revista Cabildo y los puso en la librería El Ateneo de la calle Florida. El sello Sudamericana produjo un stock de libros que cuestionaron el relato que predominaba en el espacio público: no hay nada que justifique la violencia estatal de la dictadura y esa violencia debe ser castigada con encarcelamiento. Así, una tanda consistió en extensas crónicas de ataques orquestados por las organizaciones revolucionarias contra baluartes estatales, como por ejemplo Operación Primicia de Ceferino Reato. Otra serie fue la trilogía de Juan Bautista “Tata” Yofre, best sellers rotundos de aquellos años. Otros libros portaban el espíritu del diálogo −una línea que luego Avelluto cultivó en su gestión pública de la mano de Graciela Fernández Meijide y Héctor Leis−, entre ellos Hijos de los 70 que cruza historias de hijxs de militantes y militares proponiendo una suerte de malla de traumas comunes. No todos los libros eran malos libros y no todos eran procesistas en sentido estricto; por ejemplo, la extensa entrevista de Reato a Jorge Rafael Videla tiene un valor histórico ineludible. Dice Saferstein: “el discurso ‘prohibido’ sobre los setenta se volvió un hit editorial.” Y va un poco más allá: los editores “participaron activamente en la materialización de ideas y discursos que pululaban por distintas esferas antes de ser plasmados en hojas de tinta y encarnados en personajes erigidos como referentes”. A ese caudal se sumó Victoria Villarruel con un aporte clave: no tomó a los militares como víctimas de la guerrilla o del kirchnerismo sino que puso en el centro a las y los civiles que fueron asesinados por las organizaciones revolucionarias.
En su libro, Villarruel le atribuye a la guerrilla argentina 1010 muertos, con sus nombres, la fecha y la organización responsable, entre 1969 y 1979. La lista fue construida con los datos publicados en los diarios; su criterio de inclusión no es del todo claro: aunque afirma que se trata de civiles, varios de los mencionados integraban el Ejército. Otros 84 figuran como “NN” y por lo tanto su condición no se puede discernir, ni tampoco si están o no superpuestos con los sí nombrados.
Con Los otros muertos en la mano, Villarruel armó su lugar de enunciación: se autoinstituyó portavoz de un grupo de personas que pocas veces (si es que alguna) habían tenido protagonismo en las discusiones públicas sobre la lucha armada. Ni militantes ni militares, se trataba de quienes no habían elegido ser parte de la guerra. Es cierto que había muchos cuyo carácter, su pertenencia a este conjunto, era discutible, pero había otros que portaban (portan) una complejidad mayor. Por ejemplo: los niños que murieron en ataques de las organizaciones revolucionarias antes y después de 1976. (N. del E.: la joven autora me sorprende, no recuerdo ahora más que la muerte de una pequeña hija del capitán Humberrto Viola en San Miguel de Tucumán a comienzos de diciembre de 1974, en un atentado en el que el objetivo fue el capitñan, que fue ultimado, Si consultan wikipedia se encontrarán con la versión del CELTyV de Villarruel. El ERP se había juramentado a matar tantos militares como militantes suyos habían sido asesinados luego de rendirse en una capilla de Catamarca luego de un infructuoso intento de ocupar un cuartel. Ante la tragedia de la muerte de la pequeña María Cristina Viola y las graves heridas sufridas por su hermana María Fernanda, el ERP dio por terminada su campaña vengadora).
Blumberg Piparo
Cuando Villarruel estaba en la posición de largada de su carrera pública, la víctima ya era un personaje central del modo en el que en la Argentina se construyen los problemas públicos. Ya había también por lo menos dos corrientes anudadas en torno a esa figura. Las víctimas de la violencia estatal (de tipo dictatorial o del tipo propio del régimen constitucional), que en general estaban representadas por organizaciones de derechos humanos o antirrepresivas. En paralelo, poco tiempo antes había surgido Juan Carlos Blumberg, que fue capaz de articular a las víctimas de la criminalidad común en torno a una fuerte demanda punitiva y que logró darle más músculo al brazo represivo del Estado. Esta corriente luego fue retomada por Carolina Píparo, quien también integrará próximamente el bloque libertario en el Congreso nacional si los resultados de las PASO en la provincia de Buenos Aires se mantienen. La historia de cómo la victimización se colocó en el centro de la política argentina es atrapante, pero lo que es preciso mencionar aquí es que un discurso que demandaba derechos para un grupo de víctimas y que pide más encarcelamiento tenía un terreno muy nutritivo para crecer.
En una entrevista que le dio a Cristian Palmiciano, autor de una tesis sobre el Celtyv, Villarruel dijo: “Se la resalta mucho a la víctima civil que es la que ha quedado más olvidada de todas”. Con este plan y durante años, ocupó horas de televisión. ¿Quién podría discutir el carácter de víctima de este conjunto de muertos? El único camino para hacerlo es discutir la lucha armada: qué fue, qué significó, cuál fue su racionalidad, cuál era su ética. Espinoso, difícil, imposible de hacer en un panel de Intratables, no hay atajo. ¿Para qué hacerle el juego a semejante puesta en escena? Así fue como Victoria Villarruel tuvo espacio para un monólogo, que ahora se ha ramificado en sus redes sociales. No para. Encontró el punto, es hábil, hace chistes, se ríe.
Le pregunto a Penguin Random House Mondadori cuántos ejemplares lleva vendidos Los otros muertos. Me responden que no me pueden decir la cantidad, pero sí aportar información cualitativa: “el tema de la década del setenta siempre despierta interés. Este título es un long seller que integra nuestro catálogo y está entre los que siempre vuelven a reimprimirse. También está en formato digital muy amigable para los jóvenes lectores. En este sentido, te cuento que este mes reeditamos Juicio a los 70 de Julio Bárbaro. Su reedición tiene que ver con este interés por la temática en los jóvenes lectores”.
Villarruel le atribuye a la guerrilla argentina 1010 muertos, con sus nombres, la fecha y la organización responsable, entre 1969 y 1979. La lista fue construida con los datos publicados en los diarios; su criterio de inclusión no es del todo claro: aunque afirma que se trata de civiles, varios de los mencionados integraban el Ejército.
4.
Victoria Villarruel pertenece la familia militar. Su padre, Eduardo Villarruel, integró el Ejército Argentino. Él mismo escribió sobre su desempeño en los setenta: “he intervenido en la lucha contra la subversión, tanto en ambiente urbano como rural, habiendo participado activamente en la ‘Operación Independencia’, oportunidad en la cual se me otorgara el correspondiente Diploma de Honor”. Luego de esta estadía en Tucumán durante 1976, Villarruel padre pasó varios años en Campo de Mayo; hasta que en 1982 fue combatiente en la guerra de Malvinas, en la que secundó la compañía de comandos 602, cuyo número uno era Aldo Rico. En mayo de 1987, el ministro de Defensa Horacio Jaunarena ordenó su arresto como sanción por haberse negado a realizar el juramento que obliga a todos los oficiales a observar y defender la Constitución Nacional y por haber promovido que sus subalternos tampoco lo hicieran.
Este episodio obstaculizó su carrera durante años hasta que fue pasado a retiro en 1996. Posteriormente se dedicó a la seguridad e higiene de edificios en la ciudad de Rosario, donde creó una empresa (Safety Argentina) que parece ser el medio económico de vida de esta rama de la familia. La madre de Victoria es Diana Destéfani, hija de Lauro Destéfani, otro militar, en este caso de la Armada. Al padre y al abuelo, Victoria los menciona con frecuencia, les agradece que le hayan inculcado “que había que luchar por nuestros valores”. De quien nunca habla es de su tío: Ernesto Guillermo Villarruel, integrante con grado de capitán de la estructura del Regimiento III de La Tablada, que tuvo a su cargo el centro clandestino de detención “El Vesubio”. Villarruel fue detenido durante las elecciones de 2015, cuando fue a votar. En ese momento, tenía 71 años y era inspector de la Agencia Gubernamental de Control, del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, un ente encargado de hacer que las normas se cumplan. Un año después, fue declarado incapaz por cuestiones de salud de afrontar el juicio por delitos de lesa humanidad. Su esposa trabajó más de treinta años en la Corte Suprema de Justicia de la Nación, desde que fue nombrada durante la dictadura hasta 2014. La hija y el hijo del matrimonio trabajan hoy en ese tribunal.
A Victoria Villarruel le molesta que le digan “negacionista”. Un abogado especialista en temas de libertad de expresión recuerda ahora un caso: hace unos años ella demandó por daños y perjuicios a una periodista porque consideró que una nota en la que se hablaba de “defensores de genocidas” perjudicaba su imagen. “Reclamaba porque decía que se la trataba como una quinceañera, como si hubiera gestionado un show, y ella había organizado toda su vida para luchar por la memoria completa, no para quedar en el lugar que la dejaba la nota”, rememora él. Pocos días antes de que su candidatura a las PASO 2021 fuera presentada en el programa “A dos voces” del canal Todo Noticias, Villarruel tuvo una larga conversación con Pablo Sirvén, en La Nación+, quien la presentó como una “activista de derechos humanos”.
—Sirvén: ¿Sos negacionista?
—Villarruel: No.
—S: ¿Hubo violaciones de los derechos humanos en la dictadura?
—V: Sí.
—S: ¿Está bien que se hayan juzgado esas violaciones de los derechos humanos?
—V: Sí.
Lo cierto es que el discurso público de Victoria Villarruel es oscilante, se acomoda a la época y a la audiencia. En sus comienzos sostenía que lo ocurrido en los setenta fue una guerra, el enfrentamiento de dos bandos armados, un argumento que todavía usa en sus redes sociales. Por ejemplo, en abril de 2006, en un boletín de la Unión de Promociones (UP), una agrupación creada en 2005 para resistir la reapertura de los juicios, escribió: “en un contexto de guerra es legal matar al enemigo”. Este dictamen inicial está fácticamente complicado porque el contenido de “matar” y la definición de “enemigo” usados por la dictadura están bastante lejos de lo que Villarruel intenta presentar como una batalla a cielo abierto durante la Primera Guerra Mundial.
Pero sigamos la lógica. El punto central de su argumento es que el “caso argentino” no debería regirse por la legislación internacional de los derechos humanos, sino por el derecho de guerra que emana de los convenios de Ginebra. De este modo, dejaría de ser operativa la categoría de crimen de lesa humanidad que determinó la imprescriptibilidad de los crímenes y permitió que sean juzgados todavía hoy. Entre este razonamiento y las respuestas a Sirvén existe bastante distancia. Pero todavía hay un paso más: como en las guerras no se puede matar civiles, las familias de los otros muertos tienen derecho a reclamar juicio y castigo. En torno a la cuestión de cuál es el derecho aplicable a los distintos tipos de crímenes setentistas hay un volumen de jurisprudencia imposible de resumir aquí. De todas formas, el proceder militar tampoco respetó los convenios de Ginebra, ya que uno de sus puntos principales es que los muertos de un conflicto armado deben ser identificados y entregados a sus familiares, y si esto no es posible enterrados de manera digna.
Al mismo tiempo, desde el Celtyv, Villarruel desarrolló una estrategia de comunicación diferenciada y perspicaz: el Centro nunca habla de la violencia estatal, ni a favor ni en contra. Y condensa su comunicación en la historia de las víctimas a las que construye como tales con un modo particular de biografiarlas: relatos breves de cómo murieron, casi siempre con fotos, en escenas familiares, en la vida común.
Desde el Celtyv, Villarruel desarrolló una estrategia de comunicación diferenciada y perspicaz: el Centro nunca habla de la violencia estatal, ni a favor ni en contra. Y condensa su comunicación en la historia de las víctimas a las que construye como tales con un modo particular de biografiarlas: relatos breves de cómo murieron, casi siempre con fotos, en escenas familiares, en la vida común.
5.
En una entrevista con Saferstein, incluida en su libro, Pablo Avelluto dice respecto a su trabajo como editor: “hay que tratar de trabajar en ese ronroneo previo en torno a las noticias”, detectar lo que está ahí, convertirlo en objeto, hacerle espacio para que crezca.
En 2016, dos años después de la salida de Los otros muertos, por primera vez un funcionario del Poder Ejecutivo Nacional recibió a representantes de una organización que justifica la violencia estatal de los años setenta. Victoria Villarruel y otros integrantes del Celtyv se reunieron en la Ex Esma con el secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj. Luego de las críticas a esta decisión, Avruj dijo que la política en materia de memoria, verdad y justicia no estaba en discusión y comparó la audiencia que habían tenido con una cita con los familiares de quienes murieron en el incendio del boliche Cromagnon. Los integrantes del Celtyv no lo vivieron así, hablaron de “cambio de paradigma”, de esperanza y alegría, de “un punto de inflexión en nuestras vidas”.
En cambio, para las organizaciones de derechos humanos y para eso que se llama el campo progresista, el gobierno de Cambiemos retrocedió en las políticas relacionadas con la memoria y el castigo a la represión estatal. Pero para el Celtyv no fue suficiente. Habían ido a pedir que los otros muertos fueran reconocidos por el Estado como víctimas, que se les diera ese estatuto a través de algún simbolismo, como por ejemplo un monumento. No lo lograron. Aquella discusión que Avelluto había promovido encontró su límite institucional.
6.
Es septiembre de 2021 y la pospandemia está en el aire. Victoria Villarruel sube a un escenario, abajo hay miles de personas, muchas de ellas muy jóvenes, muy lookeadas y aun más entusiasmadas. Vicky, Vicky le gritan. Ella alza una mano para arengar. Canta tiene miedo la casta tiene miedo. Y dice: “Me tildan de genocida, me tildan de facha, de negacionista, los mismos que justifican los crímenes del comunismo en todo el mundo. Por eso, sin importarme las etiquetas y sin tenerle miedo a los motes: si robarse todo en nombre de los pobres es ser de izquierda, soy de derecha. Si usurpar tierras al Estado y a la gente es de izquierda, soy de derecha. Si defender la impunidad del terrorismo es de izquierda, señores, soy de derecha. Si votar leyes como la ley de alquileres, la ley Micaela, la ley Yolanda, la ley que mete el lenguaje inclusivo en los medios es de izquierda: yo soy de derecha”. Ahora, la agenda de Villarruel es sobre el presente pero su aura emana de ideas asentadas. Está arriba del escenario y grita: “Por eso, más allá de que me categoricen a mí o a nuestro frente, quiero una Argentina con vida, libertad y propiedad”. Vicky, Vicky. Pocos días después, durante un acto en el Parque Lezama, Villarruel vestida de rojo intenso recibe aun más aplausos, sobre todo después de agradecer “a todos por estar en el cierre de la campaña política más rebelde de los últimos años”.
7.
Después de las PASO, me puse en contacto con Victoria Villarruel. Nos saludamos, por WhatsApp. Le pregunté si podía llamarla. Me respondió que estaba en una videoconferencia, “Si te parece escribime y yo voy respondiendo”, dijo. No pretendía discutir con ella sus ideas sino reconstruir cómo llegó a estar arriba de ese escenario, cómo armó una agenda política contemporánea, cómo confluyó con Javier Milei. Se lo pregunté. Pasaron las horas y no me respondió. Al día siguiente le insistí. Por el chat no me llegó ninguna respuesta. Un rato después, en medio de la crisis en el seno del gabinete nacional, tuiteó: “mientras tanto todos nosotros de rehenes del movimiento político más siniestro que padecimos… en serio con esta gente se puede dialogar o chatear por Whatsapp?”.
Ninguna hija nace con los valores de la familia biológica a la que pertenece. Pero no se trata de eso. Se trata de que la hija de una época puede aprovechar las oportunidades y ser más eficaz que quienes la precedieron. Me llegan las fotos del hotel en el que Victoria esperó los resultados del conteo de votos. Un cartel, letras negras sobre fondo blanco, dice: “ellos contra nosotros”.