GUILLERMO O’DONNELL: «¿Y a mí, qué mierda me importa?»

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Siempre vuelvo a este ensayo de Guillermo O’Donnell del año 1984 y del que me hizo acordar Estudiante Crónica el otro día. Me parece una lectura esencial sobre todo ahora que todos queremos ser como Brasil, Uruguay y Chile. Eso sí. También me parece necesario retomarlo para que quede claro el país que queremos seguir siendo y el que no.

¿Qué dice O’Donnell, ese gran politólogo con el que no coincido casi nada ahora, en aquel texto?

Retoma una frase que suele escucharse en las calles de Río: «Você sabe com quem está falando?» y la contrasta con la expresión porteña «¿Quién se CREE que soy yo?». En el primer caso, se refuerza la autoridad del «superior». Y en la segunda, que suele ser retrucada con un «¿Y a mí qué me importa?» o un aún más bello «¿Y a mí qué mierda me importa?», la idea de desigualdad de arranque queda echa pelota. Existe, claro, pero de otra forma.

Siempre vuelvo a este ensayo de Guillermo O’Donnell del año 1984 y del que me hizo acordar Estudiante Crónica el otro día. Me parece una lectura esencial sobre todo ahora que todos queremos ser como Brasil, Uruguay y Chile. Eso sí. También me parece necesario retomarlo para que quede claro el país que queremos seguir siendo y el que no.

¿Qué dice O’Donnell, ese gran politólogo con el que no coincido casi nada ahora, en aquel texto?

Retoma una frase que suele escucharse en las calles de Río: “Você sabe com quem está falando?” y la contrasta con la expresión porteña “¿Quién se CREE que soy yo?”. En el primer caso, se refuerza la autoridad del “superior”. Y en la segunda, que suele ser retrucada con un “¿Y a mí qué me importa?” o un aún más bello “¿Y a mí qué mierda me importa?”, la idea de desigualdad de arranque queda echa pelota. Existe, claro, pero de otra forma.

O’Donnell destaca cómo el carioca “superior” se dirige al “inferior” con un “você” y el porteño se dirige a un “igual”, a un “interlocutor” con un “usted”. De lo contrairo, señala el politólogo, surge el “¿y a vos quién te dio permiso para tutearme?”.

Ahí nomás pasa a una pintura de los mozos, taxistas y empleados de comercios en Río. “…sirven bien. Solícitos, simpáticos -por si hiciera falta, que no hace- ellos mismos colocan la distancia social existente”.

“En Buenos Aires, sus equivalentes suelen hacer una serie de gestos, aproximaciones y omisiones para lograr algo tal vez antipático (pero que francamente me parece preferible): dejar en claro que no están sirviendo, están trabajando. Quien trabaja no necesita ser obsequioso, basta que cumpla con lo que entiende es su trabajo (por ejemplo, retirar y colocar platos y fuentes de la mesa en un restaurante, o llevarnos a tal dirección). En todo caso, si va a haber alguna intimidad, suele ser iniciada por quien comienza por marcar su condición de trabajador, típicamente, el nada infrecuente tuteo con aquellos que tratan a quien en ese momento no está trabajando sino comiendo, viajando en un taxi o comprando algo”.

En otro pasaje habla de los solícitos porteros brasileños y lo que, claro, conocemos aqui. En la Argentina, el portero “no tiene la más mínima sospecha de que deba abrirnos la puerta, ni ayudarnos a cargar paquetes -cuando lo hace queda claro que es una ayuda estrictamente voluntaria y uno debe agradecerla como tal-”.

O’Donnell marca que con la dictadura esto cambió. “Entre presiones y represiones y el crecimiento del desempleo, el trabajador, en la fábrica y en el comercio tuvo que ‘guardarse’ su identidad de trabajador -el estricto tono académico de este ensayo me impide indicar dónde, según la propia cultura popular, tuvo que guardarla”.

“Así el tuteo (…)  fue, con perfecta racionalidad, blanco de un feroz pathos represor. La violencia dirigida contra esos estilos y costumbres -por el gobierno y también por los numerosos kapos que aparecieron en aquellos años de campo de concentración-  estuvo dirigida a algo que realmente molestaba, por sí, y por algo que correctamente los mandones, civiles y militares, entienden que significa: un pueblo insolente y agresivo que -para colmo- contagia sus plebeyas posturas a buena parte del resto”.

“La Argentina post-1930, con su secuela de fábricas, ricachones de extraños apellidos, sindicatos, pleno empleo, “demagogos” y -condensando todo eso- el peronismo, ese ‘país ingobernable’ según una derecha incapaz de producir desde hace décadas una idea de algún vuelo, ese país -finalmente, a partir de 1976- iba a ser puesto en su lugar”

(Ay, dónde quedó ese Guillermo O’Donnel sublime).

 

La argumentación del politólogo se extiende sobre los conceptos de autoritarismo y democracia, pero aterriza en el Estado. “Tal vez porque el autoritarismo está tan socialmente implantado en Brasil, el aparato estatal ha sido y, sobre todo, ha aparecido, tan poderoso y tan decisivo, y ha acaparado tanto los grandes episodios de la vida nacional. (…)  me pregunto cómo puede no aparecer reinante un aparato estatal que, por un lado, ratifica y garantiza, y por el otro se basa en una sociedad que, por lo menos hasta hace muy poco ha sido tan prolijamente serial”.

“En Argentina las fuerzas no mediadas de la sociedad suelen arrasar los espacios potenciales para la política y para algún grado de autonomía de un aparato estatal, por eso mismo, particularmente desarticulado”.

Entonces hoy, después de tantos años de esta democracia nuestra ¿Cómo estamos? ¿Cómo queremos estar? ¿Qué queremos tener de Brasil, Uruguay y Chile? ¿Qué de la Argentina que fuimos? ¿Y qué de la que queremos construir?

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