DESPEDIDA. Compañero ALBERTO GONZALEZ ARZAC ¡PRESENTE!

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Por Ernesto Jauretche

Era años más o menos de mi edad, pero más aventajado. Escuchaba su nombre desde pendejo militante de la JP en la resistencia; llegó a formar parte de nuestros iconos intocables, inmarcesibles, idolatrados (de esos que uno cree que nunca se van a morir): un nacionalista democrático, de los pocos. Aun pibe, íbamos a escucharlo al Rosas a hurtadillas los de la proto JP, que estábamos aprendiendo historia (y política), pero nos creíamos muy revolucionarios. Más tarde, lo escuchábamos como en misa; su inmensa memoria nos traía los mejores acontecimientos de un pasado que no ha de volver, pero al que añoramos sin tristeza.
Sin embargo, era un hombre vulgar, sencillo, propio del presente, mientras muchos de sus camaradas de la misma época no fueron más que «sepulcros blanqueados».

No formó parte de la legión de sus mejores y más antiguos amigos; para mí, era medio «de derecha». Pero jamás dejamos de encontrarnos en las patriadas de la resistencia; primeros de mayo junto a los trabajadores contra los salvajes de la montada; diecisietes de octubre levantando entre el fuego a la Evita que volverá; algún caño metalúrgico, anónimo, es obvio; poniendo el cuero a las Itakas en los homenajes a los fusilados o, luego, presentes en el recuerdo de los tantos caídos; el monolito de los fusilados en Campo de Mayo, Valle vive, Fermín, y claro, San Jauretche. ¡Ganamos Alberto!

Somos «fraternos», ¿de la ideología o qué?, como se llame: altamente peronistas; doctrinarios al uso nostro, ortodoxos según la época, críticos pero fructuosos, nunca dogmáticos ni alcahuetes ni adulones, pero si intransigentes sin beneficio de inventario, sin cálculo de beneficios ni ganancia; únicos: sólo soldados, sobre todo en las malas, y sin pedir nada en las buenas.
Hace meses que no nos juntábamos en casa de Eric o en taller con Cholvis, o en la Nac & Pop o en la plebe peruca que Alberto cultivaba. No hace falta que uno debiera verlo más seguido: compañerismo y amistad flotaban en el aire, como el aroma de las azucenas.

Alberto González Arzac era parte de una nube de ideales y destinos que ondulaba en el firmamento peronista de una utopía sin dueño ni límites. Lo viejo, lo permanente; y  ahora lo nuevo, lo joven, la renovación generacional: la historia se lo llevó puesto a Alberto, y así pudo servir íntegramente con absoluta entrega las exigencias de los alborozados tiempos actuales.

Aunque a veces nos molestaba su nacionalismo de cruz y espada, su generosidad intelectual le permitía entender, comunicarse, compartir y hasta disfrutar con un debate, que con él siempre era alegre, los atavismos de su formación académica. Compartimos extensa y abundantemente sus conocimientos sobre Sampay y la Constitución de 1949.

Dolorosamente, ha muerto sin haber podido gozar la consagración constitucional de los valores y principios con que una nueva Carta Magna instaurara las conquistas y avances sociales logrados en esta «década ganada». No hay culpa alguna; hicimos todo lo posible: lleva años el ejercicio democrático en la Argentina sin que el poder real admita que se superen las antiguas normas que consagran los invulnerables principios de la propiedad privada y amparan los principios de la colonización pedagógica. Mitre (y Clarín) sigue ganando.

No te aflijas Alberto. Está muy próxima nuestra hora. Tanto como la de tu redención, compañero.
Allá, acá, a derecha e izquierda, arriba o abajo, viene la legión de los jóvenes juristas, intelectuales, trabajadores, estudiantes, militantes políticos dispuestos a concretar nuestros sueños:

DESCANSÁ TRANQUILO, ALBERTO

Martes 3 de junio de 2014

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