Luis Salinas, mi hermano. Su cumpleaños, su despedida.

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Hoy, mi amado hermano Luis hubiera cumplido 56 años. No puedo hablar de el sin sufrir una erupción de emociones violentas. Les dejo una foto y uno de sus cuentos de la cárcel, publicado en su momento por El Porteño. También una canción muy famosa -sobre todo en Centroamérica- cuya letra escribió en la cárcel.

El título del cuento, Las fotos de la chica Suárez, acaso entrañara alguna suerte de chiste oculto: Suárez era el apellido de mi madre y por lo tanto nuestro segundo apellido y el apellido de nuestro tío capitán de fragata. Y de sus hijas, nuestras primas.

Espero que pronto sus amigos y hermanos podamos reunirnos a recordar a Luis y a pesar de todo pasarlo bien, como a él le hubiera gustado.

Murió feliz, si cabe, luego de haber comprobado horas antes, en la tarde del sábado, que estaba rodeado de sus amigos y de muchas, muchas amigas. 

El próximo viernes 8 de octubre, fecha oficial del nacimiento de Perón y de la muerte del Che (aunque sea un dato incierto) se cumplirán tres años de su ausencia.

¿Qué les parece el sábado 9 de octubre a las 11.30 en el monumento a nuestros caídos y desaparecidos, en la Costanera Norte?

Todo el que quisiera podría recordarlo, y si sus hijos me autorizan podríamos arrojar sus cenizas (que guardo aqui, conmigo) al río, de modo de cumplir con su voluntad.

Porque, como dijo el poeta:

Nuestras vidas son los ríos       

que van a dar en la mar,

que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;                          
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos         
y los ricos.

Luis murió con una entereza que todavía me asombra.

vino la muerte a llamar              

a su puerta,

diciendo: «Buen caballero,
dejad el mundo engañoso
y su halago;
vuestro corazón de acero,            
muestre su esfuerzo famoso
en este trago;
y pues de vida y salud
hicisteis tan poca cuenta
por la fama,                         
esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta
que os llama.


Después de esa ceremonia sin mayor planificación (¿por qué no tocar una canción? ¿O leer un poema suyo?) podríamos ir a almorzar a al restorán, al «carrito» de enfrente.

Es una propuesta formal, espero respuestas.

Abrazos


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