Patricia Bullrich o La Ignominia
Patricia Bullrich y Papel Prensa
“La Piba” se lanza a una nueva batalla
Pretender que en 1976 una transacción estratégica para la Junta Militar podía efectuarse en términos caballerosos supone un insulto a la inteligencia. Y no menos perversa es la descalificación de las víctimas.
Durante el mediodía del miércoles pasado, la diputada Elisa Carrió insistió en el programa de Mirtha Legrand con su hipótesis acerca de que la urgente venta de Papel Prensa a los diarios La Nación, Clarín y La Razón se debió a que, tras la muerte de David Graiver, “la organización terrorista Montoneros, que le había confiado parte del dinero obtenido con el secuestro de los Born, amenazaba a la familia para exigir su devolución”. La señora Legrand fingía el asombro de quien es testigo de una revelación que podría torcer el curso de la Historia, mientras la líder chaqueña vaciaba su copa de vino; entonces, agregó:
–Ojo, que de esto yo no me enteré leyendo al general Ramón Camps.
Se refería a la columna Clarín, el pulso y la memoria de Lilita, publicada en Tiempo Argentino el sábado 28 de agosto, en donde se afirmaba que su fuente al respecto podría haber sido el esclarecedor libro Caso Timerman-Punto final (Ediciones Roca, 1982), escrito precisamente por Camps.
¿Y cómo fue que te enteraste, querida? –quiso saber la anfitriona.
Carrió volvió a llenar su copa, y contestó:
–Por Patricia Bullrich, que de esto sabe mucho.
En efecto, ello había ocurrido en el departamento que Lilita alquila en Barrio Norte, durante una cena ofrecida el 25 de agosto a los referentes del Grupo A. La dueña de casa aún degustaba los exquisitos fideos al huevo y sus invitados –Jorge Aguad, Felipe Solá, Federico Pinedo y Silvana Giudici– ya estaban por el café, cuando Bullrich se refirió al asunto con las siguientes palabras: “Por conocimiento propio y por el relato de algunos compañeros de esos tiempos, puedo confirmar que la venta fue por el apriete de Montoneros a los Graiver.” Ella hablaba para Lilita y Lilita aportaba lo suyo; los otros, en tanto, oficiaban de silenciosos espectadores. Y tal vez, mientras ese diálogo esparcía detalles y reflexiones sobre los ’70, a alguno de los presentes se le habrá ocurrido que aquellas dos mujeres eran algo así como un canto a la reconciliación nacional.
De hecho, la primera de ellas había sido en su juventud una colaboracionista menor de la dictadura, y hasta juró por las actas del Proceso al ser nombrada por el interventor militar de su provincia, general Antonio Serrano, secretaria del Tribunal de Justicia. Su interlocutora, en cambio, fue un destacado cuadro de Montoneros. Y su rango en el aparato militar de la organización era el de cuñada primera. Es que su hermana Julieta fue pareja de Rodolfo Galimberti. Tal parentesco, sin embargo, no torna probable que este –o algún otro jefe de la guerrilla peronista– le haya confiado justamente a ella los entretelones de la ruta del dinero obtenido de los Born
Ahora, en el departamento de Lilita, “La Piba” –tal como sus simpatizantes y allegados siguen llamando a esa mujer de 55 años– concluyó su evocación del pasado con un súbito salto hacia la actualidad: “Debemos frenar a tiempo la chavización.”
Lo cierto es que hay un episodio que la pinta por entero. Siendo candidata a jefa del gobierno porteño en las elecciones de 2003, fue al Café Tortoni para hacer campaña; en tales circunstancias, abordó a un anciano elegantemente trajeado que leía La Nación. Este le dijo:
–¿No le da vergüenza andar de mesa en mesa ponderándose a sí misma?
Tras enrojecer, Bullrich siguió su camino hacia otro votante.
Vaya uno a saber por qué sigla era ella candidata en ese entonces. Sucede que Patricia Bullrich Luro Pueyrredón –sobrina del baladista César “Banana” Pueyrredón, prima de Fabiana Cantilo y tía segunda del ministro de Educación porteño, Esteban Bullrich– ha recorrido un largo camino. Una vez terminada la dictadura, encabezó la JP ochentista para apoyar a Antonio Cafiero en la Renovación Peronista. Pero se cruzó a la vereda de Carlos Menem cuando el sol calentaba de ese lado. En 1993 fue diputada por la Capital en la lista encabezada por Erman González y Miguel Ángel Toma. Su siguiente paso fue ponerse al servicio de Eduardo Duhalde. Y después se arrimó a Chacho Álvarez para no quedar al margen de la Alianza. Ese brinco en particular le daría sus frutos: en 1999, el entonces presidente Fernando de la Rúa la designó secretaria de Asuntos Penitenciarios del Ministerio de Justicia y, luego, nada menos que ministra de Trabajo. En ese contexto se aseguró un escaño en la posteridad al firmar la reducción del 15 % en los haberes de los jubilados. Ya se sabe que desde 2007 es la más conspicua espada de la no menos cambiante Carrió.
En un texto de su autoría supo salir al cruce de quienes la critican por sus numerosos brincos partidarios: “Los resentidos por mi lucha tergiversan mi anticonformismo llamándolo oportunismo”, fueron sus exactas palabras. Esos resentidos, por cierto, no escatiman recursos contra ella. Como en la madrugada 24 de abril de 2009, cuando de modo arbitrario le retuvieron su vehículo al no pasar un test de alcoholemia. “Estuve en una parrilla, y el vino era tan malo que tomé sólo medio vaso”, dijo entonces, arrastrando levemente la letra erre.
Ahora su batalla consiste en refutar la versión oficial sobre la venta de Papel Prensa. “Las empresas no presionaron” es en estos días su latiguillo. Lo cierto es que pretender que en 1976 una transacción estratégica para la Junta Militar podía efectuarse en términos caballerosos supone un insulto a la inteligencia. Y no menos perversa es la descalificación de las víctimas, una ignominia hasta este momento sólo practicada por grupos fascistas y abogados de represores.
“La Piba”, sin embargo, acaba de cruzar esa barrera.