Reservas y restricción externa

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Parches para las reservas

Por Marcelo Zlotogwiazda

Una condición necesaria, aunque no suficiente para que Cristina finalice bien su segundo mandato es que la cantidad de reservas del Banco Central no perforen un piso crítico. La historia de estos casi 30 años de democracia ininterrumpida enseña que el estallido de una crisis en el sector externo de la economía no sólo impide que el presidente en ejercicio termine su gestión en buena forma sino que directamente lo obliga a adelantar el traspaso de mando. Le sucedió a Raúl Alfonsín con la hiperinflación y el consecuente caos social, y le sucedió a Fernando de la Rúa con la quiebra de los bancos y la eclosión de la Convertibilidad que desataron la rebelión popular. En ambos casos, la carga de la deuda externa sobre las cuentas fiscales fue un factor determinante del desenlace.

Es por eso que el proceso de desendeudamiento que llevó adelante el kirchnerismo tiene un valor incalculable. Pero es debido a que esa extraordinaria liberación –que coincidió con un contexto internacional claramente favorable– no fue aprovechada para despejar para siempre el fantasma de la crisis externa, que el gobierno está obligado a actuar para evitar que las reservas no se deterioren al punto de que reaparezca el riesgo de que la historia se repita.

El reciente acuerdo con el Banco Mundial para destrabar créditos por 3.000 millones de dólares que se recibirían en los próximos tres años, es el último episodio de una gestión muy intensa para defender las reservas. En esa línea figuran los obstáculos para importar, el cargo adicional al gasto de los turistas, la prohibición para comprar dólares para atesorar, el blanqueo de capitales, y las gestiones más o menos avanzadas para que grandes compañías traigan divisas para inversiones, o para prestarle al Estado suscribiendo el Bono Argentino de Ahorro para el Desarrollo Económico (Baade). En la lista no puede faltar la aceleración del ritmo de devaluación, que, por primera vez en mucho tiempo, este año acompañará el aumento de costos, y por ende no se acumulará más retraso cambiario.

Hubo intervenciones eficaces como la prohibición para comprar dólares, otras inocuas como el recargo a los gastos en el exterior con tarjeta, y un estrepitoso fracaso con el blanqueo de capitales.

Queda claro que la defensa de las reservas se ha convertido en causa prioritaria para el Gobierno. También queda claro que al problema no se lo está enfrentando con un abordaje integral que apunte a las razones de fondo que originaron la reaparición de la restricción externa, sino con la aplicación descoordinada e improvisada de parches.

La presión para que cerealeras y mineras adelanten la liquidación de divisas de sus exportaciones, o que (también los bancos) suscriban el Baade evoca al Bono Patriótico por 3.500 millones de dólares que Domingo Cavallo les hizo suscribir a los bancos en 2001 para poder hacer frente a vencimientos de la deuda externa. Las divisas que ingresen adelantadas no llegarán en su debido momento, y los dólares que se tomen prestados con el Baade deberán ser devueltos.

También queda claro que, forzados por la necesidad, el Gobierno ha roto el tabú del endeudamiento y cierta intransigencia frente a litigios perdidos en tribunales externos. El acuerdo con cinco de las compañías multinacionales que habían ganado juicios en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (Ciadi) del Banco Mundial es prueba de flexibilidad negociadora. Y los millones de dólares que prestará el Banco Mundial junto con la suscripción del Baade son prueba de que hay un cambio de enfoque respecto de la deuda.

En el último reporte semanal de su consultora Elypsis, Eduardo Levy Yeyati opina que estos nuevos vientos no deben atribuirse “solamente a un avance del grupo de Boudou o de la estrategia pro mercado esbozada por este en 2010 sino de un giro hacia un pragmatismo limitado, a expensas del vivir con lo nuestro favorecido por otra rama del Ministerio de Economía”.

Más bien podría decirse que “pragmatismo” y “grupo de Boudou” son dos caras de la misma moneda. Quiso la casualidad que el logro del ministro Hernán Lorenzino en Washington haya sido alcanzado con Amado Boudou ejerciendo la presidencia.

La artillería para defender las reservas está siendo desplegada en otros frentes. El Gobierno está intentando reiterar con el Banco Popular de China una operación de swap de divisas como la que se firmó en 2009 y venció el año pasado. En teoría, el mecanismo le otorga a cada uno de los países la posibilidad de acceder a la moneda del otro canjeándola con la propia ante una contingencia. En la práctica implica que la Argentina dispone de un plus de reservas en moneda china, que no tiene el estatus de divisa mundial como el dólar o el euro, pero es una moneda “semidura”.

No hay un criterio único para determinar cuál es el monto mínimo de reservas debajo del cual se ingresa en una zona crítica y suenan las alarmas. Pero seguramente, los 34.400 millones de dólares que hay en el Banco Central al cierre de esta nota, están bastante por encima de ese nivel. Lo que sucede es que la película muestra una prolongada tendencia descendente: cayeron 8.900 millones de dólares en lo que va del año, y 10.600 millones en los últimos doce meses.

Es cierto que buena parte de esa pérdida se origina en la decisión política de utilizar las reservas para cancelar deuda externa. Es una decisión irreprochable desde el punto de vista económico mientras las reservas se mantengan prudencialmente por encima de ese incierto nivel crítico.

Las dos preguntas que surgen con los datos a la vista son si ese incierto nivel crítico no está acaso bastante cerca, y si los parches que el Gobierno está aplicando para frenar el drenaje de reservas alcanzarán para que Cristina finalice sin zozobra su segundo mandato.
La mayoría de los economistas cree que alcanzarán. Pero son pocos los que están seguros.


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