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Ricardo Carpani: Arte y militancia desde la Patria Grande Latinoamericana
Por Martín Salomone y Nicolás Del Zotto
A dieciseis años de su fallecimiento, un pequeño homenaje a este enorme compañero.
Ricardo Roque Carpani nació el 11 de febrero de 1930 en Tigre y vivió desde niño en el barrio de Congreso. Creció en un ambiente donde la pintura era parte de la vida cotidiana, desarrollando una gran facilidad para el dibujo, que se mezclaba con los picados en el barrio y una vida intensa marcada por su pasión por el tango, que implicaba su identificación con toda una impronta cultural que «involucraba –al decir de Ricardo– un código de valores muy concreto; de la amistad, del compañerismo, de la lealtad, del agarrarte a trompadas, del machismo; que es un defecto evidentemente, pero de algún modo te marca». A esto se sumaban, desde muy joven, inquietudes políticas que lo llevaron a participar de círculos anarquistas liderados por el poeta Luis Franco, avanzando hacia una sólida formación teórica basada en lecturas marxistas, procesadas desde una mirada profundamente nacional.
Tras un breve paso por la Facultad de Derecho y un viaje a Europa sin dinero ni destino fijo, decidió dedicar su vida al arte y la militancia; desde temprano, unidad indivisible en la vida Ricardo. Su formación ideológica previa, sumada al impacto y admiración que le habían generado los muralistas latinoamericanos, contribuyeron a que sus primeros grafitos y murales posean un leguaje estético propio, caracterizado por la potencia y la monumentalidad, que iría perfeccionando sin perder contundencia. En 1958 redactó el «Manifiesto por un Arte Revolucionario en América Latina» que firmarían también Juan Manuel Sánchez, Mario Mollari y Esperilio Bute; en el cual denunciaban que la dominación semicolonial que sufría nuestro país tenía su correlato en el terreno artístico y pugnaban por un arte nacional, popular y de dimensión latinoamericana que entronque con las luchas contra la opresión imperialista. El manifiesto afirmaba: «el problema del surgimiento de un arte nacional en nuestro país, determina el verdadero alcance que para nosotros debe tener el término ‘nacional’. Unidad geográfica, idiomática y racial; historia común, problemas comunes y una solución de esos problemas que sólo será factible mediante una acción conjunta, hacen de Latinoamérica una unidad nacional perfectamente definida». Y concluía: «el arte no puede ni debe estar desligado de la acción política y de la difusión militante y educadora de las obras en realización. El arte revolucionario latinoamericano debe surgir, en síntesis, como expresión monumental y pública.
El pueblo que lo nutre deberá verlo en su vida cotidiana. De la pintura de caballete, como lujoso vicio solitario, hay que pasar resueltamente al arte de masas, es decir, al arte». Posteriormente, manteniendo los postulados del manifiesto, crearon el Movimiento Espartaco al cual se integrarían Carlos Sessano, Raúl Lara Torrez, Julia Elena Diz y Pascual Di Bianco, durante su etapa fundacional. Desde allí realizaron murales, exposiciones, conferencias y láminas de difusión, desafiando a la elite cultural dominante.
En el plano teórico, en 1961 publicó su primer trabajo: Arte y revolución en América Latina, al cual le seguirían La política en el arte (1962, con prólogo de su amigo Juan José Hernández Arregui), sus aportes al Grupo CONDOR (1964, con Hernández Arregui, Rodolfo Ortega Peña y Luis Eduardo Duhalde, entre otros) y a la revista Programa (1964, junto a Rubén Bortnik y Alberto Belloni), Nacionalismo, Peronismo y Socialismo Nacional (1973) y Arte y militancia (1976), entre otros.
En el año 1962, junto con Di Bianco, Carpani se alejó de Espartaco para volcarse a una militancia vinculada directamente a los trabajadores. Por esos años, su gráfica política coparía las calles acompañando las luchas del movimiento obrero; experiencia inédita en la que la potencia de la imagen artística fue apropiada por las organizaciones de los trabajadores como herramienta de lucha. Desde la CGT hasta los sindicatos de base, contaron con su compromiso militante, no sólo mediante su trabajo en formidables murales y afiches, sino también cargando los fajos o poniéndole el cuerpo a las movilizaciones.
Años después, sus imágenes identificarían a la CGT de los Argentinos liderada por Raimundo Ongaro, sector del movimiento obrero que planteó el papel protagónico de los trabajadores dentro del movimiento nacional, dando la lucha frontal contra el imperialismo y llegando a cuestionar los fundamentos del sistema capitalista. Como delegado de Ongaro, se entrevistó con Perón durante el exilio.
En 1974, en medio de la profunda tristeza popular por la muerte de Perón, Ricardo -junto a Doris, su compañera de toda la vida-, debió viajar a Europa para cumplir con exposiciones pactadas previamente. Allí, los compañeros del sindicato gráfico le hicieron llegar la triste e indignante noticia del asesinato de su amigo Rodolfo Ortega Peña a manos de la Triple A, adviertiéndole que él era uno más en sus listas.
Esperando, pasó diez largos años de exilio, en los que colaboró activamente con los organismos de derechos humanos en la denuncia de las atrocidades cometidas por la dictadura genocida. El desgarro y la distancia lo llevaron a buscar refugio en su propia infancia, sus recuerdos y añoranzas, dando origen a sus excepcionales obras sobre el Tango y Los que están solos y esperan. Esas mismas criaturas aparecerían en los trabajos de su regreso, ahora rodeadas de fieras salvajes, en medio de la colorida jungla neoliberal que lo recibió. Desde aquellos años, dedicaría sus esfuerzos a la consolidación de la democracia, el desarrollo de un arte nacional-latinoamericano y la reorganización de la clase trabajadora. Hasta el día de su muerte, el 9 de septiembre de 1997, Carpani luchó con trazos firmes e ideas sólidas por una patria cada vez más justa, libre, soberana y unida al resto de Nuestra América.