También se abordaron secuestros de otros miembros del área federal de Montoneros
De cómo el marino Cavallo secuestró a Carlos Chiappollini y de lo mucho que lo torturaron en la ESMA
TÉLAM
Carlos Alberto Chiappollini, apodado “Lito”, nació (tiene una hermana melliza, rubia como él) y se crió en Adrogué. Le gustaba mucho el rock y militaba en Montoneros (donde tambien lo conocían como “Martín”). Tenía 23 años y dos hijos, Gustavo y Carlos, que acaba de nacer, cuando el 26 de febrero de 1977 fue secuestrado por un grupo de tareas que allanó su casa identificándose como de “Coordinación Federal”. La patota, que -se sabría después- estaba al mando de capitán de fragata Ricardo Cavallo, lo llevó a la ESMA en un Chevy rojo junto a objetos de valor y fotografías familiares. En la nonagésima jornada del juicio también se abordaron los secuestros y desapariciones de Adolfo Killmann, Rafael Antonio Spina y José Luis Canosa.
Cristina Muro comenzó su relato señalando que “para hablar de mi marido tendría que hablar de él en vida” porque “lo otro, su desaparición, es una historia de muerte, que la tendrían que estar contando otros”. Cristina recordó los años de militancia, en plena década del ´70, marcada por hechos como la Masacre de Trelew. Se conocieron militando en la Juventud Peronista de la Circunscripción 13, en el porteño barrio de Montserrat. Cristina recordó con nombre y apellido a la decena larga de desaparecidos de esa circunscripción. Se casaron pronto y la fiesta se hizo en la Unidad Básica “La Patria Grande”, de México y San José.
“En el ´76 la vida se nos torna muy dura, empezaban a caer detenidos, cientos de compañeros que conocíamos y que no, gente en distintos lugares, gente que no sabía dónde estaba, las familias no tenían idea”, puntualizó.
El sábado 26 de febrero de 1977, Carlos tenía que encontrarse con unos compañeros en Acasusso, pero no regresó, recordó Cristina. “Nosotros vivíamos en Nuñez, en un tercer piso, en Amenábar y Quesada. Yo estaba muy nerviosa, terminé de darle el pecho a mi hijo, que hacía apenas cinco días que había nacido y me asomé a la ventana, Miraba y decía: ‘La puta madre, ¿por qué no llegás?’ cuando de golpe la puerta de la habitación se abrió. Ví una cara rubia, y creí que era Lito, pero no. Era la de (Ricardo) Cavallo”, dijo en referencia al único imputado presente en la sala.
Detrás de él apareció otro rostro. “De la misma manera, por un instante creí que era Ricardo Coquet, “Serafín”, un compañero de militancia. Pero de nuevo me equivoqué. Entonces escuché un ‘Es acá, entren’ y un ‘Arriba las manos!. Dígame su nombre’. Serían cuatro o cinco. Entraron en tromba. Empezaron a revolverlo todo. Me pegaron mucho, tanto que se me saltaron los puntos. Yo le pregunté al rubio por mi marido, y me dijo que era montonero y estaba detenido en Coordinación Federal (es decir, en la Superintendencia de Seguridad Federal). Otro me dijo que a los montoneros los iban a matar a todos. Como yo gritaba mucho para alertar a los vecinos de lo que estaba pasando, lo agarron a Carlitos de un tobillo y teniéndolo cabeza abajo lo apuntaron con una pistola y me pidieron a los gritos que me callara. Lo recuerdo muy bien porque le habían sacado o se le habían caído los pañales y estaba desnudo. Entonces me descompuse. Y ellos me sacaron de la habitación, me llevaron a la cocina.
Monseñor Graselli
Cristina contó que pudo conseguir un abogado y presentar un hábeas corpus por la desaparición de Carlos. Cuando fue a presentarlo escuchó que ya había presentados unos 200. También fue a la Iglesia a pedir ayuda, pero no la encontró: “Fui a ver a Monseñor (Emilio) Graselli”, dijo, en referencia al vicario castrense, “Me atendió acá enfrente, en la capilla Stella Maris. Tenía un fichero y me pidió que le dejara todo tipo de datos para averiguar que había sido de Carlos, pidiéndome que volviera en una semana. Cuando lo hice, me dijo que todavía no tenía nada y que volviera a la semana siguiente. Y cuando volví me dijo que no le encontraba, que le hiciera una lista de amigos de Carlos para buscarlo mejor. Cuando salí me encontré con otros familiares y estallé: ‘¡Es un hijo de puta! ¡Quiere que le pase datos de amigos de Carlos para que vayan a secuestrarlos! Y es que Graselli tenía quer estar imputado en este juicio”.
La testigo contó que seguidamente empezó a ir al Ministerio del Interior a pedir respuestas. Iba con sus hijos, “llorando en la escalerita, ahí tuve contacto con las Madres, después empecé a reunirme con Familiares, que es la organización que integro”.
En 1996 conoció a Daniel Lastra, un sobreviviente de la ESMA que le contó que Carlos estuvo ahí y que fue muy torturado, tanto que quedó en coma.
Cristina llevó fotos de Carlos a la audiencia y pidió mostrarlas. Dijo que “mis hijos se criaron en la dictadura sin entender qué era tener a un padre desaparecido. Milagrosamente, en el 2003 apareció un Presidente que dijo que el pasado era parte de lo que había que solucionar. Y lo primero que hizo fue eliminar la leyes de Punto Final y Obediencia Debida, lo que permite que hoy estemos aquí”.
Hacia el final de su testimonio, Cristina Muro dijo que la represión buscó “aniquilar a quienes teníamos un pensamiento político comunitario, colectivo” y agregó: “Revivir todo esto me hace pensar en mis hijos, en los compañeros de Familiares, en los que ya no están, incluida mi madre, que tanto me sostuvo. Pienso en los sobrevivientes que vivieron tantos horrores que, si no los hubieran contado, no sabríamos lo que pasó. Los jóvenes nos hemos vuelto viejos y los viejos muy viejos pero los únicos que saben todo tipo de detalles acerca de lo que pasó, no hablan. Yo quisiera que Cavallo me mirara a la cara y me dijera que pasó con Carlos”.
El caso de Adolfo Kilmann
Kilmann y su compañera, Marta Remedios Álvarez, que estaba embarazada, fueron secuestrados en la madrugada del 26 de junio de 1976 en Vicente López. Con ellos también fueron secuestrados Rita Irene Mignaco y Javier Otero, un conscripto destinado en la ESMA. El operativo fue protagonizado por el Grupo de Tareas 3.3.2 que los llevó a la ESMA. Marta y Rita, que estaban en camisón, encapuchadas en el asiento trasero de un auto. Adolfo y Javier en el baúl del mismo. Adolfo, Javier y Rita permanecen desaparecidos.
Ada Noemí Kilmann, hermana de Adolfo, dio testimonio de que un grupo de hombres irrumpió en su casa preguntando por “Wolfi”, el apodo de su hermano. La interrogaron sobre él y luego también interrogaron a su marido, Hugo Topelberg, a quien se llevaron. “Me dijeron que me devolverían a mi marido si yo les entregaba a mi hermano. Hugo estuvo veinte días con los ojos tapados, no sabemos dónde”, dijo. Agregó que junto con Hugo se llevaron “todo el dinero que tenía, el equipo para revelar fotos, una campera, una raqueta de tenis”.
La testigo contó que su marido habría estado en un lugar cercano a la calle Moreno, por lo que supone que puede haber sido en “Coordinación Federal”, es decir en la Superintendencia de Seguridad Federal. Allí permaneció vendado, con otra gente, y fue sometido a simulacros de fusilamiento. Mientras, a Ada la llamaban con frecuencia para preguntarle si tenía novedades sobre el paradero de su hermano.
Adolfo tenía 23 años y era militante de la Juventud Peronista. Nunca conoció a su hijo, que nadie el 1º de marzo de 1977 en el Hospital Naval. Anotado como Federico Emilio Francisco Mera, permaneció en la ESMA con su madre hasta el 16 de julio, cuando le fue entregada a su abuela..
Era militante de la JP, Juventud Peronista, tenía 23 años de edad y tuvo un hijo al que no pudo conocer, porque nació después de su desaparición forzada. El niño nació el 1º de marzo de 1977 en el Hospital Naval y permaneció en la ESMA hasta el 16 de julio, fecha en la que fue entregado a su abuela. El hijo de Adolfo y Marta fue anotado como Federico Emilio Francisco Mera (caso nro. 236).
El caso de Rafael Antonio Spina
Tenía 24 años y militaba en Montoneros, donde lo apodaban “Polo”. Cursaba el segundo año de Derecho. Como Carlos Chiappollini fue secuestrado el 26 de febrero de 1977 y llevado a la ESMA. Permanece desaparecido.
Su padre, Rafael, dijo frente al tribunal que antes, en 1976, había sido secuestrada la esposa de su hijo, ocasión en que una pequeña hija de ambos, Analía, de apenas dos meses, fue dejada en un baldío, dónde la encontraron vecinos. La pareja tenía también un niño de 2 años, Pablo.
Desde entonces Rafael Antonio se encontraba en la clandestinidad. Compartía vivienda con Ariel Ferrari.
Rafael padre contó que se acercó al CELS, donde “me atendieron, tenían un fichero y me dijeron que había sido ‘trasladado'”.
Cuando le preguntaron sobre la descripción física de su hijo, dijo que no tiene fotos, porque él se las había llevado todas. “Su hijo, que ahora tiene 39 años, se le parece mucho”, comentó.
El caso de José Luis Canosa
Integró el Grupo de Logística Federal de Montoneros, lo apodaban “Marcelo” y también “Esteban”. Fue secuestrado el 15 de marzo de 1977 y llevado a la ESMA. Hay testimonios de que se lo embarcó en uno de los llamados “vuelos de la muerte”.
La que era su compañera, Alicia Noemí Presti, dijo frente al tribunal que José tenía una cita con Daniel Lastra el 15 de marzo de 1977 el día que desapareció, y que ella al poco tiempo se fue del país y se radicó en España, dónde en 1979 conoció a Susana Burgos, que cuando ella le contó la historia le dijo “Conozco a alguna gente, voy a averiguar qué pasó con él”.
“Al tiempo (Susana Burgos) me dijo: ‘Averigüé, estuvo en la ESMA’. Entonces no me dijo que ella misma lo había visto, después sí. Me contó el procedimiento del traslado, que ponían una ‘T’ en un pizarrón y que lo habían matado. Me preguntó si quería saber algo más y le dije que no, era el ´79, no se sabía nada. Después, ella me dijo que a ella la habían liberado. Yo entré en una especie de duda acerca de por qué a unos los liberaban y a otros los mataban. Me dijo que los liberados se debían a un plan de Massera para señalar a otra gente en distintos países, pero que no lo estaban cumpliendo”.