Histórico discurso de la compañera Cristina en la Asamblea General de la ONU
El discurso completo, más abajo
La intervención de Cristina ante la Asamblea General de las Naciones Unidas fue de una firmeza impresionante que –va de suyo– puede despertar tantos elogios como denuestos según sea la postura ideológica de cada quien. Podía ocurrir el descrédito, pero jamás la indiferencia, la relativización, el hacer casi como si nada. Sin embargo, eso fue lo sucedido en la oposición mediática y dirigencial, excepto por haber destacado la exigencia a Irán de que cumpla su palabra para investigar el atentado a la AMIA (lo cual tampoco conformó a las organizaciones que son mostradas como más representativas de la comunidad judía local y que, según parece, son las únicas “autorizadas” para emitir opinión sobre el tema). La Presidenta le contestó en términos durísimos a la jefa del FMI, quien había amenazado con sacarle “tarjeta roja” a la Argentina por las estadísticas del Indec. Le dijo que nuestro país no es un cuadro de fútbol, sino una nación soberana, que no aceptará amenaza alguna. Les dijo a los Estados Unidos que hoy ya no pueden hablar del efecto Caipirinha, ni del Tequila ni del Arroz, ni de los efectos que siempre denotaban que las crisis financieras venían de los países emergentes hacia el centro. “Hoy, si tuviéramos que ponerle un nombre, deberíamos decir, tal vez, el efecto jazz”, señaló la jefa de Estado. También le dijo a Washington que resulta “incomprensible” haberse dado cuenta de la gravedad del conflicto en Siria cuando lleva ya dos años y medio, “con 150 mil muertos y el 99,99 por ciento de los muertos por armas convencionales y no químicas”. Y les dijo entonces a sus pares y primeros ministros que esa preocupación por Siria es una mentira, y les enrostró desde el holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki hasta el napalm en Vietnam. Le dijo a Gran Bretaña que podría ordenar el corte de los vuelos entre Malvinas y el continente, si Londres no abre un canal de diálogo con Argentina. Les dijo a los fondos buitre que los trabajadores argentinos no tienen por qué pagar la fiesta de los lobbistas. ¿Cómo debe entenderse que semejante batería de definiciones ante semejante auditorio no amerite mayores comentarios, salvo por el odio recalcitrante e irracional que circula por las redes sociales? ¿La prensa opositora no tiene nada para contestarle, a falta de algún dirigente que reconozca con hidalguía el tamaño de ese discurso, así sea para refutar que fue un discurso y nada más? (de la columna de Eduardo Aliverti en Página/12 de hoy)