Liliana Herrero: le impiden entrar a los Estados Unidos
Sabía de este asunto, pero no recuerdo si leí el texto de Liliana, a mi juicio una gran artista. Ocurrió hace algún tiempo, pero siempre es bueno destacarlo porque uno no sale de su asombro. Hace ya unos cuantos años, una amiga mia que tiene la nacionalidad española se le ocurrió viajar a España con su pasaporte argentino y sin su DNI español… y la detuvieron en Barajas y la expulsaron a pesar de que ella les repetía como un mantra que era española y les daba su número de DNI. A mi juicio, cuando un argentino es tan injustamente rechazado como lo fue Liliana, la Argentina debería rechazar a un turista del país rechazante. Ojo por ojo y diente por diente. Reciprocidad o muerte.
A Liliana que se consuele pensando que a Graham Greene tampoco lo dejaban entrar… porque había sido miembro del Partido Comunista durante seis meses de 1923, si mal no recuerdo.
Persona non grata
El consulado de los Estados Unidos en Buenos Aires le negó a la cantante Liliana Herrero el permiso necesario para que actuara en Nueva York, participando de la presentación de algunos de los temas que el músico de jazz Guillermo Klein incluyó en un disco de homenaje al genial autor y compositor Gustavo Cuchi Leguizamón. La entrerriana, considerada por Mercedes S.osa como la máxima figura del canto de raíz folklórica, había sido invitada por Klein a participar en dos o tres momentos del espectáculo que, durante una semana, presentó en el mítico Village Vanguard, y que luego repitió en el IFT de Capital Federal. Aceptó viajar, costeándose el pasaje de su propio bolsillo y sin que hubiese dinero para pagarle por su participación, por una combinación de sus ganas de conocer aquella ciudad con el encanto que le producía cantar en una sala por donde pasaron, entre otros, John Coltrane y Billie Holiday. No sabía que la esperaba “un interrogatorio infernal” en la representación local del gobierno del país que se piensa a sí mismo como el más poderoso del mundo.
Una vez que pudo ordenar los hechos, escribió la historia –le puso como título “Detrás de un vidrio duro”– para que nadie tuviese que traducir sus vivencias ni hubiese desmesuras en el relato. Se dispuso a hacer público lo que consideraba más una estupidez que una afrenta, aunque fueron ambas cosas. Después, un poco se le pasó, atareada en eso de vivir. Cantó al Cuchi, como lo hace desde siempre, con el alma, el corazón, la garganta y el cerebro, y la gente, en Buenos Aires, como siempre, la aplaudió de pie. El texto que escribió decía:
“Concurrí al Consulado para resolver, con tiempos mínimos, problemas en el pasaporte que percibí a último momento. Llevé las notas de prensa que daban cuenta de mi participación en el concierto, justificando la urgencia del trámite. El diálogo cortante que escuché del otro lado del vidrio fue increíble y entristecedor. No sólo para mí. Percibí de repente cómo se ejercen ciertos lenguajes y cómo están las cosas en el mundo. No es que no supiera las dificultades, las formas pesadas y grises de la historia contemporánea que a todos nos afligen. Pero, desencadenadas de repente en un trámite consular, me parece que pasan más allá de la tenue línea que separa la convivencia –aun en tiempos difíciles– de la arbitrariedad. Fui acusada por esa funcionaria consular de “desconocer las leyes norteamericanas”, de “actuar de mala fe ante la Embajada”, de “ser una profesional que iba a trabajar”, que debido a eso “no podría solicitar otra visa ahora hasta dentro de un año” –suprema penalidad de un dios secreto que rige nuestras vidas en cualquier oficina consular–, en fin, de estafar al pueblo norteamericano.
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