Importante homenaje a los Mártires de Trelew en la Avenida Nueve de Julio (precedido de una larga disgresión)
PS: Los que estén apurados que lean solo las negritas, ya que no estuve muy conciso que digamos.
Ya lo conté otras veces, pero la coincidencia hace que merezca la pena repetirlo. Hasta casi los 18 años viví en el sexto piso del edificio de Bernardo de Irigoyen 538, entre México y Venezuela. Entonces, mi padre (que, interpreto, no soportaba que terminara el secundario que el no había podido terminar a causa de la guerra civil española y una posguerra todavía peor en su Alsasua natal, me buscó pelea y me echó de casa). Puede ser que todavía trabajara como adicionista en La Taberna Baska, de Chile casi Bernardo de Irigoyen (trabajo que me había conseguido mi padre, mitad culposo, mitad para no tener que pasarme plata) y hubiera pasado a ver a mi madre, o que ya trabajando como cadete de Tito Parra y viviendo en la calle 11 de Septiembre con las hermanas Chela, Ana y Fátima Spain (también había hermanos varones, pero entonces solo tenía ojos para ellas), no lo recuerdo con certeza. Pero si recuerdo que ese día (es bueno recordar que por entonces había solo cuatro canales de aire -el 2 de La Plata no se veía sin superantenas- que poco y nada informaban, y que la única manera de estar informado «al instante» era tener puesta Radio Colonia, dónde el servicio informativo lo hacía Ariel Delgado) habia un acto sobre el «Día del Renunciamiento» (de Evita a la vicepresidencia, en una asamblea multitudinaria con palco a menos de trescientos metros de allí, junto al MOP, en medio de una Nueve de Julio que entonces terminaba en la Avenida Belgrano) en la Federación de Box de la calle Castro Barros, organizado por la rama femenina y que iban a hablar Juanita Larrauri y el tío Héctor Cámpora, delegado de Perón ya lanzado a la presidencia. Y que bajé de la casa de mis viejos y, tal como lo hacía habitualmente, me detuve un instante a pispear los titulares de las quintas ediciones (uy, tendría que explicarle a los jóvenes de que iba eso: era, en realidad, la primera edición vesperina, que cerraba al mediodía y estaba en los kioskos y en las manos de los canillitas que la voceaban antes de las 15) en el kiosko de Bernardo de Irigoyen y Venezuela y y ahí me enteré de la matanza y se me heló la sangre. Recuerdo mis primero negros y luego exaltados pensamientos mientras hacía la combinación del subte en Avenida de Mayo y recorría las seis estaciones hasta bajar ahí, cerca de la embajada de El Tuñín en Almagro, y como con mis compañeros del Movimiento de Acción Secundario (MAS) y nuestros amigos universitarios de la Corriente Estudiantil Nacional y Popular (CENaP) cantamos una y otra vez «Al latero / a la lata / que velen a los muertos en Avenida La Plata», es decir en la sede nacional del Partido Justicialista que el comisario Villar habría de asaltar con una tanqueta para robarse los cadáveres entre los que estaba el de Ana Villarreal, la mujer de Santucho, que estaba embarazada. Y como Cámpora, con esa buena leche que siempre tuvo, no tardó en acceder a nuestro pedido.
Todo esto viene a cuenta de que se pondrá esta placa de homenaje justo en el medio del breve trayecto de poco más de 150 metros que hay entre la que fue mi casa paterna y la Taberna Baska (de la que me echaron por hacer las adiciones sin dejar de leer La Opinión), se me hace que justo enfrente del raro edificio que en mi infancia era sede de la Sociedad Patriótica Española, un bunker del franquismo gobernante dónde sin embargo alguna veces íbamos como mi hermano Luis (no puedo siquiera nombrarlo, ni escribir su nombre, sin que se me estruje el alma) a ver películas. O engrente del garage «de Falo», pues cráase o no así se llamaba un gallego flaco y amigo de mis viejos que erasu encargado). Y ya que estamos: fue en esa plazoleta, o apenas cruzando México hacia el norte, dónde una tarde de calor de fines de 1973, Luis y «El Jipi» Raúl Carlevaro, tan dolidos como una pizca encallecidos, le cambiaron la letra a la «Canción para mi muerte», de Charly García. Pero esa es otra historia… Lo cierto es que la placa de recordatorio de los mártirtes de Trelew será colocada en el paisaje de mi adolescencia (no digo de mi infancia porque la Nueve de Julio se terminó cuando ya había pasado los 10 años, poco antes de que se inagurase la Línea E del subte, que me llevaba al Gasómetro) a muy pocos metros del lugar donde estuvo el bar de los Quiroga y de sus hijos, Julio, compañero de aula en el colegio Santa Catalina, y Stella Maris, dónde me enamore por primera vez (de Stella, la misma parece haber sido secuestrada y desparecida en Moreno… aunque no estoy seguro de la víctima haya sido ella, la que se casó con un pibe de apellido Ochoa, era delegada en una fábrica y fue secuestrada cerca de Bella Vista el 14 de mayo del 77, cuando tenía 22 años) y en medio de la Circunscripción 13, Montserrat, un baluarte de la Jotapé, de la que era caciquejo.
Así que, no sé cómo haré, pero tendré que ir. ¿Nos vemos?