La guarida de Wolk. El responsable de la Noche de los Lápices vivía lo más pancho en Mar del Plata
En estas calles de tierra, poceadas y desparejas, en la periferia del barrio Punta Mogotes, pero a más de 15 cuadras de la playa, donde Mar del Plata ha perdido casi todos los atributos de la Ciudad Feliz, Juan Miguel Wolk se siente impune. Alias el El alemán o El nazi, como lo llamaban sus camaradas, este comisario mayor de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, fue uno de los máximos responsables del Pozo de Banfield, un centro clandestino de detención en donde estuvieron los alumnos que militaron en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), quienes fueron torturados y asesinados, en lo que luego se conoció como La Noche de los Lápices, una seguidilla de secuestros que comenzó el 16 de septiembre de 1976. Todas las víctimas eran menores de edad.
Distintos testimonios registrados durante el juicio a la Junta Militar, como la denuncia del ex policía Carlos Hours ante la Conadep y los procesos judiciales posteriores, le confieren a Wolk el grado de genocida por el secuestro, tortura y asesinato de cientos de detenidos que pasaron por el centro clandestino de detención que regenteó entre 1976 y 1978. Por sus crímenes fue condenado a 25 años de prisión a principios de los años ’80 pero tiempo después fue beneficiado con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
En 1998 el juez español Baltasar Garzón pidió su extradición, en la misma lista que figuraba el almirante Emilio Massera. Tras la abolición de esas leyes y cuando se esperaba que fuese citado a declarar en los Juicios por la Verdad , los jueces recibieron la noticia que Wolk había muerto.Pero en esta tarde soleada y luminosa del invierno marplatense, donde chalets con jardines pretenciosos se mezclan entre casitas modestas y terrenos baldíos, en la calle Benedetto Crocce 3045, Wolk vive bastante bien para estar muerto.Para el vecindario también es un muerto con muy buena salud. “Sí, es ahí… sí, Juan, el viejito”, le dice un vecino a Miradas al Sur cuando preguntamos por su domicilio. Vive enfrente de su casa y está sacando el auto de su garage enrejado. El chalet de dos plantas alberga dos departamentos, divididos por una escalera pequeña en la entrada; clásica construcción marplatense de propiedad horizontal. A tono con su pasado, Wolk vive en el de la derecha. “Departamento 1”, señala un cartelito pintado con letras blancas, en un fondo patinado de azul turquesa, al lado del timbre. Todo luce pulcro y ordenado, con violetas de los alpes multicolores decorando el cantero de unas ventanas pequeñas y alargadas que ocupan casi toda la línea del frente. Dos gatos grises juegan entre las flores. El más grande rasguña la ventana para entrar cuando escucha el timbre. Se oyen movimientos, pero nadie atiende. Tampoco cuando insistimos. Uno de los gatos se espanta y corre por el tapial. En la trotadora que desemboca en el garage del subsuelo, está estacionado un Renault Megane azul brillante.
Pocos metros al sur, Crocce muere en la avenida Mario Bravo, el límite sur del Bosque Peralta Ramos. Curioso destino el de este paisaje agreste salpicado de añejos pinos y eucaliptos en el sur de la ciudad. A pocas cuadras, donde pasa sus días Wolk como un tranquilo jubilado retirado de la Bonaerense, vivía hasta su detención, su colega comisario y genocida, Miguel Etchetcolatz.
Habla Wolk
Al día siguiente pruebo con otra variante para intentar hablar con él. Las nuevas tecnologías otorgan ciertos beneficios. Como acceder al teléfono de una casa con sólo saber la calle y dirección exacta. La línea aparece a nombre de Olga Fiscella. Termino de marcar y me atiende quien jamás me había imaginado.
–Sí, Juan Wolk, quién habla –responde una voz que parece habituada a atender el teléfono.
Me presento y no alcanzo a explicarle más.
–No, no. Está equivocado; no quiero entrar en este tema; revolver un pasado que me molesta muchísimo.
–Usted ha sido acusado y condenado por delitos de lesa humanidad. Usted ha sido el responsable del Pozo de Banfield…
–¿Cómo dijo que se llama?
Le digo mi nombre, y agrego: –Estoy escribiendo sobre su pasado y su presente en libertad, viviendo en Mar del Plata. Usted fue uno de los responsables de La Noche de los Lápices.
–¿De qué?.. No. Está equivocado, jamás estuve en Banfield. Trabajé en la Unidad Regional de Tigre. No quiero la prensa amarilla para revolver un pasado desgraciado. Entré en la institución para pelear con los ladrones, con los secuestradores, con los que cometían delitos comunes, no delitos ideológicos que es algo aborrecible. Tengo medallas y condecoraciones por mi tarea como policía.
–Pero fue condenado por delitos de lesa humanidad.
–No. ¡Por favor! Nunca fui condenado. Soy peronista desde 1950, tengo hijos, cómo se le ocurre que voy a lastimar a chicos… no anduve en idioteces.
–¿Es cierto que cobra una jubilación de la policía bonaerense?
–¿Esto es un interrogatorio? No voy a contestar sus preguntas, por favor, le reitero, no quiero reverdecer hechos lamentables.
–¿Está dispuesto a presentarse en la Justicia?
–Como no, por supuesto. Donde me llaman voy, pero ya presenté las excusas (sic) con mi abogado. Pero le reitero, no quiero hablar de todo lo que pasó que fue muy doloroso.
–Ahora hay una causa abierta en un Juzgado de La Plata.
–Tengo familia en La Plata y voy muchas veces, si me citan, ahí estaré. Acá me encuentra de chiripa, porque casi nunca estoy.
–Ayer (16 de Septiembre) estuve en su casa, estaba un auto en el frente y se escuchaban movimientos, pero no me abrió nadie.
–¿A qué hora?–Pasadas las tres de la tarde. Los dos gatos grises estaban alterados con el sonido del timbre.
–Ahh… sí… siempre me gustaron los gatos. (Por primera vez en la charla advierto un cambio en su tono de voz. Abandona el paternalismo y se lo escucha nervioso.)
–Vive cerca de Etchetcolatz, ¿es mera casualidad o era para seguir en contacto?
–El es comisario general; yo soy comisario mayor. Yo soy un perejil de cuarta.
–Si algo ha sido usted, no es precisamente un perejil.
–A mí me han cagado. Nunca me metí en política porque no me interesó; a mí la política nunca me dio nada.
–¿En qué lo engañaron?–Ya le dije que no quiero salir en los medios, no quiero hablar de lo que pasó.
–¿Le alcanza con la jubilación?–Más o menos. Adiós.
Ayer volvimos a la casa de Wolk para intentar registrar en imágenes. Al instante de tocar el timbre, se abrió la puerta de la casa de al lado.
–¿Qué buscan?– preguntó de mal modo un hombre flaco y semi calvo.
–Hablar con su vecino.
–No lo conozco.
–Acá vive un genocida.
–Ah… No sabemos nada. Y la puerta se cerró despacio.
Represor al descubierto
Marta Ungaro descubrió el año pasado que Wolk no estaba muerto. Ella es hermana de Horacio, que tenía 17 años cuando lo arrancaron de su casa de La Plata. Es uno de los chicos asesinados en La Noche de los Lápices, de la cual se cumplieron 33 años esta semana. Entre la medianoche y las cinco de la mañana de aquel 16 de septiembre de 1976 fueron secuestrados además de Horacio, Claudio de Acha, Daniel Racedo, María Claudia Falcone, María Clara Cuicchini y Francisco López Murtaner. Para los militares, reclamar por un boleto estudiantil era un atentado que se debía reprimir de inmediato. A Pablo Díaz lo secuestraron cinco días más tarde y pudo recuperar la libertad. El Pozo de Banfield tuvo algunas características distintivas dentro de los CCD que montó la Dictadura. Distintos testimonios revelaron que su personal se mostraba a cara descubierta. No había control sobre los secuestrados; ni siquiera eran interrogados.Y la cantidad de “traslados” mencionados por los diversos testigos, hace pensar que en su última etapa el Pozo de Banfield era un centro de exterminio.
Otra de las aristas singulares del campo de concentración que comandaba aquel comisario apodado El Nazi fue el gran número de embarazadas vistas allí, como así también el elevado número de partos que se produjeron en ese lugar. Embarazadas detenidas en otros establecimientos policiales o militares, eran trasladadas al Pozo de Banfield cuando se encontraban a punto de dar a luz. Ningún bebé fue devuelto a su madre ni a sus familiares.
Entre esos muros fueron torturados los estudiantes secundarios platenses.“Claudia no necesitaba el boleto estudiantil barato, porque nosotros no teníamos problemas económicos y ella vivía a dos cuadras de la escuela. Se metió en esa lucha por solidaridad”, contó alguna vez Nelva Falcone sobre su hija.
“Hay testimonios que indican que Wolk fue quien mató a mi hermano y arrojó su cuerpo en el cementerio de Avellaneda, donde encontraron los restos de Luis Ciancio, un muchacho de Berisso”, asegura Marta Ungaro.
Marta descubrió que Wolk cobraba una jubilación de comisario mayor, por su tarea docente en la Escuela Juan Vucetich y el Liceo Policial. Su último destino efectivo fue la Departamental de Pehuajó. Casualmente donde trabajó como médico policial toda su vida el doctor Falcone, en cuyo auto un testigo aseguró que secuestraron a Julio López. Wolk es el número de beneficiario 10.805 de la Caja de Retiros de la Policía y todos los meses cobra en la casa central del Banco Provincia de Mar del Plata, San Martín y Córdoba.
Toda esta documentación que pudo recolectar Marta, junto con el legajo personal de Wolk y dos diskettes con testimonios que lo incriminaban, se presentó en la causa Horacio Ungaro, en la Secretaría Única sobre Habeas Corpus, el 8 de julio del 2008. El Juez Arnaldo Corazza del Juzgado Nº3 de La Plata, es quien llevaba adelante la causa 26 Pozo de Banfield en la Secretaría Especial de Investigaciones.
Pese a toda la colección de pruebas presentadas, todavía el magistrado no ha llamado a declarar a Wolk.A los 76 años, el otrora poderoso comisario mayor es un anciano jubilado que circula con parsimonia por las calles de Punta Mogotes, provocando ternura en sus vecinos y que, si el día está lindo, hasta se anima a caminar por el Bosque o llegar a la playa. Hace tres décadas, el señor Wolk trabajaba de genocida. Ahora le parece dolorosa esa etapa de su vida. Pero ya se sabe: el pasado siempre vuelve.